Capítulo 28
Zoé.
Me cambio de ropa, encuentro una blusa roja de manga larga y una falda de látex del mismo color. Me enchino las pestañas y pinto los ojos. El maquillaje de mis ojos asemejan los de un venado. Un poco de rímel y colorete en las mejillas y estoy lista. Bueno, no, a mis labios les hace falta color. Tomo el lápiz labial, y pinto mis labios rojo carmesí. Bueno, no; siento que voy muy desnuda de las piernas. Como vamos a estar cerca de la playa, y ya casi es de noche, me pongo unas medias sencillas rojas.
Bien. Sólo me faltan los anillos y las pulseras. Tomo varias piedras de color esmeralda y turquesa, y las pongo en mis dedos y abrazo en mis muñecas. Un collar de esmeralda que combina con el color de mis ojos es lo que adorna mi cuello.
Me pongo los botines de tacón, y estoy lista para salir. Una capa más de lápiz labial no me hará daño. Mis labios de por sí son demasiado grandes, y con esto parece que he pasado la última media hora chupando un Red Rock, pero no me importa, esta noche quiero verme despampanante.
Me inspecciono en el espejo antes de salir, y me echo un poco de perfume. Huelo a vainilla. Me acomodo el pelo, y lo amarro en una elegante coleta de caballo. Sí, esa costumbre de adornar mi pelo con ligas y pasadores no se me ha quitado.
Vuelvo a verme en el espejo de cuerpo completo, y descubro que mi apariencia es la de un ángel endemoniado. Estoy perfecta. Voy al armario, y busco mi abrigo.
Salgo de la habitación, y me despido de papá. Voy a la sala y encuentro a Chat, echado como de costumbre en el sofá, viendo esa tediosa película de policías. Lo saco al patio trasero, y marca el territorio. Entra, y vuelve a echarse en el mismo agujero que su cuerpo ha dejado con el pasar de los años.
Reviso la hora: casi las seis. Había hablado con antelación a mi madre, para que me diera permiso de salir. Como es el primer día, y terminé de estudiar a tiempo, me dejó salir sin poner queja alguna.
Todo está en su lugar cuando termino de ir y venir de una habitación a otra. A veces me pongo nerviosa cuando estoy sola.
Llaman a la puerta.
Debe ser Rocket, quedó en pasar por mí para irnos juntos a la fiesta. Cuando abro la puerta, con una sonrisa amistosa en los labios para recibir a mi amigo, no es a un chico bajito al que encuentro de pie en el umbral de la puerta, sino a un pelirrojo fatigado y bañando en sudor.
<<Aidan.>>
– ¿Aidan?, ¿qué haces aquí?
Alto. ¿Lo estaré imaginando? ¿Tanto me odia mi corazón?
Pero lo veo, y la realidad es idéntica a ésta. No es una alucinación. Todo en él es real, desde el alboroto de su respiración, hasta las gotas que descienden de su frente, y caen despreocupadas en mi tapete de bienvenida. Luce cansado, como si hubiese corrido los kilómetros de un maratón, o, de aquí a Nueva York. Está empapado en sudor, como si de la noche a la mañana le hubiera dado una terrible fiebre de cuarenta y cuatro grados.
Quizás, por eso no contesta mi pregunta, tal vez esté constipado. ¿Qué habrá pasado para ponerlo así?
– ¿Te encuentras bien? ¿Quieres un vaso con agua?
De la nada, su respiración se normaliza. Levanta ligeramente la vista, y me mira con incredulidad.
– ¿Bien? ¿Tú me ves bien? He estado llamándote todo el día porque estoy preocupado por ti. Creí que estabas agobiada con los estudios, por eso no querías contestar. Pero no –espeta–. Te encuentro untada en maquillaje, y lista para salir a sólo Dios sabe dónde y con quién –me acusa.
Inhala hondo por la nariz, y se apoya en sus rodillas. Tose un par de veces, y me quedo en blanco. Aún no proceso lo que me ha dicho, y tampoco el tono acusador que empleó. Sigo creyendo que estoy soñándolo, o que me he desmayado, o que me he vuelto completamente loca.
¿Por qué estás realmente aquí, Aidan?
– ¿Por qué me bloqueaste? –pregunta al fin, una vez, que ha dejado de agitarse.
– No lo hice –miento. Y por desgracia se da cuenta.
– ¿Por qué lo hiciste? –insiste. Aunque parezca enojado, su voz delata lo cansado que está.
No me había dado cuenta, que yo también estoy cansada, muy cansada, realmente harta de todo, de fingir y hacer de cuentas que no pasó nada, de jurar por mi vida que no quiero verlo cuando sé que sí, de hacerme la idiota pensando que tal vez yo no sea suficiente para él, cuando yo sé que soy todo lo que él podría llegar a amar.
No me deja de otra cuando se pone así. Es mejor decir la verdad.
<<Ni modo... Habrá que arriesgarse>>.
– Porque necesitaba estar sola. Quería fingir que a mí no me pasó nada, y la única forma de querer hacerlo era quitarte de mi vida... Al menos por unas horas.
Me mira de arriba abajo con una expresión... Como si hubiese estropeado la pintura de su auto nuevo.
– Sí, se nota. Lo demuestras de puta madre –espeta, me escupe sus palabras, como si se las hubiese tragado por meses, años diría yo.
Le lanzo una mirada de advertencia.
– No seas cruel.
Le estoy abriendo mi corazón, y él me responde como si acabara de cometer un crimen.
– ¿Yo?, ¿yo soy cruel? –pregunta en una negación–. No, tú eres la única cruel aquí.
Intento mantenerme firme, pero mis brazos sostienen mi estómago, como si éste estuviera a punto de estallar de los malditos errores que cometí.
– Me bloqueas, me ignoras, y ¿después qué? –dice, pero no me da tiempo de contestar–. ¿Después qué? –pregunta–. Nada, no tengo nada, porque adivina qué, Zoé.
– ¿Qué? –espeto por puro orgullo.
– Porque ya no quiero seguir contigo si vamos a seguir siendo una especie de pareja que se enoja por cualquier cosa.
Me rio sin atisbe de bondad.
– Claro, porque al <<Gran Aidan James Hugh>> no le gustan las relaciones, ¿me equivoco?
– No –contesta fríamente, y sin la intención de detenerme, así que no lo hago.
– ¿Sabes una cosa, Aidan? Nada de esto habría pasado si no hubieras complicado todo –digo, y esta vez, no planeo fingir mis emociones–. Fue tu culpa lo que nos pasó esa noche, que no se te olvide. Es tu culpa que estemos confundidos y también que nos estemos hablando de esta forma. Vienes aquí, y me dices que estoy de ¿puta madre? –imito su actitud–, pero la verdad es que no. He estado llorando por ti desde hace dos horas, y si no se nota es porque así lo he decidido yo. Porque ya no quiero seguir sufriendo o llorando por ti. Porque quiero que estés conmigo, pero no de la manera en la que te has acostumbrado, sino de otra en la que me tomas de la mano, y dices esas benditas palabras que sé que te mueres por decirme desde esa noche –sollozo, incapaz de detener los sueños que tengo.
Lo he dejado salir todo. He abierto el cofre de mis más profundos sentimientos. Y, ¿saben una cosa?, esto sí se siente de puta madre. Se siente genial. Me he quitado un peso de encima, que ni yo sabía que tenía.
Está patidifuso. Yo en un mar de lágrimas, y él en un mar pintado de blanco con la mente de un tipo que no ha aprendido a entender las palabras básicas.
– Yo...
– Eres tan obvio, Aidan. Y lamento decirte que te quiero, pero tú sabes que es verdad. Te quiero –deletreo las sílabas con el corazón en la mano.
Sigue con la vista en sus tenis. No tiene idea de qué decir.
¡<<DIOS>>! ¿Tengo que ser yo la que dé el primer paso? Bueno, ya llegué hasta aquí, no hay marcha atrás. Si quiero que se sincere tendré que ayudarlo.
– Aidan –le sostengo el rostro con las manos, como si lo hubiese deseado hacer por años, siglos diría yo–. Te quiero. Muchísimo. Te quiero tanto, es la clase de amor con la que uno formaría una familia –me mira a los ojos–. Y sé que tú también me quieres. Así que por favor... Por favor, Aidan, dímelo. Sólo di Te amo, y termina con todo este drama innecesario porque me estoy muriendo, aunque no lo parezca, me estoy muriendo porque te decidas... Me muero por ti porque te amo. Eres el único para mí, y yo seré la única mujer para ti, Bugs. Te amo.
Mi corazón ha quedado expuesto, vulnerable y a su merced. Mis labios están a escasos centímetros de los suyos. Mi frente y la suya se unen. El espacio que había dejado para mí ahora se ha entregado a él. La única cosa que tengo ahora es suya, he decidido que las primeras palabras de amor sean para mi mejor amigo, para el sujeto que me enamoró con simpatía y sonrisas, para mi Aidan.
Toma mis muñecas con dulzura, y las aparta de su rostro. Todo pasa como en una película de amor adolescente: en cámara lenta, cortando la música de fondo más romántica que habías escuchado, y dejando en vilo a la audiencia con un enfoque teatral en los artistas.
Los segundos son eternos.
Me mira, por un milisegundo creo que va a besarme, y a confesarme que él siempre me ha amado, que quiere quedarse conmigo, y que jurará hacerme feliz por todos los años que nos queden por vivir. Porque él y yo estaremos juntos hasta los sesenta años, lo sé, sé que lo hará por cada día de mi vida, y me lo compensará con risas, caricias y lágrimas de felicidad...
Pero no... No lo hace. No hace nada de eso. No existe una realidad en la que no me duela su rechazo como en ésta línea del tiempo.
Y duele, duele demasiado que siga mintiendo.
– Lo siento –empieza a decir, y juro por Dios o todo lo sagrado que hay en este mundo, que el cielo se sacude y mis piernas amenazan con romperse–. Lo siento mucho, Zoé... Pero no.
¿Estoy llorando o es el cielo?
– Yo no te quiero, no me gustas de ese modo... Eres mi mejor amiga.
Y el <<Eres mi mejor amiga>>, convierte en cenizas mi esperanza. No, no sólo eso, también las esparce y confunde con otros sueños rotos que creía que se harían realidad cuando lo conocí a él, porque cuando lo vi por primera vez, no sólo me imaginé a su lado, sino también una vida juntos, una en donde podríamos envejecer y criar a nuestros nietos. Tenía seis años, pero oh Dios mío, no tienen idea de la capacidad de amar de una niña, que vivió casi toda una vida, pensando que un día podría ser rescatada de una reina mala, que en días de crisis culpó a la princesa por haber nacido, porque de no ser por su cumpleaños, el rey seguiría vivo.
Porque de no ser por mí, este mundo sería un poco menos miserable.
Pensé que sería un cuento de hadas, no una pesadilla de la cual no puedo despertar.
Y me duele. Duele muchísimo. Me duele como una patada en el estómago o un disparo en el pecho.
No mastico vidrio, sino que lo trago. No inicio un incendio, sino que camino en él. No juro que me he roto, porque lo estoy. Estoy rota. Infinitamente rota.
Pero no quiero que él lo note. No quiero notarlo yo. No quiero seguir notándolo, como hago con todo lo que me sobrepasa, y luego no sé cómo manejar. Como cuando mamá me dijo que papá ya no volvería a casa, porque había ido a un lugar maravilloso llamado cielo. Y es ahí a dónde quiero ir. Quiero ir a mi propia versión del cielo, no seguir en este horrible momento infernal que me perseguirá por siempre.
Me seco las lágrimas e intento poner mi mejor cara. Sorprendentemente: lo consigo.
– Y tú el mío. También eres mi mejor amigo, Aidan.
Y no miento. Es el mejor amigo que he tenido en esta vida. Quién sabe, ¿en dónde estaría si no fuera por Aidan?, esa es la verdad, al menos la mitad de ella; porque la otra soy yo, pero él ya me ha dejado en claro que no quiere ser mi otra parte de la historia.
Entonces ¿qué más puedo decir si no es falacia de lo que él dice, y echa a la basura lo que no podemos tener porque él no quiere compartir su amor conmigo?
– Zoé...
– Está bien –nos miento–. Todo está bien, Aidan. No pasa nada, ¿okey? No importa.
Pero sí importa y mucho. Y sí, me siento como un saco de basura al que desechan por ser corrosivo. Porque así se deben sentir los corazones rotos. Y a mí me acaban de romper el mío, por el miedo al salto de fe, por el miedo a caer enamorado ante una persona que lo quiere por encima de todos, y de todos los modos que se pueda imaginar.
Y no hay peor amor que al que le falta valor.
No salta por miedo, y la vida no debería estar basada en el miedo. Si las personas sintieran miedo la mayor parte del tiempo, no tendrían vida. Y eso era Aidan: un ser lleno de amor perdido, porque le teme a ser él mismo, a ser el tipo que sigue las reglas y quiere una cosa normal llamada amor, o estar con alguien que pueda poner orden o algo menos cotidiano que ser una chica que sólo quiere a un chico. Porque no sólo nos queremos, también nos conocemos mejor que ninguno. Y si él no busca eso, entonces... yo no puedo hacer nada para cambiar su opinión.
Y ahí, cuando las primeras gotas caen de una monstruosa nube gris, me doy cuenta de una cosa: Amo a Aidan, más que a nadie, pero si él no es capaz de dar todo por mí como yo lo estoy haciendo por él (como lo he hecho por años), entonces no tiene sentido seguir como una cachorrita a la espera de una caricia.
Lo sé antes de que él pueda decidir por los dos. Lo entiendo antes de que él hable.
Entiendo que es lo que tengo que hacer.
– Creo que ya no deberíamos vernos.
Su expresión no muestra menos de lo que yo esperaba.
– Quizás, lo mejor será terminar con todo esto –nos señalo.
Su cara muestra desesperación y control. Hace un esfuerzo por sonreír, o mantener su actitud de badboy, pero le es imposible cuando sabe que es necesario no seguir siendo amigos. Sabe que es necesario no seguir viéndonos.
– Pero eres mi mejor amiga –dice, y su voz es un llanto oculto en una mala razón.
– Ese es el problema.
Y lo peor, es que lo haya querido o no, Aidan ya era parte de una relación. Lo ha estado desde que me conoció, ha sido parte de mi vida por once largos años conmigo; y ahora lo había demostrado, había sido obvio que se había cansado de ser responsable de alguien más que no fuera él o su hermana.
Me había mostrado –de una manera tan obvia–, que no quería seguir a mi lado, ni como amigo o compañero.
– ¿Sabes qué es gracioso? –le pregunto.
– ¿Qué?
– Sabía que ibas a hacerme esto, en cuanto te acostaras conmigo, y... aun así no me importó entregarte mi vida con tal de obtener un poco más de ti. Un poquito más de lo que dabas todos los días.
– Tú eres la que está separándose de mí –me acusa–, que no se te olvide. Todo puede seguir normal, Zoé.
Levanto la vista, y miro al chico del que estoy enamorada desde hace varios años.
– Yo no soy normal, Aidan... Y tú tampoco –añado.
– Yo soy normal –replica.
Me abstengo de ponerle los ojos en blanco. Mantengo mi cara de póker, y una actitud envidiable. Estoy tomando las cosas demasiado bien, considerando que la mayor parte de mí acaba de perder su brillo.
– Y fuiste tú la que me rechazó cuando me fui a Ibiza –me recuerda. Sus palabras me apuñalan sin compasión–: Te fuiste, y no me escribiste por todo un mes. ¿Tienes idea de cómo me sentí? Actuaste igual que el resto de la población femenina..., porque no eres diferente a las otras chicas. No eres distinta, es por eso que jamás funcionará. No tienes nada de especial –me fusila. Acaba de matarme, y no se da cuenta–. De todos modos..., iba a hacerlo, iba a decirte que no volvieras a hablarme porque me tienes harto. ¡Estoy harto de ti, Zoé! –me grita–. Así que... es bueno que lo hayas hecho, aunque tenía la esperanza de evitarme esta estupidez en mi agenda porque después de cogerte creí que simplemente te apartarías de mí. Porque eso hacen todas las mujeres que pasan por ese sofá. ¿O que?, ¿creíste que te trataría diferente sólo por ser mi amiga?
Hago acopio de todas mis fuerzas, inhalo todo el oxígeno que él no ha alcanzado a contaminar con sus mentiras, y... algo en mí se rompe, sin importar lo mucho que se esfuerce por mantenerse entero, algo más importante que mi corazón se rompe cuando termino de escuchar, lo que siempre ha pensado sobre mí desde esa noche.
Y..., así sin más, la pequeña luz de esperanza invertida en él, como todas mis fuerzas invertidas en sus actos o buenos sentimientos, dejan de existir.
Cuando te enojas: odias. Cuando odias: te ciegas. Pero..., cuando te ciegas: lo ves todo desde otra perspectiva, y entonces te das cuenta de una cosa... ¿realmente era odio, o pena lo que sentí por un sujeto que rompió ese faro de luz en mi corazón? Y cuando dejas de odiar a alguien y lo perdonas: te da lástima.
No lo odio, siento una profunda lástima por él.
Jamás pensé en sentir lástima por alguien en toda mi vida, y menos por mi mejor amigo.
– Bueno –suspiro. Y le sonrío, lo hago porque no quiero volver a verlo. Lo hago porque no quiero que nuestros recuerdos terminen por echarse a perder.
Mi madre dice que cuando alguien hace o dice cosas malas, es porque no están pensando lo que hacen o lo que dicen; pero la verdad, es que sí lo saben, y él sabe que me está disparando justo en donde más me duele: mi cuerpo entero, porque todo de mí le pertenece, o le pertenecía... No sé si fui suya o si él terminó siendo mío ese día.
Soy amable, soy amable porque así me educaron, incluso con los que no merecen beatitud.
– Adiós, Aidan.
Y esta vez, lo digo en serio, ya me cansé de ser la sustituta.
Entro en la casa, y cierro la puerta guardando respeto. Me dejo caer detrás de la puerta, y pongo mi cabeza entre las rodillas. Llorar alivia el alma, quejarse sana mis problemas, y deprimirme como una chica a la que acaban de matar con su única fantasía de cuento de hadas: ayuda; también ayuda sacarme todo ese amargo recuerdo, que por muchos años, me sonreía como la mejor experiencia de mi vida.
Todo ayuda ahora.
La lluvia cae, y el viento y el frío se mezclan y filtran por la casa hasta envolverme en un manto de autocompasión.
Es como si el universo estuviera llorando por mí, por él, por los dos. Por sus mentiras, por las mías, por las que él no deja de decirse, y por todas las oportunidades que él ha permitido dejar pasar.
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