Fase II - Maldición morada
Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo, en el pequeño pueblo de Lakveria, la luna se tiñó de morado. Esto era alarmante porque, en la antigüedad, se creía que la luna morada era un presagio de acontecimientos nefastos.
Y así fue, un par de noches más tarde, Lakveria comenzó a sufrir grandes catástrofes. La gente enfermó, el ganado murió y la cosecha se echó a perder, entre otras cosas.
Desesperados y atemorizados por lo que conocían como "la maldición morada", los pueblerinos le echaron la culpa de lo que ocurría a la única persona capaz de provocar algo así: Ember Shipton, la bruja del pueblo. Llegando a la conclusión de que debían quemarla en la hoguera para poner fin a la maldición.
Ante tal decisión, Ember intentó convencerlos de que ella no era la responsable de lo que sucedía. Pero nadie le creyó. Desconocían que la bruja no podía realizar magia desde hacía bastante tiempo, ya que su poder se almacenaba en la pequeña piedra azul que adornaba su collar. Esta era una piedra capaz de absorber energías y cualquier tipo de magia, pero a Ember se le había agotado su suministro y no tenía manera de recargarlo.
El motivo de su falta de magia era que esta provenía de una piedra azulada que se encontró en la cueva de un dragón siglos atrás, pero poco y nada se sabía de aquel objeto. Existían guerreros que se armaban de valentía y emprendían la aventura de encontrar tal piedra, también los comerciantes se metían a cualquier cueva buscándola para poder venderla a un gran precio. Y las brujas, como Ember, ya no podían lanzar hechizos ni preparar pócimas mágicas por la falta de la gema.
-Les demostraré que yo no he ocasionado esto -había dicho ella-. Voy a encargarme de deshacer esta maldición y, cuando lo haya logrado, entenderán que soy una bruja buena.
Ember se puso en aquel compromiso porque recordó el viejo cuento que solía contarle su madre cuando ella era una niña. Era la historia de la piedra del bien. Hablaba de una gema preciosa, azulada, que estaba escondida en una cueva custodiada por un dragón y era capaz de revertir cualquier maleficio, pues servía únicamente para hacer el bien.
Confiando en su corazón y en lo que este le decía, la bruja inició su viaje para hallar la gema. Teniendo como punto de partida el bosque oscuro, un lugar tenebroso al que nadie quería entrar, y los que sí lo hacían nunca regresaban.
El motivo de su presencia en el bosque oscuro era que, según el cuento, allí habitaba una especie de mariposas casi extintas. Y estas eran las únicas, en todo el mundo, que conocían la ubicación de la cueva que guardaba aquella piedra perdida.
Ember había llegado al lugar durante el mediodía y dio vueltas por allí hasta que anocheció, buscando sin cesar las mariposas. Pero no tuvo éxito. Finalmente, agotada por tanto caminar, tomó asiento en un tronco cortado y se pasó las manos por el rostro. Se sentía molesta por no poder encontrar las benditas mariposas, no podía ser tan difícil hallarlas. Sin embargo, había estado ahí casi todo el día y no tuvo la oportunidad de ver ni una.
Cuando quitó las manos de su cara, se sobresaltó al ver una mariposa en la punta de su zapato. Era hermosa. Con alas blancas como las nubes, donde poseía pequeños diamantes de color esmeralda que brillaban con intensidad.
Es la criatura más hermosa que he visto en mi vida. Pensó la bruja.
Se quedó completamente quieta para no espantar al insecto y, minutos después, otra mariposa idéntica se posó en el único mechón dorado que poseía el cabello blanco de Ember. Dejó incluso de respirar para que las mariposas no se asustaran y volaran lejos de ella.
Luego de minutos en los que se mantuvo inmóvil como una estatua, ambas mariposas levantaron vuelo y comenzaron a alejarse de ella.
-¡Oigan! No se vayan, vengan aquí-gritó, poniéndose de pie con un salto.
Como era de esperarse, ninguna de las mariposas hizo caso a la orden de Ember. Pero algo hizo click en su cabeza y recordó un fragmento del cuento: "las bellas mariposas eran las únicas conocedoras de aquel escondite, y solían guiar hacia allí a las personas que tenían buenas intenciones". Con aquel fragmento repitiéndose en su mente, Ember persiguió a las mariposas por el bosque, confiando ciegamente y dejándose guiar por ellas.
Durante el camino se sumaron otras tres mariposas, se veían frágiles pero eso no les quitaba su belleza. Aunque no podían entenderla, la bruja les agradeció una y otra vez el que fuesen sus guías.
Entrada la madrugada, llegaron a su destino. Las mariposas la habían conducido hacia una cueva en la cima de la montaña más alta de Lakveria. Ember levantó la vista al cielo y posó sus ojos en la inmensa luna morada que tantas desgracias y males le había traído. Por un instante, se preguntó qué debía hacer porque se suponía que la gema era custodiada por un dragón. Mas al no ver rastro de la temible criatura, decidió entrar a la cueva. Pues supuso que el dragón debía estar muerto ya, después de todo la historia tenía millones de años de antigüedad.
El interior de la cueva era tan oscuro que no podían verse ni siquiera las paredes de esta, lo único que resplandecía y resaltaba en el lugar era la preciosa piedra azulada incrustada en una pequeña torre de piedra. Atrayente e hipnotizante, la gema brillaba con intensidad.
Ember avanzó a paso lento, analizando cada movimiento que realizaba y agudizando el oído para poder reaccionar rápidamente ante cualquier amenaza. Cuando estaba a pocos pasos de distancia de la torre de piedra, se detuvo de golpe al oír el sonido producido por cadenas chocando con el suelo, seguido de una débil voz.
-No lo hagas...
Miró a su alrededor con el entrecejo fruncido y el corazón latiéndole desesperadamente. Tragó saliva y, con su antorcha, alumbró en dirección al lugar del que creía haber oído la voz, sorprendiéndose ante lo que sus ojos vieron.
Había una muchacha tirada en el suelo. Sus muñecas y tobillos estaban apresadas por cadenas incrustadas en la pared de la cueva, no podía moverse con facilidad y ya no tenía fuerzas.
Ember la observó con detenimiento, reconociendo el rostro que había debajo de tanta suciedad y sangre. Aquella joven prisionera era Deneb, la princesa del reino vecino.
Deneb llevaba cinco años desaparecida. Por mucho tiempo su padre, el rey, envió tropas a buscarla, pero se dio por vencido al no encontrarla. Dieron por hecho que había muerto a manos de bandidos. Sin embargo, ahí estaba ella. Buscando poder abandonar la tenebrosa cueva del dragón y recuperar la libertad que este le había quitado.
La princesa perdida miró a la bruja con súplica, intentando comunicarse solo con la mirada, ya que no poseía fuerzas siquiera para decir una palabra. Ember avanzó y se agachó frente a ella, mirándola con curiosidad.
-¿Eres Deneb Hamilton? ¿La princesa de Crowfall?
Deneb asintió con la cabeza a modo de respuesta y dio una rápida mirada a las cadenas que la mantenían prisionera, intercaló la mirada entre Ember y las cadenas varias veces, enviando un claro mensaje. De inmediato, la bruja la tomó por la muñeca y con ayuda del fuego quemó las esposas hasta que estas se quebraron. Deneb soltó un gemido de dolor y ahogó un grito al ver lo rojas y dañadas que habían quedado sus muñecas. Mientras tanto, Ember repitió el proceso con las esposas que apresaban los tobillos hasta liberarla por completo.
La princesa se abrazó a sí misma. Sus labios estaban blancos y resecos, su peso demostraba que no había sido bien alimentada y su cuerpo y rostro eran muestra de lo mal que la pasó durante todo ese tiempo.
Ember tomó asiento junto a la princesa, esperando algunos minutos hasta que esta se recuperara y ella pudiese llevársela al rey de Crowfall. Posó los ojos en Deneb y respiró hondo.
-¿Cómo terminaste aquí?
-Iba camino a Lakveria cuando mi carruaje fue atacado por bandidos - explicó-. Mis soldados me ordenaron huir y fue lo que hice. Pero elegí un mal lugar para esconderme: esta cueva. Fui atacada por el dragón, estaba furioso, decía que yo le había robado.
Deneb toma una respiración profunda y Ember nota que le tiemblan las manos. Cuando retoma su relato, la bruja continúa escuchándola con atención.
-Él dijo que yo le robé su piedra preciosa, la de la famosa leyenda, y entonces me arrebató mi corona. Había estado conmigo todo el tiempo, la gema perdida era parte de mi corona de princesa y yo no lo sabía. Pero el dragón no me creyó, y lanzó una maldición sobre mí.
-¿A qué te condenó?
-A permanecer aquí, privada de mi libertad, y a la inmortalidad -Ember abrió los ojos con sorpresa ante las últimas palabras dichas-.Para muchos puede ser una bendición, pero no para mí. Fui condenada a sentir el dolor que me provocan estás cadenas, la insaciable sed y el hambre inmenso, pero no morí. Agonicé durante años, soporté el dolor solo porque no puedo morir. De lo contrario, mi vida habría acabado hace mucho tiempo.
Ambas permanecieron calladas durante los siguientes minutos, sentadas en el frío suelo de la cueva. Sobresaltándose al oír un fuerte ruido, intercambiaron una mirada y se pusieron de pie con rapidez. La princesa se tambaleó y su acompañante la sostuvo para evitar que cayera.
-¿Qué ha sido eso? -susurró.
-Es el dragón -respondió Deneb.
Ember la miró con los ojos como platos. Ella había dado por hecho que el dragón estaba muerto, pero ahora se encontraba allí, avanzando hacia el interior de la cueva. Lo primero que vieron fue su enorme cabeza roja y los intensos ojos verdes que las observaban. La criatura soltó humo por las fosas nasales y rugió antes de lanzar fuego en dirección a ellas.
Pudieron apartarse a tiempo, ya que la bruja tomó del brazo a la princesa y la arrastró con ella. El enemigo rugió otra vez, mientras tanto Ember empujó a Deneb detrás de la torre de piedra para que se refugiara allí.
El dragón volvió a lanzar fuego y Ember se salvó de ser quemada viva gracias a su rapidez. La bestia roja le dio una mirada cargada de furia y terminó de ingresar a la cueva, cuando intentó atacar a la bruja, esta volvió a esquivarlo.
Permanecieron de ese modo durante varios minutos en los que el dragón lanzaba fuego o intentaba golpearla y Ember lograba esquivarlo corriendo de un lado a otro. En cierto momento, el enemigo quiso acercarse a Deneb para atacarla y Ember tuvo que actuar con rapidez, tomando una gran cantidad de tierra y lanzándola a los ojos verdes del dragón.
Él retrocedió varios pasos, chocándose con las paredes, ya que no podía ver. Aprovechando la ceguera de la bestia, la bruja corrió hacia la torre de piedra para tomar la gema. Justo antes de tenerla entre sus manos oyó la voz de Deneb.
-¡No!¡No lo hagas!
Pero era demasiado tarde, Ember ya tenía la piedra en sus manos. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal y ante sus ojos comenzaron a reproducirse escenas de desgracia.
Vio la gema y la magia de esta tornando morada la luna, luego presenció las catástrofes que sufrió su pueblo y la destrucción que le esperaba a este. Entonces lo entendió. La leyenda no era cierta, o al menos no del todo.
La gema de la que tanto hablaban no poseía los poderes que la gente creía, no servía para hacer el bien y deshacer maldiciones. Aquella piedra azulada que ella tenía entre sus dedos era todo lo contrario, después de todo, había sido la causante de la maldición morada.
La visión terminó y Ember regresó en sí. Sintió un fuerte apretón en el brazo y reaccionó: Deneb la estaba alejando de allí y el dragón escupía fuego, destruyendo todo a su paso. Volvió a lanzarle tierra a los ojos y eso les dio cierta ventaja. Cuando estuvo fuera de la cueva sonrió triunfante, pero aquella euforia desapareció al percatarse de lo que ocurría.
La princesa continuaba dentro. Pues no podía abandonar la cueva, ya que había sido condenada a permanecer allí. Por encima de Deneb, la bestia se alzó en el aire desplegando sus grandes alas y el cerebro de la bruja comenzó a maquinar con gran velocidad, buscando una forma de ayudar a la princesa que golpeaba desesperadamente la pared invisible que no le permitía abandonar aquel lugar.
Los ojos de Ember se posaron en la gema que aún conservaba en sus manos y una idea se le cruzó por la cabeza, entonces, sin pararse a meditar las consecuencias que podría traer su acción, lanzó la piedra al suelo provocando que se hiciera añicos. En el momento en que la piedra se rompió, la pared invisible desapareció y Deneb pudo salir. Ambas se hicieron a un lado rápidamente, evitando el fuego del dragón, y se prepararon para enfrentar el siguiente ataque. Pero nada ocurrió.
Al ver que pasaban los minutos y la bestia no salía a atacarlas, se asomaron sigilosamente para ver qué ocurría. Encontrándose con el gran dragón rojo echado en el suelo, muerto. La piedra era su fuente de energía y ahora que no la tenía, estaba muerto.
Alzando la mirada al cielo, Ember se percató del color de la luna. Ya no era morada. La maldición se había roto, al igual que la piedra.
Aún medio aturdidas por lo ocurrido, la princesa y la bruja regresaron juntas a Lakveria. El pueblo se encontraba celebrando el fin de la maldición morada y al ver a Ember la rodearon llenándola de halagos y agradecimientos por salvarlos.
De ese modo, Ember se ganó el cariño y la adoración de los habitantes. En el caso de Deneb, fue trasladada a Crowfall, donde se reencontró con su familia y su pueblo.
Cuenta la leyenda que, hace mucho tiempo atrás, una bruja y una princesa rompieron la maldición morada.
Fase 2: Disparador 4
2349 palabras
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