Capítulo 26
Horas antes...
Había pasado mucho tiempo, no lo sabía con exactitud. Pero estaba segura que ya era de noche, una mujer de cabello naranja era la que entraba y miraba si estaba bien. Francesa, por lo que pudo notar en su acento.
Estaba tirada en el suelo, me había cansado de gritar y mi garganta me dolía. En un costado de la habitación, había una cama pequeña, con un colchón de algodón. El olor era nauseabundo, me provoco náuseas y ya había vomitado en un rincón, por lo que no era agradable en esos momentos.
La puerta se abrió y ella entró de nuevo, con una bandeja que dejó a mis pies y caminó hacia la cama y se sentó allí. No la miraba directamente, estaba sentaba y con mis brazos abrazaba mis rodillas.
— Soy Dafne— la escuché decir en francés — ¿Estas embarazada? — insistió.
— ¿Importa? — respondí sin levantar la mirada.
— Akram, ordenó que debemos hacerte abortar. — solté el aire y seguí sin decir nada. — en la comida... Pero debes alimentarte.
— No deberías estar hablando conmigo o ¿Sí? — se podría meter en problemas, eso o lo hacía a propósito — te harán daño.
— Tengo una semana, soy nueva y nadie habla francés, escuché que tú sí.
— ¿Cómo llegaste aquí? — alcé la mirada y la detalle aún más.
Era de tez blanca, ojos color miel, llevaba una minifalda negro corta que solo tapaba su trasero. Un top rojo, tenía pechos grandes y ojos almendrados. Una mirada vacía, ojos y mejillas humedecidos por el llanto.
— Conocí a un amigo en redes sociales, charlaba con él desde hace cuatro años. Me decía que era de aquí, que tenía dinero, mandaba fotos de yates y de él en fiestas... Me invitó. — la historia se cuenta sola, pensé.
— ¿Akram? — pregunté y negó.
— Un primo suyo, él es quien busca a las chicas. — tenía ambas manos en los costados de su falda y jalaba de ellas con fuerza.
— ¿Te han hecho algo? ¿Alguien te está buscando allá fuera? — soltó la mano de su falda y limpio sus ojos que empezaron a llorar.
— Mamá murió hace unos meses, papá me golpeaba, por todo y por nada. — se levantó y se colocó en la esquina de la cama cerca de mí. — Wail me dijo que acá podría trabajar como mesera en el restaurante de su primo. Estaré en las subastadas, dentro de una semana.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
— Quince horas, Paimon llegó preguntando por ti y da mucho dinero a quien le diga donde estas. Akram dice que el que hable se muere.
— ¿Quién es Paimon? — preguntó curiosa y por qué la buscaba.
— El empleado de tu papá — confundida la miré sin saber a qué se refería — Lucíano, creo que le dicen.
— Es el padre de mi esposo Antonio — dije con orgullo, aunque no debía. — Dafne ¿Quieres irte y trabajar conmigo?
— No puedo salir de aquí. —dijo en tono melancólico.
— El no puedo no existe Dafne... ¿Qué edad tienes?
— Veinte, los cumplo en dos días. — dijo y se levantó, me quité uno de mis pendientes y de lo estiré.
— ¿De dónde eres? ¿Paimon ya se fue?
— Niza y se fue, pero volvió está en estos momentos con el señor Akram — asentí y la miré tomar el pendiente.
— Tienes que dárselos, sin que te vean ¿Crees que puedas?
— Si. — dijo sonriendo, los pendientes tenían la letra L. Sí era un tipo inteligente se daría cuenta que son míos.
— Bien, hazlo y esta noche estaremos en casa las dos. — dije segura y me señaló la bandeja.
— Puede comer la ensalada de frutas, está sana. — no miré, pues sabía que sólo verla me daría náuseas, además que algo me decía que me iría a casa.
*****
Escuchaba gritos, había pasado horas desde que la francesa se había ido. Oraba Internamente para que nada le hubiera pasado, no me perdonaría si saliera herida. Prevalecía los gritos de un hombre, también escuchaba a Akram y el tal Mackenzie. Apreté mis manos y caminé de un lado a otro, mientras los gritos se hacían cada vez más altos. Entonces se detuvieron y escuché pasos rápidos acercarse cada vez más.
Me quedé frente a la puerta, en espera, tenía los puños apretados y la rabia cada vez subía más. Los Doyle habían dañado a mi madre, pero no les permitiría que la historia se repitiera conmigo. Segundos después las puertas se abrieron y me lancé con furia, logré dañar con las uñas el rostro el hombro y morderlo.
— ¿De dónde carajos te sacaron? — dijo lanzadme a un lado y supe que era Akram — ¿De qué te alimentas criatura de Escorpión?
— Exijo regresar a casa. — dije y le señalé — se estás metiendo en problemas.
Me mostró su blanca dentadura, que contrastaba con el bronceado de su piel. Lo escupí al ver que se acercaba a mí, se limpió el rostro en silencio con el puño. Luego pasó su lengua por él, su mirada era oscura y cargada de odio. Intenté correr a una dirección, pero adivinó mi movimiento y me lanzó a la cama de nuevo.
Se quitó el cinturón y lo enredó en su mano izquierda, mientras que con la derecha tomaba mi tobillo y tiraba de mi cuerpo hacia el suelo. Lo golpeé con mis piernas libres, parecía que mi lucha le divertía pues no dejaba de reír, lanzando golpes aquí y allá.
— Así se doman a la pura sangre — dijo levantando el cinturón otra vez y metí mis manos para que no me diera en mi vientre.
— ¡Hijo de puta! — grité con furia, enredando el cinturón en mi mano y tiró de él con tanta fuerza que sentí que me iba a desprender el brazo.
— Me amarás cuando acabe la mañana. — fue una buena manera de saber que había amanecido, por lo que quizás llevaba 24 horas en ese lugar.
— Estarás muerto en menos — dije y no supe de donde obtenía el valor.
Tenía demasiadas cosas pendientes, no dejaría a Antonio solo y sufriendo. Le había prometido cuidarme y cuidar de él. Dentro de los votos y promesas eso dije, también había prometido amarlo y mentalmente que nadie más me tocaría. Todo eso pasó por mi mente, mientras era golpeada de forma salvaje por ese miserable.
— Pide perdón — me dijo descansando las manos y mirándome.
Sonreí mientras escupía sus pies y lo vi lanzar el cinturón de nuevo. Cerré los ojos y me puse en posición fetal, podría golpear cualquier parte de mí, pero no a mi hijo.
— Serás la estrella del lugar. — fue lo último que recuerdo pues los siguientes golpes, cerré los ojos y pensé en Antonio.
NARRADOR
Dafne no había dormido en toda la noche, cuando salió de la habitación de la chica ya el hombre se había ido. Pero había escuchado decir que había amenazado con volver. Había visto a Akram entrar al cuarto de ella y los ruidos indicaban que la golpeaba.
— Solo debe pedir perdón — dijo una mujer — y ser amable, la destrozara.
Los golpes la hicieron alejarse, si bien no escuchaba llanto. Su mente era tan mágica que podría imaginarse nítida mente, el cuerpo ensangrentado de la mujer. El lugar estaba revuelto con lo que Akram le hacía a la chica. Así que la mujer tenía ese día cierta libertad, pudo llegar hasta la disco. Empuñaba en sus manos el pendiente de la mujer, con tanta fuerza que sus manos le dolían.
Ella era su boleto a la libertad, se asomó por las cortinas de colores. Eran casi las diez de la mañana y el lugar estaba lleno por lo que parecía una reunión. Sus ojos inquietos miraban a todas las direcciones, hasta que una voz habló y la hizo saltar.
—¿Eres nueva aquí verdad? — al girar la mirada lo vio, era él hombre a quien estaba buscando.
Sus ojos verdes brillaban divertidos, aparentemente por su nerviosismo. Abrió las manos y le mostró el pendiente, pues las palabras no le salían. Estaba hipnotizada por esa mirada, Paimon miró las manos que la chiquilla de ojos tristes le tendían y lo primero que vio en él fue, una herida en la palma de su mano de unos siete centímetros.
— ¿Qué sucedió? — preguntó acariciando su mano.
— Intenté escapar. — dijo con un hilo de voz — ella... Me dijo que me llevaría consigo.
— ¿Quien? — preguntó alzando el rostro hacia ella y mirándola preocupado.
— La chica, me dijo que, si le decía a usted que ella estaba aquí, nos liberaría a las dos, Akram la está golpeando. — Paimon no esperó por más explicaciones.
Ni siquiera, se había fijado en lo que ella le mostraba, pues estaba embelesado en los ojos de la chica y su herida. La tomó de las manos y le dijo que le dijera el lugar, mientras hacía una seña a sus hombres. En cuestión de segundos el club quedó casi vacío, unos diez hombres le siguieron.
Caminaron apresurados, la chica se soltó, en ese punto no necesitaba saber más indicaciones. El grupo de curiosos que estaba aún a fuera de las puertas les dijo el sitio exacto.
— ¡Ábranla! — Rugió en tono fuerte.
Era un hombre de más de 1,80cm de tez morena y ojos verdes. Era temido y respetado, se había ganado el respeto y la confianza de su jefe. En un futuro él era quien mandaría en Londres, por lo menos en el bajo mundo. Dos hombres se apresuraron a abrir las puertas, mientras que él le señala a la francesa a su hombre de confianza.
— No la pierdas de vista, ella viene conmigo — desenfundó su pistola y entró.
Disparó en el momento exacto en que Akram daba un golpe con el cinturón en el cuerpo de la mujer que estaba en posición fetal. El disparó fue limpio y certero, como todos los que él daba.
— Recójanlo y quémenlo, a la vista de todos. — dijo guardando el arma y caminando hacia la mujer. — que sepan lo que pasa por desobedecer.
— Cómo ordene señor — el grupo de curiosos se dispersó al escuchar aquella orden.
La tomó en brazos y salió con ella inconsciente, temblaba con violencia. Paimon maldecía su mala fortuna, a Lucíano no le gustaría que le hubieran dañado. Tendría que llevarla al hospital y hacerse cargo personalmente.
— ¿Encontraron a Mackenzie? — gritó con la mujer en brazos y alguien dijo que si, que estaba escondido en casa de Wail. — lo quiero aquí y ¡cierren el maldito lugar!
Dafne iba nerviosa, llevaba de la mano de un gorila y mirando en dirección a la chica quien parecía casi muerta. Agradeció que fue puesta en el mismo auto de ella, pero duró poco pues quedó al lado de Paimon y le atraía tanto como le temía.
— ¿Es ta mu er ta? — preguntó con duda y miedo a mirar al hombre.
— No y hasta donde pude palmar no hay huesos rotos — Daniela negó, era imposible que un sicario supiera de esas cosas. — he cargado muchos muertos y fracturados...
— ¿Qué pasará conmigo? — volvió a preguntar y el guardó silencio unos minutos.
— Lo que ella decida, tus documentos ¿Dónde están?
— Wail me los quitó al entrar allí — respondió y la miró fijamente sin decirle nada por unos minutos.
— Dame tu móvil Din — ordenó al hombre que estaba delante y este lo hizo, buscó el suyo y marcó un húmero. — Saint Thomas... —dijo y luego colgó. — devolvió el móvil, ya en ese momento habían llegado a un hospital.
La tomó en brazos y salió con ella, mientras le ordenaba a la chica que le siguiera. La dejaría allí en urgencias con la pelirroja, indicándole que en unas horas alguien le traería sus cosas. No sabía que decir si la policía preguntaba, le pedirían detalles. Tampoco conocía a nadie y la mujer estaba muy inconsciente para poder ayudarle.
— Diga la verdad de lo que ocurrió con usted y con ella que logró escapar, que un cliente le ayudó, — asintió nerviosa y mirando hacia el lugar en que se habían llevado a la mujer — hablaré con Antonio, él le dará alojó hasta que decida que hará. Usted salvó a su mujer, así que no se negará.
— Gracias señor Paimon....
— Rodrigo... Llámeme Rodrigo y buena suerte — dijo dando media vuelta.
Se quedó allí en sola, con frío y hambre pues no le daban de comer en el club. La chica pensaba en que no tenía a nadie, insistía en qué un desconocido no le daría alojo. Seguía con la ropa del Night Club, por lo que todos la pasaban por delante se ella y la rodeaba con algo de asco.
— ¿Tu eres Dafne? — preguntó una voz con acento extraño casi una hora después y giró a verlo.
Era un hombre castaño y alto, de ojos grises que en estos momentos lucían rojos y triste. Traía en sus manos un abrigo que le tendió y Dafne supo que el hombre debió decirle de sus fachas. Ella por su parte abrió las manos y le entregó el pendiente. Que él tomó en sus manos y lo miró, antes de empezar a llorar.
— Estará bien, es fuerte. — dijo porque sentía que tenía que decir algo. — siempre decía que usted la estaba buscando.
— ¿Qué ocurrió? — se mordido el labio inferior, sin saber si podía o no decirle la verdad.
Se decidió en decirle, quizás él podría ayudarle de alguna manera. Mientras esperaban que algún médico o enfermera llegara y antes que la policía estuviera allí le contó lo que sabía. Habían pasado dos horas desde que el señor Rodrigo se había ido, cuando recibió la maleta y sus documentos.
El italiano le había dicho que podía quedarse con ellos o en casa de su madre. Que, si era con su madre, había un niño pequeño y que podía cuidarlo. Todo mientras Gina, que supo era el nombre de la peli roja despertara y ella dijera donde trabajaría. La llegaba de toda la familia tiempo después le hizo callar y alejarse del grupo. Pero veía que el esposo de la mujer no la perdía de vista y le ordenó que no se fuera lejos.
— Ten — le dijo una mujer entregándole un café y una bolsa. — mamá dice que pareces no haber comido en años — sonreí, porque algo de verdad había en esas palabras. — soy Lucíana y mi. hermano me contó tu historia, lo lamento mucho.
— Gracias...
— Ayudaste a Gina, así que eres para nosotros una heroína. — le dijo y ella seguía incómoda con tanto ayuda.
— Soy Dafne y solo le ayudé, porque sabía que él podía ayudarme a mí — dije sinceramente. — ¿El bebé está bien?
— Lo protegió en todo el ataque, su cuerpo es otra historia... — le dijo Lucíana. — ella estará bien, en unos meses volverá a ser la de antes.
— Me alegro mucho por ella. — y por su esposo, que en esos momentos era abrazado por un hombre muy parecido a la chica con la que hablaba.
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