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38. Mi mejor amigo

Entre a mi estudio, mojado y desdichado. La lluvia que había estado a mi lado toda la semana seguía junto a la ventana. Mirándome, llorando por mí. Abrazándome, precisamente porque no daba crédito a lo que la había visto hacer. Evangeline me había traicionado. Había hecho aquello de lo que la creía imposible de cometer.

Mire a la nada, perdiéndome entre la alfombra oscura del suelo y el sofá de terciopelo que se empapaba con mi cuerpo recién expuesto al aguacero. Gotas cayeron por mi mentón, justo cuando aquellos suspiros resonaron en mi mente. Evoqué su voz. La lastima lanzada el último día en que nos habíamos dirigido la mirada.

Evangeline realmente me había abandonado.

Apreté los puños al pensarla. Sus brazos, su cuerpo… inclusive los besos que ya no serían míos. Mis manos taparon mi rostro herido y afligido. Llorar no serviría de nada. Lo había intentando todo ya. Me había humillado frente a ella y había llegado hasta el punto de arrodillarme. Plañir no había sido suficiente. Ella me había ignorado, dado la espalda y no había vuelto a mi lado para consolarme… para decirme que era todo una mentira. ¿Qué es que no me amaba?

Acaricie el tabique de mi nariz con desesperación y teniéndola enterrada en el pecho, proseguí a recordarla una y otra y otra vez. ¿Por qué me estaba pasando esto? No lo podía creer.

¿Por qué? ¿Por qué lo había hecho? ¿¡Por qué tenía que dejarme!?

Aquella imagen volvió a golpearme, lenta y dolorosamente. Volví a ocultar mi rostro llenó de pena y sufrimiento. Suspire amargamente, sabiendo que si estuviese vivo, mis lágrimas estuviesen rodando a mares de mis ojos verdes.

¿Por qué me había dejado? ¿¡Por qué me había dejado!?

Mis cejas se arrugaron, esta vez envueltas en incomprensión e ira. Traición. ¿Por qué me había dejado a mí? ¿Por qué había dejado a quien le daría cualquier cosa? ¿¡Por qué!? ¿Por qué me había apartado?

Mis puños se encajaron en mi piel muerta. Las heridas se profundizaron, pero el dolor no pudo calmarme. El cuerpo me hirvió en cólera y esta vez, resguarde mi rostro llenó de vergüenza y furor.

¿Qué no entendía el daño que me estaba haciendo? Yo nunca moriría y por ende, yo nunca la olvidaría. Ella se revolcaría con otros, formaría una familia y moriría con el paso de los años… pero yo, yo no. Yo me reconcomería el alma cada día porque la eternidad sería larga.  La invocaría en mis memorias. La amaría y me odiaría por eso, porque a pesar del tiempo que habíamos pasado juntos, ella yacía feliz ahora y ya suspiraba por otro.

¿Pero y yo? ¿¡Y yo qué!? ¿¡Qué pasaría conmigo!? ¿Esta era esa tortura que merecía?

Pensé en las miles de víctimas que había tenido; en las muchas de las personas, que entre mis manos, habían tenido su último suspiro. ¿Esta era su forma de represalia? Volver de mí una persona vesania.

    

Golpee mi escritorio en un sonido sordo y seco, tratando de despegar aquellas ideas de mi mente. ¡Yo no había cometido ningún delito tan fuerte! Había matado, si… pero no por deseo sino más bien por necesidad.

¿Es que ser un vampiro era el problema? ¿Ese era el desacierto de mi felicidad? ¡Ser mordido antes de descansar en paz no había sido mi decisión! Mis colmillos salieron filosos y amenazantes, rugiendo por sangre y venganza.

¿Qué había hecho mal? Me tome la cabeza para tranquilizarme. Yo nunca la había tocado, no la había lastimado jamás. Ante sus ojos era un hombre común; como cualquier otro. ¿Qué es que no me amaba por eso? ¡Ella lo había dicho...!

Un trueno alboroto a la ventana y mis manos no pudieron evitar apretarse frente a sí mismas.

¿Me había mentido? ¿Habían sido mentiras nada más?

Traté de controlarme. Intenté de mantener la postura, pero aquel gemido en sus labios y su boca pidiéndome perdón al descubrir su pecado volvieron a torturarme.

Mi respiración se agitó. Hiperventilé y por primera vez, sentí una pulsada en el pecho. Algo estaba ahí. Algo me dolía. ¿Esto era lo que muchos llamaban desamor? Trate de negarlo, pero era más claro que el agua que me había utilizado. Esa perra rastrera lo había hecho. Me había usado… se había reído de mí.

Apreté la mandíbula y tensé mis huesos. Esa mujer… esa mujer se había burlado de mí.

Me paré del asiento dispuesto a ir a Rusia para matarla, pero los recuerdos de su sonrisa traviesa me hicieron detenerme al acto. Caí rendido de nuevo en el sofá, entendiendo mejor que nadie, que aunque yo ardiese de odio en lo más profundo de este mundo… no la podría tocar nunca más.

                                                      * * *

Sentí la puerta abrirse tras dejar las preguntas atrás. El silencio que me había ensordecido por tantas horas se había apaciguado por los pasos entrar. La lluvia se había calmado ya, pero aún yo seguía plasmado en el suelo. Húmedo por el engaño y la tormenta que me había empapado.

¿Quién era? ¿Qué quería? ¿Qué no veía? No quería hablar.

—¡Liam, al fin te encuentro! —El chico que había visto crecer desde su nacimiento, entró al recinto de manera ignorante y sonriente— ¿Qué haces aquí solo y en la oscuridad? ¿Te ha pasado algo?

No conteste sus preguntas por desconsuelo y dolor de cabeza. Respire amargamente de nuevo, pensando. Recordando y analizando. ¿Por qué sentía que se burlaba el también de mí?

—¿Liam? —Se acercó atizado y resplandeciente— ¡Vamos viejo! ¿Qué no quieres celebrar?

Apreté mis manos en exasperación. ¿Brindar? ¿Qué quería que fuese a festejar? ¿Quería que bailase por mis lacerantes condolencias? Mi humor volvió a desmoronarse, justo como si Volker fuese el responsable de mi desdicha.

—Liam —El vampiro se acercó a mí, sonriente para suspirar—. Te dije que los humanos eran solo para jugar…

Mis ojos se levantaron en símbolo de sorpresa y confusión. ¿Cómo? ¿Cuándo se había dado cuenta? Me levante lentamente, amenazante y enojado todavía.

—¿Lo sabías?

Aquel hombre que había sido mi amigo desde hacía ya cuatro siglos, camino derecho, ignorándome. Abriendo cajones, inspeccionando estantes.

—¿No tienes un buen vino por aquí? —Siguió evitándome, abriendo entonces la cava de licor que resguardaba desde hacía años— ¡Oh, con que aquí los guardabas…!

—Volker…

—¿1858, eh? —pregunto al ver la etiqueta de la primera botella atesorada— ¡Vaya reliquia! ¿Me permites?

—Volker… ¿quién te contó de ella?

Mi mejor amigo respiró profundamente y volviendo a desatenderme, clavo una de sus uñas en el corcho, haciendo fuerza para destaparlo.

—Volker… —Volví a llamarle, esta vez en un tono más severo— ¿Qué hiciste…?

Se sirvió la primera copa. El olor del licor me revolvió el estómago y me hizo sentirme más irritado que antes. ¿No iba a responderme aún y aunque estuviese tocando mis cosas? ¿Qué no quería mirarme? Le observé tomar otra copa. Me servía una por igual.

No pregunte nada más hasta que le vi tomar los dos cálices de cristal y con una arrogante sonrisa, la situaba con fuerza entre mis manos. Mi rostro yacio serio y molesto; más por saber que por ser el hijo de quién me había mordido, yo no podía hacer más que obedecerle… cumplirle los caprichos. Dejarme hacer envuelto en sumisión y una desazón incontrolable.

—¿Vas a celebrar conmigo o no?

Miré el liquido oscuro dar vueltas y no pude evitar quedarme plasmado en la imagen que se mostraba en el vino. Mi cabello era corto y mis ojos, a pesar de ser verdes, se mostraban rojos.

—Liam… —Mi mejor amigo me llamó de una manera severa y asediada—. Bebe tu vino…

Templé la mirada, sintiendo algo que dentro se quemaba. Obedecer sería la respuesta más sencilla y tomar alcohol sería lo más cotidiano, pero esta vez no tenía ganas de acatar órdenes. No quería ser más el discípulo humillado. Poder y respeto. Eso era lo que quería.

—Bebe el vino —La voz rasposa de aquel vampiro joven volvió a dar un decreto, furioso e impaciente

—¿Qué hiciste? —volví a repetir

—Bebe tu maldito vino —Me ignoró por completo, elevando la voz

Mis ojos dejaron de mirar la copa y, con una sensación de traición, mire aquel niño de ojos verdosos. El al fin me observaba, pero de una manera escocida e indignada. Esperando, observando mi cáliz de tanto en tanto.

El había hecho algo…

—¿Qué le dijiste?

Mis ojos se hicieron más suspicaces, ahora seguros de que él había intervenido en todo esto.

—¿¡Qué rayos le dijiste!?

Guardó silencio, como lo había hecho desde que había entrado en mi aposento. ¿Creía que con tan solo callar, se iba a salvar de esta? Mi humor volvió a ponerse negro, pesado. Mis manos, más cabreadas que nunca, apretaron la copa que me había dado y, sin esperar nada más, aquella baratija se quebró en miles de pedazos. Los cristales se encajaron en mis manos y el vino manchó la alfombra. Ya no había nada que tomar.

—¡Es una humana! —Explotó Volker en su alegato y coartada— Solo un muñeco más…

—¿Qué le dijiste? —Insistí, con el mismo tono de voz que usaba Volker

—Ya te lo he dicho —Mi amigo gritó de nuevo—. Es una humana Liam, realmente no debería de interesarte

—¡¿Qué mierda le dijiste?!

—¿¡Desde cuando te interesa tanto una humana!? —bramó violento, al tiempo en que aventaba la copa hacia la nada— ¿Qué no entiendes? ¡Los humanos son todos iguales! Machos y hembras, todos son objetos, juguetes. ¿Por qué has de preocuparte tanto por uno? ¡Ve y consíguete uno nuevo!

—Tú no entiendes…

—¿Qué tengo que entender? ¡No puedes tener un amorío con una humana! Somos vampiros, ellos humanos. ¡No podemos revolver las razas!

—¡Que tu madre humana te haya abandonado. no es mi maldito problema!— Escupí en mi lugar, sabiendo que esa era la razón por la que el tanto los repudiaba

Volker calló un cuarto de segundo, herido tal vez por mis palabras.

—Eres un imbécil —Terminó por decir—, ¿pero sabes qué? Tu maldita humana, así como tú dices, igualmente te abandonó

—No, no lo hizo —Volví a elevar la voz

—¡Si, si Liam! Te abandonó y lo sabes

—¡Tu le dijiste algo! ¡Lo sé!

—¿Tienes pruebas? —hizo una larga pausa, con una sonrisa arrogante en su rostro— Tú no tienes pruebas de nada, así que no me juzgues maldito idiota. ¡Que te hayan aburrido de ti, no es mi maldito problema!

Respire profundamente, mirando entonces como mi puño se preparaba. Esta sería la primera vez que le pegaba pero su maldito rostro y su maldita sonrisa ya me estaba incomodando más de lo que siempre aguantaba.  

Escuche su risa presuntuosa y soberbia lanzarse al aire y no pude evitar recordar a Evangeline. ¿Ella también se estaría burlando de mí?

Mis cejas se arrugaron en señal de ira. ¿Por qué tenía que burlase el de mí? Era alguien mayor, con mucha más experiencia de vida. El era un niño, alguien con solo cuatrocientos años de vida. ¿Por qué tenía que someterme ante alguien como él? Respire con fuerza antes de írmele encima, estibando al fin mi ira en su mejilla.

El cuerpo de aquel vampiro salió volando hasta la estantería, en donde libros y copas se le lanzaron con energía. El quejido de mi mejor amigo había dejado polvo en su camino, pero no paso ni un minuto para que aquel cuerpo respondiese con un gruñido entre el desorden.

—¡¿Pero qué mierda te pasa?! —Se paró al instante, descargando su rabieta en el aire— ¿Qué no sabes quién soy yo? ¡Podrían matarte si lo dictase! Maldito desgraciado

—Haz lo que se hinche un huevo —Resoplé más calmado, ya que por alguna extraña razón, haberlo golpeado me había tranquilizado un tanto—. Yo me largo…

—¿Pero qué mierda...? ¡Liam! ¿A dónde crees que vas? —Mi mejor amigo rugió tras de mi

—No te interesa —Suspire siguiendo mi camino—, no me molestes

Di dos pasos adelante, seguro al fin de mi mismo, pero justo cuando estuve por girar la perilla para largarme cuanto antes de aquel lugar llenó de envidia y riña, su voz volvió a atacarme.

—Me alegró de que Evangeline te haya dejado…

Respire amargamente, sabiendo claro que mi serenidad terminaría con escuchar aquel nombre. La paz que había encontrado con atizar a mi mejor amigo ya no fue suficiente. Volví a sentirme inestable, irritado. Molesto y colérico.

Giré mi cuerpo en un segundo y al otro, ya estaba de nuevo golpeando a quien había dejado de sonreír al verme. Trato de defenderse al adivinar mis propósitos, pero yo estaba en un trance que parecía hacerme invencible. Terminamos en el suelo, golpeándonos mutuamente.

Los minutos pasaron y seguimos con la pelea. El intentaba esquivar los golpes y yo ofrecía cuantos puños pudiese aventarle. Mi estudio terminó hecho un caos pues había tacleado a Volker contra mi mesa y él me había aventado las botellas de vino que había guardado desde que su padre me había convertido en lo que era.

El alboroto no causo que nadie más interviniera, pero era claro que una batalla se estaba dando dentro de mi habitación. Los gruñidos de mi mejor amigo trataban de detenerme, pero yo seguía descargando mi ira cada vez que abría su boca para maldecirme.

Madera y vidrios habían cubierto el suelo y fue obvio que el intento varias veces en matarme. Su último intento, cual fallido como todos los demás, le había causado un brazo roto y un golpe en la mejilla. Atravesarme con una estaca, iba a ser más difícil de lo que él creía.

—¡Aléjate de mí, hijo de puta! —Intentó una última vez en golpearme— ¡Ya verás cuando mi padre se enteré de esto!

Aquello me hizo caer en cuenta de lo que estaba haciendo. Su padre, aunque muy a mi pesar era mi salvador, era el único en este mundo al que realmente le tenía un tremendo pavor. Me retorcí ante sus palabras y, mirando a aquel chico que se había ganado mi imponente odio, no pude evitar el pensar en asesinarle.

Su voz se apagó cuando me vio tomar una de las puntiagudas patas de la mesa.

—¿Qué estas…? —habló seriamente— ¿No estarás pensando en... matarme?

Me acerqué sin miramientos a las manos que trataban de tocarme. Actué sin pensar realmente y atravesé sin miramientos aquellos puños que me habían golpeado varias veces.

Su grito alertó a quienes yacían en la guarida y pronto se escucharon golpes en la entrada del cuarto. Volker sonrió con triunfo y yo no pude evitar querer destrozarle la cara. Aquella sonrisa prepotente ya me estaba cansando.

—¡Estás muerto, Dagon! —susurró para sí mismo— Me encargare de que te torturen de la misma manera en que lo estás haciendo tú…

—¿Torturarte? —solté una media sonrisa al aire. Aquello me había dado cierta gracia. ¿Quién diría que aquella palabra fuese tan indicada en este caso?

Dejé caer la madera a mi lado, sorprendido entonces de cómo él me miraba. Mi mejor amigo, cual malherido y lesionado, me atisbaba con un  delicioso y sorprendente terror. ¿Por qué aquella mirada me hacía sentirme tan pleno, tan feliz? Calmado como antes…

—¿Ya no quieres balbucear nada más? —le susurré al oído— Sigue burlándote de mí, anda…

«¡Liam Dagon! Abre la puerta»

 

—¿A esto llamas torturar, Volker? —Me levante de él, dejándolo en el suelo lesionado— No me conoces ni un poco

Camine derecho para abrir la puerta, dispuesto a encontrarme con regaños y uno que otro hombre preparado para golpearme… pero Volker, parándose de nuevo del suelo, no quiso aceptar la derrota. Aventándose con una estaca contra mi espalda, intentó salir victorioso de la gran disputa.

Fueron segundos los que tarde en responder, pero antes de que aquel vampiro propinara el último golpe de gracia en mi cuerpo, atrape su mano en un simple movimiento. Tal vez no tenía el puesto más alto de la organización pero la sabiduría te daba experiencia; y la experiencia, las agallas. Así que sin importarme nada y, sin una sola pizca de compasión, tome la estaca que había intentando agujerarme y la rasgue contra el rostro de mi querido mejor amigo. Por papanatas, una enorme cicatriz le quedaría de recuerdo.  

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