25. No fui yo
Aidan sintió que se le revolvía el estómago, que se le aceleraba el corazón, que se le tensaba el cuerpo. Quería salir corriendo, quería olvidar todo, quería dejar de sufrir. Apretó sus cortas uñas en las cicatrices blancas y rosadas de sus muñecas, si tan solo estuvieran un poco más largas tal vez podría liberarse poco a poco de su angustia, una pequeña cortada, un pellizco o una bofetada, cualquier cosa que lo hiciera sentir algo más que la inmensa sofocación que lo embriagaba. Aterrado se cubrió los oídos negando, mientras escuchaba las perversas carcajadas a su alrededor.
— No...no...¡No! — grito negando con la cabeza y apretó sus oídos con tanta fuerza que escucho los sonidos amortiguados de sus tendones aplastados bajo sus manos — ¡Yo no lo provoque! ¡Lo juró! ¡No lo provoque! — trato de defenderse, pero las miradas de aquellos que creía sus amigos, vecinos e incluso su propia familia no dejo de hacerlo sentir miserable, como si hubiera hecho algo mal, cometido un pecado capital con el cual tendría que cargar por toda la eternidad. Los rostros de sus padres, sus ojos incapaces de mirarlo. La cara pálida de Katherina sin vida. Sus amigos burlándose de él, sus vecinos aconsejándoles a sus hijos que no se acercarán a un "chico perverso como él"...— ¡No fue mi culpa! — volvió a gritar, pero...¿Y si lo era? ¿Y si era realmente su culpa? Todos le decían lo mismo, <<Debiste haberlo sabido, ¿Cómo es que no te diste cuenta de lo que él quería hacerte?>> le había dicho un vecino el día siguiente que regreso del hospital, <<¡Maldito seas! ¡Maldito tu y ese bastardo que se llevaron a mi niño! ¡Si tan solo te hubieras dejado follar mi hijo estaría aquí conmigo!>> le dijo una madre de una de las victimas fatales del atentado el día en que se hizo la conmemoración. <<Vaya, algo debió haber hecho, era un muchacho ejemplar, que no se dejaría llevar por un simple deseo absurdo, para mí que ese mocoso algo grave le hizo>> decían las voces a su alrededor— ¿Qué hice mal? ¿Qué hice mal? Yo solo quería jugar, solo jugar — oculto su rostro entre sus manos, ahogándose entre sus lagrimas. Solo quería crecer, solo quería sanar, solo quería mejorar, ¿Cuál fue su pecado? ¿Jugar con un extraño? Quiso decir que no tenía la culpa, que no había hecho nada malo, mucho menos provocar lo que sucedió en aquél campamento, quiso decirles que era una persona, como ellos, como él, que merecía amor, respeto y dignidad, pero lo dudaba. Se odiaba a si mismo, no todo, pero si una parte: odiaba su cara que él con tanta pasión besaba, odiaba su cuerpo que él usualmente halagaba, odiaba su voz, su sombra, sus pensamientos, su respiración y su existencia. Se odiaba tanto que en penumbras de la noche se sorprendía a si mismo anhelando el toque abominable de Günther, deseaba que lo tocara y con ello lo matara, quizás si hubiera muerto esa noche sería visto como una victima más, no como el causante de tanto mal.
Levanto la cabeza y se encontró con aquellos ojos de un azul tan gélido como hermoso, sintió los cubitos de jugo de uva que comió subir por su garganta, una parte de él quería abrazarlo, fingir que nada había pasado y volver a sentirse seguro en sus brazos, pero otra parte, una mucho más grande solo quería dejar de respirar. Vio su reflejo en aquél azul tan oscuro y sintió asco de sí mismo. No le gustaba lo que veía, no le gustaba lo que sentía, no le gustaba lo que era. Se veía sucio, manchado, roto. Se sentía sucio, manchado, roto. Se creía sucio, manchado, roto.
Aidan recordó lo que le había pasado, lo que le habían hecho, lo que le habían quitado. Recordó las manos de su mejor amigo sobre su piel, sus labios sobre su boca, su cuerpo sobre el suyo. Recordó el dolor, el miedo, la impotencia. Recordó los gritos, los golpes, las amenazas. El cuerpo desplomado de su hermana. Se estremeció y se abrazó a sí mismo. Quería borrar esos recuerdos, quería limpiar su cuerpo, quería curar su alma. Pero no podía. Los recuerdos le perseguían, le atormentaban, le destruían. Su cuerpo le dolía, le quemaba, le traicionaba. Su alma le faltaba, le lloraba, le suplicaba.
Aidan se metió en la ducha y abrió el grifo. Dejó que el agua cayera sobre él, que lo mojara, que lo lavara. Pero no era suficiente. El agua no podía borrar las huellas de su abusador, no podía quitar las cicatrices de su violación, no podía devolverle la inocencia perdida. Se frotó con fuerza, se rascó con rabia, se golpeó con odio. Quería arrancarse la piel, quería sacarse la sangre, quería matarse el dolor. Pero no era suficiente. La piel no podía ocultar su vergüenza, la sangre no podía limpiar su culpa, el dolor no podía acabar con su vida.
El niño se derrumbó y se puso a llorar. Lloró por lo que le había pasado, por lo que le habían hecho, por lo que le habían quitado. Lloró por lo que sentía, por lo que sufría, por lo que padecía. Lloró por lo que era, por lo que no era, por lo que nunca sería.
— Basta...¡Basta! — intercedió Roxelana parando la grabación de la escena —. Aidan, ¿Estás bien? — pregunto la muchacha mientras se acercaba lentamente al cuerpo tembloroso del chico contra la pared.
Tyline corto la grabación y lentamente se quito los audífonos, observando intrigada la escena.
Había algo dulce en ver a Aidan llorar.
La muchacha no supo porqué pero algo en tu interior hizo vibrar sus entrañas al verlo llorar de esa forma, acurrucado en un rincón, temblando mientras Valerio le gritaba hasta de que mal se iban a morir sus descendientes. La forma en la que sus lágrimas caían como un fragmentos cristalinos de palabras malsonantes transformadas en gruesas capas de agua que suicidamente se lanzaban de sus celestes ojos era hermosa, absolutamente hermosa, en la que sus mejillas se tiñen de carmesí y la forma en la que tiene espasmos involuntarios le resultaba genuinamente encantadora.
— ¿Me sobrepase? — pregunto ingenuamente Tony subiéndose la cremallera de su pantalón.
— ¡Que va! ¡Ni siquiera hiciste el 1% de lo que necesitamos para esta escena y este maricón ya está llorando! — Valerio se rasco la cabeza con frustración — Demonios, Aidan, puta madre, ¡Deja de llorar! — grito mientras lo sacudía violentamente, tratando de ahogar sus sollozos con quejidos dolorosos.
— Valerio, cálmate — Roxelana se interpuso entre ambos, estando segura de que su jefe-enemigo no dudaría en golpear al chico —, es su primera vez actuando, lógicamente ha de estar asustado.
— ¡Ni una mierda, Rox! — grito Valerio — ¡Ya van cinco escenas que se arruinan por su culpa! — el joven director de cine golpeo una de las cajas de la escenografía con frustración — Novatos, es imposible trabajar con ellos — les dio la espalda lanzando una taza de café contra la pared, misma que se rompió en cientos de pedazos —, tomen un descanso de 20 minutos y si ese llorón de mierda no se ha calmado para entonces, ¡Le daré verdaderos motivos para llorar!
Y antes de que pudiese decir algo más al respecto la chica con los parpados embarrados en metros de delineador extendió su mano, llevándose al sollozante muchacho a un rincón donde no pudieran ser fácilmente molestados.
Los dedos de Tyline eran pequeños pero delgados, perfectos para acunar el rostro de Aidan mientras limpiaba sus lágrimas, ni muy largos, ni muy pequeños o demasiado delgados como para resultar siendo patas filosas de araña que se clavaban en sus mejillas. Perfectos. El chico respiro agitadamente mientras la muchacha le frotaba la espalda, la castaña con los ojos maquillados como un mapache se dio la vuelta y derramo agua mineral en la palma de sus manos, misma que uso para enjuagar las saladas lagrimas de las mejillas del protagonista de la pesadilla hecha película en la que trabajaban, lo sostuvo contra su pecho mientras comenzaba a calmarse y cuando lo hizo lo dejo respirar un rato en completo silencio bajo su protectora mirada.
Para la chica le era fácil identificar a los chicos como Aidan: niños manipulables, generalmente único en algo en su familia que hacía que mamá o papá pusieran toda su atención y esperanza en ellos, abarrotados bajo expectativas y sueños frustrados, con el constante miedo al fracaso porque si fracasan fallan en el único propósito de su existencia y dejan de ser seres humanos, pasan a convertirse en estorbosas y no deseadas decepciones sin rostro ni nombre. Tyline trago saliva profundamente mientras esperaba a que Aidan se calmara, sintió su interior vibrar con anticipación y decidió confirmar su teoría.
— ¿Te sientes mejor? — pregunto con voz firme y algo autoritaria mientras las puntas de sus dedos jugaban con el milagro negro de su pelo.
Lentamente Aidan asintió, sus mejillas estaban húmedas pero por lo menos ya no habían cataratas de agua salada descendiendo entre sus oscuras pestañas.
— Sí, gracias...gracias — susurro con la mirada clavada en el suelo.
<<No lo hagas tan fácil>> pensó Tyline enrollando sus manos en las mejillas del muchacho, lo hizo levantar lentamente la cabeza y cuando esa mirada celeste sin esperanza se encontró con los ojos de ella sintió la irremediable necesidad de cuidarlo. Era tan básico como inhalar y tan misterioso como exhalar. Simplemente era algo que estaba ahí, en el fondo de su memoria pero que le provocaba una gran comezón en cada punta de su delgado cuerpo: el deseo de dominar; era una especie de instinto primario olvidado y veía en Aidan una necesidad similar; la necesidad de sonreír y obedecer, cumplir las expectativas inhumanas impuestas sobre él. Ser "el chico que debía ser", la fantasía de todo padre echa carne.
— ¿Quieres que te dé un consejo que a mi me sirvió de maravillas cuando comencé a actuar? — seguía dándole suaves caricias en la espalda, no tanto para calmarlo, más bien porque lee gustaba la sensación de tocarlo.
— ¿Cuál? — pregunto con curiosidad, luciendo levemente aquella sonrisa que había practicado hasta el cansancio frente al espejo — ¿Imaginar a la audiencia en ropa interior? — Tyline negó con la cabeza.
— "No estás aquí", Aidan, cuando tu actúas "no eres tú", eres otra persona, eres "ese" personaje, tienes otro pensamiento, otra historia, otro sueño y otra motivación, pero la carne es la misma — la chica ladeo la cabeza mientras lo veía procesar sus palabras.
— ¿Y cómo haría eso?
Tyline se sentó a su lado en el pegachento suelo de madera, no entendía porqué casi todos los suelos de madera se volvían anormalmente viscosos o exageradamente astillosos, parecía no haber un punto intermedio.
— Túmbate — le ordeno y Aidan obedeció como si fuese lo más natural del mundo, ni siquiera lo pensó, eso provoco en la chica una sonrisa. Tyline se relamío ansiosa los labios, con ese simple acto pudo saber que su destrozado amigo fue criado para obedecer, condicionado desde la niñez para complacer y ser un muñequito perfecto que cause más alegrías que penurias en quienes tuvieran la fortuna de conocerlo. El protagonista se recuesta sin vacilar y la chica con más delineado que vida puede verlo en sus ojos, la expectativa del siguiente movimiento, supuso que la ropa interior de su amigo poseía un bulto, vio la excitación en sus labios ligeramente abiertos y en sus ojos enrojecidos —, ponte las manos en la cabeza — Aidan lo hace, evocando el tintineo de las pulseras que ocultan las cicatrices de batallas casi perdidas —. Cierra los ojos — un jadeo escapo de sus labios al escuchar aquella orden, la muchacha no pudo discernir si fue por sorpresa o por placer, podía notar como sus piernas temblaban y su respiración se volvían más pesada, su celeste mirada brillaba con anticipación, como si fuera algo que llevaba mucho tiempo sin hacer pero cuyo recuerdo permanecía grabado con fuego en su piel —, solo imagina que eres un muñeco, alguien sin pensamientos o siquiera raciocinio propio, eres solo un cascarón vacío, imagina que alguien te da la órdenes y tú solamente — Tyline se inclinó, podía sentir el aire caliente entre los dos, sus alientos danzantes chocando unos contra otros como ráfagas de viento contrarias destinadas a crear un huracán — obedeces.
Las personas como Aidan estaban acostumbradas a ser cuidadas, protegidas y amadas, muñecos de cristal mantenidos en una repisa donde ningún mal les pudiese pasar, es por eso que cuando son forzados a salir de esa repisa buscan algo familiar, algo que les recuerde la seguridad que tuvieron una vez. Las personas como Tyline estaban acostumbradas a luchar, a no confiar y destrozar todo aquello que pudiera hacerles algún mal, por eso cuando conocen a alguien como Aidan solo pueden sentir dos cosas: 1) Repulsión/envidia por su ingenuidad o 2) Deseo irascible de dominar aquello tan frágil hasta poderlo quebrar. La muchacha respiro profundo, sus dedos recorrieron la tela del suéter que cubría el torso del chico, sería tan fácil para ella, Aidan era tan delgado y débil, podría simplemente llevarlo detrás del escenario o incluso ahí mismo, entonces, abrió los ojos, ojos celestes, brillantes, pero llenos de temor, hermoso color que incitaba al sueño y a la tranquilidad, los dedos de Tyline subieron hasta la mejilla del chico. Ya sabía qué hacer.
Siguieron con la grabación de la escena, se sentía nervioso y traumatizado. Tenía que revivir el horror, el dolor, la humillación. Tenía que enfrentarse a las miradas, las palabras, los gestos de sus agresores.
Aidan no quería hacerlo, no podía hacerlo, no sabía cómo hacerlo. Se sentía bloqueado, paralizado, aterrado. Se le secaba la boca, se le sudaban las manos, se le temblaban las piernas. Se le nublaba la vista, se le oprimía el pecho, se le aceleraba el corazón.
Aidan empezó a llorar. Lloró por lo que le habían hecho, por lo que tenía que hacer, por lo que no podía hacer. Lloró por lo que sentía, por lo que sufría, por lo que padecía. Lloró por lo que era, por lo que no era, por lo que nunca sería. Se sintió solo, desamparado, desesperado. No tenía a nadie que lo ayudara, que lo consolara, que lo entendiera. No tenía a nadie que lo quisiera, que lo respetara, que lo protegiera. No tenía a nadie que lo salvara.
Tyline le miró con compasión, con ternura, con cariño. Ella le sonrió con dulzura, con esperanza y confianza.
— Recuerda: no eres tu — le dijo con calma.
Aidan asintió, debía hacerlo, por si mismo y por Valerio que lo miraba como si hubiese insultado a su madre, esa película lo era todo para él. Se imaginó que quien estaba grabando no era él, sino otro. Se imaginó que quien estaba tirado en el suelo mientras recreaban su abuso no era él, sino otro. Se imaginó que quien hablaba con voz temblorosa y ojos vacíos no era él, sino otro. Se vio a sí mismo desde fuera, como si fuera un espectador más. Se vio a sí mismo como un cascarón vacío, como un muñeco sin voluntad ni sentimientos. Se vio a sí mismo como un personaje más de la película, como un actor más del reparto.
Aidan sintió que flotaba sobre la escena, como si fuera una pluma al viento. Sintió que las palabras salían de su boca como suspiros olvidados, como ecos sin sentido. Sintió que su mente abandonaba su cuerpo sin pensarlo, como si fuera una mariposa al vuelo.
Valerio le dio la señal a Aidan y él, siguiendo lo indicado, se acostó en el suelo y abrió sus piernas, Tony entro en escena, el musculoso muchacho no perdió el tiempo y se subió sobre él, sujetándolo con fuerza de las muñecas y moviéndose de forma inapropiada sobre el cuerpo del chico, pero no era el chico, no era él a quien tocaban, a quien insultaban. Aidan estaba feliz, lejos de todos y de todo, pero su cuerpo estaba allí, pero Aidan no. No era él, solo era un muñeco vacío, no había nada más que un cuerpo.
No soy yo, no soy yo.
No fui yo.
Aidan terminó la escena y volvió a la realidad. Volvió a sentirse él mismo, con sus recuerdos y sus emociones. Volvió a sentirse él mismo, con sus heridas y sus cicatrices. Volvió a sentirse él mismo, con sus sueños y sus esperanza de sanar renovadas. Se sintió aliviado y orgulloso cuando alguien grito la palabra "¡Corte!", y Valerio estallo en aplausos. Había logrado hacerlo, había logrado grabar la escena, había logrado superar el reto. Había logrado actuar, había logrado ser un muñeco. Sonrió y abrazó a su compañera. Se sintió agradecido con Tyline por tan útil truco, se sintió feliz, se sintió vivo.
Aquél consejo le sirvió a la perfección.
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