Capítulo 2
Carlos un amigo de la universidad la había encontrado deambulando por la ciudad. Pero antes había ido a la pastelería de ella y papá, al parecer, había salido de allí sin decir nada a las chicas. Pero no sé preocuparon y simplemente, trabajaron solas todo el día.
Años atrás, mi padre era el que administraba y mamá la repostera, habían venido de Irlanda jóvenes e instalaron en Londres, era el segundo matrimonio de papá, el primero para mí madre. Tenía dos hermanos mayores que vivían en Dublín a quienes no conocía. Según me habían dicho papá se enamoró de la empleada del servicio, una joven 15 años menor que él y se había escapado a Londres con ella.
Años después y luego de establecerse en el país de la reina viajó y pidió el divorcio. Regresando a de nuevo a nosotras y casándose con mamá, en aquel entonces yo tenía cinco años y fui la encargada de llevar los anillos. En adelante, papá iba y venía de Dublín a Londres, hasta un día cuando yo tenía diez años que se fue y no volvió jamás, nadie nos dio razón de él.
— Deberías ir a dormir linda — escuché a la doctora decir — llevas una quince aquí y no te vez bien, debes estar fuerte para cuidar de tu madre.
— Estoy bien, además en casa no dormiré — le respondí mirando a mi madre.
La mujer me tomó del brazo y me levantó, era alta y rubia debía tener unos 45 años, ojos verdes y grandes. En esos momentos se abrían aún más y me miraba de manera severa. Yo no quería ir a casa y verla sola sin mamá, no podría soportarlo.
— ¡Ve a descansar! Es una orden — habló en tono fuerte— me dejas el número de tu casa y prometo mantenerte al tanto, mañana vienes y la ves.
— ¡Usted no entiende! — dije y mi voz se quebró — solo somos ella y yo, la casa estará vacía...
El rostro de la mujer se suavizó, pasó una mano por mi espalda y me atrajo hacia ella. Fue como descansar, empecé a llorar de manera instantánea, sentí abrir una llave en mis ojos.
— Se pondrá bien, solo que no volverá a ser la de antes ¿No tienes más familia? — preguntó y negué — ¿Abuelos hermanos? — me insistió.
— No aquí, en Dublín, pero no los conozco — no gustan de mí, más exactamente quise decirle.
— Llamaré a mi hija para que venga y te haga compañía en tu casa...
— No es necesario. — interrumpí y me miró con los ojos achinados — me iré a dormir y regresaré mañana.
— Bien, mañana le diré a mi hija que venga, tiene casi tu misma edad se llevarán bien — tenía ese tono de madre que decía no tenía objeción, así que asentí.
Recogí la mochila busqué las cosas y salí a los pasillos, no sin antes darle las buenas noches a la doctora. El viaje a casa estuvo cargado de ansiedad, tendría que vender el negocio de toda una vida o salirse de la universidad. Ambas decisiones eran dolorosas, solté el aire y vi en el móvil varios mensajes, Luciana, Laura y susmira.
Escribí rápidamente que iría a casa a dormir, la recuperación de mamá era lenta pero que los médicos estaban optimistas. Una Vez en mi parada me bajé e hice el resto de camino a pie. Hasta que el claxon de un auto me hizo saltar y montar al andén, con mi mano en el pecho giré y vi a Neall Jarper en todo su esplendor, sonreí al ver al novio de mi amiga hasta que vi quien lo acompañaba...
Antonio...
— Buenas noches cariño — me dijo Antonio saliendo del vehículo y abriendo las puertas del auto para mí.
— Por si no se han dado cuenta, estoy a tres casas de la mía — les recordé señalando la casa de mis papás.
— No dormirás allí — habló Neall saliendo del vehículo y apoyado las manos en el capo del auto. — Estarás sola y deprimida, te llevaremos a casa de Antonio, la señora Anella está de acuerdo ...
— ¡No! — Dije apresurada y no pude evitar dar un paso atrás.
Giré y caminé, casi que corrí a mi casa, necesitaba sentirme segura. Sus ojos grises puestos en mi me hacían sentir las piernas de gelatina y diría o haría alguna estupidez... Escuché decirle a Neall
— Déjala yo iré...detente Lougina — ordenó, pero, seguí en mi escapada, era una lucha entre mi sentido común y mi corazón. — no puedes quedarte aquí sola, preciosa. — dijo alcanzándome y tomando uno de mis brazos.
— Estaré ocupada, tengo que llenar los registros de la pastelería, hacer las ordenes, mirar quien me compra y en cuanto venderé — empecé a decirle apresurada.
— Gina...
— La enfermera que la cuidará — seguí diciendo y mis ojos empezaron a nublar se por el llanto — si me retiro de la universidad y sigo con el sueño de toda una vida...
— Cariño...
— Si estudio, no puedo administrarlo y mis sueños de crear una empresa se irá a la basura...
Hablaba más para mí que para él, podría ver detrás de él a Antonio con la cabeza baja. Él estaba escuchando el caos que era mi vida en ese momento.
— No puedes tomar sola esas decisiones.
— No me dejes estar en la misma casa con él, te lo ruego solo llévatelo — rogué al fin, pero en voz más baja y sacudiendo mis manos — déjame aquí, con mis problemas solo aléjalo de mí.
— ¡Dios! ¿Por el llorabas verdad? — preguntó acercándose a mí y abrazándome — no te dejaré aquí, y planeando tu sola tu futuro menos.
Me abrazó como un hermano mayor, caminó conmigo al auto y me abrió las puertas de éste. Solo que me monté en la parte de atrás y lejos del chófer, no miré en dirección a Antonio. La idea que me viera en el peor día de vida, llorando me alteraba y no sabía muy bien los motivos.
De camino a donde sea que me llevaba, lo escuché a Neall hablar por teléfono, con el que parecía era el papá. Mientras yo, apoyada en las ventanas del vehículo veía el mundo pasar ante mí. No miré en dirección a ellos, no soportaría que me miraran con ojos llenos de lástima. Mi respiración se detuvo, cuando vi el auto frente a la mansión de los padres de mi amiga y escuché la puerta mía abrirse.
— Per favore, vieni giù principessa (baja por favor princesa) — murmuró en voz baja y apreté contra mí el bolso que llevaba.
— Estarás más cómoda adelante, y me harás compañía — dijo Neall bajando también y rodeando el auto.
— Gracias — atiné a decir, sin tomar la mano que me tendía y menos mirarles a los ojos.
Esa sería la última vez que lo vería a él y a sus hermanos en mucho tiempo, aunque si compartía mensajes con Luciana, me cuidé de no tener contacto con él.
Neall me llevó esa noche a casa de sus padres, en donde la pareja me esperaba en la sala. Fue allí donde nació una amistad con la pareja, pues con su hijo ya existía. El señor Jarper revisó las cuentas de mi repostería y se dio cuenta que tenía ganancia, como también que las chicas podrían administrarlo sin problemas.
— No tienes que vender — me dijo mirando las cuentas — esto se puede mantener solo y tienes un negocio propio. Es mejor trabajar por tus sueños que por los de otros. — esa fue la primera lección que me dio ese día. — ¿Quién te lleva las cuentas?
— Yo, aunque estas últimas no he tenido el tiempo — asintió y le mostró el libro a su esposa.
— ¿Cuántos años te faltan? — quiso saber la señora Jeder, no me sentía nerviosa, a pesar del interrogatorio.
— Un año de estudios.
— Nos puedes dar los horarios de estudios y trabajas con nosotros en los horarios libres. Así te vas familiarizando con la empresa. — eso lo dijo la señora y aunque eran esposos, era consciente que mi jefe sería el señor así que lo ví a él asustada.
— Eso quiere decir que. — el señor Jarper asintió sonriente.
— Jeder será la persona que te instruirá en lo que debes hacer. Necesitas conocer todo el lugar donde trabajarás y eso solo lo sabrás trabajando en ello y desde abajo. — esa noche fue la mejor de las noches.
Me fui a dormir con la sensación que estaba más cerca a mis sueños. Neall estuvo conmigo, hasta que la reunión terminó y me acompañó hasta la que sería mi habitación. Una vez allí me dio el bolso de manos y sonrió divertido.
— Mis papás se levantan temprano, procura estar a las seis de la mañana lista y en la sala. — me dijo de manera cómplice — nunca le lleves la contraria a Jeder y a Jarper obedécelo, no le des un problema sin darle dos o tres posibles soluciones.
— ¿Esos son tus trucos? — asintió haciéndome un guiño.
— Si necesitas algo llámame, no importa la hora o el lugar en donde estés. — se despidió de mí y se fue a su apartamento.
Los días y meses siguientes fueron de ir y venir, la universidad, el cuidado de mamá y mis instrucciones me fueron hundiendo en una rutina. A Neall lo veía obligatoriamente pues trabaja con sus padres, pero de los D'angelo me fui alejando.
Fueron muchos los motivos, uno de ellos la vergüenza de cómo me vio ese día en el peor momento de mi vida, otro el que para él solo era una niña molesta y que en algún momento Luciana se enteraría y podría tener problemas con su hermano.
Mamá nunca llegó a ser la de antes, en algunos momentos llegaba a mí la mujer que me dio la vida. Pero eran tan fugases que solo era una ilusión, aun así, me negaba a enviarla a un lugar que no conocía a nadie.
— Gina, esto es lo que hay en bodega. — habló Susmira sacándome de mis pensamientos. — Tú dirás si haces el pedido tu o lo hago yo.
— Estoy en exámenes finales, me es imposible...
— Yo lo hago no te preocupes — dijo Laura quitando el papel de mis manos — Tu solo estudia y nosotros haremos el resto.
— No sé qué haría sin ustedes chicas — le dije mirando a Susmira, y Laura.
— ¿Bromeas? Pudiste vender y el dinero usarlo en tu mamá. En cambio, no sólo, nos diste la oportunidad de seguir, sino que nos hiciste ¡Tu socia! — Era lo que mamá hubiera hecho.
También la mejor manera que ellas cuidaran el negocio, si tenían parte de ello trabajarían con esmero. Hoy por hoy estaban pensando en ampliar, mientras yo entraría de lleno el otro año a trabajar y no podría estar más al pendiente del lugar. Suspiré, bajé mi rostro y retomé mis estudios, no me habían pedido notas específicas, pero yo si quería darlas a los Jarper.
En especial a la señora Jeder, que me había enseñado muchas cosas, no sólo de su empresa sino de la vida. Llegué a casa esa noche feliz, estaba segura que me había ido de maravillas. Me encontré en la puerta a Ángeles, la enfermera de mi madre esperándome. Había puesto un anuncio en que solicitaba una enfermera y ella había acudido, fue una suerte enorme, porque era realmente una buena mujer y adoraba a mamá.
— Buenas noches Gina — me dijo y supe que eran malas noticias por el tono de su voz.
— ¿A dónde fue esta vez? — mamá solía escaparse e irse a lugares que visitaba con papá.
— Al restaurante de la amiga de sus padres la de comida irlandesa, el médico llegó... No quise llamarte pues estabas en exámenes, pero, él dice que lo mejor es internar — guardé silencio un instante.
Sentía que encerrarla era como fallarle como hija, era como decirme a mí misma que no podía pagar todo el esfuerzo que ella hizo por mí. Quería estar con ella hasta el último de sus suspiros y si estaba en ese lugar es imposible.
— Su condición ha empeorado, en el hogar estará con personas de su edad y usted tendrá los fines de semana para ir con ella. — siguió insistiendo.
— Siento que le estaría fallando Ángeles. — confesé.
— No será así, y yo me iré con ella los costos no son tan elevados — eso era lo de menos si tenía que vender mi parte en la repostería lo haría.
— Lo pensaré — dije luego de unos minutos — sé que se te ha hecho difícil y si no quieres seguir cuidándola te entiendo... — negó mientras tomaba mis manos.
— Prometí cuidarla hasta que cerrará los ojos y así será. — me dijo, mordí mis labios para no llorar.
Ella siempre supo de su enfermedad y jamás me la dijo, se trataba en silencio y ocultaba su condición, misma que empeoró con la desaparición de papá. Sabía que en cualquier momento se iría y no volvería a mí, aún asi ella jamás dijo algo.
— Has sido una buena hija Gina, tienes 20 años a tu edad deberías estar en fiestas y rumba. — me dijo sosteniendo mis manos — Estudias, trabajas en la repostería de tus padres y con los Jarper. Jamás te he visto renegar o quejarte de su situación y solo sonríes.
— Gracias por todo Ángeles, feliz fin de semana. — tomó el bolso y me miró cómplice.
— Si necesitas el sábado para verte con algún príncipe azul ... Me llamas. — negué sonriendo.
— No hay príncipe azul... Solo sapos... — la vi reír mientras salía de la casa.
Caminé a la habitación de mamá, tomé el monitor para poder escuchar algún ruido. Dejé la mochila en un lado de la habitación y me dirigí a las escaleras que daban al techo de la casa. Era el recuerdo de mi padre, de pequeña subía al tejado de la casa pues allí podía estar más cerca de las estrellas.
Así que una tarde llegué y encontré que él me había elaborado no sólo unas escaleras para subir, sino un sitio plano en donde poder sentarme, con techo incluido. Llevaba dos meses que me lo habían prohibido, porque me dijo que estaba haciendo reparaciones. Misma que no eran otras más que ese lugar mágico en donde podía subirme a pensar y a planear mi vida.
Mi monótona y aburrida vida...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro