44. Vamos a grabar...
Las piernas de ella estaban ampliamente abiertas por los muslos, tan abiertas como deberían estar las puertas al paraíso, pero allí adentro se encontraba algo más glorioso que cualquier otro placer que la carne pudiera dar. El miembro fue un grueso vástago de acero que apretaba suavemente sus pliegues, rogando permiso para entrar pese a la firme resistencia de la muralla destinada a mantener afuera a los invasores. Ella sonrío y se desplego ante él como las alas de una paloma blanca que bajo sus plumas ocultaba un secreto que podía causar el máximo de los dolores y placeres, su risa lánguida resonó cual silbido del viento, erizándole la piel mientras sus ojos seductores lo devoraban con la mirada. Sus dedos delgados, de uñas tan bien cuidadas surcaron en tímidos círculos que poco a poco tomaron valor sobre su piel, hasta instalarse con vehemencia, dejando marcas a su paso, su pecho lleno tembló, balanceando con gracia la inmensidad fértil de sus toronjas, sus tobillos lentamente supieron más arriba de su cabeza, abriéndose por completo ante el placer, permitiéndole entrar a la calidez de su carne mojada que pedía y rogaba por más. Se inclinó, inhalando el aroma de su feminidad y lentamente sus manos inexpertas se encontraron con su ardiente piel, estaba tan caliente, tan cálida que por un momento Aidan pensó que se iba a desvanecer como vapor candente entre sus dedos. La estrecho en sus brazos y poco a poco llevo su virilidad hasta su mojada carne. Espero pacientemente a que el terrible sufrimiento de la primera vez comenzará, pero no llego, mientras se aventuraba en los resbaladizos pliegues sintió una opresión que lo hizo sentir al borde del abismo. Pudo sentir el arma ofensiva que ella usaba contra él, sus manos expertas acariciaron su virginal cuerpo y de un solo movimiento era él quien había quedado debajo de su hechizo, se alzó orgullosa y triunfal sobre su cuerpo, contorneando las caderas, dejándose caer delicadamente sobre su miembro, permitiendo que lentamente explorara la dulzura de su carne, antes de salir y dejarse caer con firmeza, haciéndolo entrar profundamente en ella, la sonrisa aumento y comenzó a mover las caderas expertas sobre él, y en seguida salió por completo, para volver a entrar más y más hondo. Una y otra vez se dejó caer sobre él, galopando, montándolo como una experta mientras la negrura de su melena se aferraba a las curvas de su cuerpo, salió, regresó rápidamente para sepultarse y él sintió que la liberación estaba cada vez más cerca. ¿Dónde estaba el dolor que Aidan temía por sobre todas las cosas? ¿Y qué era esta extraña sensación que lentamente se extendía por su cuerpo y que lo hacía sentirse flotando, volando en una nube mística que lo llevaba lenta pero con constancia hacia el interior de un abismo del cual nunca querría escapar?
Ella lo siguió montando con la ferocidad propia de una mujer encaprichada. Se dejó llevar lentamente por las sensaciones nuevas que lo llenaban y poco a poco se entregó por completo a ella. Por fin él cerró los ojos y dejo que ella lo hiciera entrar tan hondo que pareció que ambos quedarían unidos por toda la eternidad. Después se quedó quieto. Y la liberación llego. Seguía sobre él, con esa sonrisa traviesa, todavía unidos por la carne, respiraba con dificultad mientras sus regordetes pechos subían y bajaban con cada bocado de aire fresco, la beldad lo miro con altanería, su pelo renegrido acunaba cuidadosamente el milagro de sus senos, a la vez que entornaban la curva de su espalda. Con ojos hambrientos se inclinó y lo beso, saboreando el último vestigio de inocencia carnal que pudiera haber en él.
— Roxelana — gimió Aidan.
Y entonces despertó en la cálida cama con Dan desmayado a su lado, pasaron horas viendo películas y debatiendo quien era mejor para Tessa, si Will o Jem, llegaron a la unánime conclusión de que ella debió quedarse con Cecily y dejar a Will, y Jem quietos con tal de evitar tan doloroso final. La vergüenza lo empezó a corroer con prontitud, misma que no hizo más que aumentar cuando notó un líquido blanco pegajoso entre su ropa interior. Nunca tuvo un sueño húmedo así, claro que los había tenido, era un ser humano, después de todo, pero nunca soñaba con personas de la vida real, de hecho, ni siquiera veía las caras de las doncellas de sus sueños y se sintió tan apenado de que en su mente Roxelana se hubiera vuelto un objeto de deseo que no supo cómo podría enfrentarla en aquella tarde, donde grabarían por fin una de las escenas más anticipadas de Valerio y toda la película en general: la violación. Corrió a bañarse llevándose las sabanas consigo, para su suerte Dan tenía el talento innato de estar en medio de un terremoto y ser incapaz de despertarse.
Desayuno con el sonido de la música clásica y la lluvia como acompañantes, se atraganto con la leche por un chiste de Dan y saboreo lo mejor que pudo los huevos revueltos con espinaca y ajo, aún seguía sin comprender en qué momento un platillo que tanto solía disfrutar comenzó a repugnarle. Repugnancia. Ahora que lo pensaba se sentía así con muchas cosas que antes le gustaban: la comida, la calle, las personas, su cuerpo, su reflejo, su familia, el mundo y Günther. Todavía había cosas que le gustaban, ¿Cuáles? Ni él lo sabía, pero estaban ahí, indómitas, luchando para seguir siendo agradables y no sumarse más a la sensación vomitiva que tantas cosas que alguna vez amo le provocaban. Habían cosas que le gustaban, no sabía cuáles, pero ahí estaban, así fue como llego a la conclusión de que no estaba tan enfermo cómo el doctor Stilinski le quería hacer creer, en el momento en que nada le gustase, en el momento en que comenzará a sentir repugnancia por todo, incluido al Creador del universo, ese sería el momento en el que estaría realmente enfermo. Tan enfermo que nadie más que Dios podría salvarlo.
Hasta cierto punto era triste, que su vida dependiera de algo tan banal: no querer ir al infierno. La mayoría de personas no se quitan la vida por sencillas razones; miedo, el dolor que su perdida podría causarle a su familia entre otras; para Aidan era solo no querer ir al infierno, no lo merecía, después de tanto sufrimiento ir al cielo era sí o sí la única salida. A menudo fantaseaba con suicidarse, pero de una forma en la que hasta Dios tendría que recibirlo en su reino, pensaba que la única manera en que el suicidio sería válido era si lo hacía cuando huía de alguien, de Günther, con más frecuencia de la que deseaba admitir pensaba en lo qué hubiera pasado si la bala no llegase a Katherina.
Si tan solo hubiera tenido las fuerzas suficientes para correr hacia ella, cubrirla con su cuerpo, recibir las balas por ella. Katherina era brillante, habría sido una gran maestra, un aporte incalculable para las futuras generaciones, pero ¿y él? El mundo seguía girando y Aidan no se creía ser capaz de girar con el.
De cierto modo no sería un suicidio, sino un acto heroico, aunque también pensaba que Dios sería capaz de perdonarlo si acababa con su vida en otro tipo de circunstancia.
Si tan solo hubiera tenido la valentía suficiente para protegerla.
Günther le había jurado volver por él, lo susurro en su oído mientras su enorme y grueso pene lo sodomizaba sin piedad.
Eres mío, siempre lo serás, mi pequeño.
Los primeros días espero pacientemente su llegada, aún lo hacía, esperaba que mientras luchaba por escapar encontrara un barranco del que pudiera saltar o un cuchillo que en su corazón pudiera clavar. Suicidio por desesperación, ¿Acaso Dios no podría perdonarlo por quitarse la vida con tal de escapar de las garras de su abusador?
— Dan — Aidan lo miro suplicante y el muchacho supo lo qué debía hacer.
A pasos pesados se levantó, dejando su pan con jamón a medio comer, sirvió un poco de chocolate caliente en una taza blanca, camino con el líquido humeante entre sus manos y finalmente la dejo caer por "accidente" sobre el inmaculado cuadro de acuarelas de unas bailarinas danzando en un bosque.
— ¡Ups! — exclamo con fingido horror al ver el líquido caliente corroer la pintura — ¡Lo siento, doc!
El doctor Stilinski levanto la vista de su libro y su alma cayo a sus pies mientras observaba una más de sus posesiones pereciendo bajo el cruel descuido de Dan.
— ¿Por qué? — el hombre se apresuró a tomar el cuadro, intentando salvarlo — ¿Por qué rompes todo lo que tocas?
Dan mantuvo su mirada en el suelo en un gesto de arrepentimiento. Aidan aprovecho para escabullirse. Se sentía mal por sacrificar a Dan y pedirle que destruyera las cosas de su tío, pero ¿qué más opción tenía? Necesitaba terminar de grabar la película, ahora que sabía que Günther lo estuvo violando desde el primer momento solo tenía una pregunta: ¿Por qué?; y esperaba que su subconsciente se lo aclarará, suponía que alguna vez, aunque fuese solo una tras violarlo le contaría la razón, por ahora solo recordaba a Günther diciéndole sus planes matrimoniales para con él, los ojos oscuros del rubio brillaban cuando hablaba del tema pero él solo podía retorcerse en agonía con su cuerpo cubierto por semen y algo más. Claro que jamás anticipo que para poder recordar mejor tendría que sacrificar gran parte de la valiosa colección de cerámica de su tío. Algún día lo compensaría, a él y a Dan.
Camino presuroso por las calles, tomó el autobús y se sentó en una ventana, observando el día húmedo tras la seguridad de un cristal que de seguro no se lavaba desde que fue hecho. Saco el guion y repaso la escena, pero las letras carecían de sentido y mientras más intentaba leer sus pensamientos danzaban hacia algo más, alguien más.
Sus pensamientos se vieron inundados por la beldad pelinegra de gran altura y jugosa figura.
Se mantuvo callado mientras se preparaba mentalmente para grabar la escena, pero no podía dejar de pensar en ello, en ella. Desde que despertó con ella en sus brazos, siendo cubierta por tan solo una mísera capa de tela, ¿Cómo pudo contenerse? ¿Cómo no pudo lanzarse a los brazos de aquella ninfa de oscura melena? ¿Cómo pudo no fundirse en su carne y saborear sus labios hasta hacerlos sangrar? Estaba tan preocupado por haber vuelto a ser agredido que...no se detuvo a pensar, mucho menos a mirar a su alrededor, ¿Cómo se habrían visto las sombras de la lluvia sobre la piel de Roxelana? Pequeños lunares fantasmales sobre su piel. Apretó los puños, ¿estaba mal sentirse así? La deseaba, maldición, la deseaba, con cada fibra de su ser, pero ¿Por qué? ¿Por qué ella? ¿Por qué de todas las mujeres del mundo, tenía que ser ella? Ella precisamente, ella, que tenía novio, ella, que sabía cosas que él no deseaba que nadie más supiera pero para su desgracia medio mundo sabía, ella, que parecía ver en él lo que Günther vio una vez: un niño; la forma en la que lo consoló, en la que lo enrollo, en la que sus manos acunaron su piel, la forma en la que lo miró, las palabras que le susurro, por un momento, mientras lloraba retorciéndose de agónico dolor mental levanto la mirada y se encontró con aquellos orbes oscuros del color de la madera en plena primavera, nada existió. Nada. Y casi pudo ver que eran de un azul tan oscuro como las profundidades del océano.
No existía Valerio, no existía la película, no existía Coco. No existía Günther o lo que alguna vez hizo. Solo existían esos ojos, esos ojos marrones, esos profundos pozos de chocolate fundido reflejaban algo: comprensión; ella lo entendía, de una manera retorcida, extraña y, de una manera aún más desconcertante, deliciosa lo entendía; entendía lo que era ser encerrado, asfixiado en amor, mantenido en una cajita de cristal donde todo estaba bien y su vida era tan perfecta como una vida podía ser, ser cuidado, amado, protegido, ser mantenido sano y salvo, permanecer en esa cajita de cristal era tan placentero, porque adentro de esa caja no existía nada malo, esa cajita, tan frágil como bonita era una burbuja de exquisito amor, de un amor tan profundo que, aunque sonase feo, Aidan jamás deseo salir de esa cajita. ¿Por qué habría de querer salir? Era amado, protegido, adentro de la caja era feliz, adentro de la caja estaba a salvo, pero entonces la caja se rompió, con la fuerza de una penetración anal no consensuada y una serpenteante lengua follándole la garganta, y quedo expuesto a un mundo que no conocía, a un mundo cruel, desconocido y tan...aterrador. Y cuando quiso volver a la caja no pudo hacerlo porque tal caja ya no existía, ¿Cómo se suponía que viviera feliz? ¿Cómo se suponía que pudiera siquiera vivir? Nadie le enseño a hacerlo, nadie le enseño a vivir fuera de la caja y ahora ¿debía descubrirlo por su cuenta? Rompieron la caja y algo más, la rompieron y ni siquiera pudo percatarse de ello hasta que fue demasiado tarde, y los vidrios se clavaron contra su carne.
Y Roxelana lo sabía. Ella lo sabía. Sabía lo que se sentía crecer en esa cajita y luego aferrarse a los trozos de la caja destruida porque era lo único remotamente bueno en su vida. Sus ojos le dijeron todo lo que debía saber ese día: ella lo sabía, ella lo entendía y eso lo lleno de dicha.
Bajo en la estación indicada y llego hasta lo que parecía ser una bodega desolada, varios autos desfilaban por los alrededores, aparte de ello el lugar parecía abandonado. Un lugar perfecto para grabar una violación.
— Vaya, enserio Valerio se toma esto en serio.
Palpo con los dedos el marco de la entrada y encontró la llave tal, y como le indicaron que lo haría, la puerta dejo escapar un estruendoso chillido cuando la abrió, esperaba ver cámaras en un lado y Valerio teniendo un colapso en el otro, pero para su sorpresa no solo estaba desolado por fuera, también por dentro. Ni una sola ánima se asomaba en aquella bodega.
Reviso el mensaje una y otra vez, preguntándose si habría olvidado cómo leer y estaba malinterpretando las letras, porque el lugar estaba vacío, absolutamente vacío. Era un mensaje simple: la hora y el lugar; llamo a Valerio poco antes de mandar a Dan a la horca y en la llamada no parecía haber algún cambio de planes. <<Cuando llegues entra, ya estamos listos, apúrate porque vamos a grabar la obra maestra de la película>> Había intentado contratar a un niño de 13 años para la escena, pero no era ético, menos legal, además que ningún niño de 13 años estaba interesado en hacer algo así, para la fortuna de Valerio y de la escena Aidan seguía siendo prácticamente igual, estaba abismalmente más delgado, pero igual, seguía conservando esas mejillas regordetas y estaba igual de bajito como en aquella vez, solo le faltaba la sonrisa pícara y el brillo de sus celestes ojos, en lo demás seguía siendo el mismo, al menos superficialmente.
No iba a entrar, su instinto de supervivencia le hizo saber que hacerlo sería una locura. Sí, quería morir, pero bajo sus propios términos, si no era una molestia. Permaneció al lado de la puerta de la bodega, sintiéndose angustiado por la repentina soledad del lugar.
La lluvia poco a poco lo empapó, el suéter se le pegaba pesadamente a la piel y las manos le temblaban por el frío. Ladeo la cabeza viendo un riachuelo formarse a pocos metros de él, sus ojos celestes se enfocaron en una hoja que surcaba valientemente las aguas del pequeño río, una hormiga se movía con desesperación sobre la hoja, agitaba sus antenas como si estuviera pidiendo ayuda, se acercó y tomo la hoja, con su mano restante la cubrió para que las gotas de lluvia no acabaran con la hormiga, coloco con delicadeza la hoja al lado de un árbol y le rogó a Dios que aquella hormiguita volviera sana, y salva con sus amigas, salvo que eso no paso, cuando intento tomar la hoja una furiosa gota la hizo voltear y al intentar tomarla el rápido riachuelo la condujo a una alcantarilla, donde cayó con todo y hormiga, ¿Habría sobrevivido a la caída? ¿Podría alguna vez reunirse con sus amigas? Aidan no lo sabía y supo que pensaría en ello hasta el final de sus días.
Se enterró aún más en su empapado suéter, maldiciéndose por no traer una sombrilla que lo mantuviera a salvo de la despiadada agua, tres años antes estaría saltando y bailando bajo la lluvia sin preocuparse por los gritos que de seguro le daría su madre en cuanto lo viera tan mojado, pero ahora no tenía razón para bailar o cantar. Otros eran felices dándose cuenta que estaban vivos otro día más, <<Ojala poder ser como ellos pensaba Aidan>>. Dejo de pensar en ello en el momento en que vio a un grupo de hombres acercarse. ¿Así se sentían todas las mujeres? ¿Nerviosas, asustadas, cohibidas y malditamente aterradas? Porque así se sentía Aidan. Intento concentrarse en otra cosa, contar gotas de lluvia o algo, pero cuando extendió su mano para atrapar un poco de lluvia choco con el brazo de uno de los hombres que pasaba.
— Lo siento — se apresuró a decir, guardando sus manos en los bolsillos de su pantalón holgado.
— No te preocupes, chico — respondió el hombre con una sonrisa despreocupada. Aidan sintió un escalofrío recorrer su espalda.
— ¿Qué haces aquí solo? — preguntó otro de los hombres, acercándose a Aidan. Su tono era amenazante y sus ojos brillaban con la misma curiosidad de quien ve un animal agonizando, y no quiere ayudarlo.
Aidan tragó saliva, intentando mantener la calma.
— Solo... solo estoy pasando — tartamudeó.
— ¿Pasando? — repitió el primer hombre, riendo cruelmente. El hombre más grande se acercó a Aidan, su aliento olía a alcohol y tabaco. — No parece que estés pasando un buen rato.
Los hombres se rieron y Aidan sintió que su corazón latía con fuerza en su pecho. Retrocedió, pero otro de los hombres lo agarró por el brazo, apretándolo con fuerza. Aidan gimió de dolor.
— ¡Suéltame! — gritó Aidan, pero su voz se perdió en el rugido de la lluvia.
— ¿Qué vamos a hacer contigo, chico? — preguntó el hombre más grande, sonriendo cruelmente. Sacó una navaja de su bolsillo y la luz de la luna brilló en la hoja afilada.
Aidan sintió su estómago revolverse al ver la navaja. Su cuerpo fue estampado contra el frío concreto, su cabeza reboto y sintió que ya no era agua lo que mojaba sus pantalones. Intento levantarse pero una fuerte patada lo mantuvo en el suelo, la bota del hombre se clavó en su espalda y su rostro fue hundido en el agua de lluvia.
— Vaya, vaya — dijo uno de los hombres — ¿Qué hace una muchachita tan linda como tú sola por aquí? — los dedos del hombre se enterraron en su brazo y jaló de él haciéndolo levantar, pero sus piernas no dejaban de temblar —. Que lindo rostro — murmuro pasando la fría navaja por una de sus mejillas —, sería una lástima que algo le pasará.
Aidan retrocedió, pero otro de los hombres lo agarró por el brazo, apretándolo con fuerza, sintiendo como si su brazo estuviera siendo aplastado en un torno. Podía sentir cada dedo del hombre, frío y duro como el acero, hundiéndose en su carne. Las grandes manos del hombre rasgaron su suéter por la mitad, sus cicatrices fueron borradas por la lluvia y sus lágrimas o eso hubiera deseado. Entre los rostros borrosos de los hombres, uno destacaba. Un rostro que Aidan reconoció, pero no podía recordar de dónde. Entre los rostros contorsionados en risas iracundas resalto uno. Su cabello rubio se pegaba a sus mejillas, su sonrisa encantadora mojada por la lluvia, sus ojos lo observaron con una mirada que no podía describirse como otra cosa que deseo.
— Günther...— exclamó con horror. Intento retroceder, pero las firmes manos lo sujetaron en su lugar.
— ¿Me extrañaste, mi pequeño?
— No...no...no, no, ¡No! ¡No! ¡NO! — Aidan comenzó a gritar aterrado, el pánico se apodero de él. Mordió a uno de los hombres que lo sujetaba, la sangre se filtró en su boca y pronto el dolor ardiente lleno su rostro. El hombre lo maldijo dándole otro puñetazo y volvió a caer al suelo, intento arrastrarse lejos pero un par de botas se interponía en su camino.
Y al levantar la vista ahí estaba él, con su sonrisa encantadora y su mirada de ojos claros. Claros. ¿Desde cuándo eran claros? Aidan sintió como si el mundo se estuviera cerrando a su alrededor. Su respiración se volvió rápida y superficial, cada inhalación parecía no ser suficiente. Podía sentir su corazón latiendo con fuerza en su pecho, un tambor salvaje que resonaba en sus oídos.
Sus manos comenzaron a temblar, un temblor incontrolable que se extendió a través de sus brazos y piernas. Intentó controlarlo, pero era como tratar de contener una marea con las manos desnudas.
El miedo se apoderó de él, un miedo tan intenso que parecía que su corazón iba a explotar. Podía sentir el pánico corriendo desenfrenadamente por cada una de sus venas y arterías, un miedo tan intenso que parecía que su corazón iba a explotar.
Las voces de los hombres se volvieron distantes, como si estuvieran hablando desde el fondo de un pozo. Todo a su alrededor se volvió borroso, los contornos de los edificios y las luces de la calle se mezclaban en un torbellino de colores, y formas.
Aidan se encogió en un ovillo en el suelo, las lágrimas corrían por sus mejillas mientras sollozaba. Cada parte de su cuerpo parecía estar gritando, una cacofonía de terror que amenazaba con consumirlo por completo.
En ese momento, Aidan no era más que un niño asustado, perdido en un mundo que de repente se había vuelto demasiado grande y demasiado aterrador. Todo lo que podía hacer era esperar a que el miedo pasara, a que el mundo volviera a tener sentido.
— ¡Corten! — grito una voz furiosa — ¿Qué putas fue eso? Vamos, Aidan, ¡Lucha! ¡El público quiere ver temor! — Valerio hizo una mueca de asco —. No a un cobarde que se orina en los pantalones — Aidan levanto lentamente la cabeza y notó la mirada preocupada de los hombres, y de repente frente a él ya no vio a Günther, aquél muchacho no era ni de cerca similar a quien fue su amigo alguna vez — ¿O acaso quieres que la gente te culpe por el abuso? Porque si no luchas serás culpado, ¿sabes? Estás pidiendo a gritos que te follen, chico.
— ¿Te sientes bien? — pregunto el hombre que sostenía la navaja.
— ¿Qué está pasando? — seguía temblando aterrado.
— Valerio, hijo de perra — gruño el tipo rubio — ¡Dijiste que era un actor de método! ¡IMBECIL! ¡Este chico esta genuinamente aterrado!
El aire escapo de sus pulmones, todo era...¿Una actuación?
— Valerio, ¿Qué pasa? — el muchacho lo miro con indiferencia, limpiando el lente de la cámara con un pañuelo de seda.
— Ah, sí, pensé que esto haría la escena más realista.
— ¿Él cree que esto es real? — pregunto otro de los hombres.
— Lo siento chico — el hombre de la navaja parecía genuinamente arrepentido —, él nos dijo que preferías grabar de este modo.
Aidan se abrazó a si mismo y antes de que pudiera detenerse, vomitó en el suelo mojado. De repente todos los ojos estaban sobre él y no podía respirar, pero justo cuando sus pulmones iban a colapsar el rostro luminoso de Roxelana y al verla Aidan volvió a respirar.
— ¿Aidan? — ella lo miro aterrada abriéndose paso entre el grupo de aspirantes a actores que Valerio había contratado para la escena, se quitó el abrigo de piel y cubrió a Aidan con él, de inmediato el chico se acurruco entre la suavidad del pelaje, queriendo desaparecer —. Lo siento — susurro ella contra su oído —, Valerio dijo que tú se lo habías pedido para hacer todo más realista — el fulgor iracundo invadió los ojos de la chica, mientras lo tomaba de la mano, tratando de levantarlo y ese abrigo de piel, como las alas de un ángel lo envolvieron, adentro del abrigo era caluroso, suave, como estar dentro del estómago de una ballena, ¿Así de cómodo habría estado Jonás? —. Vamos — Roxelana lo tomó de la cintura, ayudándolo a ponerse de pie.
— ¿A dónde creen que van? ¡No hemos terminado de gra...! — Valerio cayó al suelo, miro impactado a Aidan que seguía con su mano extendida.
Aquél puñetazo fue tan fuerte que los nudillos del chico sangraron. Valerio lo observo sorprendido, nunca había visto en Aidan otra emoción que no fuera tristeza o resignación, sus ojos usualmente inundados en saladas lagrimas ahora estaban rebosantes de fieras flamas de ira pura, de rebosante rabia que el chico solo pudo desear que la cámara estuviera filmando.
— Nunca más — dijo con voz seria —, nunca más te vuelvas a acercar a mí — volvió a acurrucarse en el abrigo de Roxelana, dejando que la chica lo abrazara.
— Espera...¡Espera! — Valerio se apresuró a ponerse de pie. No podía perderlo, no podía perder su única oportunidad de hacer algo, algo que realmente lo apasionara, poder mirar los créditos y sentirse satisfecho consigo mismo, lo necesitaba, más que necesitaba el aire, más que necesitaba la vida, necesitaba a Aidan o a su historia, no supo discernirlo. No era amor, tampoco obsesión, ni siquiera gusto, solo necesidad, una insaciable necesidad de fama, de reconocimiento, de sentir algo más que desprecio por su trabajo, de crear algo que hiciese sentir a cualquiera que lo viera, no importaba si lo que sentía era repulsión o terror, solo que pudiera sentirlo y aunque pasaran años seguir sintiendo escalofríos al recordarlo. Era la necesidad de mantener a su musa regordeta, de hundir su rostro en aquél pelo ondulado, de sentir las cicatrices de su piel, de besar su vomito cuando nadie lo veía. Era una necesidad tan básica como respirar. Aidan no lo escucho, solo se refugió aún más en los brazos de Roxelana, hundiéndose en el abrigo de piel. ¿Y si se iba? No, no podía permitirlo, no cuando estaba seguro que era su obra maestra, la película que lo pondría en la inmortalidad de la historia, pero él se alejaba, se alejaba y se alejaba, y con él se alejaba su oportunidad de tan ansiada inmortalidad — ¡No puedes irte! ¡Debemos grabar varias escenas! Aún nos falta partes de la película y...
— ¡ME IMPORTA UNA MIERDA TU PUTA PELÍCULA! — Grito alterado — ¡Vete al infierno, Valerio! ¡Vete al jodido infierno! — su voz se quebró — ¿Cómo pudiste? — sollozó —. Confié en ti, te dije cosas que no le dije a nadie más, pensé que me ayudarías, pero ahora veo que todo lo que te importa es la maldita película, tu fama, tu renombre ¿Y yo? Yo solo soy el tonto que confió en ti, Dios — se tambaleo, sus piernas eran tan frágiles como dos líneas de papel deshaciéndose bajo la lluvia, pero ahí estaba ella, Roxelana con su imponente altura y su minúsculo vestido morado sosteniéndolo —, ¿Cómo pude ser tan imbécil? — miró a Valerio y solo pudo sentir asco —. La película se cancela, no voy a seguir grabando.
— ¿Qué? Estás bromeando, ¿verdad? — Valerio se rió, pero la risa murió en sus labios cuando vio la expresión en el rostro de Aidan. Miró a su alrededor, se maldijo por haberle pagado a unos trabajadores de la constructora de su padre para que fingieran atacarlo, se preguntó si estarían dispuestos a ayudarlo a retener a su estrella brillante en su lugar, sabía que harían lo que fuera por dinero, ¿Pero incluso eso? No lo sabía y no podía darse el lujo de asustarlo más, pero enserio necesitaba que se quedara, que le ayudara a hacerse inmortal por la eternidad. Si tan solo no hubieran tantos testigos podría encerrarlo en la bodega o llevarlo al bosque para charlar un rato, sabía que podía convencerlo, si tan solo... —. Vamos, Aidan. Sabes que nunca te dejaríamos en peligro real.
— Cree lo que quieras, ya no me importa — enjuago su rostro con rapidez, no queriendo verse más débil y tomo la mano que le ofrecía Roxelana —. Sácame de aquí — rogó Aidan, sintiendo sus piernas flácidas bajo su escuálido peso.
— Vamos — susurró ella, su voz era como el murmullo de un arroyo, tranquilo y reconfortante. Aidan asintió, permitiéndose ser guiado por ella.
Pero no era el dolor del trauma lo que le causaba debilidad, era la sensación, la sensación de múltiples manos tocándolo, marcándolo, rompiéndolo en cientos de pedazos lo que lo hizo caer, sino fuera por Roxelana habría caído al frío suelo y a lo mejor se habría roto más de lo que ya estaba.
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