Capítulo 26
Zoé.
Y mientras lloro, por todos los días en los que pensé, que alguna vez, me diría que se sentía igual que yo desde ese día: la maldita memoria me es desleal, y vuelve para recordarme que en esta vida, jamás podremos ser una sola persona.
Recuerdo mi primera vez...
Recuerdo sus manos, sus caricias, la suave brisa que acompañó mi despertar en ese sofá, y la naturalidad con la que me tomó; y cómo mi cuerpo supo qué hacer y cómo sentirse al tenerlo dentro de mí con tanto cariño y delicadeza. Me sentí como la única chica en su vida.
Después de varios años, después de tantas noches en vela desde los seis años (cuando lo conocí), siempre me imaginé que mi primer amor sería puro y recíproco. Pero la realidad debilita al espíritu. Y engañarme con esos cuentos de Disney, me hizo débil... ¿A quién pretendía engañar? No sólo me había gustado Aidan desde el primer grado, me había enamorado de él desde el pequeño e intenso tiempo que pasó haciéndome la niña más normal y cómoda del mundo en un lugar repleto de gente extraña.
Y esa clase de amor quería en mi vida. Quería que alguien me hiciera sentir cómoda, no tanto como en mi propia casa, porque mi casa no es precisamente un dulce hogar, pero sí lo suficiente para estirar las piernas o expresar mis ideas.
Me escondo debajo de las mantas, y me apego a mi plan anterior: llorar hasta que el clima cambie de tempestad a cálido. Y como sé que eso jamás sucederá, me acomodo en mi propio mar de sueños rotos, y pataleo todo lo que me gustaría haber cambiado en la tierna edad de mi inocencia.
Me llaman.
Su nombre aparece en la pantalla con letras mayúsculas, y la pésima imagen de él vomitando un arcoíris. Es mi foto favorita.
Rechazo la llamada, aún no quiero verlo, saber de él o querer abrazarlo. Aún no quiero ver sus estupideces reflejadas en su rostro. No estoy lista para olvidar el dolor o el rechazo. Me mata sólo imaginarme a Aidan y a Miranda juntos.
Vuelve a llamar. Rechazo la llamada. Vuelve a llamar. Rechazo la llamada. Y así continúa éste tedioso círculo destructivo hasta que lo bloqueo. Mejor así. No va a parar de insistir. Necesito calma, paz, una distracción para repeler todos estos ataques de ansiedad.
Me llaman nuevamente y, estoy a nada de arrojar el celular por la ventana cuando, el nombre de <<Rocket>> aparece en la pantalla. No lo corto, dejo que suene un buen rato hasta que tomo la decisión de atender.
Por suerte no es videollamada. Tengo un aspecto de espanto.
– Hola, chica –me saluda optimista como buen orador motivado.
– Hola –me sorbo la nariz.
Parece darse cuenta de que algo va mal conmigo.
– ¿Qué te pasa?, ¿te encuentras bien?
Me aparto el celular de la oreja, y termino de derramar las últimas lágrimas de mi estúpido corazón.
– Sí, sí, todo bien –contesto algo más compuesta–. Es que me agobio con facilidad cuando estudio... Eso es todo.
Hace un sonido curioso con la boca (como si no me creyera).
– ¿Segura? –insiste.
Hago acopio de todas mis fuerzas y respondo:
– Ajá.
– Mm... Bueno, no te preocupes, a mí también se me dan fatal los estudios... ¿Si está bien que haya dicho "fatal"? –pregunta, y me lo imagino poniendo comillas–. Ya sabes que soy nuevo en esto del lenguaje americano.
Se me escapa una risilla.
– Ja, te hice reír –añade.
Y vuelvo a reírme con algo más de ganas. Y entonces, termino por entender el ánimo que transmiten sus palabras, sin mencionar las típicas frases habituales que todos escuchan en momentos de crisis.
Cuando uno pierde la esperanza..., aparece alguien que le da la vuelta a todo lo que creías que acabaría contigo.
– Eres tonto, de verdad –digo, pero en el buen sentido.
Me sorbo la nariz, y vuelvo a sonreír.
– Si eso necesitas..., lo seré.
Sonrío con toda mi cara, al escuchar su declaración.
– ¿Cómo te sientes? –me pregunta.
– Mejor, gracias... Muchas gracias. –Y lo digo en serio.
– Bah... No hay de qué, ojos bonitos.
Platicamos un buen rato, hasta que el gusanillo en mi corazón deja de ser importante.
Rocket es un buen chico. Es guapo. Bajito. Amable. Considerado. Creo que es el primer amigo que tengo desde hace mucho, desde Aidan.
– Oye, tengo una idea –dice al cabo de unos segundos.
– ¿Sí?
– Vente para la fiesta de esta noche. Habrá baile, comida, tragos, chicas guapas, y chicos más o menos listos y mayores, yo, mi perrita Daisy.
– ¿Tienes una perra que se llama Daisy?
– Y una iguana que se llama Rango, y una tortuga que se llama Juan.
Me rio, y despego el celular de la oreja. Por Dios, este chico es increíble. Me gusta, no mucho, pero me gusta.
Y ahí, justo cuando mis ojos se conectan con la imagen de la chica que tengo en el espejo, me doy cuenta de algo importantísimo: nunca me había visto más hermosa y relajada, con una charla como ésta en mi vida. Soy una persona diferente desde hace mucho, pero noto un poco de lo que perdí, cuando se lo entregué a Aidan, al verme con esa sonrisa iluminada por las palabras de este chico. Y la verdad, quiero seguir siendo yo por un buen rato; probablemente durante el resto de la noche.
– ¿Sabes qué?
– ¿Qué?
– Aparta una botella de vodka, porque pienso ir a ese fiestón.
Una exclamación de asombro es mi respuesta.
– ¿Vendrás?
Respiro hondo, tragándome los miedos y posibles escenarios en donde mi instinto me advierte de que esta noche no será buena, y tomo mi decisión.
– Sí –contesto, decidida a ser una persona libre de inseguridades.
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