Fase III - Estallido final
La ciudad de Avensh rebosaba felicidad por parte de los humanos. Su gobernante había dado al fin la orden de acabar con la vida de todo ser mágico que habitase allí, sin importar su clase social, sus hijos, su trabajo ni ninguna otra cosa. La magia dejaría de existir en Avensh y eso alegraba a la gente del lugar.
Pero, a diferencia del resto de los habitantes, Pierce no estaba feliz. Esto se debía a que llevaba varios días con un mal presentimiento, con la creencia de que algo muy malo ocurriría en cualquier momento.
En la ciudad, todos los seres mágicos del lugar estaban siendo asesinados poco a poco. Una masacre se había desatado. Brujas, hadas, magos, sirenas, gnomos, dragones, trolls y todo tipo de criatura con magia se evaporaban del mundo sin excepción alguna.
El ser humano tiende a exterminar aquello que considera una amenaza. Ese impulso de hacer todo lo posible para ser la raza superior fue lo que motivó al rey a dar la orden de aniquilar la magia, porque todo lo mágico tenía más poder que él, y eso no podía ser así. Los ciudadanos, alegres porque ya no tendrían que convivir con seres superiores a ellos, festejaban en las calles con bailes y cantos.
Mientras ellos se movían con soltura y felicidad, Pierce se desplazaba con movimientos cautelosos acompañados de una mirada y oídos atentos a todo lo que lo rodeaba. El joven campesino de ojos color café no podía librarse del mal presentimiento que tenía. Aquel sentir le indicaba que una tragedia estaba formándose. Como un globo inflándose a más no poder, hasta que finalmente estalla. Sin embargo, Pierce no se imaginaba, ni por asomo, lo que iba a ocurrir.
Los días pasaban y había una gran tensión en el aire, aunque nadie más que Pierce parecía darse cuenta. Agobiado por sus pensamientos, el joven decidió ir a dar un paseo al bosque para despejar la mente y conseguir un poco de leña. Entonces, tomó su hacha y su caballo para luego comenzar el viaje hacia su destino.
Estuvo varias horas cortando leña sin parar a descansar, pero se detuvo abruptamente cuando un pedazo de tronco salió disparado y se oyó un cristal quebrarse. Con el entrecejo fruncido, avanzó hacia el lugar del que oyó el ruido. Sus labios se entreabrieron con sorpresa y el hacha resbaló de su mano.
Estaba roto. El cristal se había roto.
Muchísimos años atrás, los seres mágicos que habitaban allí habían construido un domo que mantenía al lugar aislado del resto del mundo, privándolos de su libertad pero manteniéndolos seguros. Y ahora se había roto. Pierce se acercó aún más, haciendo que su sorpresa y temor aumentaran al ver que el cristal estaba resquebrajándose en varias partes. Su mal presentimiento se había hecho realidad. El vidrio mágico que los protegía estaba rompiéndose, seguramente porque la magia menguaba debido a la ausencia de sus creadores. El globo se había inflado demasiado, y estaba a punto de estallar.
Aún aturdido y desorientado por la sorpresa, extendió su mano hacia el domo y bastó con un pequeño roce de su dedo índice para que se creara una nueva rotura. Retrocedió al instante, atemorizado, con la intención de correr para advertirle al resto lo que estaba sucediendo. Pero, antes de que pudiese dar un paso, el cristal estalló en miles de pedazos. El domo mágico que los mantenía a salvo se hizo añicos en un par de segundos, sin darles tiempo a nada.
Se desató el caos en la ciudad y el lugar se vio sumergido en una densa oscuridad. Una cantidad incontable de seres malignos cruzaron las fronteras para atormentar a los habitantes, las pestes y desgracias del exterior contagiaban el mundo que la magia se había encargado de proteger. Los humanos, cegados por el deseo de ser superiores, habían sido los causantes de su destrucción.
Fase 3 - Disparador 4
646 palabras
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