Otoño
Érase una vez un hada llamada Otoño. Tenía tres hermanas: Flora, Fauna y Primavera.
Otoño siempre había ostentado una magna desazón hacia sus hermanas ya que Flora, era inteligente y astuta, Fauna, conciliadora y tranquila y Primavera aún siendo torpe, era muy querida y risueña, mientras que Otoño se mostraba como un hada resentida y controladora.
Un gran día de fiesta, en el castillo de un rey llamado Estéfano, se celebraba el natalicio de su primogénita a la cual se la nombró Aurora. La llamaron así porque al igual que el alba del día, Aurora llenaba la vida de los reyes de luz y calor. En este festejo, el buen rey Estéfano y la reina dieron la bienvenida a un amigo de toda la vida. Sonaron trompetas y se abrieron los portones. Un hombre gritó: "¡Su real majestad, el rey Huberto y su alteza, el príncipe Felipe"
Mucho habían soñado ambos monarcas con ver sus reinos unidos. Ahora podían anunciar al fin que el príncipe Felipe y la princesa Aurora quedaban desde ese día comprometidos en santo matrimonio. Y el pequeño príncipe trajo su primer regalo, y una mirada de extrañeza a su futura esposa al ver que era un bebé.
Volvieron a tronar trompetas. Esta vez, un hada de vestimentas rojas apareció en una ventana abierta y descendió suavemente con sus pequeñas alitas hasta el suelo.
—Mis congratulaciones su majestad —empezó el hada roja mientras descendía con sus pequeñas alas—. Permítame presentarme, soy Flora, una de las hadas madrinas de su retoño. Seré la encargada de otorgarle el don de la belleza.
—¿Cómo que una de las hadas? —preguntó el rey desconcertado.
Al instante, otra hada, esta vez de verdosas vestimentas apareció con un destello de luz por la bóveda de la sala.
—Disculpen la tardanza, mi más sincera enhorabuena —dijo el hada verde—. Me llamo Fauna, seré una de las hadas madrinas de su primogénita y le agraciaré con una melodiosa voz.
—Aguarden un instante, no se apresuren —ordenó el rey.
De repente una gran nube de hollín inundó la sala. Se formó un revuelo enorme, pero en cuanto se disipó todo el humo, los invitados se quedaron observando como un hada bajita y regordeta había aparecido en la chimenea. Tosía y se sacudía el polvo de sus azules vestimentas. Flora alzó su varita y formuló un hechizo que la dejó impoluta.
—¡Muchas felicidades! —gritó el hada azul—. Primavera me llaman. Hada madrina al servicio de su hija. Mi primer deber será concederle el don de la amabilidad.
—¿Dónde se halla la cuarta hada? —preguntó la reina—. Hice llegar cuatro invitaciones.
—Hace días que no la vemos —respondió Flora.
—Esperemos que no le haya pasado nada malo —añadió Fauna—. Si alguien la avista, pedimos que nos lo hagan saber. Estamos muy preocupadas.
—Sí, sobre todo yo —dijo Primavera sarcástica—. Nunca se portó bien con nosotras, ¿por qué tenemos nosotras que preocuparnos?
—Porque a pesar de todo, Otoño sigue siendo nuestra hermana —aclaró Flora.
—Está bien —dijo Primavera refunfuñona.
—Procederemos a entregar los dones a su hija, majestad —le dijo Flora al rey—. Yo seré la primera.
Flora se acercó a la cuna y se empezaron a escuchar unos cantos angelicales:
Un don especial. La belleza sin igual. Rojos labios cual carmín. Y la fragancia de un tierno jazmín.
Al finalizar el cántico, Flora lo acompañó con un destello rojo evanescente emergente de la punta de su varita.
—Es mi turno —dijo Fauna.
Un don encantador. Una melodiosa voz. Que le envidia el ruiseñor. Su vida entera será una canción.
Al igual que había pasado con Flora, Fauna también lanzó un destello, esta vez verde, a la pequeña Aurora.
—Me toca —empezó Primavera.
Un don adorable. Es el ser amable. Princesa noble y jovial. Siempre calmada cual manantial.
Y el acostumbrado destello también fue lanzado por Primavera en tono azul.
Nada más terminar, se levantó en la sala un fuerte viento que abrió las puertas de par en par. Un estruendoso rayo atravesó la habitación de esquina a esquina atemorizando a los invitados. En la puerta, apareció una humareda verde que fue tomando consistencia y, cuando se difuminó, se pudo ver ante todos una mujer alta, vestida de negro y de largo. Ostentaba un cetro en el que se acababa de posar un cuervo.
—¡Es Maléfica! —dijo sorprendida Flora.
—¡Qué está haciendo aquí esa perra! —gritó Primavera.
—Shh —la chistó Flora—. Calla que te va a oír.
—Pues sí que es esta una reunión brillante, rey Estéfano —empezó Maléfica mientras acicalaba la cabeza de su cuervo—. La nobleza, la realeza, la plebe y... ¡ah, jajaja! qué singular... hasta la gentuza —dijo dirigiéndose a las hadas.
Primavera quiso abalanzarse sobre Maléfica pero Flora le agarró del vestido impidiéndola avanzar.
—Realmente me sentí apenada al no recibir invitación —expresó Maléfica.
—Es que no te queríamos aquí —le aclaró Primavera cabreada.
—¡Que no me...!¡Oh, Dios, qué embarazosa situación! —dijo Maléfica—. Esperaba que todo se debiera a un descuido. Pero en tal caso, será mejor que me vaya —acabó dándose la vuelta para marcharse.
—¿No... no os sentís ofendida excelencia? —le dijo la reina.
—¿Yo? ¿Por qué majestad? Y para demostraros mi buena voluntad yo también le concederé un don a vuestra hija —respondió—. ¡Oíd bien todos vosotros! —gritó Maléfica acompañándolo con un golpe de su cetro en el suelo—. La princesa sí será dotada de una enorme gracia y belleza, podrá ser amada por cuantos la conozcan, pero; al cumplir los 16 años, antes de que el sol se ponga, se pinchará el dedo con el huso de una rueca y... ¡morirá!
—¡No! —gritó la reina asustada cogiendo a su hija de la cuna y abrazándola fuertemente.
Maléfica vilmente comenzó a reír vilmente.
—¡Detened a esa hechicera! —ordenó el rey señalándola.
—¡Atrás estúpidos! —gritó Maléfica alzando los brazos, desapareciendo entre llamas verdes y malévolas carcajadas y dejando únicamente un humo que poco a poco se fue disipando.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó la reina llorando.
—No desesperéis majestades, todavía tenemos el don que Otoño podía otorgarle —esperanzó Flora.
—¿Y no podría una de ustedes entregarle a mi hija otro don? —interrogó el rey desesperado.
—Lo siento señor, cada humano solo puede recibir un don por hada —aclaró Flora—. Pero como ya le he dicho, Otoño aún puede otorgarle el suyo.
—Entonces, ¿podrá deshacer ese horrible hechizo? —preguntó el rey Estefano.
—¡Ay, no señor! —respondió Primavera.
—Los poderes de Maléfica son magnos, alteza —añadió Flora.
—Pero podrá ayudar en algo —dijo Fauna.
—Mas no sabemos dónde se encuentra —fue a replicar Primavera—. Y tampoco si se prestará a ayudarnos.
—La buscaremos Primavera —dijo Flora—. No debemos perder la esperanza.
El rey Estéfano mandó a sus guardias que buscasen a Otoño día y noche por todos los confines del reino para debilitar el hechizo, pero temeroso, no obstante por la vida de su hija, decretó de inmediato que todas las ruecas de hilar que en el reino hubiera, el mismo día fuesen quemadas, y la real orden se cumplió.
Mientras ardía la hoguera con todas las ruecas del reino, las tres hadas se reunieron en una habitación del castillo para decidir qué harían para impedir que Aurora muriera en manos de Maléfica. Después de urdir infinidad de planes tales como convertir a la princesa en flor, hacer a Maléfica entrar en razón o convertir a Maléfica en un sapo barrigón llegaron a una gran idea; llevarían a la princesa a vivir a la cabaña del leñador, una cabaña abandonada en mitad del bosque, junto con las tres hadas que se harán pasar por unas humildes campesinas, que no podrán utilizar su magia, ni sus varitas de virtud, ni sus alitas, y cuidarán de la pequeña Aurora, a la que engañarán diciendo que era huérfana hasta la fecha en que Otoño sea encontrada. El rey y la reina desestimaron la idea por completo mas, cuando las tres hadas les explicaron que no existía otra forma de evadir el maleficio, no tuvieron otra alternativa. Y así el rey y la reina vieron con profunda pena como su más preciado tesoro desaparecía en las tinieblas de la noche.
Tras un largo paseo, Flora, Fauna, Primavera y Aurora llegaron a la cabaña del leñador. Entraron y cerraron la puerta.
—Qué lugar tan tétrico —dijo Fauna—. No me va a gustar aposentarme aquí.
—Obviamente tendremos que adecentarlo querida.-aclaró Flora—. Además solo serán dieciséis años.
—Pero para adecentar la cabaña, ¿podremos usar la magia no? —preguntó Primavera.
—¡Claro que no Primavera! —respondió Flora—. No podemos arriesgarnos. Maléfica tiene ojos en todas partes.
—Pero costará mucho trabajo —añadió Primavera.
—El que haga falta —cortó Flora—. ¡Venga! Vamos a descansar. Que mañana no va ser un día muy tranquilo.
Las hadas marcharon al piso superior, donde se situaban los dormitorios y echaron a dormir.
Al día siguiente, empezaron a limpiar la cabaña, los dos pisos. Quitaron infinidad de polvo y telarañas. Los muebles quedaron relucientes y la cabaña ya no resultaba nada tétrica, más bien parecía una modesta morada en la que habitaban tres campesinas con una huerfanita, a la que le cambiaron el nombre por Rosa para no levantar sospecha.
Cuando terminaron de limpiar, acostaron al bebé en su cunita y cuando quedó inmersa en sueño, las hadas se reunieron en el piso inferior para pensar cómo podrían encontrar a su hermana Otoño.
—¿Por qué tenemos que buscarla nosotras? —preguntó mosqueada Primavera—. El rey ya lo ordenó a sus guardias.
—No podemos arriesgarnos a que no la encuentren —respondió Flora—. Los guardias del rey no son infalibles.
—Yo sí puedo arriesgarme —replicó Primavera—. Lo que no consigan decenas de hombres no creo que lo vayan a lograr tres hadas sin magia.
—Deberías ser más optimista —le aconsejó Fauna—. Seguro que la encontramos.
—Pero si no sabemos ni dónde buscar, ni cuándo, ni cómo —se opuso Primavera.
—Yo sí sé dónde buscar —afirmó Flora—. En los dominios de Maléfica.
—No, de ninguna de las formas —se negó Primavera.
—Ya saben que Otoño y Maléfica tenían una estrecha relación. Por mucho que nos opusiéramos, ellas eran amigas —dijo Flora.
—Maléfica no sabe lo que es la amistad —aseguró Primavera—. A cualquiera que se le acerque será únicamente con el fin de obtener algo.
—Primavera tiene razón —corroboró Fauna—. Pero tenemos que buscar a Otoño. Si algo le pasase a Aurora no me lo perdonaría.
—Ni yo —añadieron Flora y Primavera al unísono.
—Muy bien —empezó Flora—. Entonces, nos introduciremos en su castillo y buscaremos por todos los rincones que en él haya.
—Pero no podemos dejar sola a Aurora —dijo Fauna—. Es un bebé, no puede valerse por sí solo.
—Entonces Fauna, tú te quedarás aquí cuidando de Aurora mientras Primavera y yo buscaremos a Otoño por el castillo de Maléfica —aclaró Flora.
—¿Y por qué yo? —replicó Primavera.
—¡Ay Primavera! No rechistes —le regañó Flora.
—¡No, no y no! Yo me quedaré con el bebé —dijo Primavera.
Días después, Maléfica fue enterada de que Aurora había desaparecido y montó en cólera.
—¡No puede ser! —gritó Maléfica en su castillo ante sus esbirros—. La princesa ha desaparecido.
—¿Y qué piensa hacer? —le preguntó uno de sus esbirros—. Quieren impedir que su profecía se cumpla y harán todo lo que esté en sus manos como cuando se ordenó quemar las ruecas. ¿Cómo piensa conseguir que la maldición se cumpla si no posee ni princesa ni rueca?
—¡Cállate estúpido! —vociferó Maléfica enfadada—. Por la rueca no hay que preocuparse, yo la conseguiré. Mientras que a nuestra dulce princesita desaparecida, serán ustedes, esbirros míos, los que tendrán dieciséis años para encontrarla.
-—¿Nosotros? —preguntaron todos a la vez.
—Sí, ustedes —afirmó Maléfica—. Encuéntrenla, recorran todos los confines de este reino: ¡los valles, los bosques, los mares, las montañas! Y no me fallen ¡O lo pagarán!
—Ahora mismo saldremos en busca del bebé —dijo otro de los secuaces.
Los esbirros abandonaron la sala y Maléfica se dejó caer en su trono.
Por una pequeña grieta que se hallaba en una pared de la sala, aparecieron dos diminutas hadas: Flora y Primavera. Estas habían escuchado atentamente toda la conversación, de principio a fin.
—Habrá que tener cuidado —dijo Flora—. Los esbirros no pueden encontrar a Aurora en el bosque.
—No la hallarán —añadió Primavera—. Los esbirros de Maléfica no parecen ser muy inteligentes.
—Shh —silenció Flora, ya que Maléfica había empezado a conversar con su cuervo.
—Bueno fiel amigo —dijo dirigiéndose a su cuervo— Debo nombrarte de alguna forma... Te llamarás Diablo —añadió tras unos segundos de meditación.
El cuervo hizo ademán de no gustarle mucho el nombre.
—¿No te gusta? —preguntó Maléfica—. Pues así se quedará, tu antiguo nombre sí que era repugnante, y permíteme decir que algo...empalagoso.
El pájaro empezó a revolotear por la sala violentamente.
—¡Quieto! —gritó Maléfica—. Tengo que marchar. Debo conseguir cuanto antes la rueca que acabará con la princesa, y ya sé a quién debo pedírsela.
Maléfica alzó su alargado cetro y golpeó fuertemente con él el suelo. Unas llamas verdes surgieron y la engulleron. Diablo se posó en el trono de piedra de Maléfica. Poco a poco las llamas disminuyeron de tamaño hasta desaparecer junto con Maléfica.
—¡Vamos Primavera! Tenemos que encontrar a Otoño —dijo Flora.
Las hadas con una tenue sacudida de su varita aumentaron hasta volver a su tamaño normal. Diablo, al percatarse de la presencia de estas, echó rápidamente a volar hacia ellas graznando fuertemente. Empezó a revolotear su alrededor de forma estridente y ruidosa. Primavera, asustada de que sus graznidos pudiesen atraer a los secuaces de Maléfica le lanzó un hechizo que lo dejó mudo.
—Bien hecho querida —la alabó Flora—. ¿Crees que puede saber algo de Otoño?
—Puede ser pero, ¿cómo se lo preguntamos?
—Pues con magia Primavera, con magia.
Flora alzó la varita y lanzó un conjuró que hizo que en el frío suelo de piedra apareciesen todas las letras del alfabeto. El cuervo, sorprendentemente voló hacia la primera letra del abecedario, la A, y continuó hasta escoger otras tantas; la Y, la U, la D, la E, la N, la M y otra vez la E.
—¿Ayúdenme? —dijo Primavera extrañada.
—Calla que sigue —ordenó flora.
El pájaro continuó formando letras, que juntándolas formaban las palabra "hermanas".
—¡Ayúdenme hermanas! —gritó Flora—. Primavera, este cuervo es Otoño. Seguro que Maléfica la ha transformado.
Entonces Flora posó la punta de su varita de virtud en la cabeza del cuervo Diablo. Una nube de color amarillo lo envolvió completamente y cuando se disipó apareció, un hada, bajita y rellena, de amarillas vestimentas.
-¡Otoño! —vociferó Primavera corriendo a abrazarla—. Estábamos muy preocupadas, cuéntanos, qué te ha sucedido?
—Antes de nada; Flora, Primavera... ¿y Fauna? ¿Qué le ha pasado? —preguntó asustada al percatarse de la falta de su presencia.
—Sí, sí, luego te lo contamos, pero primero tú.
—Bueno, primero os quería decir que... lo siento —comenzó otoño—. Siento no haberme portado bien con vosotras. Ahora sé que Maléfica no era una buena persona. Es mala, es la encarnación de Lucifer.
—Aceptamos tus disculpas —dijeron sonrientes—. Ahora dinos ¿qué pasó? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Tras nuestra fuerte discusión me refugié en la que creía que era mi única amiga Maléfica, pero tras un corto periodo de tiempo, maléfica fue enterada a través de uno de sus esbirros de que los reyes iban a celebrar un festín en honor del nacimiento de su primogénita y Maléfica no estaba invitada. Entonces, montó en cólera, y juró venganza. Yo intenté impedirlo y le amenacé con contarlo. Cuando iba a abandonar el castillo me convirtió en cuervo, y me amenazó con que si no me quedaba con ella y le hacía caso, acabaría con vosotras y no os volvería a ver jamás.
—Es horrible. ¡Qué bruja más malvada! —gritó Primavera.
—¿Quién anda ahí? —preguntó una voz grave y lenta que provenía de fuera de la sala.
—¡Horror! Uno de los esbirros de Maléfica —informó Otoño—. Tenemos que salir de aquí.
Por última vez, Flora alzó su varita y las tres desparecieron sin dejar rastro.
Aparecieron en la cabaña del bosque, Fauna vio a Otoño y corrió a estrecharla entre sus brazos dejando a Aurora en manos de Primavera.
—¡Otoño! —decía mientras la abrazaba balanceándola de lado a lado.
—No tenemos tiempo —cortó Flora—. Otoño, debemos pedirte un pequeño favor: debes otorgarle un don a este bebé, le deberás ostentar con una bendición que contrarreste los poderes del maleficio de Maléfica, la cual conjuro que; al cumplir los dieciséis años se pinchará el dedo con el huso de una rueca y fallecerá en el momento.
—Ya estoy enterada del maleficio —aclaró Otoño—. Maléfica ha ido a conseguir una rueca, pero no sé de dónde la obtendrá.
—Eso ya se lo impediremos —dijo Flora—. Primero debemos llevar al castillo de los reyes al bebé, para que le otorgues el don.
Luego, en el castillo de los reyes, las hadas posaron a Aurora en su cunita. Los reyes esperanzados preguntaron:
—Entonces después de esto, ya podremos quedarnos con ella.
—Lo siento mucho, alteza, pero no será posible —se disculpó Fauna—. Debemos tomar absolutas precauciones, Maléfica no debe saber dónde está su primogénita.
—Procedan, entonces... —ordenó el rey poco convencido.
—Dulce princesita —empezó Otoño a conjurar—. Si por ese desdichado embrujo, te ha de herir el huso de una rueca un dedo, que haya un rayo de esperanza: el don que te concedo ¡Y no con la muerte, sino con un profundo sueño, la fatal profecía se cumplirá! Y de ese sueño hechicero despertarás al calor del primer beso de amor.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro