Primer día
Aidan levantó la cabeza y observo el edificio gris frente a él, por alguna razón le pareció preciosa aquella construcción. Sus ojos se encontraron frente al viejo edificio, gris, con grafitis y dibujos inentendibles pintados en las paredes desnudas de ladrillo, y parches de cemento áspero. Era como ver un lienzo en blanco, pesé a no ser un buen dibujante Aidan ya tenía varios planes para dichas paredes, se imagino junto a su melliza dibujando tranquilamente sobre los grises muros, dándole vida al deprimente edificio, igual que esos adolescentes que con pintura de aerosol llenaban de colores las paredes insípidas, tenían tanto potencial, se notaba que en esa escuela permitían que los alumnos dejaran volar su imaginación. Un enorme muro de barrotes rodeaba la escuela, con alambres de púas encima de ellos, ver esa enorme infraestructura con barrotes en todas ventanas le dio una sensación de tranquilidad, el chico respiro profundo sin dejar de sonreír, era bonito que se preocuparán por la seguridad de sus estudiantes y teniendo en cuenta de que ese era el único bachillerato público de la pequeña ciudad era bueno sentirse protegido (adolescentes de escasos recursos+posibles problemas emocionales o mentales=hábitat propicio para los traficantes de drogas), Aidan no pudo evitar dar un par de saltos al ver la enorme cancha de cemento con oxidados arcos de fútbol sin red, puede que fuera descoordinado de primera, pero vaya que se divertía fingiendo que jugaba, aunque en realidad se alejaba lo más posible del balón, pero todos los golpes o caídas valían la pena una vez estaba comiendo pan con gaseosa y haciendo chistes tontos sin parar, incluso se perdían aún podían encontrar la forma de divertirse, Aidan tenía ese superpoder, podía convertir una mala situación en algo divertido y disfrutable.
— ¿Podemos entrar? — pidió Aidan saltando de emoción, aquél lugar le resultaba de lo más agradable.
— No, cielo, todavía no — respondió Owen mirando con desaliento el colegio —. Dentro de tres años y medio ustedes dos estarán aquí — dijo Owen con tristeza, apretando las pequeñas manos de sus dos hijos de siete años, todo mientras su tercera hija colgaba tranquilamente de un arnés en su pecho, untándose el rostro por completo de una jugosa mandarina.
Ada ya era demasiado grande para los arneses, pero Owen siempre decía que era más fácil lidiar asi con tres niños pequeños, Aidan no pensó mucho en eso, después de todo no era su espalda la que tenía que lidiar con una niña de ocho kilos.
— Ya quiero ser un adolescente — dijo el niño, todavía maravillado por la inmensidad del edificio, era un edificio muy grande, casi cuatro veces más grande que su minúscula primaria, pero eso era bueno, fantástico, una escuela grande significaba más capacidad para alumnos, más alumnos era igual a más amigos y Aidan no podía esperar para tener más amigos, quería tener tantos amigos que en caso de que ocurriera un diluvio (cosa que no pasaría porque así lo prometió Dios) tendría que construir siete arcas de Noe para salvarlos a todos.
En la pequeña ciudad en la que vivían no había mucho que hacer, tampoco es que tuvieran el dinero suficiente para llenarse de aparatos electrónicos hasta vomitar, por eso Aidan rápidamente aprendió que para sentirse bien y mantener su hiperactiva mente ocupada debía hacer amigos. Pese a los típicos estigmas que existen sobre un chico creciendo en un hogar donde la mayoría son mujeres Aidan no tenía ningún problema de índole social, tampoco era retraído, aunque a veces si podía ser un poco loco, no un loco salvaje, sino la clase de loco que va la tienda pero por alguna extraña razón que ni él mismo conoce termina en la quinta porra. Crecer siendo el único hijo varón tenía sus ventajas, no era el "otro hombre de la casa" ni nada por el estilo, pero nadie podía negar que era el consentido, constantemente su madre — la mujer de la casa, la matriarca, la beta, la líder y cualquier otro título de liderazgo que pueda existir — cedía a sus peticiones, pero no tanto al punto de ser un malcriado, además de que conocer los problemas con los que constantemente viven las mujeres lo hizo más empático, convirtiéndolo en la clase de hermano que te compra chocolates y toallas higiénicas mientras miran Legalmente Rubia o Mean Girls por séptima ocasión, el hermano que toda chica desea.
Amaba a sus hermanas, demasiado, no podía imaginarse viviendo sin ellas, eran sus mejores amigas, una de ellas incluso antes de nacer, pero el problema de ser amigo de tus propios hermanos es que no tienes excusas para salir tan fácilmente de tu casa, de la misma forma en que las estaciones cambian y el día se vuelve noche el favorito de Evangeline también cambiaba constantemente, un día podía ser Aidan, otro Ada y al otro estar mirando opciones legales para darlos en adopción, aunque eso último no sucedia muy amenudo. Sabía que su madre lo amaba, los amaba a todos, pero a veces ella le daba un poco de miedo, no solía enojarse constantemente pero cuando lo hacía era realmente aterradora, esas veces en la que su madre le daba miedo podía contarlas con los dedos de la mano, pocas pero no menos graves, esas ocasiones estaban fuego grabadas en su mente y al igual que sus hermanas hizo que prefirieran a su padre, no era tan estricto como su madre y no corrían el riesgo de morir intoxicados cuando él cocinaba, entendía que la dureza de su madre era necesaria, todo hogar necesita un equilibrio: Evangeline era estricta y de amor duro; Owen amoroso y gentil, además de buen cocinero; era el equilibrio perfecto. Nunca lo diría en voz alta, pero Aidan sentía que se asfixiaba en su casa, él era un espíritu libre y estar encerrado en cuatro paredes era su perdición, Aidan odiaba estar solo, realmente lo odiaba, tener hermanos significa que nacer con compañía, pero nadie dijo que tenían que estar juntos siempre.
Katherina ya no pasaba tanto tiempo con Aidan, el niño hacia hasta lo imposible por estar cerca de su hermana, obtenía golosinas frías con ello, pero lo hacia principalmente por estar con ella. Aidan sentía cierta fascinación por Katherina, en especial por su sabiduría, ella entendía tantas cosas que él no y llevaba más tiempo en la tierra por ello conocía más cosas que él, por ejemplo: la nieve; el niño siempre quiso conocerla, pero para sus padres fue más fácil ahorrar para un viaje de tres con un sueldo de electricista y enfermera psiquiátrica, una hazaña casi imposible ahora que eran una familia de seis. Al niño le encantaba escuchar las mismas anécdotas de su hermana o solo oírla hablar de su día escolar, pensaba que pronto él sería así y con la ayuda de Dios su pequeña hermana Ada lo vería con la misma fascinación con la que él veía a Katherina. Haza no entraba en discusión, era su hermana gemela, casi su alma gemela, pero eran muy diferentes entre sí: Haza nació un par de minutos antes que Aidan, el niño pensaba que su hermana estaba tan ansiosa por nacer que no pudo evitar querer volver al útero una vez que se encontró con la realidad del mundo, ella era retraída, tímida y muy callada, tampoco le gustaba mucho hacer amigos o jugar, Aidan la amaba, pero prefería salir a jugar que quedarse a leer un libro, pintar o cualquier cosa que quisiera su hermana, que por alguna razón siempre significaba estar sola, a veces con él, pero por lo general sola, aún así resultaba ser una compañía muy agradable, su hermana gozaba de gran imaginación, lo que se podía traducir en historias antes de dormir gratis. Ada...bueno, Ada comía mandarinas, aún era muy pequeña como para que Aidan pudiera sacar algo bueno de ella, excepto lo adorable, eso ya lo tenía.
El timbre que anunciaba la culminación de las clases sonó y casi al instante una jauría de adolescentes, hormonas y acné salieron disparados de la reja metálica que separaba el colegio del resto del mundo, Owen dio un salto hacía atrás empujando a sus dos hijos en el acto, evitando que un enorme y peludo muchacho se chocara contra ellos, el hombre le lanzó una mirada lasciva, pero el chico solo se rió alejándose.
— Por esa razón debimos esperarla en el auto — Owen pensó en voz alta, esperaba que estar a varios metros contrarios a la escuela evitaría que la jauría furiosa hormonal los golpeara, pero al parecer se equivocó.
No paso mucho hasta que el rostro de Katherina surgió entre la multitud, ella era igual a su padre, siempre dicen que la primera hija es la versión femenina de su padre y era verdad, la misma cabellera castaña, los mismos ojos marrones, la misma piel pecosa y la misma gran altura (incluyendo las piernas largas y delgadas), la chica se movía entre la multitud con torpeza, esquivando los empujones y dando grandes zancadas, una sonrisa se instaló en su rostro al ver a su padre, pero esa misma sonrisa se borro al ver a las tres criaturas que venían con él.
— ¡Papá! ¡Por enésima vez! — Katherina se cubrió el rostro, como si no quisiera que nadie la viera junto a ellos — no vengas por mí al colegio, al menos no con el par de pitufos — la joven arrugó el ceño al ver a la más pequeña de sus hermanas — y sin la bebé mandarina.
— Katy, no seas cruel, hoy tus hermanos salieron temprano de clase y querían ver donde estudia su hermana mayor, eso no es nada malo.
— Es que te admiramos tanto — Aidan inflo las mejillas y parpadeo varias veces, en un intento de verse más tierno.
Pero en vez de provocar alguna reacción positiva ante su ternura Katherina solo rodó los ojos enfadada.
— Callate pitufo.
Aidan se llevó las manos a la cadera exaltado, jamás lo habían insultado así.
— Obligame jirafa.
El enojo de Katherina aumento, era bastante alta para su edad y realmente le desagradaba no ser convencionalmente bonita, al menos no como las otras chicas de su curso.
— ¡Papá! ¿Escuchaste lo que me dijo? — Owen solo se encogió de hombros limpiando las mejillas húmedas de su hija más pequeña.
— Tú empezaste — Owen guardó los restos de la fruta en el bolso, rápidamente comenzó a arrullar a Ada, sino lo hacía comenzaría a llorar a todo pulmón, la pequeña amaba comer y untar todo a su alrededor con dicha comida, que le negaran dicho placer era un delito.
— Sí, pero lo llame pitufo por lo ojiazul y no por su altura — Katherina se cruzo de brazos molesta, a veces Aidan era demasiado molesto para ella, en ocasiones extrañaba al pequeño bebé incapaz de hablar y que solo le gustaba comerse el cabello de los demás.
— Yo lo hice por tu cuello, no por tu altura — Aidan se dio la vuelta, presintiendo lo que estaba por pasar, nunca era bueno hacer enojar a alguien 30 centímetros más alto.
— ¡Ven acá, mocoso!
Cual profeta con el don de la profecía Aidan supo que si se dejaba atrapar por Katherina ella le daría una buena golpiza. Había muchas cosas que a Aidan le gustaban, entre ellas correr, como todo niño de su edad tuvo que elegir en qué basar su personalidad, como todos tuvo tres opciones: carros, superhéroes o dinosaurios; él escogió la última; aunque ya estaba superando esa etapa cada vez que corría se sentía como el ser más rápido del mundo, en su mente pensaba "¡Soy un velociraptor!" y aceleraba el ritmo, eso sumado a la falta de habilidades atléticas de Katherina salvo a Aidan de ser atrapado por su hermana.
Owen llamo a ambos niños para que subieran al auto, pero Aidan quería seguir jugando con Katherina, para él todo era un juego, lo máximo que Katherina hacia en su encontra era salpicarle agua a la cara y él realmente la extrañaba en sus horas de juego con su hermana. Ya no estaban tan juntos como antes, ella ya casi ni pasaba tiempo con él, ahora dedicaba su tiempo libre a leer revistas o trabajar para comprarse las cosas que le gustaban. Era como si ya no fuera la misma Katherina que adoraba jugar hasta la saciedad.
— Papá, quedemonos un rato más, por favor — labios titubeantes, ojos de cachorro regañado y sus pequeñas manitas juntas, así Aidan obtenía lo que quería y casi nunca fallaba.
— Esta bien, pero quédate donde pueda verte — y esa vez no fue la excepción.
— ¡Yei! — Aidan corrió hacia Katherina y la abrazo de la cintura, dando pequeños saltos sin soltarse de ella — ¡Vamos a jugar, Kata! ¡Vamos a jugar! — Katherina puso los ojos en blanco y apartó al pequeño de un solo empujón.
— Estoy cansada, te espero en el auto y no tardes mucho, ¿quieres? Mi última clase fue matematicas y estoy que no doy más — ella intentó caminar e irse pero Aidan volvió a tomarla de la cintura.
— Pero Kata...
— ¡Dije que no, Aidan! — al instante la chica se arrepintió de gritarle, los grandes ojos azules del niño se llenaron de lágrimas y Katherina se odio así misma por ser tan cruel con su hermanito —. Solo estoy cansada, Aidy, solo estoy cansada, si no lloras y eres un buen niño te prometo que después del trabajo te doy los cubitos de gelatina que tanto te gustan — Katherina extendió sus manos y limpió las lágrimas de su hermanito, dándole un beso en la frente — ¿esta bien?
Aidan asintió y Katherina se alejo. El niño contempló a su alrededor y notó como los niños grandes se iban sin siquiera quedarse en la cancha a jugar, el pequeño no los entendía, tenían tanto espacio para correr, saltar y gritar ¿por qué no jugaban? Todos tenían la vista fija en sus teléfonos o escuchaban musicá, Aidan entendió porque su madre no le permitía tener aparatos electrónicos hasta los 12 años. Tímidamente el niño camino hacía la cancha, esperando encontrar a alguien con quien jugar, se emocionó mucho al ver a un grupo de niños de 11 o 13 años vestidos con su uniforme del equipo de fútbol, con gran emoción recorriendo su diminuto cuerpo el niño corrió hacía el equipo deseando correr como un velocirraptor detrás de la pelota, el niño paró en seco y trato de darse la vuelta lo más rápido posible al escuchar los gritos del entrenador contra los niños que hacían toda clase de ejercicios que Aidan no comprendía y pronto se dio cuenta que posiblemente no le bastaría correr detrás de la pelota para poder integrarse al grupo.
Desanimado y al borde de una rabieta regreso hacia la salida de la cancha, pero sus ánimos volvieron cuando notó a un muchacho sentado sobre las gradas de la cancha, parecía ser mayor, quizás de 15 o 18 años, Aidan no lo sabía bien, tampoco le importaba, todo lo que él veía era una oportunidad para jugar.
Sin perder el tiempo y tragándose sus lágrimas el pequeño corrió hacia el muchacho, quien no se percataba de su presencia puesto que sus ojos azules oscuros estaban fijos hacia el otro lado, mirando a los niños del equipo de fútbol entrenando. Aidan se sentó a su lado, con varios centímetros de diferencia entre ellos, rápidamente juntó sus manitas y elevó una oración a Dios para que aquél muchacho tan alto quisiera jugar con él, pero al abrir los ojos Aidan notó al instante el uniforme prestigioso que portaba el chico, claramente era del colegio privado de la ciudad, aquél por el que ni vendiendo un riñón puedes entrar.
— Hola, ¿Estás perdido? — el muchacho apartó la vista de los niños y miró a Aidan, a penas sus ojos oscuros lo vieron el rostro del muchacho cambió por completo, parecía asombrado y feliz, algo en esa mirada le causó confianza a Aidan.
— Eh...no...— respondió nervioso sin perder esa expresión de sorpresa y por alguna razón las mejillas del muchacho se tiñeron de rosado, eso le causó gracia al niño, nunca había visto a alguien sonrojarse en la vida real.
— Entonces, ¿Qué haces aquí? — no era usual que personas de su estatus social estuvieran en esa clase de barrios, menos en una escuela pública.
El muchacho se enderezó sin apartar la vista del niño.
— ¿Te molesto?
Aidan rápidamente negó, no quería perder a su única oportunidad de no tener que llegar a casa sin jugar.
— ¡No! ¡Claro que no! Sólo que...no eres de por aquí y podría ser peligroso — sus padres le habían dicho que jamás podía estar solo por las calles sin un adulto o alguien que lo cuidara, al parecer una oleada de secuestros y desapariciones azotaba el país, si para los simples mortales como Aidan, y su familia era peligroso, cuanto aún más seria para alguien que llevaba puesto un uniforme el cual costaba un año de salario mínimo.
El muchacho sonrió cubriéndose el rostro avergonzado, de repente parecía muy tímido.
— ¿Qué? ¿Qué pasa? — cuestionó el infante preocupado.
— Nada, eres un niño muy bueno, gracias por preocuparte — Aidan infló su pecho feliz de que le acariciaran el ego —. Estoy bien, sólo me gusta venir a observar a los niños jugar.
— ¿Solo observar? ¡Que aburrido! Oye, porque en vez de mirar no vienes a jugar, ¿Si? ¡Será divertido! — sin perder el tiempo el niño tomó las manos del alzó hico tratando de ponerlo de pie —. Espera...— Aidan se cruzó de brazos e inspecciono al gran muchacho frente a él, lo analizo bien, deteniéndose y entrecerrando los ojos cuando se encontró con esa singular mirada de ojos azules oscuros —. A puesto todas las gomitas que poseo a que ya nos hemos visto antes, ¿me equivoco?
— Sí, te vi...con tu hermana, supongo que son hermanos, ¿o es tu mamá?
Aidan se llevó una mano al corazón indignado.
— ¡Katherina no está casada!
El chico levantó una ceja sin dejar de sonreír.
— Eres tan inocente, te sorprendería la cantidad de adolescentes como ella que ya son mamás y no están casadas. Pero sí, te vi con esa tal Katherina.
— Um...dame otra pista, Kata dice que soy como una garrapata encima de ella, asi que paso mucho tiempo con mi hermana mayor.
— Bueno...— el chico se movió casi serpenteando quedando frente a frente a Aidan, haciendo que el niño se sintiera aún más diminuto de lo que ya era, pero se negó a demostrarlo, en vez de temer por tener a un adolescente tan grande frente a él Aidan alzó la cabeza tratando de verse lo más grande posible, el chico le acarició el cabello ondulado y le dio un pequeño golpe juguetón en la nariz, provocando que Aidan se sintiera más cómodo — recuerdo que cierto pequeño adorable estaba dándose una sobredosis de cubitos de gelatina.
El niño intentó disimular que no le había gustado que le recordaran lo adorable que era, por eso se dio la vuelta e intentando simular sabiduría jugueteo con una larga barba invisible que descendía de su lampiña, sonrosada y pegajosa barbilla, cortesía de la irresistible gelatina
— Se más especifico, eso ya es parte de mi rutina — Aidan se acarició la barba invisible e intento hacer memoria, finalmente recordó el día en que su hermana se la paso fantaseando por un cliente demasiado guapo — ¡Eres el que quería helado de vainilla! Helado de vainilla para toda la familia...¿O era para toda la pandilla? Ya casi olvido la canción de Samy el heladero — sin perder el tiempo tomó la mano del chico y lo tiro para ponerlo de pie, el muchacho estaba sorprendido, pero no opuso resistencia ante el tierno niño — ¡Vamos a jugar! ¡Vamos a jugar!
— Esta bien — el chico se puso de pie de un solo salto, cada movimiento o mirada de él reflejaba alegría, Aidan sintió lastima, el niño se preguntaba ¿hace cuánto no lo habrían invitado a jugar para que se ponga así de feliz?
— ¡Espera! — gritó el niño provocando que el muchacho se asustara.
— ¿Qué? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ¿Te lastimaste? — pregunto alterado, revisando con su vista al niño, si tan solo no tuviera al padre tan cerca y observandolos podría tocarlo, y revisar que estuviera bien.
— Nada, solo que no nos hemos presentado — el niño sonriendo oreja a oreja revelando un hueco donde deberían estar sus dientes frontales y extendió su pequeña mano como todo un caballero —. Mucho gusto, soy Aidan.
El muchacho se agachó hasta quedar de rodillas frente a Aidan y tomó la pequeña manita del niño, la mano de Aidan era tan pequeña que fácilmente era envuelta por completo por la del muchacho.
— Soy Günther, el gusto es mío.
Ambos se estrecharon las manos como si acabaran de firmar un contrato, el niño ladeo la cabeza maravillado, nunca había sido amigo de alguien tan grande, se sentía orgulloso de sí mismo, algo en su interior le decía que esa amistad le cambiaría la vida.
— ¿Vamos a jugar Günther? — el muchacho se enderezo y con los ojos brillantes asintió.
— Vamos a jugar, Aidan.
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