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Capítulo 36

Zoé.

Martes por la mañana.

Mi primera clase del día es Literatura. Me desconcertó saber que Rocket comparte un vínculo de sangre con ese animal moteado; no porque mi nuevo mejor amigo me desagrade, sino porque el idiota de su medio primo me desagrada. Es un cerdo. Aún no me puedo creer que ese ojete sea pariente de un ser tan amable y considerado como Rocket. No entiendo nada. Mucho menos a ese tipo, que se cree la gran cosa con su chaqueta de cuero y pelaje de zorrillo, caminando por la escuela como un maldito cliché.

Si lo conociera, diría que tiene un complejo de inferioridad tan grande, que sólo busca llenarse con cerveza y drogas, y molestando a inocentes. Es la clase de chavos que conforman el grupo de Aidan.

(Suspiro...)

Pero bueno. Llenarme la cabeza de tensiones –y de asuntos que tengan relación con Aidan– no me llevará a ninguna parte. Tengo que dejar de comerme la cabeza. Además, discutir sobre las mejores obras del siglo XIX, me vendría bien. Soy constante en Lengua y Literatura porque me encanta. Y la ganga de este taller, es que ni Bambi, Aidan, o cualquier otro deportista estúpido (a excepción de Sam), a quien por cierto le debo una llamada perdida, arruinarán esta clase. Éste es mi santuario. Y... Hablando de Aidan, aún no lo he visto. Sé que vino a la escuela, porque el muy hijo de... publicó una foto en Facebook, con una chica que ni conozco a unos pasos de la entrada del instituto. Se veía feliz, tranquilo, como si lo mío no le hubiese afectado en lo más mínimo, como si lo nuestro nunca hubiera pasado... Se está comportando como uno de esos chicos. O me está tratando como a una de sus miles de chicas. Lo que es peor.

Vuelvo a suspirar...

Pero, en fin.

Admito que hubiese preferido ver a Aidan en lugar de a Cruella Devil, pero supongo que tendré que conformarme con el nudo en el estómago, en lugar del nudo en la garganta. Estaré bien, siempre y cuando no me tope con Jake el imberbe, lo que me queda de vida. Sólo tengo que evitarlo el último año, ¿qué tan difícil puede ser?

El profesor Navarra entra, y cierra la puerta tras de sí.

– Buenos días –dice, y es correspondido por la clase.

Pongo mi libro favorito encima de la mesa, orgullosa de saber que voy adelantada en mi lectura personal. Somos seis en total, exactos para llenar seis mesas, con una silla extra a cada lado. Debería haber más alumnos por la cantidad de espacio, pero este taller es más difícil de lo que parece. Navarro nos deja escoger y leer un libro por semana y, discutimos sobre él los viernes mientras pasa lista. Es eso o un comentario de tres cuartillas de lo que aprendimos del libro. Sinceramente, es más fácil participar que escribir un comentario; por eso, opto por el debate de los viernes. Rara vez hacemos trabajamos en equipos. La mayoría reprueba el taller, porque se les complica mezclar la lectura y los estudios; pero a mí no, sorprendentemente.

– Espero que hayan adelantado su lectura para este semestre, porque muchos de ustedes irán a la universidad el próximo...

Llaman a la puerta.

Debe ser el de mantenimiento. Carl viene dos veces por semana, a revisar la silla de Navarro; aunque nunca sé exactamente qué le revisa, muchos chismes circulan diciendo que Carl está enamorado de Navarro, y por eso es constante en revisar su seguridad.

– ¿Sí? –dijo al abrir la puerta.

– ¿Taller de Literatura Clásica? –pregunta, una voz masculina, que me resulta ligeramente familiar.

– Así es... ¿Y usted es, joven? –le pregunta.

– Jack Rosner –responde sin problemas.

Dejo lo que estoy haciendo y,... mi corazón se detiene sin mi autorización.

– Cambié de taller el curso pasado... Pero volví a cambiar de opinión, y ahora quiero volver. Ya lo hablé con la señora Miller.

¿Qué?

¡La señora Miller es una bruja! No literalmente, obvio. ¿Cómo pudo convencerla?

Aguarden... ¿Esto es real? ¿Lo que está pasando es real?

Mis ojos se posan en las motas blancas de su pelo, y en su figura de montaña.

Dios. Santo.

Es él.

Es el imberbe que no conoce el concepto de humildad, está parado en el umbral de la puerta con esa terrible expresión de niño arrogante.

Se me arruga el entrecejo como no tienen ni puta idea.

– Y ¿el cambio de opinión?... ¿A qué se debe, joven?

Justo cuando creo, que mi presencia en esta clase lo hará desertar: ya me ha visto. Me mira, como si fuera una de las mil chicas, con las que de seguro se acuesta; y es asqueroso. ¿Quién demonios se ha creído que es? Sus ojos se posan en mí. Sus ojos se conectan con los míos. Sus ojos (lascivamente), miran todo de mí: mis piernas, el escote de mi blusa, las claras zonas de mi pelo, hasta podría decir que intenta adivinar el color de mis ojos...

¿Qué demonios está haciendo aquí?

– ¿Me va a dejar entrar, por favor? –pregunta, en lugar de responder... ¡Y sin dejar de mirarme!

Ante la confianza de Jake, Navarra no tiene otra opción que ceder. Se hace a un lado, para dejarlo entrar al taller de Literatura, mi taller... El taller que ha sido mi lugar seguro desde los quince años. Va a desdorar el honor de mi santuario. ¿Quién se ha creído que es? ¿Viene a molestarme sólo por lo que le dije en la fiesta? Pues ¡qué inmadurez!

– Tome asiento, por favor –le dice.

En cuanto las señoritas lo ven –caminando con esa confianza, ese margen de atención sobre las chicas que lo rodean, dedicándoles una que otra sonrisilla de idiota y supuesta gallardía–, las miradas y cuchicheos sobre el chico nuevo, empiezan a circular en el salón. No me había dado cuenta, hasta ahora, que este taller (en específico), está conformado por sólo mujeres; y menos de que él, es el primer chico, que entra voluntariamente a este taller.

Pero...

¡Estas chicas exageran!

¿Nunca habían visto a un hombre en su vida o qué?

Lo ven como si fuera miembro de los hermanos Skarsgård. ¡Nah!, ni que estuviera tan bueno este gorila. Aunque, y ahora que lo pensaba, y lo tenía a no menos de dos metros de la silla desocupada del lado izquierdo de mi mesa...

Pero ¿qué... demonios...?

– ¿Me puedo sentar? –me pregunta fingiendo educación.

<<Que ni se te ocurra>>, le respondo en un acuchillado encuentro de miradas.

Más le vale a este Torrance, no sentarse a mi lado si quiere conservar las uñas de los pies. Y se lo dejo bastante claro.

O... eso creo.

Porque el muy desgraciado me sonríe, como si fuera el chico más agradable del mundo, o como si fuera su mejor amiga, o como si lo de ayer no hubiera pasado.

Pero... (¿será estúpido a propósito?). Yo creo que sí.

– Señor Rosner, siéntese –le dice Navarro.

Estoy a punto de objetar, pero después me recuerdo que Navarro tiene una excelente opinión sobre mí, y la verdad, no quiero causar problemas.

La única en salir perdiendo sería yo, así que me aguanto las verdades tragadas en mi boca.

Pone la mochila destartalada encima de la mesa, y se sienta... manteniendo esa actitud de muchacho feliz, con esa mueca asquerosa en los labios, mostrando esos dientes de... de... Bueno, están alineados y perfectos como los de un modelo, pero eso no quita que sea un mal viviente, patético y canalla...

No. Debo permanecer fuerte. No debo permitir que él vea lo mucho que me carcome el alma tenerlo tan cerca de mí. Si le doy razones para que él crea que puede molestarme, entonces no parará de hacerlo.

– Muy bien, hoy hablaremos de los clásicos de la literatura del siglo XIX...

Jake no quita los ojos de mí, y yo no quito los ojos de él. No pienso dejarme intimidar por su mirada. Somos los únicos que no prestamos atención a lo que Navarro dice. Somos los únicos que libran una batalla mental de quien es más difícil de soportar.

Él va ganando, y por mucho.

– Hola –me saluda, así como si nada. Y a mí, se me olvida la promesa que hice.

Le pongo los ojos en blanco, con una cara de puro y reflejado hastío, mientras devuelvo la atención a la clase.

No sé qué carajos me pasa con este chico, pero con él, me sale desde el fondo de mi alma ser amargada y cruel.

Me cruzo de brazos, para que vea que no estoy interesada en sus patéticos intentos de entablar conversación conmigo. Si lo ignoro lo suficiente para quebrantar su ego, puede que termine odiándome.

Qué bueno, porque eso es lo quiero.

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