Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

//13//

¿Para qué sirve la familia? Todavía no te quedaba claro.

Según habías podido apreciar en series de televisión, películas, libros... (vaya, en la ficción). Las familia te apoyaba en momentos duros, nunca te daba la espalda, te trataba con cariño, te respetaba...

Y una puta mierda.

No podías estar en total desacuerdo con ese ideal si se trataba de tus padres, pero la verdad es que desde el día del almuerzo no te parabas a pensar demasiado en ellos, porque solo el hacerlo te cabreaba. Pero podías decirlo abiertamente y sin posibilidad de duda de tu hermano; de ese idiota malcriado, caprichoso y egoísta con el que habías tenido el infortunio de compartir genes.

Con la bata puesta, los pelos hechos un desastre y la cara desencajada por la furia, debías parecer algo así como una drogadicta psicópata. Era normal teniendo en cuenta que, por culpa de Jin, sentías que ibas a volverte loca.

—¡Estando yo en casa, Jin! ¡Estaba en mi puto cuarto!

—¡Ni que te hubieras dado cuenta de nada hasta esta mañana!

—¡¿Y qué hubiera pasado si me despierto esta noche?!

—¡Estaba en mi habitación, no es como si me la hubiera cepillado en el salón!

—¡¿Pero te parece normal decirle algo así a tu hermana pequeña?! —exclamaste, tirándole uno de los cojines del sofá en el que se sentaba.

El chico lo paró como buenamente pudo y te miró con el ceño fruncido; encima tenía la cara de desafiarte con miraditas de cabreo.

—Duermes como un tronco, no te habrías enterado ni de un terremoto.

Gritaste fuera de tus casillas, gruñendo por la frustración que te provocaba que tu hermano no pudiese mirar nunca más allá de su ombligo.

Hace unas cuatro horas te habías levantado y habías ido directa al baño para hacer un pis y cepillarte los dientes, lo normal de tu rutina matutina, vaya. Pues al abrir la puerta del baño te habías encontrado a una chica que no conocías, tapada solamente por una toalla. Encima (por si fuera poco con el susto que te habías llevado al ver a una desconocida en tu baño), la tía tuvo el atrevimiento de preguntarte quién cojones eras tú. EN TU BAÑO. EN TU CASA. Lo que quería decir que Jin ni se había molestado en decirle a su ligue de la noche anterior que tenía una hermana y que vivía con ella.

La situación, como es normal, te había hinchado un poco las narices, pero ni la décima parte de lo que lo hizo que tu hermano (el patán inservible y traicionero de tu hermano) te dejase sin desayuno para que la extraña comiese y que, además, tuviera la desfachatez de llamarte exagerada cuando le echaste la bronca por traer un ligue a la casa que compartíais. Ni habías ido a clase esa mañana por culpa del lío que tenías entre manos...

Ya no podías más.

Era imposible hacerle entrar en razón. Era imposible que se disculpase. Era imposible que tu hermano te tratase con una pizca de cariño o respeto.

—Se acabó —anunciaste, perdiendo tu tono cabreado—. No te aguanto ni un segundo más; no puedo contigo, tú ganas.

El chico te miró, sentado en el sofá, y tuvo la osadía de bufar, como si estuvieras diciendo una tontería. Siempre hacía eso, pero ya no ibas a soportarlo.

Te fuiste a tu habitación de inmediato y, guiada por la rabia, empezaste a meter tus pocas posesiones en la maleta que habías usado para mudarte a ese apartamento.

Suponías que el traqueteo que se escuchaba en tu habitación desde hacía rato había despertado la curiosidad de Jin, porque el chico se asomó por la puerta y se quedó apoyado en el marco de entrada, observando tranquilamente como tirabas tu ropa de cualquier manera en el interior de la maleta.

—¿Qué se supone que haces? —cuestionó con desdén.

—Me piro de esta casa.

Pfff —dejó escapar sonriente—, has tardado dieciocho años en tener la pataleta de irte de casa; ya era hora.

No le respondiste; de hecho, ni le miraste. Seguiste con tu tarea de hacer la maleta lo más tranquila y ordenadamente que te permitían tus nervios.

—¿Dónde se supone que vas a ir? —indagó, dando un paso para entrar en tu cuarto. Solo le respondiste con indiferencia; la más fría que te era posible emular—. Vaaaaaaaaaale, deja ya de hacer el teatro, no me traigo a más ligues a casa, prometido. ¿Puedes parar ya de ser una idiota?

Lo que te faltaba... Eso sí que no.

Podías pasarle muchas cosas —como habías hecho hasta la fecha, en realidad—, pero no eras lo suficientemente permisiva como para que fingiese (por poquito que fuera) que se preocupaba por ti.

—¿Qué más te da lo que yo haga? —murmuraste sin expresión, cerrando la cremallera y quitándote la bata para llevarla en la mano, ya que ni una moto de polvo cabía a esas alturas en la maleta.

—Pues se supone que eres mi hermana, ¿no? —recitó con pesadez.

Reiste con incredulidad y te viste obligada a tomarte un par de segundos para respirar con calma y evitar volver a ponerte a su nivel.

Recogiste algunas cosas que ya no entraban en la maleta ni de broma y te pusiste rumbo a la puerta de entrada. Estabas deseosa por salir de ahí, así que solo te equipaste con una chaqueta sobre el pijama, unas zapatillas y, cargada hasta las cejas, abriste la puerta principal.

—¡¿Estás en serio?! ¡¿Por qué tienes que hacer una montaña de un granito de arena?! ¡¿No ves que no te puedes largar así como así?! —exclamó cabreado. Lo había dicho tan alto que su voz había retumbado por toda la escalera.

Tú habías sido la que había controlado aquella discusión (o la que no había dejado que llegase a mayores), pero pensaste que, aunque fuera por una vez en tu vida, debías ser tú la encargada de poner punto y final a ese conflicto que arrastrabais desde que naciste.

—Te lo repito, Jin: ¿qué más te da lo que haga yo? —cuestionaste, parándote en el pasillo para mirarle fijamente, y cuando estaba a punto de abrir la boca para volver a echarte mierda, continuaste—. ¿Qué te importa a ti lo que haga una hermana pequeña a la que odias? Esa chica fría a la que solo le importa ser perfecta, a la que no le importa nadie ni nada más que eso... Deberías estar aliviado de deshacerte de una persona así.

Lo habías escupido con una rabia tan visible que tu hermano hasta reculó. No podía importarte menos cualquier cosa que hiciese.

Era más fácil mostrar rabia que enseñar que lo que te pasaba verdaderamente es que estabas dolida. Aquello que Jin le dijo a Taehyung de ti se había quedado enquistado en lo más profundo de tu alma, y, al contrario de lo que pensabas, no te sentiste ni un poco mejor al echárselo en cara.

Solo querías que desapareciera de tu vista lo antes posible.

Llegaste a la calle mucho antes de lo que esperabas, teniendo en cuenta lo cargada que ibas, pero una bocanada de aire frío te ayudó más de lo que jamás creíste que podría. Tal vez porque lo que respirabas en realidad era algo muy simple: libertad.

Henchiste el pecho, orgullosa de ti misma. Le habías plantado cara a tu hermano, te habías desahogado y, ahora, eras una mujer libre. Porque sí, eras una MUJER, con todas las letras. Ya no eras ninguna niña llorona que aguantaba que el matón de su hermano la tratase como le daba la gana. Habías... madurado.

Di que sí, Ina. Ahora sí que eres una adulta.

Una adulta con un trabajo en el que le pagan una mierda, sin dinero ni para pagarte un estudio de veinte metros cuadrados y que probablemente morirá de hipotermia en invierno porque te has convertido en una vagabunda...

Pero sí, eres toda una puta adulta.

Pensándolo bien, no habías meditado demasiado eso de irte del apartamento.

¿Qué ibas a hacer? No es como si pudieras dejar tu orgullo de lado tan rápido tras haberlo descubierto por primera vez en la vida. Tenías que luchar contra ese sentimiento que te quería empujar a volver con el rabo entre las piernas junto a tu hermano.

Una adulta lucharía. Y yo SOY una adulta.

Asentiste solemnemente y comenzaste a caminar sin ningún objetivo en mente.

Todo hubiera ido bien de no ser porque tu cerebro empezó a atacarte con dudas como qué ibas a comer, dónde ibas a pasar el resto de la tarde... y lo que es peor: el resto de la noche. ¿Ibas a dormir en la calle?

¡¿De verdad ibas a convertirte en una vagabunda con solo dieciocho años?!

Empezaste a hiperventilar un poquitín, lo que te llevó a pensar que a lo mejor ibas a sufrir un infarto o una embolia o algo así. ¡¿Por qué habías tenido que leer la sintomatología de esas enfermedades?! Ahora sentías que el brazo izquierdo te dolía, y no sabías si era por culpa de tu lado más hipocondríaco, porque llevabas lo equivalente a cinco kilos de ropa encima o porque de verdad ibas a caer muerta de un momento a otro.

Ser adulta es muy estresante, Ina. Enfermedades cardiovasculares, dormir en la calle... Seguramente acabarás cenando del cubo de la basura. ¡De eso a quedarse calva por el estrés solo hay un paso!

Vale, ahora no estabas hiperventilando un poquito, ahora estabas respirando a la velocidad a la que le late el corazón a un colibrí. Ibas a palmar.

No habías avanzado casi nada desde que dejaste el portal atrás, pero ya sentías que no podías más; así que te apoyaste sobre la fachada de una tienda cualquiera, esperando que al agobio que te controlaba le diera por irse porque sí.

Y tanto que no has avanzado, si estás en el súper... Cincuenta pasos separada de tu casa y mira la que lías. Das vergüenza ajena, chica.

Ahora que lo pensabas, ese era el día que Jungkook volvía a incorporarse después de las vacaciones, ¿no?

Estaría bien pasarse a saludarle.

No es que estuvieras cagada de miedo y no quisieras alejarte ni un paso más de tu apartamento. Nooooooooo, para nada. Era solo que querías saludar a Jungkook... Al mismo chico que viste el día anterior en clase. Solo eso.

Entraste al súper peleándote con la puerta (que te costó Dios y ayuda abrir por culpa de todo lo que llevabas encima) y, de inmediato, el moreno te miró mientras reponía la zona de bebidas alcohólicas.

Sí que le gusta esa zona. Solo repone ahí.

El chico, nada más ver que eras tú la que había entrado, soltó uno de sus ya famosos suspiros y se pasó la mano por la cara.

—Por favor, dime que si piensas robarme por lo menos tienes la decencia de llevar un arma o algo escondida debajo de esa montaña de ropa.

—Me he quedado sin casa —musitaste, frunciendo los labios y adoptando la expresión de un cachorrito abandonado.

Decir que no sabías por qué motivo habías soltado eso... sería mentir un poquito.

No lo habías pensado conscientemente antes de entrar, pero en cuanto habías visto a Jungkook ahí, lo tuviste que decir. Internamente esperabas que el chico fuera buena persona y se apiadase de ti lo suficiente como para ofrecerte ayuda.

Jungkook se levantó de su posición sin mirarte y, todavía sin decir o hacer nada más que respirar y existir, se dio la vuelta y empezó a reponer el estante contrario.

—He dicho que me he quedado sin...

—Ya, ya te he oído —te cortó con tono neutro—, y me da igual.

—¿Qué? ¡¿Cómo te va a dar igual?! —inquiriste escandalizada.

—Pues así... —murmuró, antes de ilustrar su apatía encogiéndose de hombros.

—P-pero no puede darte igual —musitaste desanimada.

—Uuuuui que si puede —te contradijo—, solo mírame y verás tooodo lo igual que puede darme.

La tienda estaba vacía a esas horas, pero aunque hubiera estado rebosante de clientes, nada habría podido pararte en tu maratón de darle la brasa al cajero. Una vez terminó de reponer la zona de botellas de vino, comenzó a caminar con varias cajas en los brazos para irse a la zona de cereales, así que, obviamente, le seguiste. Y, por supuesto, lo hiciste sin parar de preguntar todo el rato cómo podía importarle tan poco que te hubieras quedado en la calle, cómo no podía darle ni un poco de pena, cómo seguía reponiendo tan tranquilo, fingiendo no escucharte.

El caso es que Jungkook, por lo visto, era un tío la maaaar de paciente, porque no se inmutaba por más que le perseguías sin descanso, sudando por el esfuerzo que te suponía arrastrar la maleta y todas tus cosas de arriba abajo de la tienda.

Finalmente, te diste cuenta de que acosarle en el trabajo no iba a funcionar, así que, parada frente a la zona de los refrigerados (mientras Jungkook tarareaba tranquilamente), susurraste lo que de verdad querías decir:

—No tengo a nadie más que a ti...

Y se hizo el silencio.

El moreno había parado de tararear, hasta había parado de moverse o parpadear.

Un pequeño resquicio de esperanza se instaló en tu cabeza cuando se levantó de su postura agachada. Pero en cuanto dejó su rostro a tu vista, el sentimiento se apagó tan rápido como había llegado. Podías ver cómo apretaba la mandíbula y fruncía el ceño, lo que no creías que fuera muy buena señal...

—A mí no me "tienes" —masculló sin casi abrir la boca—. Ni siquiera somos amigos...

—Sí que somos amigos —contradeciste en un susurro.

—No, no lo somos; solo nos relacionamos por casualidad.

—¡Sea por casualidad o no, nos hemos hecho amigos! —exclamaste, sin tener ni idea de si en realidad tú misma pensabas eso.

—¿Dónde ves tú que seamos amigos? —Jungkook estaba consiguiendo darte un pelín de miedo.

No es que realmente le vieras capaz de hacerte nada, pero la postura que tenía él (imponente con los brazos cruzados y tan serio) y la que tenías tú (encogida y cabizbaja) reflejaba un contraste tan evidente que empezaste a sentirte insegura. Y cuando te sentías insegura, soltabas cualquier mierda antes de desaparecer para esconderte en algún otro sitio; en este caso, más concretamente en tu apartamento. Jin seguro que se regodeaba de lo lindo en que hubieras vuelto, pero no veías más opciones...

—Somos compañeros de trabajo —murmuraste, aguantándole la mirada con mucho, muchísimo esfuerzo—, nos sentamos juntos en clase, nos lo pasamos bien juntos...

—Eso lo dirás tú —volvió a cortarte con dureza.

—El otro día nos reímos un montón —argumentaste un poco más animada cuando Jungkook volvió a suspirar—, eso es ser amigos, ¿no?

—No —repuso hostil—. Solo porque tenga la mala suerte de compartir curro y clases contigo no significa que seamos amigos.

—Te caigo bien, así que no digas mala suerte —te quejaste ofendida.

—Ah, ¿me caes bien? Pues gracias por decírmelo, porque la verdad es que no lo sabía.

—¿Podrías dejar de ser tan estúpido?

—Es que me obligas a ser estúpido. De verdad que no me creo que estés soltándome que te has quedado sin casa como si esperases que te echase una mano. Ya te lo dije: no esperes mi puta ayuda.

—P-pero eres la única persona en la que confío tanto como para eso...

—¿Para mendigar que te acoja en mi casa? —preguntó como si no quisiera creer lo que oía. Asentiste levemente; total, ya no tenías nada que perder.

Tu mueca de cachorrito desvalido hizo de nuevo su aparición estelar. A Jungkook le resbalaba en sobremanera; de hecho parecía todavía más cabreado que antes.

Notabas como intentaba calmarse volviendo a suspirar, pero no lo estaba consiguiendo, porque soltó un "¡Joder!" entre dientes antes de pasarse la mano por la cara en bucle y revolverse el pelo... Y eso fue solo el principio porque, de un momento a otro, comenzó a caminar frente a ti de arriba abajo del pasillo, mascullando cosas que no entendías.

Jurarías que más que nada lo que soltaba eran insultos y maldiciones.

Le miraste mientras seguía con su caminata en círculos, sin entender qué estaba pasando por la mente del chico para empezar un ritual tan extraño como el que llevaba a cabo. No ibas a echar más leña al fuego, eso ni loca, por lo que esperaste pacientemente en tu posición sin soltar una palabra.

Su caminata paró tan de repente como había empezado. Esta vez, sin embargo, cuando se puso delante tuya no sentías su pose como dura ni amenazante: estaba derrotado.

—Cero, uno, cero, siete, diecinueve —mascó como si, en realidad, no quisiera decirlo. No te atrevías a hablar. Te pareció mejor idea quedarte mirándole con los ojos abiertos de más y expresión desconcertada—. ¡El puto código de la puerta es ese!

—A-ah... de la...

—¡Vete antes de que me arrepienta!

El "click" que emitió tu cerebro cuando por fin entendiste lo que Jungkook trataba de decir te obligó a sonreír de oreja a oreja. Sentías que en cualquier momento iba a echarse atrás (por lo menos su cara de dolor te invitaba a pensar eso), así que fuiste reculando a toda prisa sin parar de darle las gracias.

Los nervios te la estaban jugando mientras sorteabas las estanterías sin mirar, la zona de las cestas y todo en general, porque caminabas de espaldas y, claro, cargada hasta las cejas ocupabas mucho más volumen del normal.

El alma de Jungkook parecía haber abandonado su cuerpo mientras no te quitaba ojo de encima. Te observaba como un monigote sin voluntad, y tú sonreías lo más amablemente que podías para que no retirase eso de que podías ir a su casa.

La bata que llevabas en el brazo se quedó enganchada en las hojas de una piña, los cascos inalámbricos se te cayeron, la chaqueta vaquera provocó que una caja de chicles volcara y un bonito confeti formado por los envoltorios de colores decorase ahora el suelo impoluto del súper.

No escuchaste a Jungkook suspirando esa vez, pero era como si tu mente reproduciese ese sonido en bucle a cada cagada que hacías...

Tras todos los accidentes, llegaste por fin a la puerta. No te atrevías darte la vuelta para mirar los destrozos que habías generado (que debían ser algo parecido a unos disturbios), pero Jungkook, con una voz desanimada que te recordaba al burrito de Winnie de poh, te habló en la distancia.

—Llego a las nueve. Quiero todo recogido y la cena lista...

Eso no significa que retira los derechos de invasión sobre su casa, menos mal.

—Sí, sí, sí, claro —aceptaste seriamente, mirándole desde la puerta.

Te dedicó un gesto con su mano derecha, invitándote a pirarte de ahí de una vez, y eso hiciste.

Pero en cuanto volviste a poner un pie en la calle, te acordaste de algo crucial... y volviste a entrar.

—Oye... ¿cómo se llegaba a tu casa?

Esa vez sí que escuchaste el suspiro de Jungkook.




Recordaste nostálgica como hace cosa de un mes estar en esa casa te puso de los nervios. No es que estuvieras más tranquila ahora, claro, porque seguía siendo la casa de un chico... Lo único que había cambiado es que ahora sabías que ese chico era Jungkook.

Que, bueno, antes también lo sabías; al menos su nombre. Pero no era como lo que sentías ahora. Jungkook era... Jungkook.

Joder, Ina, qué bien te entiendes a ti misma.

Lo que intentabas decir (o eso creías) era que, una vez le conociste mejor, Jungkook había pasado de ser un tío buenísimo a ser simplemente eso: él. Un chaval que seguía estando buenísimo, sí, pero que también era muchas cosas más; tu compañero de clase, de trabajo. Un chico paciente, brusco, gracioso cuando los astros se alineaban. Al que le gustaba el batido de chocolate y que se disfrazaba del Joker en fiestas de Halloween.

Mejor borrar eso último de la mente, Ina, que no es sano...

Si lo pensabas —cosa que hiciste mientras dejabas todas tus cosas en una esquinita del salón, junto al sofá—, no era como si la relación que habías mantenido con Jungkook fuera algo especial, ni siquiera era normal. Todo empezó porque empezaste a trabajar en el restaurante, ¿o fue porque se metió en tu carrera? Quizás fue por esa primera conversación del súper.

No, no, Ina, fue por el día de la fiesta. El pc bang, el beso...

Qué va, ya tenías relación con Jungkook antes de eso, ¿no? ¿Por qué no podías esclarecer el momento en el que empezasteis a ser algo más que conocidos?

Tal vez era por la misma razón de siempre: ese chico, por algún motivo, no te incomodaba. O no lo hacía hasta que se acercaba de más. Aunque... ¿habías estado realmente incómoda alguna de las veces que lo había hecho? Esa vez en su sofá o esa en el baño de la fiesta, ¿estabas incómoda?

Nope, para nada.

Miraste a tu alrededor sin saber qué se suponía que quería que recogieras, todo estaba ordenado al milímetro. Lo que quería decir que, si no tenías nada que limpiar, debías hacer otra de las tareas que te había impuesto "tu casero": la cena.

Fuiste derecha al frigorífico y te encontraste con una escena que te sonaba mucho a esas alturas de tu vida.

Vacío.

No creías tener las habilidades culinarias suficientes como para hacer una cena con medio tomate y un huevo cocido. Tenías que ir a hacer la compra.

Esas seis horas que te separaban de las nueve y media de la noche se te pasaron volando, y te dieron tiempo a ser más que productiva.

Habías ordenado tu ropa en un montoncito (porque el único armario de la casa se encontraba en el único cuarto de la casa, y estaba hasta los topes de ropa negra), habías hecho la compra, habías limpiado el polvo y habías cocinado.

Bueno, habías hecho ramen, que entra en la clasificación de cocinar pero no del todo.

También aprovechaste para estudiar un poco, cosa que en el apartamento que compartías con tu hermano era prácticamente imposible de hacer. Podías presumir con orgullo de que volvías a estar al día en clase.

Esas seis horas de soledad absoluta habían estado bastante bien, pero ya estabas un poco aburrida. Llevabas unos treinta y dos minutos a la espera, sentada sobre un cojín en el suelo —porque no había mesa alta ni sillas—, con la cena servida en la mesa baja del salón y sin apartar los ojos de la puerta de entrada.

Incluso a ti te sorprendió darte cuenta de que cuando los pitidos del código de seguridad de la puerta sonaron, empezaste a sonreír.

—Hola, bienvenido —dijiste, en tu mejor tono educado y amable.

Jungkook se quedó parado nada más entrar, con la mano todavía en el pomo de la puerta. Señalaste con los brazos abiertos el banquete (compuesto de ramen y una ensalada) que habías preparado tú solita para cenar, y no contenta con eso, también quisiste que viera que la casa estaba reluciente; más o menos como estaba cuando llegaste, siendo sincera.

—Joder, se me había olvidado que ibas a estar aquí —gruñó el moreno, haciéndote perder de repente toda la ilusión que mostrabas. Sin volver a reparar en tu presencia, se quitó los zapatos y se fue directo a la habitación, aunque antes de cerrarla por lo menos tuvo la decencia de volver a hablarte—. Tú duermes en el sofá.

Y nada más.

Chafada, estabas muy muy chafada. Lo bueno es que tenías dos cuencos gigantes de ramen para comer y no ibas a desaprovecharlos, claro.

Después de unos quince minutos, empezaste a escuchar ronquidos provenientes de la habitación de Jungkook, y seguiste comiendo en silencio, acompañada de esa melodía de sonidos guturales que daban miedo; ni tu hermano roncaba tanto.

Tardaste la friolera de un cuenco y medio rebosante de fideos en sentir que, si dabas un bocado más, el ombligo se te iba a dar la vuelta; cejando en tu empeño por terminarte la cena para dos, fregaste los platos y volviste al que iba a ser tu nidito esa noche.

No recordabas, desde luego, que ese sofá fuera tan incómodo. La última vez que estuviste echada ahí no te lo pareció, aunque no estabas muy centrada en notar los muelles o la rugosidad de la tela; era más bien secundario. Pero como ahora no tenías a ningún buenorro de espaldas anchas y brazos pétreos encima, era más fácil darte cuenta de lo mal que lo ibas a pasar estando ahí echada.

Como no había ni una sola opción de entretenimiento en esa casa, te hiciste con tu móvil de la mesita de noche improvisaba que habías hecho con tu maleta y... te llevaste una sorpresa, aunque no una agradable.

Treinta y siete llamadas perdidas.

Todas y cada una de ellas, provenientes de Jin.

A tu hermano le había entrado el canguelo porque no volvieses esa noche a dormir a casa, seguro que creía que te estabas marcando un farol al irte. La verdad es que si Jungkook hubiera pasado de ti, habría tenido que ser un farol. Pero como, al menos por esa noche, tenías un techo bajo el que dormir, borraste las notificaciones y pusiste una peli cualquiera.

Ni equipada con los cascos pudiste dejar de escuchar la maravillosa banda sonora de los ronquidos del chico en la distancia.

En una casa extraña, echada en un sofá ajeno y viendo "Buscando a Nemo" en la pantalla de tu móvil, pensaste que, de todas las opciones que habrías podido elegir, la que habías acabado haciendo era de lejos la peor.


---

Buenas, amouressss

Hoy tenemos capítulo cortito pero intenso. Ahora, por arte y gracia del destino (o de aquí una servidora, según se mire), Jaykehey y la Inita comparten piso... Bueno, al menos por esa noche, ¿creeis que esto traerá algun tipo de conflicto o... de cualquier otra cosa?

Ya sabéis que lo que es conflicto seguro que hay entre estos dos... Seguro que muchas estáis de acuerdo con la decisión de Ina de platarle cara al Jinnie, porque la verdad es que aquí el niño se pasa de vez en cuando...

No tengo mucha cosita más para decir, mis amores preciosos, solo que espero que os haya molado el capi (aunque haya sido cortito) y que nos vemos pronto prontísimo.

Py <3

---

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro