Odio el violín, ¿O no? ¿Qué odio en realidad?
He vuelto a casa, a la casa donde crecí, la casa de mis padres, pero por alguna razón ya no la siento mi casa. Este ya no es mi hogar.
— ¿Vas a ayudarme mañana en el culto? — la voz de Evangeline fue endeble, sus manos se paseaban con exquisito cuidado por las hojas de la pequeña biblia cuyas frágiles paginas podían romperse incluso con el más leve movimiento.
— La verdad no me siento bien, quiero descansar — musito mientras doblaba lentamente su ropa, su ropita, la había emburujado tan rápidamente en su mochila que ni siquiera se dio cuenta que no llevaba ropa interior, demasiados pantalones y tan solo dos camisas.
En ese momento no pensaba en nada más que en huir de los gritos y golpes de su madre. Para su fortuna Günther le dio ropa, incluso más bonita de la que ya tenía, aunque le sorprendió que tuviera ropa de su talla, siendo él tan pequeño a su comparación. Su corazón se sintió cálido mientras recordaba sus días al lado de Günther en aquella bonita cabaña en medio de la nada, no podía esperar para volver.
— Deberías tocar un especial mañana, hace mucho no tocas el violín — Aidan se encogió en su lugar, no era una persona musical y sin embargo era forzado a dedicar tres horas de su día a interpretar un instrumento que ni siquiera le gustaba.
Lo peor era que Evangeline le había dicho a todos lo mucho que Aidan amaba el violín y para su aflicción Günther le compro uno para que no tuviera que alquilar el instrumento para sus clases, ¿Lo peor? Era un violín costoso, un violín de la mejor calidad y Aidan no podía dejar de pensar en mil formas de poderlo destrozar.
— No me siento bien — repitió, esperanzado a que su madre no lo hubiera escuchado la primera vez.
Pero no, Evangeline siempre escuchaba, solo prefería ignorar lo que no le convenía entender.
— A Dios siempre hay que servir, Aidan, estoy segura que desde que te fuiste de aquí no adoras ni sirves a Dios.
Miró con resentimiento de quien observa a su peor adversario el violín que yacía en una esquina de su cuarto junto a un atril y un libro de partituras. Cada curva pulida, cada cuerda tensa, era un recordatorio de las horas interminables que había pasado ensayando, luchando por alcanzar una perfección que siempre parecía estar un paso más allá de su alcance. Una vez fue un simple pasatiempo, algo que hacer al final de clases de cálculo — aunque prefería batirse en duelo con sus compañeros usando el arco como espada, ver la pez desquebrajarse como oro frágil en sus manos e imaginar las muchas aventuras que tendrían las redondas en su lucha interminable contra las corcheas — se había convertido en una cadena que lo ataba a las expectativas dolorosas de quien nunca parecía satisfecha con sus acciones.
En un principio le gustaba tocar junto al grupo con el que asistía a clases, era divertido y se regodeaba cuando le daban las partes más difíciles de las canciones, pero entonces Günther le dio un regalo, una gran caja larga envuelta en hermoso papel de regalo, sus deditos estaban temblando de emoción mientras rasgaba el colorido papel, esperaba ver juguetes o libros. Era un violín. En el momento en que sostuvo el estuche en sus manos sintió que iba a morir, algo en la mirada de su madre, en la forma en la que abrazaba a su mejor amigo y le agradecía por el regalo lo hizo querer llorar. Entonces comenzó a ser obligado a tocar en la iglesia y se dio cuenta de que el violín nunca le gusto, lo que le gustaba era estar con las personas de su clase de violín. Pero eso no importo y entre interpretación e interpretación sus padres inflaban sus pechos de orgullo mientras él se congelaba asustado en el escenario con el violín en mano. Pero eso a nadie pareció importarle. Darse cuenta de ello le dejó un sabor amargo en la boca, como si hubiera tragado hiel.
El sonido del violín, que una vez le pareció dulce, ahora le provocaba náuseas. Cada nota era como una espina que se clavaba en su corazón, recordándole su falta de talento natural, su falta de elección, su falta de libertad.
Fantaseaba con romper el violín. Imaginaba la liberación que sentiría al ver el arco romperse en dos, las cuerdas saltar con un sonido agudo antes de caer en silencio. Soñaba con la madera astillándose, liberando una lluvia de esquirlas que brillaban como lágrimas bajo la luz. Pero más que nada, anhelaba el silencio que seguiría, un silencio que prometía paz y la libertad de la prisión de las expectativas que nunca pidió sobre él.
Pero por ahora, Aidan solo podía soñar. Y mientras soñaba, el violín permanecía en una esquina de su habitación, burlándose de él por su incapacidad de tocarlo con la alegría que sintió una vez.
— ¿Vas a dejar el violín? — Evangeline coloco la Biblia a un lado, puso sus manos sobre sus rodillas mirando fijamente cada expresión de su hijo. Aidan permaneció en silencio, mirando con suma atención el suelo, resultaba increíblemente interesante contar las líneas del piso —. Eras tan bueno en ello. Las personas que tocan instrumentos para Dios tienen una cercanía aún mayor con el Creador.
— ¿Por qué no tocas TÚ un instrumento para Dios? — ¿No sería más gratificante para ella estar más cerca de Dios? ¿Qué no la salvación era individual?
— Porque Dios no me dio a mí ese don — respondió con sencillez.
— ¿Y qué te hace creer que él me dio ese don a mí?
— Porque cuando tocas, Aidan, hay una luz en tus ojos que no veo en ningún otro momento — Evangeline hablaba con una mezcla de tristeza y esperanza —. Es como si estuvieras tocando para Dios mismo—el chico levanto lentamente la vista del suelo, sus ojos encuentran los de Evangeline.
— Mamá, no es tan simple. No siempre se siente como un don.
La mujer asintió, su mirada cargada con decepción.
— Entonces no vuelvas a tocar — se levantó de un salto y tomo el violín — ¡Botemos esto a la basura ya que tu no lo supiste apreciar! O mejor no — lo dejo caer contra la cama, Aidan ansió que se hubiera roto algo —, ahora no puedo decirte nada porque de inmediato corres a darle quejas a Günther — la mujer se marchó murmurando unas cuantas maldiciones, dejando a su hijo a solas con su enemigo.
Aidan observo su teléfono, quería llamar a Günther, pero no lo hizo, no quería ser la clase de amigo que corre llorando por todo buscando consuelo en el otro.
Las horas siguientes se mantuvo encerrado en su habitación, acababa de regresar y ya sus padres lo ignoraban, escuchaba a su madre ensayando para una actividad en la iglesia y a su padre cuidado de la destructiva Ada, ¿Tan poco duró su amor? Según los mensajes de sus padres añoraba tenerlo de vuelta, pero cada uno estaba lejos del otro, en su propio mundo. Aidan deseó irse, ¿Qué sentido tenía quedarse si se sentía tan mal?Ni siquiera miraron las buenas calificaciones en los libros de inglés y cálculo que con tanta ilusión les había ido a mostrar. Comenzaba a creer que Günther decía la verdad, tal vez ellos no lo amaban.
Al menos no como él necesitaba ser amado.
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