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Capítulo 8

Zoé.

No sé por qué las miradas aminoran al verme bajo el brazo de Aidan; debe ser por su presencia en la escuela, vuelve a ser el centro de atención.
O sea: el universo.

Como dije: Aidan es el sol; y vaya que se puso como un adonis en su estadía en Ibiza. Bueno, ya era un adonis; pero todos esos rasgos latentes para el resto de esta escuela, estaban remarcados y subidos de tono con ayuda de su altura y bronceado. Benditas sean las Islas de Ibiza, hasta me están entrando ganas de ir. Me recuerdo a mí misma, que debo preguntarle cómo estuvo y por qué decidió regresar antes de lo previsto. Según él, estaría por tiempo indefinido.

– Aidan. –Nos saludan unas cuantas chicas de bufandas rosas, cuando pasan por nuestro lado. Tienen casi la misma complexión que Carol.
– Aidan, mi amigo –dicen los chicos del club Zeta. (Surf de primera), como me gusta llamarlos.

Corresponde a sus sonrisas y saludos con otros. Algunos de los chicos Zeta me inspeccionan de arriba abajo, sin creerse que sea Zoé Mendoza: la chica de suéteres lanudos; y al igual que el resto, también quedan suspensivos por el color de mis ojos. Nos alejamos de ellos.
Más bien: Aidan me aleja de ellos. Sigo estando bajo su brazo.

– Vaya, parece que vuelves a ser Don popular –bromeo con él. Sé que le molesta ser llamado así, y más, si la persona que lo hace sea yo.

Tal vez, por eso no obtengo la reacción que pretendo de su parte. Lo único que me dedica es un intento de sonrisa, y una mirada seca; ésta no es la primera impresión que buscaba. Ahora que lo pienso, Aidan no me ha dirigido la palabra desde que me vio. Tuvimos una conversación telepática, pero sin ninguna sílaba intercambiada. ¿Qué le pasa?, ¿es por su estadía en Ibiza? Temo preguntarle lo qué le ocurre.

– Aidan... –musito su nombre.
Me mira.

Y justo cuando estoy a punto de preguntarle qué le está pasando, recordarle que acordamos no portarnos como extraños cuando se fue... Una muchacha, más alta que yo (y rubia), de bonitas facciones, y estilo hipnótico se nos acerca.
Bueno, más bien, a él.

– Aidan James Hugh –dijo Sophia, una antigua amiga de él.
– Hola.
– Oh, carajo, qué alto te has puesto –dice, con ese acento británico que tanto les gusta a los chicos del fútbol.
– Y tú, qué guapa.

Y se sonríen. Y ella se ríe, bueno, su risa no es chillona o cacareadora como la de Heather o Allison; es más, diría que su risa es suave y sin segundas intenciones.

– No has cambiado en nada, Aidan.

Los ojos grises de Sophia, se posan en mí. Sus cejas perfectas y depiladas, me dan la impresión de que no esperaba verme metida en estos shorts.

– Y, Zoé Mendoza ¿en verdad eres tú?
– Así es.
– ¡Oh, por Dios! –chilla, como si fuese la noticia del siglo–. ¡Qué sexi!
– Gracias –respondo, en un tono que jamás pensé que ocuparía.

Aidan nos mira como si estuviéramos hablando idioma extraterrestre.
Lo siento, galán, pero sólo chicas.

Me agrada Sophia, siempre se ha portado bien conmigo. Antes de mí, Aidan y Sophia iban a todas partes, y solían hacerlo todo juntos (como nosotros lo hacemos ahora). Pero dejaron de reunirse o hablarse como confidentes. Y cuando terminé de mudarme, Aidan sólo tenía tiempo para mí.

– Tienes unos ojos tan bonitos. Antes no lo notaba con esos estorbosos lentes de nerd, pero ahora sí.

Me descoloco cuando dice la palabra nerd. No sabía que causaba esa impresión o que los demás pensaran que lo fuera.

– Tú –me señala– muy bien.
– Gracias. –Mi risa delata lo nerviosa que me encuentro. Y las miradas no ayudan a disminuir mi timidez.

Sophia mira a Aidan, y a mí, y una vez más Aidan. No sé qué está pensando, pero de seguro la noticia no me gustará.

– Pero, miren qué bonita pareja hacen. Se ven muy bien siendo novios. Yo siempre aposté por ustedes, chicos –dijo, convencida de que su analogía es cierta.

Creo que los dos reaccionamos de diferentes maneras; yo estoy muriéndome de la vergüenza, a la vez, que recuerdo lo que sentí el día de su partida. ¿Por qué no sólo pudo decirme la verdad, mientras yo hablaba y regresaba al cuento de que sólo somos amigos?, no lo sé.

Si Aidan continúa callado, y sin expresar ninguna reacción, tendré que ser yo la que deba hablar y sacarla de su equivocada observación.

– No, sólo somos amigos.
– No somos nada.
Respondemos al mismo tiempo, pero con tonos y palabras distintas.

Sophia se nos queda viendo, como la buena analista que pretende ser. Está tan confundida como yo al escuchar a Aidan hablar así... y de mí. Sé que no somos novios y que nunca lo seremos; pero, ¿por qué dijo que no somos nada, cuando hemos compartido tanto en los últimos once años? Su indiferencia provoca un nudo en mi garganta. Si no tengo cuidado, me pondré a llorar enfrente de Sophia; y ahí sí que obtendría la reacción que daba a conocer en el sexto grado. Reverenda vergüenza.

– Sophia. –La llaman desde el salón C-10.
– Ahora voy –se dirige a ellos.

Mientras yo sigo intentando descifrar su brusca respuesta, Aidan continúa en silencio, y sin intenciones de disculparse conmigo. ¿Por qué no me mira? ¿Qué tiene y, por qué no me dice lo que está pasando?

– Bueno, nos vemos esta noche en la playa –dice, al volver la vista hacia nosotros–, ¿cierto?
– Claro –responde él, porque yo ya estoy encaminada hacia el salón D-1.

No pensaba quedarme a escuchar ni una palabra más las mentiras de la boca de Aidan. No dejo que disfrute de primera mano, como sus palabras hieren cada centímetro de mi piel. Más le vale a Aidan no venir detrás de mí si todavía pienso en golpear su maldita y apolínea cara.

– Oye, ¿está todo bien con ella? –le pregunta.

Siento que pasa una eternidad hasta que él decide mentirle.

– Sí... Sólo es el cansancio.

¿<<Cansancio>>?. Ja, por favor Aidan. ¿El primer día y te atreves a decir que estoy cansada? Por favor, Sophia es perceptible.

Voy echando humo por las orejas para cuando llego al salón que me corresponde. Genial. Primer día, primera clase, y mi primer disgusto furioso con mi mejor amigo. ¿Qué le pasó en ese viaje, y por qué se está comportando como un ser despectivo y soez conmigo, pero no con el resto? ¿En dónde está mi amigo?

– ¡Zoé! –grita el alíen, que ha abducido a Aidan–. ¡Zoé!

Me detengo, pero sólo porque no estoy de humor para una pelea en los pasillos de la escuela. No en el primer día, no cuando estoy en la boca de todos, como el patito feo convertido en cisne.

Giro sobre mis talones, en cuanto lo siento a no menos de dos metros.

– Zoé –dijo, al pasarse la mano por la frente y el cabello. Gesto que yo sé, demuestra que está arrepentido; pero las manías conocidas de él no me bastan, ahora no.
– ¿Qué? –espeto. Por lo visto, le sorprende tanto como a mí que sea tan borde.
– Mira... Perdón.
– ¿Y eso es todo? –le pregunto, cruzándome de brazos, y no dando mi brazo a torcer. Que sepa que no pienso consentir sus actos.
– No, bueno... Soy un idiota, ¿verdad? No debí decir eso... Y ahora no tengo nada más que decirte por esa misma razón.

Se mira las converse, mientras pronuncia las palabras, que lo salvarán del Zoemagedón:

– Lo lamento, Zoé.
– Pues, esa puede ser la primera consideración que tienes conmigo desde que llegaste –espeto.

Me muerdo la lengua. Creo que nos hemos salido del tema. No sé si Aidan entiende que me ha lastimado, pero al menos lo intenta. No es bueno cuando de sentimientos se trata; ni siquiera exterioriza los suyos.

Tampoco es la primera vez que nos peleamos, por si se lo preguntan. De niños sólo: nos gritábamos, nos insultábamos y reconciliábamos. No había más que un buen pleito después de un desacuerdo, y una buena reconciliación después de un insulto.

– Escucha, no quiero pelearme contigo, no cuando ni siquiera nos hemos preguntado cómo hemos estado.
– Yo tampoco.
– Bien –asiento con la cabeza–. Bien.

Me sonríe, sin atisbe de emoción, cuando pasamos a un silencio... (Ejem), un tanto incómodo. Tengo que hablar o si no lo hará él, y tal vez no me guste lo que tenga para decirme.

– Ahora, vámonos de aquí.

Puedo ver a algunos chicos acordonando el salón.

– No quiero llegar tarde, ni que me pongan un reporte por tu culpa.

Se ríe por la nariz, como si fuera el Aidan que me gusta. Ya tenía tiempo que no lo veía con esa tranquilidad que me hacía falta desde la primera hora que pasé sin él.

– Claro. –Se coloca a mi lado, y volvemos a retomar nuestro camino.

Me mira de reojo, y nuestras miradas se encuentran.

– Además, te ves bien... Como, muy bien.
– ¿Qué? ¿Me veo sexi? –me atrevo a preguntarle, al único chico que me ha visto desnuda.

Me muestra esa sonrisa que tanto me gusta, cuando sus ojos vuelven a ser los de antes.

– No hagas que me arrepienta de darte un cumplido, Zoé.
– Am..., la palabra correcta es lanzarte, Aidan.

Me pone los ojos en blanco.

– Cielos, mujer; eres la única chica que conozco que corrige un cumplido.

Ahora: yo le pongo los ojos en blanco.

– Eso no es verdad.
– Sííí...
– Nooo...
– Sííí...
– Nooo...

Caminamos con algo más de prisa, cuando vemos a una mujer de mediana edad con portafolios, introducir las llaves en la cerradura del salón.

Primera clase del resto del año escolar. Yey. Eso significa que Bambi va a estar en Cálculo. Odio admitirlo, pero ella también es inteligente como Aidan. Pero a ninguno se le dan nada bien las letras como a mí, por eso cuando vi el taller de Literatura en las hojas de inscripción, supe que debía apuntarme. Ese salón sería mío, y estaría rodeada de amantes de los libros, como yo. Este año va a ser genial, lo puedo presentir.

Entramos, y me apresuro a tomar el lugar más alejado del escritorio; no me gusta sentarme al frente. Aidan me sigue y se sienta detrás de mí, como en los viejos tiempos. Dentro de poco estaremos comiendo helado de menta con chispas de chocolate, y después nos reiremos de todo lo que nos sucedió durante el verano. Puede que Frederick tenga razón al decir que Aidan está un poco raro; pero no es nada que de seguro, no pueda manejar con una buena plática, y una de mis cinco películas favoritas para hacernos compañía durante la noche.

Todo volverá a la normalidad al terminar el día, algo en mí lo intuye. Estaremos bien. En dos horas almorzaremos algo; tal vez juguemos; compartiremos nuestras historias; y todo saldrá bien.
"Esta noche todo volverá a la normalidad", me repito mientras me quito la chaqueta y la cuelgo en el respaldo de la silla.

La maestra deja su portafolios encima de su escritorio. Se levanta el pelo, y se lo amarra con un lápiz del número dos, dándole forma de un moño. Gira sobre sus talones, y se quita la chaqueta de punto. Descubro que tiene una perforación en la nariz.

Wow. La clase de Cálculo empieza a gustarme.

– Muy bien, soy la profesora Moonrise.
– No es cierto –musito sin salir de mi asombro. Lo oigo, pero no lo creo hasta que lo escribe en la pizarra.

Oh... mi... Dios.

Moonrise. Se apellida Moonrise, como el reino; el amor prohibido y más sincero que puedes encontrar está en SamyZusy. Debe ser el destino, interfiere a mi favor... Sí, este año va a ser genial; aunque tendré a Bambi de compañera, no importará si Aidan está conmigo.

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