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Capítulo 39

Zoé.

Voy con la tercera malteada de chocolate, cuando me llega un mensaje de mi madre. Sobreviví a mis siguientes cinco clases, pero no con la frente en alto o con la confianza que me despertó esta mañana. Apenas si entendí una palabra de la maestra de Matemáticas. Química está por los suelos. Menos de Español o Filosofía. Historia ni se diga.

Voy a reprobar.

Lo sé. Lo presiento por el pésimo tiempo que le invierto a todo últimamente.

Voy a reprobar.

No me graduaré o iré a la universidad.

Me quejo en silencio, y dejo caer la cabeza entre mis brazos, sobre la mesa de Mercedes.

Qué mierda.

– Tres en un día, ¿no te da miedo engordar?

¡Qué mierda!

Levanto la cabeza –a vuelo de pájaro–, y me encuentro con el amigable rostro de Samuel, alias Sam, alias: YosoySamelchicoquetediomilesdecorreosparaquepudieramosconversar.

<<Ay, Diablos.>>

– Jamás conocí a una chica que no contara las calorías que ingiere.

Me quedo muda.

– Aunque..., crecer rodeado de animadoras tampoco ayuda, eh –bromea.

Lo miro expectante.

– Ah, perdona... Es que te vi desde la calle, ahí sentada y pensé que te habían dejado plantada. Y me dije 'esta es tu oportunidad, Sam. No la desperdicies'. 'Esta chica te gusta. Aprovecha a colarte en su vida y pedirle una cita' –se ríe. Su risa es amigable, y con el ligero toque encantador de príncipe de ensueño.

– No, no me dejaron plantada –digo.

– Ah, ya veo. Entonces, mi plan va mejor de lo esperado. Qué bueno... Bien, bien...

Vacila unos segundos más, hasta que consigo entender la escena que se desarrolla frente a mí.

Y..., entonces caigo en la cuenta de que le debo una llamada a este muchacho de buen porte y nobles sentimientos.

Rayos.

– Disculpa si no te contesté esa vez, me refiero a la fiesta, porque me hablaste y no te atendí.

– No pasa nada –dice, y le quita importancia–. Digo, no eres mi chica o mi amiga, así que no me debes nada. Soy un extraño –vuelve a reírse, al enfatizar en la última palabra.

– Ja, ja –finjo una risa.

– Pero... ya que estamos, porque no aprovechamos para conocernos un poco mejor. Porque, lo que dije antes fue verdad, en serio me gustas, Zoé. No por nada te di toda mi información en bandeja de plata para que pudieras investigarme, pero como vi que no me escribiste, por eso yo te busqué en Facebook, y encontré tu número en tu perfil. No quiero que me tomes por un acosador, pero la verdad es que...

Una figura vestida de negro, como la parca misma, se sienta a mi lado.

– La verdad es que para un tipo como tú: bueno, dedicado a sus estudios, dolido porque tu novia porrista te dejó por el capitán del equipo de fútbol, tuviera que entrenar todo el verano para conseguir –por lo menos–, el puesto de pateador, creyendo que así tu exnovia regrese a tu lado... Ah, eso y ponerla celosa con otra chica..., para mi gusto un poco rebuscado, pero igual demasiado sobrevalorado como para que no te funcione.

Por un segundo, pienso que mi mente me está jugando un truco barato, que entré en una dimensión desconocida, o peor, que acabo de sufrir un infarto cerebral, y que estoy siendo atendida por los paramédicos en el suelo de esta cafetería, porque no creo en quien acaba de llegar y, menos en lo que acaba de decir sobre... ¿Sam?

Pero... mientras pestañeo, menos creo que es producto de mi imaginación, o culpa de mi depresión por parte de las malteadas... No es una alucinación.

No..., el imberbecaradeimbécil que me contagió su asqueroso aroma esta mañana, está sentado justo a mi lado, luciendo despreocupado, y con ese aire cervecero que lo caracteriza como el idiota del año.

<<Qué asco.>>

¿Quién carajos le dijo que podía sentarse a mi lado así como así?

Pero... lo que por desgracia es más importante, y llama más mi atención, es lo que dijo y cómo lo dijo. ¿De qué diantres está hablando?, y, ¿por qué Sam está lívido? ¿De qué me perdí?

Sus ojos: grises, cargados de burla y mal humor, por fin se dignan a saludarme.

– Ah... –me mira fingiendo la sorpresa del año, como si no hubiera sabido de antemano que yo estuviera aquí–, hola, chiquita.

– ¿Disculpa? –alucino. ¿Cómo se atreve a llamarme así?

– Oye, ¿nos disculpas un momento? Es que Sam y yo tenemos mucho de qué hablar –dijo sonriendo a sus anchas, creyéndose el amo y señor de medio mundo–. O si quieres quédate, pero te aconsejo que mantengas la mente bien abierta. –No entiendo... ¿De qué va?

Alto.

Mis ojos vacilan entre uno y otro.

– ¿Se conocen? –les pregunto.

– No –se apresura a responder un nervioso Sam. ¿En dónde quedó el chico confiado y gracioso de hace un rato?

– ¿No? –se pregunta Jake–. Mmm... Tienes razón, no nos conocemos –mira a Sam–. Pero apuesto a que tú sí que conoces a Austin y a Claire. "La pareja del año" –dijo al poner comillas–, ¿o no, chiquita? ¿Así es como los llaman? –menciona eso último, mirándome a mí en lugar de a él.

No entiendo nada. Conozco a Austin de nombre, y a Claire la he visto un par de veces, pero jamás he conversado con ninguno de ellos. ¿Qué tienen que ver con todo esto?

Sam está pálido como un muerto, cuando Jake le menciona a la disque pareja del año.

– No sé de qué hablas...

– Ah, yo creo que sí sabes, Samuel. Y creo que también sabes de la apuesta entre los aspirantes a Quarterback este año, para no quedarse en mundanos pateadores, y así mismo, con la chica menos solicitada del equipo de porristas.

¿¿¿What that...F***???

– Estas diciendo... –masculla.

– ¿Mentiras?, ¿pedejadas? Por favor, Samy, no me obligues a poner la grabación entre tú y el bastardo de Austin, porque creo que vas a ganarte un buen y sano puñetazo de parte de este Gremlin –dijo; me mira como si tuviese la certeza, de que eso es lo que haré, cuando termine de contar y aclarar el chisme.

Bueno, tal vez tenga razón si deja de darle tantas vueltas al asunto..., que sospecho que no terminará bien.

– ¿Vas a decirle, Samuel? –lo presiona.

– ¿Qué cosa? –interfiero.

La mandíbula de Sam se tensa. Baja la mirada, evitando a toda costa mis ojos.

Al ver que no obtengo respuesta de su parte, Jake decide soltar la sopa.

– El pateador de aquí tiene una pequeña apuesta con Austin (el capitán del equipo), quien le "prometió" –se ríe, al poner comillas en la palabra–, que sería defensa el próximo año... si se acostaba con la chica menos valorada de la escuela. O sea, chiquita: tú. Y esto ya tiene tiempo, porque no por nada ahora todos quieren saber de Zoé, o sobre Zoé, o ¿dónde está, Zoé?, o ¿qué está haciendo, Zoé?, o ¿con quién está, Zoé?

Me quedo en shock.

No... Me niego a creerlo.

Pero entonces... pasa algo, y recuerdo que ese mismo día me llegaron varios mensajes de todo el equipo de fútbol, y de varios chicos (medianamente) populares, y aspirantes a Quarterback desde el séptimo grado.

<<No llores. No llores>>, me ordeno mientras aguardo a que todo esto haya sido una especie de broma pesada, a que este idiota sólo esté jugando conmigo y con Sam, o que no tenga idea de lo que está hablando.

Pero... No hay nada.

Jake sigue soltando verdades crueles y amargas, mientras Sam está ahí sentado como bebé prematuro, esperando por su nalgada de la conciencia.

Él evita mis ojos mientras... Jake no ha parado de mirarme mientras me dice la cruda verdad.

– Vamos, ¿no me digas que no se te hizo raro eso de que ahora todos te miren? ¿Pensaste que era por el simple cambio de apariencia, chiquita? Créeme que no. Los chicos te miran, porque saben que tienen una chance de acostarse contigo, para ascender su puesto en el equipo.

Tardo dos segundos en conectar las piezas del rompecabezas, y descubro que tiene un poco de sentido lo que dice este idiota. No por algo todos quieren ser amigos míos ahora, cuando antes nadie quería ni saber mi nombre.

Ah... Por eso recibí solicitudes de amistad de todos los integrantes del equipo de fútbol americano, y ninguno de las porristas. Eso lo explica, porque de seguro ellas deben pensar que quiero acostarme con sus chicos.

Ah... Eso explica también el mensaje de WhatsApp que recibí esa tarde. Seguramente venía de alguna exnovia furiosa que la votaron, porque su novio escuchó sobre la apuesta entre el capitán del equipo, y los jugadores aspirantes a Quarterback.

Oh...
Por...
Dios...

Qué estúpida soy. Ya decía yo que una no puede recibir mil mensajes en menos de media hora sin una razón.

Qué crueles son.

Eso explica la insistencia de Owen, y las notitas en clase. La clase de Física, y como Daniel me había pedido sentarme en su mesa, junto a esos tres deportistas.

Oh. Carajo.

Daniel lleva meses queriendo ser capitán del equipo de fútbol, ¿cómo no lo vi antes?

<<Rabia>>, eso es lo que sustituye a la tristeza.

Levanto la vista para mirar al chico de cabello engominado, pero ni se atreve a encararme o a decirme que todo esto ha sido una especie de broma pesada o de pésimo gusto. No hay nada.

<<Jesús.>>

Debo tener la cara de pendeja, porque todos me engañan o mienten a la cara. Pero ¡qué maldad!, ¡qué maldito descaro! ¿Quién diablos se creen que son?

– Zoé... –intenta decir mi falso pretendiente, pero lo hago callar.

En un movimiento rápido y casi planeado: le lanzo el resto de mi malteada... directo en la cara, a este delgaduchocaradesapo. Importándome un diablo, si le cae en los ojos o en la ropa. Por mí se puede quedar ciego. Y no me importa si me demanda por el ferviente puñetazo que le propino en la nariz, una vez que conecto con la fuerza que reúne a mis emociones.

La sangre y el chocolate se mezclan, y le lanzo mi mejor cara, con una clásica sonrisa de reina mientras me levanto, y hago a un lado al imberbe de Jake para salir del taburete lo más pronto posible. Ni loca pienso dirigirle la palabra o a pedirle permiso. A él también lo tengo en la cuerda floja, pero no es mi prioridad enfrentarlo como al mentiroso de Samuel.

Sé que todos me miran cuando cruzo el umbral, y hago sonar la clásica campanilla del lugar. ¡Pero me importa una mierda! No voy a flaquear o a echarme a llorar, como lo haría la antigua Zoé. No, señor. Esta vez, voy a ignorar la punzada de dolor que atraviesa mi pecho, y a caminar a casa imaginando las miles de formas de vengarme de todo el equipo de fútbol.

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