Qu'on s'aime, qu'on ait une vie grandiose, grandiose.
El cielo se caía en lágrimas que de repente le salpicaban los pies, si alguien se le acercara y le preguntara qué hacía allí, en medio de la tormenta, en medio del agua fría de una alberca desolada, se encogería de hombros y negaría con la cabeza. Existían mil cosas en su vida que no tenían explicación, entonces creía que al menos merecía por una vez hacer algo que no lo tuviera, como estar ahí, congelándose, observando el cielo iluminarse cada que un rayo aparecía entre las nubes.
El estado del tiempo se asemejaba al de su corazón, turbulento y caótico, gélido.
Le consolaba la historia en su cabeza, aquella en la que de vez en cuando se refugiaba. En ella su matrimonio concertado con Jungkook había ido de maravilla, y estaban por traer al mundo a un pequeño. Sus padres estaban emocionados por ser abuelos, su madre se había mudado con él para cuidarlo, y sus hermanas le ayudaban a decorar su habitación, su hermano menor, él quería que fuese un niño para jugar; su padre estaba orgulloso de la familia que tenía. En su cabeza no sentía dolor.
Entornando los ojos, entre las sombras que iban más allá de la cueva en la que se protegía de la lluvia, le pareció que alguien se acercaba a él. A sus costados tenía reflectores pequeños que iluminaban el interior, mas aquel hotel en el que se estaba hospedando, no gozaba de buena infraestructura y el exterior apenas tenía un par de faros repartidos cada quince metros, además su vista estaba cansada. Tenía mucho sueño, se sentía muy débil.
Escuchó el chapoteo en la alberca y entonces entendió que no había sido su imaginación, alguien de verdad nadaba en su dirección, quizá algún trabajador que le pediría que permaneciera en su habitación, porque era peligroso estar ahí.
Sin embargo, la persona que salió del agua no era un extraño.
Era el alfa que amaba, era el único capaz de hacerle desear una vida feliz.
Sin dejar de abrazar sus rodillas, y sin moverse ni un centímetro, le observó salir empapado, la ropa escurriendo y salpicándole.
No entendía qué hacía allí, cuando el cielo se estaba cayendo, y lo mejor era estar bajo un techo, rodeado de la calidez y seguridad de cuatro paredes.
—Jimin —aunque deseó rodearlo con sus brazos, temió mojarlo—, regresa... Regresa a mí —dijo consciente que en ese preciso momento no tenía un lugar al cuál llevarlo.
Pero si estaban juntos, seguro cualquier sitio serviría, lo importante era permanecer unidos, para curarse mutuamente, para sanar.
—¿Eres real? —expulsó asustado de que al acercarse desapareciera, por ello el brazo que estiró para tocarlo, regresó a su costado—. Jungkook, no te vayas —suplicó con voz trémula.
Le daba igual si era una ilusión de su cabeza, si no podía atraparlo porque entonces se desvanecería, se conformaba con que le hiciera compañía unos minutos.
El alfa al verle tan confundido, con el dolor adherido como una segunda piel, dejó de preocuparse por su ropa y cayendo de rodillas frente a él, lo tomó por las mejillas.
—Perdí a nuestro bebé —sollozó sorprendido de que todo fuese tan realista, de su toque sutil, delicado, anhelado, y su inconfundible olor a madera y licor—. Tienes que creerme, intenté ser fuerte, pero...
No le permitió continuar. Lo abrazó con firmeza, por si intentaba escapar, mas percibió al instante que el omega había perdido demasiado peso, que estaba ardiendo en fiebre y que apenas tenía la fuerza para devolverle el gesto.
—Te sacaré de aquí, estarás bien, te lo prometo —susurró contra su oído.
Jimin dejó de luchar, envuelto por la presencia del alfa, por su voz, por su calor, se permitió abandonarse.
✧✦✧
El subir y el bajar del pecho de Jimin le mantenía con los sentidos alerta, aunque sabía que estaba fuera de peligro, no quería que ni una pesadilla le perturbara. Dormía con un gesto suave en el rostro, sereno y hermoso. Como ajeno a todo el mal que les rodeaba.
Por milésima vez se levantó para acomodarle las cobijas, aprovechando para depositar un beso en su frente. Acomodó un par de mechones rebeldes tras su oreja y regresó a la silla para contemplarle.
Ahora que lo tenía tan cerca podía respirar con tranquilidad, aunque el presentimiento de perderlo de nuevo persistía en el fondo de su cabeza, y quizá jamás lograría deshacerse de él.
En ese preciso instante deseaba marcarlo, antes de que fuera demasiado tarde y algo más los separara, la incertidumbre de no entender lo que le sucedía le inquietaba. Necesitaba vincularse con Jimin, sin embargo, no lo haría si el omega lo rechazaba.
Esperó paciente a que despertara, si necesitaba dormir todo el día, no le importaba permanecer a su lado, lo haría toda la vida.
Por suerte bastaron seis horas, el menor que contenía un pedacito de sol en la mirada, se removió antes de abrir los ojos con pesadez. Sus largas pestañas dibujaron sombras en sus pómulos.
—Hey —se estiró para tomar su mano, la acercó a sus labios y besó sus nudillos—, ¿cómo te sientes?
Jimin parpadeó con lentitud un par de veces antes de sonreír.
—¿Sigo soñando? O acaso... ¿Estoy muerto? —cuestionó sin pesar, como si no lo lamentara ni un poco.
—Estás conmigo, estarás bien, te lo prometo —respondió triste por su reacción, sintiéndose culpable.
—No prometas lo que no puedas cumplir, una vez, prometí que mi bebé y yo estaríamos bien. Y ahora... —su voz se fue apagando, dando a entender que había fallado.
Al sacarlo de la alberca lo llevó de vuelta a su habitación y llamó a un médico que —tras convencerlo de que le ayudara con todo y el mal tiempo—, accedió. Después de revisarlo y bajarle la fiebre, le encargó la tarea de cuidarlo. Además de verificar que comiera correctamente, le había recetado un tratamiento para que fortaleciera su sistema inmunológico.
—Jimin, nunca entenderé por qué el destino quiso que las circunstancias de nuestro encuentro fueran así, tan complicadas... La primera vez que lo pensé llegué a la conclusión de que lo mejor para ambos sería seguir por caminos separados —calló para tomar aire, le costaba respirar cuando el adverso le observaba con tanta inocencia, debería odiarlo y no mirarle como si fuera un ángel—, cuando lo intenté todo salió mal... Si te pierdo, no podré seguir... Quédate conmigo...
—Estamos juntos ahora —musitó entrelazado sus dedos.
Se le veía tan aturdido, quizá debido al efecto secundario de algún medicamento, o tal vez era consecuencia del dolor que había experimentado.
—Lo estamos, si no es un sueño, ¿te irás? —probó preocupado por su respuesta.
—En mis sueños nunca me besas, porque no puedo imaginarlo... Supongo que no me permito ser tan ambicioso —pronunció desvaneciendo la sonrisa.
Jungkook se inclinó sobre él, con su mano libre acunó la mejilla de Jimin, cerró los ojos y dejó que sus labios encontraran el camino a los adversos. Encajaron a la perfección, tal como la primera vez, aunque habían pasado un montón de cosas desde ese día, sus bocas seguían perteneciéndose. Al igual que ellos mismos.
Había transcurrido un mes buscándolo sin descanso, un mes pensando solo en él, y ahora que podía besarle. No podía simplemente parar después de unos segundos. Aunque su corazón amenazara con escapar por su boca.
Con su lengua lamió el labio inferior de Jimin, y una vez que le dio acceso a su interior, se topó con la adversa y la empujó impaciente por sentirlo más, mucho más de lo que ya lo hacía.
Solo cuando Jimin alcanzó su nuca y con suavidad tiró de sus cabellos para que se separaran, fue que cedió.
—¿Qué harás? —insistió, mirándolo con intensidad, sin guardarse nada en el proceso.
Sumergió los dedos en los cabellos castaños, en aquellas finas hebras brillosas y suaves que siempre anheló sentir. Y contrario a lo que creyó, no se sintió culpable, ni sintió que estaba haciendo algo incorrecto. Al contrario, la sensación de libertad le arrolló con violencia.
—Me quedaré contigo —contestó.
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