Piedras verdes, esmeraldas verdes y pensamientos verdes.
Los truenos retumbaron en la vastedad del mar, mientras la espuma nívea se elevaba grácilmente hacia lo desconocido, fundiéndose con las etéreas nubes del cielo. El pequeño Aidan, absorto en el espectáculo, contemplaba maravillado desde la orilla, donde las suaves arenas acariciaban sus pies y permitían la entrada del agua que llegaba con delicadeza, inundando sus dominios. Un pequeño arroyo se formó alrededor de sus tobillos, trazando su camino entre la fina arena que, con pequeños caracoles migrantes, parecían formar una hilera que marchaban a pasos firmes hacía el azul oscuro del mar.
En un instante, el niño desvió su mirada de la danza esponjosa de la espuma marina y cerró los ojos, entregándose al tacto de la arena bajo sus pies. Al abrirlos, se encontró sumido en un azul deslumbrante: el arroyo había crecido hasta convertirse en un vasto océano, con olas imponentes que lo acogían en su danza acuática. Todo era azul, conpeces desconocidos nadando a su alrededor, pececillos extraños que lo empujabanentre aleteos y burbujeos hacía el fondo marítimo. En este mundo sumergido, peces desconocidos lo envolvían, llevándolo hacia lo profundo con movimientos elegantes y burbujas juguetonas.Entre la fuerza del agua y la presión en su cabeza, el niño luchaba por respirar y pataleaba desesperadamente para retornar a la superficie, pero se sentía cada vez más débil, los tenaces pececillos lo envolvían entre sus aletas y burbujas, empujándolo hacía abajo y más abajo. A punto de rendirse, notó que al llegar al fondo marino, extrañamente podía respirar. Allí, todo se pintaba con los colores más claros y brillantes del azul, el azul más claro y brillante del mundo, con un lecho de arena dorada y piedrecillas verdes que reflejaban destellos deslumbrantes al recibir la luz, como pequeñas joyas marinas, piedrecillasverdes que brillaban con cada rastro de luz que tenía el infortunio de chocarsecon ellas, consumiéndola por completo, tomando su belleza e inocencia, dejandoun cascarón vacío y sin brillo, robándose su luz.Confundido, vislumbró en la lejanía lo que parecía ser una ciudad sumergida. Intentó nadar hacia la superficie, mas extrañamente, no pudo respirar fuera de la burbuja. Una multitud de peces se acercó y gentilmente lo guió hacia el abismo, como si quisieran protegerlo de las gélidas aguas con aroma a chocolate y nueces, elniño casi pudo apostar que el pez rape que se contorsionaba a su alrededor lo estaba insultando en mil idiomas porhaber salido de la burbuja. Sentado en la arena dorada, con la vasta oscuridad sobre él, el niño se preguntaba si alguna vez podría regresar a la superficie. Observó a su alrededor, considerando la idea de visitar la ciudad, pero finalmente decidió tomar una de las piedrecillas verdes entre sus manos. La sostuvo con asombro, radiante como un hallazgo en el corazón de un bosque, mientras recordaba la sensación de escapar... ¿De qué escapaba? ¿Por qué sentía miedo?Intentó pedir ayuda a las personas que nadaban a su alrededor, pero sus palabras quedaron suspendidas en las aguas sin ser escuchadas. Desconcertado y con temor, se aferró a la piedrecilla verde, esperando que alguien lo encontrara y desde la burbuja lo rescatara.
— ¡Pero Güntty dijo que...!
— ¡Pero nada! — grito la pequeña regordeta cruzando sus brazos molesta, no dejándose convencer por la mirada de cachorro abandonado de su hermano — ¡Soy mayor que tú y debes obedecerme!
— ¡Solo por unos segundos! — se quejo el pequeño intentando ganarle por una vez a su compatriota de toda la vida.
Pero la niña solo arrugo sus oscuras cejas, inflando sus mejillas molesta, negándose a ceder ante su mellizo.
— Igual soy la mayor, por eso debes obedecerme y si yo digo que el azul no puede ser tu color favorito, tu te callas y buscas otro color — al ver que su mellizo se negaba a ceder la niña pronto decidió recurrir a una táctica milenaria que nunca fallaba — ¡Si no escoges otro color nunca más volveré a ser tu amiga!
Eso lo desarmo. Con la mirada de alguien que le han dicho que morirá en tres días el niño inflo sus mejillas comenzando a llorar y corrió directo al rubio que observaba la escena con una sonrisa, y lo esperaba con los brazos abiertos, allí estaba él, aguardando al niño con los brazos abiertos, como una seductora planta carnívora atrayendo a su presa con dulces promesas.
— ¿Qué sucede, mi pequeño? — pregunto el rubio fingiendo que no tenía asientos en primera fila para observar a los mellizos pelear, por alguna razón le fascinaba ver a Aidan discutir, de repente dejaba de ser un niño y hacía expresiones propias de un adulto, pareciendo un mini abogado tratando de defenderse frente a una congregación acusatoria y un juez despiadado deseoso de verlo caer, pero siempre terminaba llorando y eso también le gustaba, porque sabía que siempre que las lagrimas comenzaran a asomarse su pequeño correría en su búsqueda, sabiendo que el rubio siempre se pondría de su lado, sin importar qué, incluso si estaba equivocado el chico de ojos azules oscuros siempre lo defendería y apoyaría.
— ¡Haza me ha dicho que no puede gustarme el azul! ¡Pero me gusta el azul! ¡Y no quiero que deje de ser mi amiga! — las lagrimas félidas de la criatura mojaron la costosa vestimenta del muchacho rubio que sentía su garganta seca y un bulto que comenzaba a crecer en sus pantalones.
El joven deseaba tomarlo todo, tomar cada lagrima, cada gesto de alegría, cada enojo, sorpresa o tristeza, quería escudriñar cada parte del niño, descubrir cada faceta de tan hipnótico ser y encerrarlo con llave bajo las profundidades húmedas de una mazmorra o en lo alto de una torre. Günther sentía la abrumadora necesidad de adueñarse de cada parte de ese niño que lloraba desconsolado en sus brazos, preso del pánico de perder a su gemela como amiga. Pero incluso llorando el pequeño Aidan era poseedor de una belleza embriagadora: permanecía tan ordenado, tan quieto que parecía irreal, lloraba en silencio, total silencio; era hermoso, sí, eso era indiscutible. Sus ojos eran grandes y poseedores de una forma tan peculiar, redonda, como una perla, misma que le daba una mirada entre picara e indefensa, despertando en él la angustiosa necesidad de protegerlo, su nariz diminuta y sus labios rosados, pero que con las lagrimas comenzaban a volverse rojos, al igual que el resto de su rostro. Rasgos favorecidos, incitadores de lujuria y que le resultaban un tanto femeninos, tal vez por la existencia de una criatura similar menos agraciada con una vulva que ignorando lo que acababa de provocar miraba tranquilamente un programa en la televisión, tan pegada a la pantalla que parecía deseosa de entrar y protagonizar ella misma la película. Apenas lo notaba respirar, el infante sollozaba en absoluto silencio y eso le causo gran angustia al rubio, mentalmente se pregunto ¿Qué habría sucedido para que un niño tan pequeño pudiera llorar en absoluto silencio?
Como un desfile de la desgracia cientos de ideas pasaron una por una en su mente, cada una peor que la anterior, ¿Y si su madre lo golpeaba? ¿Sus hermanas eran crueles con él? ¿Su padre le prestaba atención o todo su tiempo, amor y dedicación recaían en la nueva integrante de la familia? Si estuvieran en su país de origen fácilmente podría llevarse al niño y averiguar lentamente cada uno de sus temores, descubrir qué le había pasado como para llorar de esa manera, tal vez su padre tenía razón, a lo mejor llevárselo lejos era la solución. Günther acaricio la mejilla del niño mientras este se frotaba los ojitos con una de sus manitas, llorar en completo silencio lo había dejado agotado y parecía querer dormir. Acuno al niño contra su pecho y casi al instante el pequeño se acomodo en su cálido abrazo, recostando su cabeza en el hombro de su mejor amigo y comenzando a chupar su dedo índice, una costumbre que le hacía ganarse burlas de sus hermanas y palmadas en la boca por parte de su madre.
Con su diminuto amante adormitado en sus brazos Günther se retiro de la sala, no sin balbucear unas cuantas maldiciones contra toda su futura familia política, sobre todo contra la causante de las lagrimas de su inocente prometido que seguía mirando la televisión sin culpa o remordimiento alguno. Llevo al niño directamente hacía su cama que compartía con la misma cruel niña que sin consideración lo hizo llorar, lo recostó en la cama y le coloco algunos peluches a su alrededor como si fueran los corrales de una cuna. Su pequeño tenía los ojos hinchados al igual que sus labios y seguían chupando su dedo adormecido. El rubio tomó un segundo la ínfima manita de Aidan sacando su dedo de su boquita hinchada y poso sus labios sobre los del infante, sostuvo su frente con cuidado haciendo que abriera más la boca e introdujo su lengua que al encontrar la lengua del menor comenzó a jugar con ella de manera serpenteante, le dio una ultima lamida a la boca del niño para volver a ponerle el dedo índice en la boca. Se sentó en el borde de la cama un rato, resguardando el sueño del pequeño, pero justo cuando pensaba que el niño ya había caído en brazos de Morfeo se puso de pie de un salto y corrío hacía su baúl en la esquina de su habitación.
— ¡Olvide desearle buenas noches a mis tesoros! — exclamo el niño abriendo su caja y despidiéndose de sus rocas, frascos, colores, diamantes de plástico, juguetes, pegatinas, figuras de plastilina y demás cosas que pudiera coleccionar, y aunque pensó que era imposible (y se sintió ridículo por ello) Günther cayo en cuenta de que envidiaba aquél frasco de plástico que el niño sostenía entre sus deditos, y le decía que se fuera a dormir, soñara con los angelitos y que pronto lo llenaría con tizas de colores para que se viera más bonito — ¡Y olvide mis oraciones! — de inmediato el niño cayo de rodillas moviendo su boquita pero sin emitir sonido alguno, apretando con fuerza sus ojitos y moviéndose de un lado a otro bastante inquieto — Y que el rey David no vaya al cielo, y que pueda comer muchos cubitos de gelatina, ¡Amén! — esa sola parte de la oración la dijo en voz alta pero fue suficiente como para que el rubio se preguntará que otras cosas le pediría el niño a un ser invisible que no existía — ¡Buenas noches, Güntty! — empinándose el niño atrajo hacía sí el cuerpo de su mejor amigo y lo abrazo del cuello, dándole un beso en la mejilla y saltando hacía la cama para envolverse entre risas y sonrisas en las sábanas —. Güntty, ¿Puedo pedirte un favor? — pregunto el infante luchando por mantener sus ojos azules abiertos.
El rubio saboreo con sus manos el cuerpo del niño, deseando quitarle esa pijama de princesas y saborear cada trazo de la piel de su pequeño, pero se contuvo y en su lugar solo le dio unos pocos besos.
— Claro, pequeño, sabes que puedes pedirme lo que sea — cualquier cosa, sin importar su precio Günther se lo daría, todo con tal de verlo feliz.
— ¿Puedes quedarte un rato conmigo? Hace un momento tuve un sueño feo — un pequeño puchero temeroso adorno el rostro del niño.
— ¿Qué soñaste? — pregunto preocupado por ver al niño tan asustado.
— Soñé que una serpiente me arrancaba la lengua y se la comía.
Günther asintió en silencio, maldiciéndose por haber asustado a su pequeño. Lo observo mientras comenzaba a cerrar sus ojitos pero desvió la mirada cuando volvió a meterse el dedo índice en la boca, analizo la habitación y noto como casi no había nada de Aidan, no parecía tener muchos juguetes, al menos no a comparación de su hermana y su lado de la habitación era mucho más pequeño, eso sin contar la cuna con la chillona bebé en un rincón, era injusto que su pequeño tuviera que vivir en las sombras por culpa de sus padres que decidieron confiar ciegamente en los anticonceptivos del gobierno que solo quiere tener más ciudadanos que manipular. El muchacho regreso la mirada al niño frente a él. Aidan ni siquiera tenía pijamas de su talla o al menos para un niño, todas sus pijamas eran rosas o de algún color similar, con princesas o los típicos decorados femeninos, claramente todas esas prendas eran heredadas de Katherina y eso lo hizo sentir peor, su pequeño tenía tan pocas cosas y aún así hallaba felicidad en frascos vacíos de loción para manos.
— Debe ser difícil ser el hijo olvidado — durante el poco tiempo que Günther tuvo hermanas experimento el horrible sentimiento de tener que compartir a su padre, pero encontraba un vibrante placer en ser hijo único, todo era suyo, desde los finos muebles de la casa hasta las riquezas de su apellido, todo era suyo, desde su padre hasta la bondad de lo dioses, no podía entender a esos niños que deseaban hermanos y se compadecía de su pequeño que estaba condenado a compartir linaje con otros seres un tanto desagradables.
— ¡No soy el hijo olvidado! — exclamo el niño todavía con el dedo en la boca.
— ¿Enserio? Entonces dime, ¿Por qué tú mamá y papá te han dejado de lado por esa cosa? — Günther señalo con la cabeza a la bebé que los observaba sentada desde la cuna, juzgando todos sus pecados, si no fuera porque Owen estaba muy ocupado arreglando la ropa de seguro se estaría paseando de un lado a otro con la bebé colgada a la espalda.
— No es una cosa, Ada es una bebé...creo, no estoy muy seguro, pero no soy un hijo olvidado, mamá y papá dicen que nos aman a todos por igual, somos cuatro niños pero papá dice que hay amor para todos nosotros y saco buenas notas como Kat — el niño bostezo y se acurruco más entré las sabanas —, espero soñar como anoche, fue algo bonito, pero no soy olvidado.
— ¿Sí? ¿Qué soñaste? — el rubio quería que Aidan le contará todo, absolutamente todo, que le gustaba, que odiaba o que amaba, escuchar al pequeño era una dicha de inigualable placer.
— Soñé que conocía el mar, nadaba en las aguas pero podía respirar y en el fondo encontraba una linda roca verde, me gusta pensar que así obtuve mi roca — comento el niño adormilado.
— Entonces ¿Te vas a rendir y hacer que te guste el verde? — pregunto decepcionado, todavía aguardaba la esperanza de que el niño aceptara su amor por el azul, un pequeño paso para que algún día aceptará su amor por el rubio.
— No tengo opción, si me sigue gustando el azul Haza no será más mi amiga y me quedare solito...— el pequeño se giro dándole la espalda a su mejor amigo —, no quiero estar solito — susurro.
Sin poder controlarse el rubio acabo apretando al niño en sus brazos y besando con posesivo anhelo una de sus redondas, y rojizas mejillas que tan loco lo volvían.
— Nunca estarás solo, mi pequeño, nunca.
En las escazas semanas que llevaba con el niño a su merced Günther se había tomado la libertad de averiguar que cosas le gustaban al niño, a parte de los juegos que implicaban correr y saltar como si no hubiera un mañana descubrió el fino gusto del niño por las cosas lindas y pequeñas, ¡Algo en común! Una clara señal de que eran almas gemelas: su pequeño enamorado no solo poseía una colección de rocas — con nombre de los 12 apóstoles, obviamente la más fea y menos brillante era Judas Iscariote, el nombre de aquél apóstol traidor estaba reservado para una piedrecilla de color rojizo apagado, casi del tono de un ladrillo desnudo, pero que el niño se aferraba a conservar porque entre sus pliegues desgastados de años y años de sedimentación, metamorfismo y erosión habían dejado un patrón peculiar de pequeños trozos de alguna roca ajena negra, que según el niño era una cara sonriente, aunque para el joven adulto eran solo manchas negras sin orden o forma — también gozaba de rebuscar en la basura de su hermana mayor y adueñarse de los frasquitos de cremas, lociones y perfumes, en especial de esas que tenían formas de ostra de mar, corazones, ositos de plástico o que tenían un color peculiar, tomaba esos frascos y los llenaba con perlitas de plástico, arena de colores o su infinita colección de muñecos que salían en los helados que religiosamente le robaba a Katherina cuando la acompañaba al trabajo. También tenía la costumbre de usar los polvos de tocador de su madre para esparcilos por la cama que compartía con su gemela y fingir que su madre estaba con ellos, y no esclavizada en ese psiquiátrico tan detestable en vez de dedicarse a cuidar del precioso regalo que los dioses le habían prestado para un día devolverlo a su legitimo dueño quien posteriormente lo haría su esposo.
El niño también fingía que un vasito lleno de agua con pedazos de papel pintados habían peces y todos los días los saludaba e intentaba enseñarles trucos a esos trozos de papel mojados, y desteñidos. A Günther le sorprendía como el niño era tan diferente a su familia, a su enojona madre, a su ajetreado padre, a su desesperante pero encantadora hermana mayor, a su silenciosa melliza y a la bulliciosa bebé que había adquirido el gusto, y la costumbre de lanzarse al pecho de cualquiera con el infortunio de sostenerla — sin importarle si fuera hombre o mujer — en busca de su preciado alimento, aferrándose con una fuerza impropia para alguien que todavía no puede ponerse de pie. Pero su pequeño era todo un fenómeno: risueño, juguetón, amable y perspicaz a los sentimientos ajenos; se conformaba con poco pero daba demasiado y encontraba lo bonito en las cosas más sencillas mientras pasaba sus tardes mirando las paredes llenas de humedad del baño de la casa, buscando rostros entre los patrones del papel tapiz y las manchas de moho.
Cuando el niño finalmente se durmió, Günther dejo la habitación en silencio, pensando en qué podría hacer para sanar el corazoncito de su pequeño Aidan, verlo llorar en silencio resulto ser una sorpresa desoladora, necesitaba descubrir qué le había pasado a su pequeño para que pudiera llorar en absoluto silencio con tanta facilidad, conocer mejor al dueño de su amor, tenerlo a su disposición y así que el niño confiara en él, y le contará aquello que le había pasado. Fue entonces cuando se le ocurrió una idea, ir con Owen no sería de mucha ayuda, el hombre era un analfabeto que solo servía como criado domestico y para el sexo, Günther apostaba que ni siquiera sabía dónde estaba parado, por ello su mejor opción era Evangeline, la enojona y siempre deseosa de superar a su hermana Evangeline, sabía que la mujer no rechazaría una oportunidad cuando de dinero se hablaba, menos mal tenía de sobra, compraría poco a poco a su pequeño y con ello podría obtener información para ayudar a su amante porque Günther no estaba dispuesto a ver a su niño llorar en silencio una vez más.
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