Dulce compañía
— Ady...malo — dijo el niño, limpiando con sus manitas sus lagrimas.
El corazón del joven se estremeció ante las palabras de su pequeño, fue el dolor más punzante y agudo que pudo sentir en todos sus años de vida. La forma en que el niño lo expresó, como si fuera una verdad innegable, afectó profundamente al joven, dejando una huella dolorosa en su alma. Por un lado, anhelaba destrozar el rostro de Evangeline a punta de puñetazos de la misma manera en la que ella no tuvo reparos en estampar los suyos en el delicado cuerpo del niño, pero por otro, solo deseaba abrazarlo con ternura, consolarlo y llenar su corazón de amor y dulces cariños. Su corazón se partía al ver la tristeza en el alma gentil del pequeño.
Hay quienes dicen que los niños, especialmente los más jóvenes, olvidan rápidamente, pero esto resulta ser una mentira. Günther recordaba vívidamente los maltratos y desprecios de la esposa de su padre, tan solo era un niño, mucho más pequeño que el dueño de su afecto, pero lo recordaba con una claridad estremecedora. Lo hacía sentir que no valía nada, que su mera existencia era un castigo. Noches en las que lloraba hasta quedarse dormido y ninguna figura materna que pudiera calmar sus llantos venían a su mente, solo los rostros desconocidos y siempre cambiantes de alguna niñera que mecía su cama en un intento de calmarlo. Estaba rodeado de personas, de maestros y empleados, pero ninguno de ellos se apiadaba de él, ninguno de ellos intervenía cuando comenzaban los gritos y las palabras que tanto lo asustaban hasta el punto de hacerlo llorar, y vomitar. Ver al niño llorar le recordó la mirada satisfecha y desdeñosa que su madrastra le dirigía cada vez que conseguía arrancarle lágrimas. Era su deleite, de la misma forma en que muchos adultos necesitaban una taza de café para empezar el día, ella no podía comenzar su mañana sin provocar sus llantos.
Nunca lo golpeó, sabía que dejaría marcas que su padre podría ver. Sin embargo, sus palabras eran capaces de hacerlo llorar hasta la asfixia, silenciosamente, todo porque la mujer lo convenció de que si su padre lo escuchaba, lo abandonaría, lo dejaría a un lado del camino o en las entrañas del bosque, como tantos padres se deshacían de sus hijos no deseados y estorbosos. Así que, en la soledad y oscuridad bajo su cama, observaba cualquier par de zapatos que se acercara, cualquier cosa, evitando cerrar los ojos para no ver el desprecio y el asco en el rostro de su madrastra. Esa mirada le aterrorizaba, planteándole dudas si la misma persona que podía amarlo con tanta intensidad podría algún día odiarlo con la misma pasión. Una parte de él vivía en constante agonía, por no saber si realmente era amado, le asustaba pensarlo, demasiado, por ello encontraba tan reconfortante aquella gentil mirada que el pequeño dueño de su corazón le había dedicado. No habían intenciones ocultas o secretos entre silabas y palabras, solo amor y alegría, el joven debía admitir que le ofuscaba un poco que su pequeño pudiera dedicar tantas de esas miradas y sonrisas con la misma facilidad que respiraba, Günther añoraba que esos gestos fueran solo de él y para él, una especie de pacto secreto entre los dos. Un juramento de amor. Pero a la vez le parecía de inigualable placer el comprender que la mente del pequeño estaba tan rebosada de caridad e inocencia que sabía que no lo dejaría de querer con tanta facilidad. Algo en su interior le decía que el niño solo miraría hacía otro lado ante cualquier mal que pudiera ocasionar, que sin importar qué hiciera Aidan lo seguiría amando. Por algo había guardado entre sus carnosos labios aquél secreto que el juego del doctor les había entregado.
— Eres un niño malo, Günther y nadie quiere a los niños malos — decía la esposa de su padre cada vez que se quedaban solos —. Hay algo malo en tí, algo que nunca vas a poder cambiar.
Desde entonces las palabras de la mujer de su padre abandonaron su mente, pero no su corazón, esa era la razón de su desesperación por conocer a la tía Genevieve, una persona, una sola, en todo el mundo o universo, una sola persona que lo amará, incluso si era malo. Mentalmente el muchacho se pregunto si ese era el caso del niño, lloraba en silencio para que nadie se enterará y así no lo abandonarán. Si tan solo el niño supiera que sin importar qué hiciera jamás lo dejaría.
Günther no sabía si él lo hace a propósito o si siquiera esta consiente de sus acciones, pero quería creer que sí, le parecía imposible que aquél infante no fuera capaz de entender la clase de poder que tiene sobre él, su mente seguía fija en los mismos recuerdos, pensando en los besos secretos, las caricias juguetonas y el perverso juego de pasión que han interpretado los dos, y se abraza a la idea de que el niño no solo lo entiende, lo sabe y lo acepta porque le gusta aunque por el momento no lo entienda.
— Aidan — la voz de Günther salió de su garganta como un lamentero chillido, carraspeo un poco y parpadeo repetidamente tratando de obligar a las traicioneras lagrimas a regresar al interior de sus ojos, ya tendría tiempo para llorar una vez se asegurará de recordarle a su pequeño lo amado y deseado que era, incluso si sus amigos, si su familia o si su invisible deidad le daba la espalda, él no, siempre estaría para él. Hacer llorar a Aidan debería ser crimen nacional cuya pena fuera la muerte, el mayor jamás pensó que pudiera ser tan tortuoso ver a un niño llorar, por lo general le resultaba gratificante ver a esos niños malcriados retorcerse en llanto, pero Aidan no era un niño malcriado. El dolor se apodero de Günther al escuchar las palabras del pequeño Aidan, pronunciadas con tal certeza, como si fueran una verdad absoluta. Una urgencia por actuar palpitaba en su pecho, casi tanto como su corazón por hacer algo que aliviara la tristeza del niño y protegerlo de cualquier daño, el chico no estaba seguro de qué podría hacer para aliviar la tristeza de la criatura dueña de su alma y cuerpo, pero tenía que hacer algo, ver a su pequeño en ese estado era la peor de las torturas. Agónico, simplemente agónico — ¿Eres una cabrita lista? — el niño lo miro confuso, con su rostro luminoso por las lagrimas.
— Soy cordero — respondió entre hipidos señalando su disfraz que comenzaba a provocar ronchas en su piel, logrando soltar una risita del rubio y provocando a la vez que se distrajera de su dolor.
En el tiempo glorioso con el niño había aprendido que el infante amaba hacer felices a las personas, casi tanto como amaba los cubitos de gelatina.
— Bueno, ¿eres un cordero listo? — Günther observaba a Aidan con ternura, como si cada palabra que el niño pronunciara fuera un pequeño milagro. El niño le devolvió la mirada, inseguro, como si necesitara que le confirmen lo que ya sabe.
— ¡Eres un pequeñito listo! — afirmo Günther con una sonrisa, tratando de infundir confianza en su pequeño amigo. Aidan repite las palabras, pero su mirada sigue llena de duda. El rubio observo a su pequeño con una ternura infinita, como si buscara la respuesta en sus ojos brillantes — ¡Eres un pequeñito muy listo! — vuelve a afirmar con una sonrisa amorosa.
— Ady... lis-to — repitió el niño, pero su expresión revelaba cierta duda.
— ¿Eres un pequeñito bueno? —pregunto Günther, buscando afianzar la confianza en el niño. En silencio, Aidan lo miraba, aún inseguro de lo que eso significaba, pesé a todo Aidan seguía siendo muy pequeño como para entender el significado de esa gran palabra que usualmente se usa sin reparo alguno y desgastándola, olvidando su maravilloso significado — ¡Eres un pequeñito bueno! —afirmo Günther con convicción, buscando reforzar esa idea en el corazón del niño.
Y Aidan asintió con la cabeza, repitiendo las palabras de su amado Günther. En ese momento, el mayor se pregunto qué sucedería si cada día le recuerda lo bueno que es, cuánto amor y apoyo podría brindarle para que crezca seguro y confiado. La idea le llena el corazón de esperanza y cariño, decidido a ser el sostén y el refugio de ese pequeño ser que ha robado su corazón.
Estaba a punto de decir algo más para hacer al niño olvidar el mal rato cuando los ladridos chillones de Imogen volvieron a robar la poca tranquilidad que tan solo minutos antes había logrado generar. Más calmado el niño se volvió a acurrucar entre los brazos de su amigo, pero no dejo que lo apretará demasiado, el disfraz tenía costuras sobresalientes que se le pegaban a la carne y lo hacían retorcerse de dolor, y picazón.
Pronto más risas se escucharon y con precaución Günther se acerco con su pequeño todavía suspirando afligido, pero por lo menos había dejado de llorar. Ese flacucho pero bello cuerpo, diminuto espectro de exquisitas formas y complejas curvas, recubierto por un traje de cordero temblaba con la furia de una tormenta, un claro indicio de que aunque quería seguir llorando, hacía un esfuerzo sobre humano para no derramar lagrima alguna, nuevamente el pensamiento de si alguien le había enseñado dicho comportamiento regreso a su mente, ahora más que nunca resultaba plausible imaginar a su joven suegra con una correa en su mano y con una sandalia en la otra, gritando con todas las fuerzas que su desquiciado genio le permitía, ordenándole al moribundo cuerpo golpeado de su hijo que dejará de llorar, como si ella no fuera la causante de las heridas abiertas y dolorosas marcas que hacían al niño agonizar. Aquella visión aterrorizo al muchacho, le preguntaría al contacto que sus investigadores privados encontraron para saber sí Evangeline tenía la horrible costumbre de usar como saco de boxeo el cuerpo de su hijo. Su informante era alguien cercano a la familia, lo suficiente como para poder acallar las dudas que lo martirizaban, claro que siempre podría usar dichos golpes a su favor.
— Günther — el mencionado se dio la vuelta encontrándose con el rostro pálido de la causante de las lagrimas de su inigualable amante. Tenía los ojos húmedos y enrojecidos, una clara señal de que había estado llorando, eso lo enfureció más, ¿Ella golpeaba y era ella la que lloraba? ¿Tan grande era su complejo de victima? — ¿Podemos hablar? — su voz era suave y tersa, casi como un susurro de un secreto que nadie debería saber. No lo miraba a los ojos, el muchacho no supo si era por la vergüenza o por el temor de volverlo a ver enojado. Günther estaba consiente de que era alto para su edad, contaba con un físico imponente y musculatura de considerable tamaño, aparentaba una edad mayor a la propia, eso sumado a su voz profunda le daban una apariencia intimidante, por eso resultaba como un soplo de aire fresco que su pequeño no le temiera como los otros niños, a su vez le causaba cierta satisfacción el poder intimidar a la cruel mujer. Estaba a punto de responder cuando Aidan volvió a temblar, un claro "No", entendió él. Quería retirarse y darle la espalda a la cruel mujer cuando ella se atravesó en su camino, mirándolo de manera suplicante — ¿Por favor? — la vergüenza de haber sido atrapada de manera infraganti deshacía de Evangeline cualquier rasgo de hostilidad o seriedad que tanto caracterizaba a la mujer.
Algo desconfiado el joven dejo al niño en una de las camas de la mansión, con un paquete de caramelos — algo que había aprendido a llevar consigo desde que descubrió que los azucares saturados y colorantes eran su delirio — y cerrando la puerta encaro a la mujer.
— Habla — su voz sonó con más desprecio del que pretendía, pero no pudo evitarlo.
La mujer bajo la cabeza nerviosa.
— Yo...sé que no debí pegarle, pero...
— ¿"Pero"? ¿Acaso vas a excusarte? — nuevamente aquél doloroso hormigueo recorrió sus manos, que ganas tenía de golpearla — ¿No son ustedes cuya deidad invisible dice que los niños son lo más sagrado? — el cuerpo huesudo de la mujer tembló mientras una nueva ola de vergüenza la recorría.
— No, no hay excusa — acepto en un hilo de voz, mortificada por ser encarada de esa manera —. Me comporte de manera inexcusable, me deje llevar por el miedo.
— ¿Miedo?
— Sí — acepto, todavía pálida por la vergüenza —. Le debo una gran cantidad de dinero a Imogen, ella acepto cancelar la deuda si Aidan era la oveja perdida en la obra de teatro, no debí aceptar porque sé que el traje le da picazón e irrita su piel, pero no supe que más hacer, no tengo dinero para pagar la deuda — admitió apenada, pero aún más apenada estaba por haber golpeado a su hijo y ser criticada por ello.
Obtuvo la deuda con su hermana mayor pidiéndole dinero para poder mantener a su familia, pagar la comida, los servicios, material escolar de los niños y demás, ¿Y qué hacía ella? Golpear a quienes se suponía que debía cuidar. Era irónico.
— ¿Sabías que el traje lo dañaba?
— Sí, le puse pomadas e intente cambiarle el traje, pero Imogen no lo permitió — el rubio tuvo que hacer un esfuerzo para no reír.
Si Imogen no podía tener un hijo torturaría al niño que tanto le habían negado. <<Perra loca>> pensó.
— Lo que hiciste estuvo mal.
— Lo sé, perdí los estribos y eso no lo hace una buena madre.
— Debes aceptar que quizás nunca seas una buena madre — las palabras son capaces de dañar más que los golpes, Günther lo sabía bien, de la misma forma en la que supo que le había dado en la yugular a Evangeline, lo pudo saber por su mirada. Pronto, como una planta en plena primavera, una idea germino en su mente, ¿Y si la demandaba por abuso infantil para quedarse con su pequeño? Una llamada, una sola llamada a alguno de los amigos fiscales de su padre y tendría la custodia de su pequeño, ¿pero qué pasaría entonces? Sin su madre y sin su padre su niño se moriría de tristeza, buscaría alguna figura paterna en la que refugiarse y el rubio corría el riesgo de que los sentimientos obscenos del pequeño se transformaran en cariño paternal hacía él, pensamiento que le causo escalofríos pero una leve sensación de placer que intento ignorar. Por otro lado, podía tener la custodia solo de su niño, pero él era tan apegado a sus hermanas que inevitablemente también tendría que tomarlas a ellas y al muchacho no le causaba gracia la idea de tener una adolescente, una niña pequeña y una bebé berrinchuda descendiente de Mussolini bajo su cuidado. Era una promoción buena, pero no demasiado, "lleva 1 y quedate con 4", incluso si podía hacerle entender a su amante que sus padres no eran buenos sabía que inevitablemente terminaría añorando aquél cariño destructor que solo un progenitor sabe dar, no, no valía la pena entristecer el pequeño corazón de su amado —, pero si es por el tema del dinero no te preocupes más por ello — resignado abrió su billetera e hizo un cheque, no sabía cuanto dinero debía la mujer a su hermana, pero eso era lo de menos —, no le vuelvas a pedir dinero a esa mujer, si necesitas algo, si los niños necesitan algo dímelo a mí y yo te ayudaré — pronuncio con voz afable extendiendo el trozo de papel.
La mujer lo tomo y sus cansados ojos se abrieron de par en par al ver la cantidad de ceros a la derecha que contenía aquél cheque.
— Esto es mucho dinero — exclamo sin aliento.
— Usalo para pagar cualquier deuda y lo que sobre para comprarle una pijama a Aidan — el muchacho paso por su lado, yendo en busca del niño — la que tiene le queda demasiado grande.
La mujer no dijo nada, se quedó de piedra con el cheque en sus manos. Para cualquiera dar tanto dinero sería una locura, pero para el muchacho era una inversión, si lograba tener a su suegra en sus manos sería más fácil llegar al corazón de su niño.
Cuando regreso su pequeño ya había acabado con los dulces y ya no lloraba, solo permanecía sentado meciendo sus piernitas con ese traje de cordero que tanto lo atormentaba, con cuidado lo alzó y su corazón se derritió en ternura cuando de inmediato sus pequeñas manos lo abrazaron. Mientras pensaba que si lo que había hecho con su suegra contaba como abuso financiero o no Günther llego hasta la sala de estar, donde Imogen y sus pomposos amigos se habían reunido, comiendo aquellos postres sin gluten, azúcar o alegría que su insípida anfitriona ofrecía, pero pronto capto su atención el rostro de tragedia que Katherina tenía, sentada junto a su tía. No tardo mucho en entender la razón de tal expresión, ¿cuál es la actividad favorita de un montón de adultos? Hacer sentir miserable a un niño mediante la humillación y exposición de sus problemas, por supuesto. Adolescente, en ese caso.
— No lo dejes ir, sobrina, ese hombre los va a sacar a todos de la pobreza — exclamo Imogen en tono de burla, su risa chillona evoco pronto un coro de las otras risas de los presentes, quienes al igual que ella se retorcían entre carcajadas como gusanos al sol.
— ¡Tía! — Kat se cubrió el rostro rogando que Günther no hubiera escuchado las locuras de su tía, pero para su fortuna el muchacho de ojos oscuros como el cielo nocturno estaba totalmente encantado y concentrado en el pequeño niño a su lado, si tan solo Harper no le hubiera contado a su madre sobre sus viajes al colegio con el rubio.
— ¿Cuál es tu color favorito? — pregunto el niño, concentrado en algo más que el rubio no pudo adivinar.
— El azul, como tus ojos, Aidan.
— A mí también me gusta mucho el azul, pero Haza dice que ese es su color así que tengo que buscar otro — repitió aquellas palabras de antes, pero esta vez menos emocionado, al contrario, estaba cansado, el niño de vez en cuando tocaba los brazos de su amigo, palpando el terreno tratando de saber si su alto amigo tendría la gentileza de dejarlo dormir en sus brazos, le gustaba dormir arrullado por su padre, pero como ahora no estaba presente la segunda opción era su madre, pero por el momento el niño prefería jugar a ser huérfano que estar en la misma habitación que la mujer.
— ¿Y qué otro color de gusta?
— Rojo, pero más me gusta el verde como los árboles que hizo Dios.
— Yo tengo un auto verde, ¿Quieres ir a verlo?
— ¿De verdad?
— Sí, tengo autos de todos los colores.
— Pero tu auto es negro — pronuncio Katherina uniéndose a la conversación, quedándose a su lado en un rincón de la sala, intentando huir de los adultos que parecían muy concentrados en su vida personal.
— Sí, pero también tengo un auto verde, azul, rojo, gris, blanco, naranja y azul rey.
— ¿Por qué necesitarías tantos autos? — pregunto la muchacha mientras que el niño solo los miraba sorprendido, cada vez más convencido que ese rubio tenía el superpoder de multiplicarse, ¿Por qué otro motivo tendría tantos vehículos si no eran para que todos sus clones los usarán?
— Uno para cada día de la semana, Kat, también depende de mí estado de ánimo, de la misma forma en la que Aidan colecciona pegatinas, rocas y tu rosas secas, yo colecciono autos — la chica no pudo evitar ruborizarse al darse cuenta de que recordaba algo tan insignificante como su gusto por las flores.
— ¿No es muy consumista de tu parte? — se le escapo decir.
— ¡Sí! ¡Debemos cuidar el ambiente! — dijo Aidan, rascándose la piel, el niño se preguntaba si alguna dulce alma se apiadaría de él y le quitaría tan tortuoso traje, pero ninguno de los adolescentes o adultos parecían estar consientes de su incomodidad.
— Tienen razón, supongo que no compraré más autos por un buen tiempo.
Günther, Katherina y Aidan se sentaron en un rincón en el suelo, hablando amigablemente e intentando ignorar las charlas de los adultos, algo que era difícil de hacer, ya que casi gritaban con cada palabra, como si en sus conversaciones guardarán enseñanzas que todos deberían escuchar. Las palabras <<inmundo>>, <<loco>> y <<religión de enfermos>> lograron alzarse sobre las demás, aplacando un poco el mar de ruido que invadía la habitación.
Günther contemplaba con perplejidad la extraña fascinación de las religiones foráneas por condenar las distintas manifestaciones del amor. Para él, lo que verdaderamente importaba radicaba en la esencia misma del ser humano. Siguiendo sus creencias, todos eran almas, fragmentos luminosos de estrellas atrapados en cuerpos mortales de frágil carne. En su visión trascendental, los géneros carecían de relevancia, pues solo divisaba el resplandor del alma y la suya, indiscutiblemente, estaba postrada ante la de Aidan. No importaba si su alma se conectaba con una mujer, un hombre, un niño o un caballo, los elegidos y amados por los dioses tenían el derecho de estar con cuantas almas la suya deseara, debían rendirse por completo ante sus deseos y el rubio no veía nada malo en ello. En medio del bullicio de una sala rebosante de personas, los tres hallaron su pequeño refugio en un rincón, donde charlaban animadamente, ajenos a las miradas curiosas y prejuiciosas. Allí, en esa burbuja de alegría compartida, no alcanzaban a percatarse de las miradas despectivas que desde la distancia les dirigían.
En medio de la festiva reunión, Imogen, rodeada de sus amigos de la iglesia, llevaba consigo una mirada altiva y un aire de superioridad moral. Como una mariposa encantada por la luz, se encontraba inmersa en la animada charla, donde no escatimaba en expresar su desprecio hacia Günther, a quien consideraba un alma libre proveniente de una religión llena de abominaciones pero que podía ser encaminado por el buen camino con un poco de ayuda, aunque para el mencionado sus creencias solo le permitían amar a quien el corazón eligiera. Animadamente la mujer comenzó a pedir recomendaciones de pastores que ayudarán a liberar al chico de sus "ideas pecaminosas", sus amigos se regodearon recomendando desde ministros hasta campamentos de conversión e infusiones que le permitirían al chico cambiar de opinión. Sus palabras crueles, envueltas en un velo de desdén, deslizaban sobre los oídos de quienes la escuchaban. Con desparpajo y sin consideración alguna, denigraba las creencias del muchacho, comenzando a preguntarse sí él sería tan libertino como sus creencias. Para ella los seguidores de Un Mundo Libre eran un montón de hippies adictos al sexo y no le sorprendería que él fuera por el estilo, por si acaso no tuvo reparo en denigrar el amor de Günther por otro chico, tildándolo de retorcido y enfermo, suponiendo que al igual que muchos de sus hermanos de creencias no tenía ningún reparo en acostarse con cualquier persona, independientemente de su genero. Fue una certera suposición, aunque Imogen no tenía idea de que aquél chico era su pequeño sobrino. Ajena a las miradas de Günther, que tranquilamente conversaba con Kat y Aidan, aquel a quien amaba con fervor, Imogen continuaba con su charla llena de prejuicios y desdén, dejando escapar risitas molestas de vez en cuando.
Mientras tanto Günther compartía anécdotas de su hogar e infancia, causando risas entre sus amigos, sobre todo por la historia de aquél cumpleaños en la que su padre hizo poner un cuerno a un caballo solo por cumplir su sueño de montar un unicornio. En medio de risas sus oídos fueron testigos involuntarios de las palabras venenosas que le negaban el derecho a amar libremente, lo que el rubio no comprendía es que su amor dejaba de ser libre cuando comenzaba a dañar a alguien más. A pesar de la herida que aquellas palabras le causaban, Günther mantenía la compostura, sabiendo que el amor que sentía era genuino y verdadero, no importándole las palabras sucias de una hereje incapaz de dar vida nacida de su vientre. En medio de la fiesta, la hipocresía y el juicio se entrelazaban con la alegría aparente, creando una danza sutil de prejuicios disfrazados de religión. Mientras Imogen continuaba su desdichada diatriba, Günther seguía amando en silencio, sabiendo que el verdadero amor no necesita de la aprobación de los demás para existir.
Pronto una idea comenzó a tejerse en su descolocada cabeza. Le había quedado más que claro que sus sentimientos no serían fácilmente aceptados por su familia política, entonces, ¿qué podría hacer?...sus ojos viajaron hacía la muchacha que no dejaba de reír a su lado mientras exponía con lujo y detalle la ocasión en la que su hermano casi se ahoga en una piscina sin agua, descubriendo así que el niño era asmático. En un rincón silencioso de su alma, Günther albergaba un sentimiento profundo y delicado hacia Katherina. La admiraba por su nobleza y dulzura, por la capacidad de la chica de luchar codo a codo con sus padres por sacar a flote a su númerosa familia, la consideraba un refugio seguro en medio de sus tormentos internos, con ella podía hablar en libertad, quizás era porque estaba enamorada, quizás por algo más, pero ella no lo juzgaba, solo ladeaba la cabeza y escuchaba con atención cualquier historia u anécdota que tenía por contar. Cada palabra pronunciada por sus labios resonaba como una melodía encantadora que acariciaba su corazón con ternura. Sin embargo sabía que ese aprecio ocultaba un amargo dilema. Era consciente de que sus sentimientos hacia Aidan trascendían los límites establecidos por la sociedad y sus creencias. Pero, temiendo la reacción de aquellos que le rodeaban y el perder a la fuente de todo su afecto, supo que tenía que hacer algo. En sus momentos más íntimos, Günther se preguntaba si su elección fue justa. Aunque sabía que al hacerlo lastimaría a Katherina, también era consciente de que mantener su verdad oculta era su única opción para mantenerse cerca de Aidan. El amor y la amistad eran delicadas mariposas que revoloteaban en el jardín de su corazón, y él se encontraba perdido en ese jardín. Günther sostuvo la mano de la chica con suavidad, tratando de disimular la tristeza que lo embargaba. Se aferraba a la esperanza de que su cariño por ella pudiera aliviar la confusión que lo acosaba, mientras el dulce perfume de la mentira llenaba el aire de la realidad que se resistía a revelar.
— ¿Quieres ser mi novia? — pronuncio, dejando a la chica sin aliento y sintiéndose como un cerdo por lo que estaba haciendo.
Katherina no merecía eso.
Ser pareja resulto ser más gratificante de lo que Günther pudo imaginar, pasaba sus tardes en la habitación de la chica, charlando o escuchando música, siendo bombardeado por su dulce amor, de vez en cuando miraba por la ventana observando a su pequeño saltar y jugar sin parar, una vista que le causaba gran felicidad. Un día su — nuevamente — gentil suegra llego a la casa con un niño a cuestas y lo llevo frente a sus dos hijos, una ofrenda de paz, entendió Günther. Los mellizos observaron a su madre en silencio y luego al niño que lucía como una cerdo en el matadero.
— Les presento a Dan — pronuncio Evangeline sosteniendo al niño con firmeza, como si temiera que en cualquier momento comenzará a escapar, niño que observaba a todos lados aterrorizado —. Él quiere jugar con ustedes, ¿verdad?
Günther observo todo desde la tranquilidad de la habitación de Katherina, pronto entendió que esa era la forma de la mujer de pedirle perdón a su hijo por el golpe. Le causo gracia ver como ese intruso intentaba seguirle el juego su linda cabrita. Pero pronto comenzaría a odiar a esa disculpa, disculpa que poco a poco comenzaba a acaparar toda la atención de su pequeño.
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