45. Copito
Disculparse era una acción tan noble como cobarde y Aidan ya estaba acostumbrado a hacerlo.
Podía ser noble porque implicaba dejar ir los malos sentimientos que algo o alguien causo, pero también podía ser cobarde si se hacía con regularidad a cambio de no evocar furia que, de alguna manera que aún le costaba entender, era su culpa. Solía disculparse mucho, demasiado, usualmente sus bromas eran encontradas inapropiadas por su madre y de una manera que seguía resultándole sorprendente Evangeline hallaba la manera de verlo como un ataque personal a ella, a su crianza o a su mera existencia, sus comentarios aunque sarcásticos eran inofensivos, pero de alguna forma resultaba siendo reprendido. Curiosamente nunca lo recordaba, pero Aidan jamás sería capaz de olvidarlo. Siempre se disculpaba, le era más sencillo pronunciar unas simples palabras. Miro su teléfono, varios mensajes de feliz cumpleaños se desplegaban en la pantalla, contesto automáticamente con un agradecimiento, copio y pego los mensajes tantas veces como le fue posible hasta que se dio cuenta con desahucio de que en realidad tenia pocos mensajes de feliz cumpleaños.
Fue un golpe a su ego y autoestima, se pregunto si alguna vez podría aceptar que, en realidad, nunca había tenido amigos, solo eran conocidos con los que pasaba el tiempo. Le repugnaba pensar en ello, ¿Cómo todas esas caras que solían sonreírle, todos esos brazos que solían abrazarlo y todas esas voces que lo llenaban de halagos pudieron hacerle tanto daño? Finalmente llego al mensaje de sus padres, largos textos sobre un montón de cosas que ni siquiera quiso leer, tampoco atendió las llamadas, solo se disculpó por no estar ahí y le mando un mensaje a quien suponía estaba siendo ignorada por todos, y por todo: Haza. ¿Cómo estaría ella? La imagino sentada en un rincón, mirando al suelo mientras esperaba que alguien notase su existencia.
¿Ella podría perdonarlo?
Perdonar era una acción tan noble como cobarde, pero irónicamente Aidan no estaba acostumbrado a hacerlo.
Podía ser noble, dejar ir los malos sentimientos, aceptar que lo malo sucedió y vivir con ello, perdonar no significa olvidar, perdonar no significa que mágicamente todo estará bien, pero el perdón tiene la capacidad de causar liberación. La ira y el resentimiento eran sus compañeros constantes, oscureciendo su corazón y atormentando su mente. Pero en medio de la tormenta, Aidan vislumbró un faro de esperanza: el perdón. El doctor Stilinski le había explicado que perdonar significaba aceptar, liberarse de los malos sentimientos y seguir adelante. Perdonar y sanar. Perdonarse a si mismo por no haberse dado cuenta del monstruo con el que había convivido.
No era su culpa, no era su culpa, lo de Katherina no era su culpa.
Podía ser cobarde, tan cobarde si se hacía solo para olvidar, evitar problemas ignorando la realidad. El muchacho estaba acostumbrado a perdonar, pero solo de palabra, decía con mucha más constancia de la que desearía que perdonaba, pero se ahogaba en remordimientos y en odio, era muy rencoroso, aunque prefería guardarse esos sentimientos para si. Había descubierto que al perdonar a Günther, podía liberarse de la ira y el resentimiento que lo atormentaban, pero...¿Era tan necesario? ¿No podía simplemente ahogarse en autocompasión y el remordimiento? ¿Aunque fuera por un rato? Pero no era justo, ¿Por qué debía ser él? ¿Por qué debía ser ÉL quien se asfixiara en malos sentimientos mientras su abusador seguía feliz como lombriz con su vida? Quizás perdonar fuera lo mejor, era una proeza tener que recordarse todos los días que perdonar no significaba que fingiría que nada había pasado, pero seguía sin sentirse a gusto con la idea. A veces, Aidan se preguntaba si su decisión de perdonar era realmente un acto de valentía o simplemente una forma de evitar el conflicto. ¿Estaba perdonando a Günther porque era lo correcto, o porque temía las consecuencias de enfrentarlo? De enfrentar lo que le hizo ¿Estaba perdonando a Günther para mantener la falsa ilusión de paz, por miedo al cambio que implicaría aceptar el abuso? ¿O estaba perdonando a Günther porque dependía emocionalmente de él, a pesar del daño que le había causado?
Se preguntó si alguna vez podría perdonar a Günther en realidad, perdonarlo realmente, no solo de palabras como ya estaba acostumbrado a hacer.
— Vamos a ir a robar un banco — el doctor Stilinski enarco una ceja, observando a ambos niños con intensidad.
— ¿Esa fue la mejor excusa que pudieron pensar? — Aidan resoplo, acomodando la bufanda a su cuello.
Era su cumpleaños, estaba comenzando a comer otra vez y no podía dejar de pensar en los dulces postres que su tía tanto adoraba darle, casi tanto como el adoraba comerlos, en su anterior cumpleaños fue incapaz de disfrutarlo, demasiado cautivado por el asco hacia si mismo y Dan tuvo que devorarlo en secreto mientras Aidan fingía masticar. Ese día no, sentía sus tripas rugir en una danza estrambótica exigiendo comida, pero no cualquier comida, sino el dulce néctar de los postres de su tía.
— Nos dejarías ir a robar un banco antes que ir a visitar a tía Alma.
— ¿Qué comes que adivinas? — trato de bromear, pero la mueca seria en la boca de su sobrino le hizo saber que fallo miserablemente — . Hoy es tu cumpleaños, pero considero que deberías pasarlo con Dan, conmigo y si quieres con alguno de los chicos del club de libros.
— ¿Y no con mi tía?
— Sé que ella te agrada, pero...— el hombre guardo silencio un segundo. Miró el rostro del chico frente a él, ese día cumplía 15 años, una década y cinco años, en cinco años más tendría 20, en cinco más 25 y en cinco más 30, en menos de una década más y si Dios era piadoso sería un hombre, pero para él siempre sería el niño que tanto adoraba verlo saltar. No podía arruinarlo así —. Bien, solo porque es tu cumpleaños.
— ¿Eso es todo? ¿No vas a pelear? — ¿Era acaso parte de un nuevo método de terapia? ¿Por qué se rendía tan fácilmente? Por lo general, su tío prefería atarlo a una camilla antes de dejarlo ir con su tía.
— ¿Quieres que pelee? Porque tengo un par de sedantes nuevos que me interesaría probar — esta vez Aidan y Dan se echaron a reír, aunque Dan no estaba del todo seguro que fuese una broma.
— No, solo...es raro que hayas accedido tan rápido.
— Considéralo uno de mis regalos de cumpleaños para ti.
— Tacaño — susurro Dan.
— Te escuche, quizás debería comenzar a cobrarte el alquiler, ya llevas ¿Qué? ¿Un año y seis meses viviendo gratis conmigo? — y la casa lo demostraba: toda su preciosa colección de cerámica yacía envuelta en cajas en el ático o rotas en algún basurero, pudo salvar algunas de sus piezas favoritas de las garras del destructor muchacho, pero muchas perecieron en la batalla.
— Mejor me callo.
— Sí, mejor. Ady — el hombre tomó las mejillas del niño —, solo una visita rápida, ¿Entendido? Tengo planeado un par de cosas para ti, quiero que seas feliz hoy — lo tomo de la mejilla y le dio un rápido beso —, no todos los días cumples quince años y vamos a celebrarlo por todo lo alto.
— Te lo agradezco, pero no quiero ser recibido por mariachis o algo así — el doctor Stilinski bufó.
— Lastima, ¿Al menos te pondrás el vestido y bailaras con tu tío? Quince es una edad muy especial y dudo que tu tía pueda darte una celebración tan especial como yo la tengo planeada — Evangeline solía fantasear mucho con los quince años de los gemelos, Katherina prefirió tener un viaje que una fiesta y esperaba poder vivir esa fantasía del vestido pomposo, la música y comida extravagante a través de sus hijos, de Haza, en realidad. Para Aidan tenía otros planes: una linda mesa apartada a un rincón donde él y su grupo de amigos no podrían cometer alguna imprudencia que la avergonzara, y arruinara su fantasía perfecta.
— ¿Algún día me dirás por qué la odias tanto? — el doctor Stilinski negó.
— Me llevaré ese secreto a la tumba de poder hacerlo.
Aidan suspiro y tomo la mano de Dan, saliendo de la casa. De niño siempre soñó con eso, con poder cruzar la calle y tener a sus amigos, y familiares cerca, tan cerca que cada vez que se aburriera — o que su madre le gritara — pudiera salir corriendo a una de las casas donde sabía que lo recibirían con bombos y platillos. Pero ahora, mientras caminaba por la calle desierta, se dio cuenta de que esos días de inocencia y alegría habían quedado atrás. La realidad era más dura, más fría y áspera, muy áspera, como un raspón en la rodilla al que le ha caído sal. Miró a Dan, su rostro reflejaba que lo entendía, oculta bajo una sonrisa despreocupada yacía la misma tristeza y preocupación que sentía él. Pero a pesar de todo, se apretaron las manos, prometiéndose silenciosamente que, sin importar lo que viniera, enfrentarían juntos el futuro incierto. Quince años era una edad tan divertida como confusa, se preguntó si le esperaban quince años de abusos más o algo podría cambiar.
— ¡Feliz cumpleaños! — grito Alma lanzándose a abrazarlo, ni siquiera toco la puerta, estaba terminando de subir al pórtico cuando su tía salió disparada de la casa para abrazarlo. Su abrazo fue tan fuerte que sus huesos protestaron — ¡Dan! — la mujer lo unió al abrazo, pero sus delgados brazos no fueron capaz de envolver al musculoso muchacho — ¡Llegaron justo a tiempo! — los guio adentro de la casa y de inmediato un aroma dulce le golpeo rostro.
— ¿Estas horneando? — Dan dejo que el aroma inundara su nariz, sintiendo el repentino hambre invadirlo.
— Sí, el pastel de cumpleaños está casi listo — Alma los dejo y regreso lentamente a la cocina, colocándose los guantes naranjas afelpados que de niño Aidan solía usar para jugar, simulaba que eran gallinas o un triceratops gigante que devoraba las muñecas de sus hermanas, cientos de barbies perecieron a manos de aquellos guantes, les arrancaba los brazos, las piernas, a veces fingía que la parte baja era su cabeza y eran alienígenas que debían ser asesinados, metía sus dedos entre las piernas de plástico y tiraba de ellas hasta romperlas por la mitad, a lo mejor y Günther lo torturaba de esa manera, recordaba que le gustaba someterlo y las muñecas de sus hermanas era lo único que él (un niñito de a penas siete años) podría someter, no era normal que un niño de su edad viera una muñeca desnuda y simulara llenar su cuerpo de cortes mientras un par de guantes se comían sus extremidades, para que cientos de lenguas se enterraran en los diversos cortes bebiendo su sangre mientras ella se retorcía en nada más que en éxtasis puro. Seguía sin recordar gran parte de los abusos, pero estaba seguro de que su mejor amigo y autodenominado hermano mayor por elección no se conformaba con simple sexo anal no consensuado, las personas como Günther necesitan dominar, someter. Ahora que lo pensaba mejor tal vez varias cicatrices de supuestas caídas eran en realidad marcas de sometimiento de su estimado abusador — ¿Por qué no van al jardín? —Alma siguió batiendo diversos ingredientes en un tazón, mirando a ambos niños con amor —. Traigan flores, así las caramelizamos y convertimos en parte del adorno del pastel.
— ¿Flores caramelizadas? — Dan miro preocupado a su amigo, aquello no sonaba nada apetitoso, en especial porque había sido él quien sufrió más cuando Haza quería jugar a la mamá, por alguna razón siempre se comía lo que ella le daba, no importaba si era una galleta con césped o un pastel de tierra, era él quien se sacrificaba para que Aidan no tuviera que comer esas abominaciones y podía afirmar, por experiencia propia, que si bien las flores eran bonitas su sabor no lo era.
— Suena extraño, lo sé, pero una vez cubiertas con caramelo verás que son deliciosas.
El muchacho determino que simplemente les quitaría las flores al pastel y ya, si Aidan y Alma querían intoxicarse allá ellos. Tomaron una cesta, guantes de jardinería y un par de tijeras. No sabía cómo hacerlo pero tratarían de no dañar las plantas por lo que corto gentilmente los tallos. El chico se sintió triunfal de estar allí, como un vikingo entrando al Valhalla. Su tía siempre fue excesivamente celosa con sus plantas, nunca le permitió estar siquiera cerca, lo máximo que podía hacer era mirar las flores por la ventana, pero suponía que al ya no ser un niño berrinchudo se le estaba permitido. Se sintió como un adulto en el momento en que puso un pie en aquella zona prohibida. Con el corazón palpitante de emoción, se aventuró en el jardín de su tía, un territorio que durante años había sido un enigma para él. El jardín, que una vez había sido un lugar prohibido, ahora se abría ante él como un mundo nuevo y desconocido.
Cada paso que daba era como el de un explorador adentrándose en una selva inexplorada. Los árboles se alzaban como gigantes verdes, sus hojas susurrando secretos al viento. Las flores, con sus colores vibrantes, parecían estrellas en un cielo de hierba. El aroma de la tierra húmeda y de las flores frescas llenaba el aire, una fragancia que le hizo sentir que saldría volando, como un astronauta pisando un nuevo planeta. Cada rincón del jardín revelaba un nuevo descubrimiento y cada planta se presentaba como una maravilla por explorar. Los insectos orquestaban un concierto de la naturaleza, mientras que los pájaros entonaban canciones que solo se escuchan en los días de verano.
Ambos compartieron una mirada triunfal, seleccionando cuidadosamente las flores más hermosas.
— Es increíble, ¿no es así? — dijo Aidan, su voz llena de emoción —. Nunca había visto tantas flores en un solo lugar — Dan asintió, su mirada perdida en la belleza del jardín.
— Es como un paraíso — murmuró, sujeto una de las flores, pero decidió dejarla, era demasiado bonita como para cortarla. Justo entonces, Alma se acercó a ellos, una sonrisa cálida en su rostro.
— Veo que están disfrutando del jardín —dijo —. Permítanme ayudarles a cortar algunas flores.
— Gracias, tía, ¿Qué flores son esas? Son preciosas — señaló unas plantas en una esquina, bastante contento de por fin estar en un territorio que desde niño le fue prohibido —, ¿Y esas plantas?
— ¡Aidan aléjate de esas plantas! — grito la mujer alterada, tomándolos de las manos y alejándolos de la planta como si le fueran a salir piernas, y corriera tras ellos para comérselos.
— ¿Por qué?
— Son peligrosas. Mirá, esa flor — Alma señaló con su mano hacía las plantas al lado de su sobrino.
— ¿La de ese color rosa? Es tan bonita.
— Pero es venenosa, si la tocas podría paralizarte, todas las plantas de esa sesión son peligrosas, algunas pueden provocar parálisis parcial, ronchas, otras somnolencia, algunas provocan malestares y enfermedades bastantes agresivas — la mujer los tomó de la mano, como si mientras enumeraba las consecuencias de exponerse a esas plantas ellos fueran correr y las comieran o frotaran contra su cuerpo, de niños eran salvajes y ella no pensaba arriesgarse, descubrió demasiado tarde que prohibirle a Aidan hacer algo hacia que el entonces niño convirtiera como misión personal hacer todo lo contrario —. Hay una, la del color rosa con manchas brillantes, esa provoca vértigo, confusión, fiebre, vomito, ardor en la piel, debilidad y, por último, pero no menos doloroso: parálisis; la persona se va a dormir y al día siguiente es incapaz de despertar — explico Alma, enterrando sus dedos en las manos de los chicos, arrepintiéndose de haberlos dejado entrar a su santuario —. Es como si estuviera dormido, inconsciente y sin la medicina adecuada podría morir.
— ¿Y por qué tienes esa clase de plantas? — pregunto Dan horrorizado, siempre le pareció sospechoso que Alma tuviese tanto dinero si nunca la veía trabajando, su primera teoría era que su difunto esposo le dejo alguna herencia, pero después se enteró que estaban en quiebra incluso antes de casarse, entonces pensó que era dama de compañía pero ahora estaba seguro que era narcotraficante o hacía venenos para la mafia.
Después de todo aquella mujer nunca le genero confianza y podía entender que el doctor Stilinski la quisiera lejos de la cabra psicodélica de ambos.
— Si bien sus efectos son nocivos — Alma se inclinó y tomo una flor de la sesión, de inmediato Aidan apretó la mano de Dan y ambos se prepararon psicológicamente para el funeral — son muy bonitas, sirven como plantas decorativas, además de que mantienen a raya las plagas.
— ¡Tía! — los ojos de Aidan se abrieron en horror mientras la mujer sostenía la flor con total naturalidad, Dan lo tuvo que sostener para evitar que corriera a quitarle la flor. No iba a permitir que dos murieran bajo sus narices, con uno bastaba.
— Tranquilo, cabrita — le sonrió tranquilizadoramente, dejando la flor en su bolsillo y lavando sus manos con una manguera en el suelo —. Sé cómo manejarla, además, las personas que estamos constantemente expuestas a esta clase de plantas somos resistentes — estiró su mano y sus dedos trazaron suaves líneas en las mejillas del chico, dibujando invisibles bigotes de gato —, por no decir inmunes y llevo trabajando con estas plantas durante años — acaricio con su dedo anular los labios rosas del muchacho, deleitándose con su suavidad —, no hay nada que temer.
— ¡Aidan! — un chorro de agua lo hizo caer. Dan corrió hacía él, todavía con la manguera en mano. El potente chorro lo golpeaba, metiéndose el agua por sus boca, nariz y salpicando sus ojos — ¿Cómo se te ocurre tocarlo? ¡Él no es "inmune"! — grito Dan mientras seguía manteniendo la manguera sobre el rostro del chico, sin percatarse que se estaba poniendo morado.
— ¡Lo estás ahogando!
El moreno de inmediato aparto la manguera y el escuálido chico tosió mientras dejaba que el aire entrara en sus pulmones una vez más. Si bien aquellas plantas podían ser peligrosas, en circunstancias normales un simple lavado de manos rápido podía limpiar cualquier vestigio de peligro, algo que al pelinegro le hubiera gustado saber antes de ser arrollado por un Dan preocupado y una manguera potente. Tuvo que ir a cambiarse y el agua todavía se escurría de su cabello cuando Alma termino de caramelizar las flores, las coloco suavemente sobre el pastel, en las puntas cremosas de deliciosas montañas de nata blanca. Coloco con una maestría aterradora cada una de las diminutas velas rosas con rayas amarillas, una por una, con la misma delicadeza que supuso Aidan tenía Dios todas las mañanas y tardes cada vez que pintaba el atardecer o amanecer. Quince velas, quince años de recuerdos.
— Feliz quince primaveras, Ady — canturreo Alma, dejando el pastel con las velas encendidas frente a él —, pide un deseo, cariño — volvió a trazar líneas sobre la piel del joven, esta vez dibujando a un caracol de cabeza en la mejilla izquierda del puberto.
Miro el pastel, con las velas ardiendo en el. La nata se derretía en los bordes cercanos a las velas y las flores acarameladas brillaban como singulares estrellas del firmamento etéreo. Quince años. Ladeo la cabeza observando las gotas dulces deslizarse suicidamente hasta la bandeja. Siempre pensó que su cumpleaños número quince sería totalmente opacado por Haza, ella era mujer y era normal que ese cumpleaños en especial fuera completamente centrado en ella, se imaginó infinitas veces ver a su hermana probándose hermosos vestidos, eligiendo peinados y luciendo ofendido cuando no lo escogiera como chambelán porque convenció a sus amigos para adularla, y ofrecerse para cumplir aquél papel, estaba listo para escuchar los discursos de sus padres sobre lo hermosa que se veía, lo orgullosos que estaban de que a los quince no se haya quedado embarazada y a lo mejor se acordaran de él entre las emotivas palabras. No se quejaba, sabía que era un día importante para su compañera eterna, pero ahora dudaba siquiera que le hubieran celebrado algo y eso lo hizo sentir miserable. Cerró los ojos y sopló las velas.
Lo siento.
La vio sola, quizás con Ada sentada en sus piernas preguntándose si alguna vez podría celebrar un cumpleaños sin sentirse vacía, sin sentirse incomoda y desolada al no tener a su otra mitad junto a ella. A lo mejor y estaba observando con eterna ensoñación las fotografías de cumpleaños anteriores, deseando regresar en el tiempo, raspando con sus dedos los bordes de las fotografías hasta que su carne se mezclara con el papel, golpeando su cabeza contra el álbum, sintiendo que ese momento era tan cercano y podría regresar, casi escuchando las risas y la música infantil, pero sabiendo que estaba tan lejano, como una estrella al otro lado del universo que podría admirar pero no tocar. La vio llorando por no poder volver a sentirse tranquila nunca más.
— ¿Qué deseaste? — pregunto Dan, trayendo un cuchillo para sacar las rebanadas.
— Verme como tú — mintió —, ya tengo quince y sigo pareciendo un bebé — le dio un golpecito en el brazo, Dan estaba tan grande, desde que vivían juntos el tamaño del moreno se triplico, era casi tres veces más alto, sus brazos parecían troncos gruesos de árboles, su pecho definido y firme como una caja fuerte impenetrable, incluso sus piernas estaban tonificadas y una fantasmal barba comenzaba a formarse en su mandíbula.
Le parecía tan injusto que Dan tuviera cuerpo de un gimnasta olímpico, cuando su mayor actividad física era levantarse de la cama y esconder los restos de sus múltiples crímenes de odio contra la cerámica.
— Debiste pedir un auto o algo — Alma le quito el cuchillo a Dan de las manos, comenzando a cortar los trozos de pastel —, mirá a tu tío — señalo una foto del hombre en el juzgado el día de su boda, el cabello afro era lo que más resaltaba de Edan, una nube negra alrededor de su cabeza que brillaba con la gloria de un ópalo y acaparaba sus regordetas mejillas. A cualquiera le sería difícil discernir si tenía 5 o 35 —, Edan tuvo cara de bebé incondicional — Alma lo miro con picardía —. Acepta tu destino, chico, siempre vas a parecer un pimpollo.
— No me molestaría ser tu niño — admitió Aidan con una sonrisa, tomando la mano de su tía —. Recuerdo que siempre que me lastimaba tú tenías una planta en tu huerta para curarme, cuando me enfermaba eran tus medicinas las que me sanaban — tomo la mano de la mujer, posando un gentil beso en los nudillos de ella —. Gracias tía, te amo.
— Yo también te amo, con todo mi corazón, Aidan, con toda mi alma y vida — Alma se inclinó, besando la frente de su sobrino, el chico se acurruco contra ella, sintiéndose en calma, la calidez de los labios de su tía y su aroma lo hicieron sentir tranquilo, tan sereno como un ser humano podía serlo — ¿Y qué vas a estudiar, mi universitario? — por un momento olvido que Dan estaba allí y sus dedos atrevidos buscaron tocar más de lo que deberían palpar — Este mes es tu graduación, ¿verdad? — Aidan asintió cabizbajo — ¿Qué sucede?
— No sé qué estudiar, logré tener muy buenas calificaciones y fácilmente podría optar entre medicina, una beca completa, pero no sé — mantuvo la mirada baja, ignorando que mientras hablaban Dan ya se había comido tres rebanadas —. También me gusta psicología — dejo caer su cabeza sobre la mesa y algunas de sus hondas quedaron embarradas en nata —, solo quiero ayudar a las personas — admitió todavía cabizbajo.
— Psicología es una buena opción — apoyo la mujer haciendo un conejo marihuanero en la espalda de su sobrino con las yemas de sus dedos, suspiro aliviada al no sentir los huesos tan marcados debajo de la tela, sin embargo seguía siendo demasiado delgado.
A nadie le gustaba fornicar con meros huesos.
— ¿Segura, tía?
— Claro, eres la criatura más empática y dulce del mundo — también era muy bueno escuchando, Alma solía contarle sus problemas cuando era pequeño, con un vaso de leche para él y una copa de vino para ella le podía contar cualquier aflicción que la mantuviera despierta, y aunque para ese entonces él aún no supiera hablar siempre tenía buenos consejos que darle —. Los psicólogos deben ser personas empáticas, comprensivas y buenas para escuchar, y tú eres todo eso, y más, Aidan, serías un psicólogo perfecto.
<<Me harás muy feliz si simplemente te quedas ahí, quietecito, ¿Entendido? Bien, muy bien, abre esas piernitas y sonríe, recuerda, como lo practicamos, ábrelas más, eso es, muy bien>>
Aidan parpadeo, ¿de dónde venía esa voz?
— ¿Escucharon eso? — Dan y Alma se miraron confundidos.
— ¿Qué cosa?
— Una voz, alguien acaba de decir que estará feliz si...— se detuvo, miro a los ojos de su tía y su amigo. No la habían escuchado —. Nada, olvídenlo — tomó el tenedor y pico la rebanada de pastel, limpio la nata del ponqué y por alguna razón sintió como si todo su cuerpo fuese aplastado por un peso invisible que no dejaba de asfixiarlo.
Regresaron a casa poco después. No se habían dado cuenta de la hora, cada segundo que pasaron con Alma parecía haberse convertido en una eternidad. El doctor Stilinski les había dado solo unos minutos, pero ellos habían perdido la noción del tiempo.
Al llegar a la puerta, una figura se recortaba en la penumbra. El doctor Stilinski tenía su rostro pálido y ojos llenos de preocupación, bloqueaba la entrada con la inmensidad de su cuerpo.
— Lo siento — dijo Aidan, su voz temblaba ligeramente —. No nos dimos cuenta de cuánto tiempo habíamos pasado con Alma.
El doctor Stilinski levantó una mano, interrumpiendo a Aidan.
— No importa ahora — dijo con voz tensa —. Necesito que se vayan — extendió una mano hacia ellos, en ella había un puñado de billetes — . Vayan a donde quieran, te daré tu regalo de cumpleaños más tarde, pero deben irse.
Ambos se miraron extrañados, Aidan estaba a punto de protestar cuando detrás de su tío surgió la silueta de un joven. Era un muchacho, quizás de la misma edad de Tony o no, era imposible mirarlo y preguntarse su edad cuando su rostro era imposible de admirar. El chico estaba allí, tambaleándose, quebradizo como una hoja de otoño. Sus ojos estaban opacos y hundidos en su rostro, rodeados de círculos oscuros que hablaban de noches sin dormir y días llenos de angustia. Su piel tenía un tono grisáceo, como si todo color y vitalidad hubieran sido drenados de él. Sus hombros estaban encorvados, como si llevara el peso del mundo sobre ellos. Cada respiración que tomaba parecía un esfuerzo hercúleo, como si el simple acto de vivir fuera una batalla que estaba perdiendo. Sus labios estaban agrietados y secos, una prueba muda de las lágrimas que había derramado, lágrimas que parecían haber durado toda una vida y algo más. Su cabello estaba desordenado y descuidado, marañas sucias sin forma que colgaban de su cabeza como cabezas muertas de serpientes venenosas. Su ropa colgaba de su cuerpo delgado, tan delgado que las prendas casi flotaban en el aire.
Pero lo más desgarrador de todo era la expresión en su rostro. No había ira, no había tristeza. Solo había un vacío desolador, como si hubiera llegado al límite y ya ni un colapso pudiera hacerle daño. Era la imagen de un chico que parecía haber llorado toda la vida y algo más, un chico que estaba luchando por mantenerse en pie en un mundo que parecía haberse vuelto en su contra. Sus manos estaban sobre sus antebrazos y fue entonces cuando Aidan lo vio: sus brazos estaban llenos de cortes, rasguños y moretones, sus uñas se levantaban en los bordes mientras seguía desgarrando su piel. Una pequeña sonrisa se formó en sus labios y suspiro ligeramente encantado de ver a alguien en su misma situación, aunque parecía que la del muchacho era más extrema.
— Lo siento doctor — sollozo el chico, desgarrando la piel de sus brazos —, lo siento.
<<Uno de sus pacientes>> pensó Aidan, intento saludarlo, demasiado encantado por ver a alguien que podía entenderlo, pero la mirada de su tío le dijo que no era el momento.
El peso de las palabras cayó sobre Dan como una losa. Miraron al doctor, luego al chico sollozante, y finalmente a los billetes en la mano del doctor. Sin decir una palabra, tomaron el dinero y se alejaron, dejando atrás la casa y el dolor asfixiante que la llenaba. Antes de perder de vista la casa por completo Aidan se giró y saludo al chico, rogándole a Dios que pudiera salvarlo como lo estaba salvando a él, si se volvían a ver esperaba que pudieran ser amigos. De inmediato Dan empezó a intentar distraerlo, no quería que un cumpleaños tan importante se viera arruinado de esa manera, aunque él mismo estaba demasiado perturbado.
Decidieron ir a la feria. Un lugar cerca del muelle, rodeado por estacionamientos y tiendas insípidas de refracciones. Supo que había sido un lugar popular varios años atrás, pero desde el año anterior parecía ser que todos perdieron el interés, sin importar qué nueva atracción o juego anunciaran nadie parecía interesado en regresar al lugar que tantas risas causo una vez, pero ahora estaba abandonado en medio de la interminable lluvia. Por alguna razón que Aidan todavía desconocía cómo Roxelana y Tyline terminaron llegando a la feria también, la pelinegra ataviada en lentejuelas y la castaña con el rímel corrido por todo el rostro otra vez, además Dan parecía llevarse de maravilla con sus compañeras en la película por la feria, más tarde descubrió que Roxelana y Dan se habían vuelto cercanos, al punto en que la llamo para celebrar juntos y ella invito a Tyline, todos con una misma misión: distraerlo. El cielo estaba cubierto de nubes grises y la lluvia caía con una persistencia monótona, empapando el suelo y las atracciones. Intento no pensar en ello, pero se dio cuenta que sería un día perfecto para suicidarse, el clima, el frío, todo parecía la puesta en escena perfecta para acabar con su sufrimiento, nadie quería suicidarse en un día soleado, le quitaba lo dramático al acto.
Las luces de neón de las atracciones parpadeaban débilmente, luchando contra la penumbra. Los juegos, que en años anteriores habían estado llenos de risas y alegría, ahora estaban descoloridos y deteriorados. Los carruseles estaban silenciosos, los caballos de madera miraban con ojos vacíos a los pocos visitantes. Los puestos de algodón de azúcar y manzanas caramelizadas estaban vacíos, y los encargados de las atracciones se refugiaban en sus casetas, esperando en vano a los clientes. Parecía un nido de borrachos y adictos. Los borrachos se tambaleaban sobre su propio vómito, y los jóvenes se agrupaban en rincones oscuros, fumando y riendo con voces roncas.
Aidan se sentía extraño en la feria. A pesar de estar rodeado de sus amigos, no podía dejar de notar la falta de alegría en el lugar. Cada risa distante, cada sombra en la esquina de su ojo, le recordaba al extraño chico que había visto con su tío. Aunque estaba junto a lo más cercano que tendría en amigos durante un buen tiempo, Aidan se sentía increíblemente solo. A pesar de todo, intentaba disfrutar de su día. Se reía con sus amigos, probaba los juegos y atracciones, pero en su corazón, la feria se sentía vacía. Como si la lluvia hubiera lavado no solo la vida de la feria, sino también la alegría de su día. Y mientras la lluvia caía, Aidan no podía evitar preguntarse si alguna vez la feria volvería a ser el lugar de alegría que una vez fue, a su vez se preguntó si él mismo volvería a ser el de antes. En los carteles desgastados parecían un lugar tan feliz, un paraíso en la tierra, pensó que con solo poner un pie en el terreno volvería a sonreír, pero no fue así y resulto ser una dolorosa decepción.
En una estantería de premios un objeto capturo su atención. Era un broche en forma de copo de nieve, su superficie brillaba con una luz propia, desafiando la penumbra del lugar. El broche parecía un diamante en bruto, su brillo contrastaba con el entorno desgastado y polvoriento. Cada parte del broche reflejaba la luz de una manera única, creando un espectáculo de luces danzantes que hipnotizaba los ojos celestes del chico.
El copito estaba tallado con una precisión asombrosa, cada detalle, cada línea, cada curva, hablaba del talento y la dedicación del artesano. A pesar de su pequeño tamaño, el broche parecía contener un universo entero dentro de sí. A pesar de la soledad y el bullicio de la lluvia, el broche parecía existir en su propio mundo, un mundo de belleza y serenidad. Y aunque estaba solo en la estantería, su brillo lo hacía destacar, como una estrella solitaria en la inmensidad del cielo nocturno.
— Es muy hermoso — suspiró Tyline, sus ojos fijos en el broche en forma de copo de nieve. Aidan asintió, su mirada también en el broche.
— Es demasiado costoso —Tyline rió suavemente.
— ¿El sobrino de un psiquiatra no tiene dinero para eso?
— No es mi tío de sangre, es tío político —aclaró Aidan, sin apartar la vista del broche.
— ¿No podrías pedirle dinero? —insistió Tyline, con una sonrisa juguetona. Aidan sacudió la cabeza.
—No, no quiero que gaste dinero en una frivolidad bonita — la chica le dio un golpecito en el hombro.
—Eres demasiado bueno, si yo fuera tú estaría destripando hasta la última moneda de un tío rico.
Se paseaban entre las atracciones insípidas y vacías, montándose en juegos que fácilmente podrían romperse en cualquier momento, casi como si estuvieran allí para recrear las muertes de destino final. En la mayoría de juegos Roxelana se negaba a montarse por miedo de arruinar su vestido y Dan fingía más emoción de la que realmente sentía, pese a ello era agradable estar en un lugar así, el escenario perfecto para una película de terror donde cada uno de ellos moriría de una forma más horrible que el anterior. Tyline se excusó para ir al baño y ellos siguieron rondando la feria, imaginando que un payaso asesino vendría a por ellos o que un loco con motosierra saldría de una esquina a cortarles la cabeza.
—Traje algo — dijo Aidan, sacando un pastel de su mochila. El aroma dulce y embriagador llenó el aire, haciendo que los estómagos de todos rugieran en anticipación —. Es mi cumpleaños y...
— ¡Feliz cumpleaños! —exclamaron Roxelana y Tyline al unísono.
— Gracias — observo con algo de desconsuelo que parte de la nata ya se había derretido a pesar del frío.
Corto dos trozos, su tío lo saco tan rápido de la casa que ni siquiera pudo dejarle un pedazo, aunque sospechaba que aunque le dejara el pastel entero se negaría a devorarlo si se enteraba que era hecho por Alma, por ello no lo pensó demasiado. Se aseguró de darle un buen pedazo a Roxelana, aunque quiso disimularlo sus ojos hambrientos la delataron. La chica tomó con sus manos temblorosas el gran trozo de pastel, suspiro profundo dejando que el aroma dulce llenara su pecho.
— No te atrevas a delatarme — murmuro con rabia a Tyline, la diminuta chica la miro ofendida.
— El sapo es Valerio, no yo — se defendió —, además, ni siquiera me hablo con Tony, así que come tranquila — la castaña tomo el pedazo de pastel y lo envolvió en un par de servilletas, guardándolo en su mochila.
— ¿No te gusta el pastel? — pregunto Aidan desconsolado, no conocía a muchas personas que pudieran rechazar un pastel, pero cuando conocía a una de inmediato recordaba a alguien, alguien que prefería comer tierra antes de un pastel. Tyline miro sorprendida a Aidan, tan encogido en medio de su suéter, casi parecía un niño pequeño regañado.
— Sí, me encanta de hecho, pero comí mucho en el almuerzo, lo guardaré para después — la chica se echó a reír cuando la mueca de Aidan se transformó en una ligera sonrisa, ¿cómo alguien podía ser tan tierno y estar tan cerca de la adultez al mismo tiempo? —. Lo bueno es que no volveremos a juntarnos con Valerio — la chica le dio una fuerte palmada en el hombro a Roxelana, haciéndola escupir el bocado de pastel que estaba comiendo —, así no tendrás a un espía que te joda la vida — la pelinegra la miro con enojo al ver parte del pastel en el suelo.
— Tranquila — musito Aidan tomando otro gran trozo y partiéndolo —, puedes comer todo lo que quieras, Dan y yo ya comimos, la tía Alma insistió en que lo compartiéramos con mi tío, pero a él no le gusta lo dulce — mintió.
Roxelana le sonrío en agradecimiento, se llevó el segundo trozo a la boca y lo devoró de un par de mordiscos. La muchacha se sintió avergonzada al haberse comido medio pastel ella sola, pero nadie pareció juzgarla. Más tarde Aidan estaba en medio de un juego de la feria, un desafío de puntería donde los patitos de plástico se movían en un estanque circular. Con un golpe certero, derribó el último pato y el encargado del juego le entregó una variedad de premios para escoger.
—Mira, una flauta — dijo Dan, sosteniendo el delicado instrumento —. Escógela, siempre quisiste aprender a tocarla — porque le gustaba fingir que era un sátiro que bailaba con las ninfas en medio de un bosque encantado, hasta que se enteró que más que bailar los sátiros las solían violar.
— Es bonita, pero creo que traería malos recuerdos a Tyline.
Dan frunció el ceño.
— ¿Malos recuerdos? ¿Por qué? — Aidan no planeaba exponer todo el pasado de Tyline por lo que se limitó a dar una breve excusa.
— Tuvo problemas con su profesor de música.
— Tyline me dijo que creció en la ciudad y nunca tuvo tiempo para aprender música.
Roxelana parecía sorprendida, lamiendo la crema que había embarrado sus dedos.
— ¿En serio? Porque a mí me contó que siempre quiso aprender a tocar la flauta, pero que su orfanato no tenía los recursos para comprar instrumentos.
— ¿Orfanato? ¿Ella estuvo en un orfanato? — preguntó Aidan, su voz apenas un susurro, ¿Quién era realmente Tyline?
Lamento haber averiguado cosas que nunca debí saber.
Los tres se miraron entre sí, sin saber quién decía la verdad. Aidan observo por el rabillo del ojo la silueta de Tyline girando victoriosa sobre sus talones anunciando que había ganado entradas para la pista de patinaje y se preguntó a quién demonios estaba viendo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro