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Pimpollo

Desde el accidente Günther tuvo mucho más tiempo para divertirse con su pequeño amante. Todo el tiempo que Evangeline estaba fuera del trabajo se la pasaba en el hospital, yendo a terapias físicas y corriendo de un lado a otro protegiendo a su inútil marido. Para ese entonces Katherina y él ya eran "pareja" en el sentido carnal de la palabra. Las pocas veces que Katherina se libraba del sofocante acecho de su madre y de sus adorables pero impetuosos hermanos se reunían en una esquina, y entre besos cortos, caricias certeras y secretos melosos se declaraban lo mucho que se querían. Sí, Günther la quería, pero nunca podría amarla. Era una muchacha encantadora, hermosa y ciertamente un sueño hecho realidad, pero le faltaba algo, algo que no sabía explicar, solo sabía que Aidan lo tenía lo de sobra. No era el tema de la inocencia, en ese caso se habría quedado con la chica, que si bien no era tan ingenua para ser una adolescente con exceso limitado a internet dejaba mucho que desear, ¿No eran esos los que más rebeldes y locos se volvían? Ese no era el caso de Katherina que más que tener una doble vida como toda chica hija de padres conservadores debía tener eran tan pura como una hoja de papel y tan aburrida como la misma.

Le faltaba esa "chispa" que tenía su dulce niño.

Aidan tenía un par de ojos de un color celeste hermoso que miraban todo con curiosidad, en su pequeña mente hasta un trozo de piedra rota podía ser algo más y eso era lo que lo enamoro. Cuando Günther llego a la heladería Katherina vio a un muchacho de belleza etérea y sonrisa grácil cual pincelada maestra de un artista consagrado por crear sentimientos plasmados en lienzos. Aidan no, lo supo por la forma en que lo miraba, agitando sus caderas emocionado como si de un cachorro contento por ver su amo se tratara. Él vio algo más, lo vio a él, vio al Günther verdadero y sin embargo no lo juzgo por ello. Y cada vez que estaban junto reafirmaba aquella teoría, su niño era especial, seguía siendo tímido, pero guardaba su secreto, esa era una prueba inefable de sus sentimientos mutuos. 

Usualmente lloraba durante sus encuentros furtivos en los rincones más apartados del albor, pero con un poco de estimulación, besos y un buen coctel de afrodisiacos mezclados con el vaso de leche tibia que la daba cada vez que se veían los agónicos sollozos se transformaban en exquisitos gemidos tan dulces y perfectos como el sonido de un canto gregoriano. Cada vez que Aidan lloraba para Günther esas lagrimas no existían, los quejidos de dolor se convertían en gemidos y los sollozos en risas contagiosas dignas de un premio por ser mejor que los canticos en honor a sus dioses en los rituales de mayo, y del arbolado. 

Desde el accidente yacían unos meses, pero Owen seguía sin recuperarse, estuvo en coma un tiempo y al despertar estaba paralizado de cintura para abajo. Günther todavía podía sentir el vacío emocionante en su estomago cuando de rodillas Evangeline le rogó por dinero para salvar las piernas de su marido, tuvo que hacer de tripas corazón para no echarse a reír, puso su mejor rostro de preocupación, abrazo y consoló a su suegra mientras fingía aflicción, firmaba un generoso cheque, hacia unas cuantas llamadas para traer a los mejores doctores y fisioterapeutas de su país de origen, enviaba flores a su suegro, todo bajo la condición de que "lo cuidaran bien". En sí era una inversión a largo plazo, haría cualquier cosa para tener a la familia de su niño en su bolsillo, lastimosamente el pequeño era muy pegado a sus allegados, eso era algo que le disgustaba, Aidan confiaba demasiado, demasiado y en todos, era como si nunca nadie le hubiese dicho de los peligros del mundo, de que hay hombres y mujeres malos que podrían dañarlo, pervertidos que lo secuestrarían al salir del colegio y lo venderían como esclavo sexual a hombres mayores cuyos flácidos penes solo se ponían duros al ver la inocencia de un niño. El rubio detestaba pensar en ello, pero sí le causaba una punzada de placer saber que aquello ya no era un peligro, ahora estaba con él y mientras los dioses le permitieran iluminar al mundo con su sagrada existencia nunca dejaría que algo malo le pasase, pero sin duda tendría que entrenarlo para que entendiera de los peligros del mundo, eso era lo malo de los cristianos, estaban seguros que una criatura invisible todo poderosa los cuidaba que ni siquiera se enfocaban en criar bien a sus pequeños.

Él no cometería ese error. Lógicamente no planeaba criar a sus futuros hijos en el cristianismo, quizás cedería un poco por el bien de Aidan, debía admitir que esas biblias ilustradas para niños eran muy bonitas y podría aceptar que sus niños tuviesen alguna con tal de mantener a su joven esposo feliz, pero independientemente si los criaba como dignos hijos de Un Mundo Libre o como ovejas nerviosas cristianas les haría saber de la maldad del mundo, misma que se ocultaba bajo miradas inocentes y sonrisas desinteresadas. Nunca apartaría sus ojos de sus niños y los vigilaría 24/7, protegiéndolos de cualquier mal, no dudaba que Aidan fuese a crecer para ser un padre amoroso y devoto. A menudo lo imaginaba sentado jugando con sus futuros niños, cantándoles encantadoras nanas de su autoría para cada uno de los hijos con los que los dioses los bendijeran — Günther ya había decidido que quería dos: un niño y una niña; un niño parecido a él y una niña con la misma picardía disfrazada de inocencia que poseía Aidan o podía ser al revés, no le importaba, sabía que si eran de su niño los amaría con todo el corazón, además si eran varón y hembra podría casarlos cuando crecieran entre ellos, de todas formas la endogamia no era mal vista en su comunidad y prefería mil veces entregar a sus niños mutuamente que entregarlos a manos de completos desconocidos, no le importaba si eran de su comunidad y mismo credo, le era mucho más fácil dormir pensando en que sus pequeños estaban a salvo entre los brazos del otro. No dudaba que su pequeño podría el grito en el cielo, pero esperaba poder ya haberlo amaestrado un poco en ese aspecto y con un poco de terapia podría aceptar su plan para con sus hijos—, si bien su pequeño sería un padre más dulce que la miel y tan amoroso como un padre podía ser estaba el problema de su confianza ciega depositada en todo ser vivo con consciencia. Sabía que inevitablemente terminaría teniendo que proteger a tres niños—s u pequeño y sus mellizos. Por suerte el propio Aidan era mellizo lo que aumentaba sus probabilidades de tener a sus dos amados hijos— y la idea no le disgustaba, al contrario, le provocaba placer imaginarse como el protector de su familia. 

Familia. Günther nunca entendería porqué su pequeño se aferraba con uñas y dientes a esa gente, si a él su padre lo hubiese golpeado o siquiera mirado mal como usualmente lo hacía Evangeline estaría contando los días para abandonarlo en un ancianato. Amaba a su padre, sí, pero no era ni de cerca tan apegado a él como lo era Aidan, ¿Quizás por haber sido criado por niñeras que cambiaban cada semana y solo recibir un par de mimos al final del día? No lo sabía, pero ciertamente no vivía para complacerlo, no como su pequeño que parecía que hasta el más mínimo respiro estaba fríamente calculado para hacer feliz a su desgraciada madre. Lo amaba, no lo negaría y daría un riñón por su padre, pero no de la forma asfixiante que su pequeño parecía querer a los que compartían su ADN, Günther en cambio estaba orgulloso de sí mismo por preguntarse de vez en cuando qué estaría haciendo Wallace, lo que, según había decidido, era un síntoma de que lo echaba de menos y eso era más que suficiente para hacerlo sentir como un buen hijo.

Aunque no dudaría en pedirle a su padre que lo ayudase con el tema de la boda y su familia en formación, sospechaba que Wallace estallaría en colera cuando se enterara de que nunca estuvo con Genevieve y su "vida familiar perfecta" realmente nunca existió, pero esperaba que tras pasar el amargo trago de ver su plan fracasado—su padre estuvo enamorado de Genevieve y comprometidos, el rubio nunca supo porqué no se llevo a cabo el matrimonio pero a juzgar por el hecho de que su madrastra y su propia madre biológica presentaban rasgos físicos similares a Genevieve podía asegurar de que no la había superado— lo respaldara en la difícil tarea de formar su familia y no ser arrestado en el proceso. Necesitaría toda la ayuda posible para concretar a su familia perfecta.

Los herejes no lo entenderían. Jamás. Razonar con ellos era como hablar con rocas. Por mucho tiempo el muchacho de ojos azules oscuros albergo en su corazón poder hacerlos entender, pero supo que no podría hacerlo, no desde esa charla con Owen, decir que estaba destrozado era quedarse corto, pero enfrento sus problemas con la frente en alto y mando a atropellarlo, esa clase de problemas se solucionaban de raíz, punto. Fue una lección que le costo entender, su padre se la había repetido hasta el cansancio, pero él no quiso escuchar, de la misma forma en la que Wallace creía ciegamente en que Genevieve aceptaría a un chico hijo de su antiguo prometido, Günther creyó que su familia política lo querría, no solo por ser él, sino por todas las cosas que les daba, pero al parecer se equivoco. Los Fierro Morales eran como sanguijuelas, siempre querían más, <<Günther, ¿Podrías darme un préstamo para pagar las clases de Katherina? Solo necesito una pequeña suma de dinero para el regalo de Haza, son solo unos cuantos miles en reparar esa parte de la casa. Si tan solo tuviera "x" cantidad podría comprarlo y hacer feliz a Aidan>> en eso se resumía gran parte de sus interacciones con los adultos de la familia, sin contar que cada domingo les llevaba frutas, verduras y productos caseros de panadería, incluso había comenzado a llevarles productos de higiene caseros que hacían en su país de origen, solo porque los quería ayudar, ¿Y cómo le pagaban? Sospechando de su buena voluntad, claro.

Owen se encontraba en la cocina de su casa en el momento en que decidió atacar a la yugular, su mirada fija en Günther. Había algo en la forma en que Günther miraba a sus hijos que le provocaba una sensación de incomodidad. No podía ponerle nombre a esa sensación, pero estaba allí, persistente, como un eco sordo en el fondo de su mente. La forma de actuar del muchacho le recordaba muchísimo a la de sus hermanos mayores y su padre durante la infancia, tan encantadores que provocaban ganas de vomitar. Jamás estuvo de acuerdo en que su esposa le pidiera tantos prestamos, mucho menos que les diera comida religiosamente cada domingo, pero su mujer desestimaba sus sentimientos, asegurando que eventualmente pagaría todo y que su vecino era un enviado por Dios para ayudarlos, usualmente Owen dejaba el tema al ver que Evangeline se negaba a escucharlo, solo una vez quiso hablar de ello hasta las ultimas consecuencias, se sentía extraño, afligido, su hijo no actuaba como él mismo y su primogénita parecía más en las nubes de lo normal pero cuando se negó a dejar el tema Evangeline lo miro con los ojos muy abiertos y le dijo <<Al menos él si aporta algo al hogar>> de inmediato pudo ver el arrepentimiento en los ojos de su esposa, pero ya era tarde para deshacer lo que solo las palabras podían hacer: destruir; Owen solo bajo la mirada y coloco esa tímida sonrisa que le habían inculcado desde la infancia, regresando lentamente a la cocina y fregando los platos con ese jabón artesanal con aroma a eucalipto que su vecino les había regalado, intentando que con cada nueva cuchara pulida sus lagrimas se desvanecieran. Intento pensar en otra cosa, en lo que fuera, pero ese sentimiento se mantuvo en su pecho incluso durante "el sexo de reconciliación" que tuvo con Evangeline esa noche.

Notaba en su pequeño hijo comportamientos extraños, anormales en un niño de su edad, lo veía tocarse de manera rara y notaba extrañas marcas como de uñas en su piel, incluso algunos moratones que fácilmente se podían explicar por sus bruscos juegos. También decía cosas mientras dormía, la mayoría no eran entendibles pero las que sí podía entender eran suplicas. Un día abordo a sus dos hijos por separado, primero a Aidan: tomo a su hijo y se encerró con él en su habitación, lo sentó en sus piernas y tras hablar una hora sobre sus sueños, las caras en las paredes y su gusto por el brócoli finalmente le pregunto sobre Günther; su hijo reacciono como si hablará de un héroe o incluso de un dios, sus ojitos brillando mientras contaba sus múltiples juegos y aventuras lo hicieron sentir tonto por sospechar, pese a ello siguió preguntando un poco más, no obtuvo nada alarmante de esa charla; repitió el proceso con Katherina; charlaron de maquillaje, sus clases de arte y sobre una nueva canción de Enya que le gustaba, <<Enya nunca decepciona, siempre hay una nueva canción que descubrir>> le había dicho mientras charlaban; nuevamente no hubo nada alarmante cuando le pregunto sobre el rubio, pero ella más que verlo como alguien a quien admirar como lo hacía Aidan, lo veía como algo que obtener, un premio que ganar.

Aquellas charlas lo dejaron tranquilo por un tiempo, sin embargo la sensación no desaparecio en lo más mínimo. Finalmente, reunió el valor para hablar y lo llamo mientras veía una película con sus hijos. Tan radiante como siempre Günther llego a su lado en la cocina, con una sonrisa que cualquier artista mataría por poder inmortalizar en una de las millones de técnicas para hacer arte que existe.

— Günther —  comenzó, su voz era firme pero contenía un matiz de preocupación —. No quiero que estés tan cerca de mis hijos —  las palabras salieron de su boca con más fuerza de la que había anticipado, pero no se arrepintió de decirlas. Günther lo miró, sorprendido, sus ojos azules oscuros se abrieron de forma alarmante, pero fue solo un segundo, tan rápido recupero su postura encantadora que por un momento en joven hombre dudó lo que sus ojos veían, dudaba si era la realidad o solo era aquello que él deseaba ver. Owen continuó —. Espero equivocarme, realmente lo espero. Pero conozco a las personas como tú — no dijo más, pero las palabras no dichas colgaban en el aire entre ellos, cargadas de sospechas no confirmadas y temores no expresados.

Owen no quería creer que Günther pudiera tener malas intenciones hacia sus hijos. Pero había visto suficiente del mundo, suficiente de Un Mundo Libre como para saber que no podía darse el lujo de ignorar sus instintos. Y algo en su instinto le decía que debía mantener a Günther lejos de sus niños.

Así que ahí estaba, enfrentando a Günther, protegiendo a sus hijos. Aunque una parte de él deseaba estar equivocado, sabía que no podía correr el riesgo. Porque cuando se trataba de sus hijos, no había margen para errores.

Fue un autentico alivio cuando recibió aquella llamada frenética de Evangeline, llorando y chillando al otro lado de la lineá <<Atropellaron a Owen>> fue lo único que pudo decir su suegra en medio del jaleo. Una sonrisa se formo en su rostro cuando supo que el hombre iba a vivir, si bien podría sacar provecho de una situación así — una madre viuda trabajadora sin una red de apoyo es de lo más vulnerable que existe — decidió llevarse una mano al corazón y otra al bolsillo desembolsando lo necesario para salvar al desdichado. No quería ver a Aidan berreando al lado de una tumba o lanzándose al ataúd como estaba seguro que su pequeño haría.

Salvarle la vida a su suegro resulto ser de lo más perfecto que le pudo suceder. Ahora Evangeline confiaba aún más en él y Owen no tendría más opción que bajar la cabeza, sonreír, tragarse sus sospechas y confiar en él porque era gracias a su dinero que su corazón seguía latiendo. Otra ventaja era que los niños estaban mucho tiempo solos. Todo el tiempo fuera del trabajo Evangeline se la pasaba en el hospital, a veces se llevaba a Kat pero por lo general la dejaba cuidando a las criaturas monstruosamente traviesas — y algo molestas — que eran sus hermanos, pero le resultaba fácil a Günther deshacerse de ella, esa noche por ejemplo vertió un poco de medicamento para dormir entre las tartaletas de fresa con nata que había llevado para la cena, se aseguro de colocar suficiente en tres de los postres para dejarlas durmiendo como oso en invierno, pero se arrepintió a la mitad y decidió solo poner la droga en dos de las tartas, lo que menos quería era tener que desaparecer un pequeño cadáver porque a la problemática Ada se le ocurriera morirse en lugar de dormirse. Aquella niña parecía un ejemplo vivo de la ley de Murphy, con ella todo lo que podría salir mal, saldría mal.

Por eso cuando Katherina y Haza se quedaron profundamente dormidas tras la cena, las llevo a sus respectivas camas y arropo bajo unas mantas, no pudo evitar admirar la hermosura de verlas así, dormidas, frágiles, podría hacer lo que quisiera con ellas y nunca lo sabrían, lastima que padecía de fidelidad crónica, sino habría hecho algo más que ponerlas a dormir aunque se tomo su tiempo con Katherina. Era raro. Comenzaba a ser capaz de imaginarse un futuro con ella, desde su charla con Owen se había puesto a reformular su plan y siendo más realista entendió que le sería imposible un matrimonio feliz, legal y publico con su niño, por eso quedaban dos opciones: secuestrarlo y no mirar atrás; vivir eternamente su amor en las sombras mientras en la luz amaba a alguien más. No le gustaba la segunda opción, pero comenzaba a verla como un mal necesario, solo esperaba que su suegro dejara de ser un ingrato y lo aceptara, aunque fuera solo de palabras.

— Vamos, es solo un juego —  dijo contra el oído de su niño.

— ¿Qué clase de juego? —  pregunto curioso.

—  "El juego de la obediencia" se llama, todo lo que tienes que hacer para ganar es obedecer cada una de las cosas que te diga, ¿Entendido? — un gesto pícaro adorno el rostro del niño.

— ¿Y cuál es el premio? — allí estaba, ese aire jovial y desafiante que no haría tal cosa sin recibir un premio de por medio, desde que cumplió una edad con dos dígitos su pequeño se había vuelto menos dócil y más travieso, cada vez le era más difícil de convencerlo de intimar, anteriormente solo le decía que si no lo hacían se pondría triste y fingía llorar solo para que el corriera con sus cortas piernas a su lado, y lo intentara calmar, dejando posteriormente que le hiciera lo que quisiera, aunque siempre ponía cara de confusión y lloraba al final se calmaba, pero últimamente parecía desconectado de todo, casi enfadado. Suponía que era por ser preadolescente y la vida en esa época era difícil.

— Vaya, ¿Ya no quieres jugar conmigo de manera desinteresada? — el niño alzó una ceja, desde que aprendió a hacerlo parecía Patrick Bateman moviendo las cejas cada vez que podía.

— Eso juego suena aburrido — salto sobre la cama de sus padres y sostuvo un comando de una consola —, mejor juguemos a esto — dijo sosteniendo en alto el estuche de un videojuego.

Günther estuvo tentado a aceptarlo, solo para mantener esa sonrisa traviesa en la cara de su pequeño, pero tenía un bulto en los pantalones que exigía atención. Se sentó a su lado en la cama de Evangeline y Owen, inclinándose hasta que su respiración choco con el oído del niño, le dio una pequeña lamida a la piel que lo hizo erizarse y mirarlo extrañado pero sin dejar de sonreír.

— Si juegas conmigo te daré ciruelas, duraznos, frambuesas y cerezas.

— ¿Frambuesas? — pregunto curioso sentándose al borde de la cama — ¿Realmente existen? Pensé que eran moras pintadas — confeso contento, recordando que solo había visto las dichosas frambuesas en películas y series.

— Claro que existen y te daré muchísimas si ganas el juego — vivir en una ciudad tan pequeña, casi rozando un pueblo y que el mismo fuese tan aislado en ciertos temas hizo que su pequeño creciera teniendo como principal maestro de la vida el televisor, algo que le pasaría factura una vez saliera al mundo real. Tenía suerte de tener un enamorado que lo cuidaría de cualquier mal.

— Entonces juguemos — Günther sonrío, orgulloso de siempre encontrar formas de llegar al corazón de su amado.

— Recuerda, debes obedecerme en todo y así vas a ganar — Aidan asintió con entusiasmo —. Primero, quitate la camisa — el niño lo hizo sin rechistar, dejando a la vista los botoncitos rosas que brillaban como un par de faroles en medio de su blanquecina piel —, muy bien, ahora las medias — nuevamente lo hizo sin objeción alguna, aunque tuvo un par de problemas porque el suelo estaba frío y no le gustaba esa sensación en sus pequeños deditos —, quitate la pantaloneta — lo hizo, pero sus manitas tardaron demasiado en quitar el cordón de su cintura y Günther perdió la paciencia, quitándoselo él mismo, dejándolo solo en calzoncillos de color azul —. Eres muy bueno en este juego, ahora solo falta que te quites una sola cosilla y habrás ganado una caja de frambuesas solo para ti — los dedos del rubio se posaron sobre el pecho del niño, pudo ver su piel ponerse de gallina, eran tan cosquilludo que pequeñas risillas salieron de su boquita mientras los dedos de Günther trazaban líneas en su piel, como si fuese un mapa difícil de comprender. Los ojos de azul glaciar saborearon cada pequeña parte de ese cuerpecito, nunca se cansaría de mirarlo, jamás. Sus dedos comenzaron a bajar, enredándose alrededor de la pancita del niño y metiendo sus manos en los bordes del calzoncillo, comenzando a tirar levemente de él. De repente las pequeñas manos de Aidan lo detuvieron.

— ¿Qué haces? — el niño lo miraba seriamente, Günther suspiro, ¿Enserio debía fingir demencia senil cada vez que hacían el amor? Llevaba años haciendo lo mismo, ¿Cuánto más lo seguiría haciendo? ¿Por qué no podía simplemente aceptar que le gustaba y ya? Entendía que era tímido, pero su pequeño rosaba lo ridículo. 

— Vamos, pequeño, para ya, sé que te dije que lo mantendríamos en secreto, pero esto ya es absurdo — insistió mientras tiraba de su ropa interior, para dejarlo tal y como había llegado al mundo.

Pero en esa ocasión algo distinto sucedió, algo que a Günther le rompió el corazón. Aidan lucho. En el momento en que los calzoncillos del niño cayeron hasta sus tobillos trato de cubrirse, ignorando y esquivando los besos del rubio que tan desesperadamente suplicaba por el dulce néctar de sus labios, volvió a subirlos, al menos hasta sus muslos, pero cuando el mayor volvió a bajarlos hasta sus tobillos y se coloco sobre él en la cama el niño parecía genuinamente aterrado, comenzó a negar y su boquita tembló en un gesto de horror. Se retorcía como un gusano agonizando bajo la ardiente luz del sol con cada caricia o beso, cuando Günther comenzó a desabrocharse los pantalones intento correr lejos de su lado, pero no pudo ir lejos, sus cortas piernas lo traicionaron. Siguió gritando y empujando, implorando que no lo tocará y que eso estaba mal. Cada una de sus palabras fue como un puñal al corazón de Günther y no tuvo más remedio que hacerlo callar. Ato las manos de su niño con su cinturón contra la espalda y enterró su cabeza contra la almohada, coloco la camisa del niño alrededor de su boca como mordaza, sus manos sujetaron sus voluminosas nalgas y las separo como esa historia de un tal Moisés que separaba las aguas que le había contado Aidan. Un gesto de horror lleno su rostro al escuchar el grito ahogado de su pequeño cuando yacio en su interior. 

Uso todas las formas que conocía para estimularlo y finalmente, después de muchas caricias en su busto plano y besos en el cuello poco a poco los gritos se convirtieron en leves quejidos cuyo volumen subía un poco con cada nueva estocada. 

Günther no entendía el actuar de su pequeño, ¿Acaso estaría enojado con él y por eso reaccionaba así? A lo mejor y estaba nervioso por la salud de su padre, y a eso se debía su comportamiento tajante. Si bien fue una experiencia desagradable para los dos, ese día el rubio descubrió una nueva faceta de si mismo, le gusto muchísimo ver a su niño atado de esa manera, gimiendo y llorando sin control, su rostro reflejaba una mezcla de placer y dolor, sintió el dominio recorriendo todo su cuerpo y no pudo evitar darle fuertes nalgadas hasta dejarle rojiza esa parte de su piel. Descubrió que en el dolor podía haber placer y que le gustaba esa forma de a su niño poseer. Estaba retorciendo entre sus dedos índice y pulgar los pequeños botones rosas del pecho de Aidan cuando la puerta se abrió. Al instante se paralizo pensando que era su suegra que volvió antes de tiempo y ¡Que vergüenza ser encontrado fornicando en la cama de tus suegros con su hijo! Pero para su alivio al girarse solo vio a la criatura más destructiva que hubiese pisado la tierra: Ada los miraba con la cabeza ladeada y sosteniendo una muñeca con la cabeza mordisqueada en sus regordetas manos. 

— Mirá, Ada — Aidan intentó liberarse pero las ataduras eran muy fuertes, el niño se quedó quieto al darse cuenta de las manos ajenas que empezaban a tocar su piel nuevamente, enterrándose en sus caderas y sintiendo el apéndice de Günther entrando nuevamente en su cuerpo —. Mira lo mucho que a tu hermano le gusta jugar conmigo.

— No...¿Qué haces? ¡No! ¡Ada es sólo una niña!

Rogó Aidan mientras Günther lo tocaba. 

La niña solo se quedo ahí, parada, con sus enormes ojos marrones mirando la escena. Empezó a llorar por los gritos de Aidan y salió corriendo asustada, a Günther no le preocupo, era demasiado pequeña para entender lo que pasaba.

Al día siguiente nuevamente Aidan actuó como si nada, pero a partir de entonces su pequeño no se dejaba dar amor con facilidad, luchaba, gritaba e incluso mordía. Para Günther se volvió rutina atarlo y golpearlo para que se dejara tocar, someterlo se volvió parte del ritual de caricias y besos forzosos entre lloriqueos vergonzosos, nunca lo golpeaba con demasiada fuerza, eran más que nada palmadas, leves pellizcos y una que otra bofetada, pero nada realmente fuerte como para ser considerado abusivo, el rubio lo amaba, jamás lo dañaría y ciertamente adoraba dejar marcas rojas, y amoratadas en su pálida piel. Y cada vez que contemplaba esas marcas solo veía una promesa tacita de que Aidan siempre sería suyo.

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