Capítulo 25
Zoé.
En lo que Aidan regresa, vuelvo a encender mi celular.
Un millón de emoticones de corazón, y unas miles de solicitudes de amistad de distintos números, es lo que obtengo al nada más prenderlo.
– Vaya...
Todas estas solicitudes son de compañeros de mi escuela; algunos del equipo de fútbol, y del equipo de animadoras. Reconozco a unas por las fotos de perfil. A otras por los nombres de usuarios. Y otras porque han estado nominadas como reinas del baile desde que inició la secundaria. La única chica del club de animadoras que no está en la fila de <<solicitud de amistad pendiente>> es Bambi.
Claro, ya me esperaba que no me mandara ni un WhatsApp. Y mejor así, porque chicas como ella sólo sirven para odiar.
A no ser... que fuera ella quien me mandó ese mensaje. No conozco su número privado, menos el de su casa, por eso sería perfecto si un día me mandara un WhatsApp insultante. ¿No?
Reviso mi bandeja de mensajes, y todos los que me enviaron en cinco minutos, y no hay otro SMS ofensivo u amenazante.
Retomo mi opinión anterior, y me engaño a mí misma creyendo que tal vez fue un tipo cualquiera queriendo jugarme alguna especie de broma.
– ¡Zoé! ¡Zoé! –me llama el pequeño demonio desde la punta del pasillo.
Salta a mis piernas, y me rodea el cuello con los brazos. Me estrangula.
– Ay, y esta muestra repentina de aprecio –digo al corresponder su abrazo con otro igual de sofocador.
Le hago cosquillas, y ella estalla en adorables carcajadas.
Se separa de mí, y me sostiene los cachetes cuando dice:
– Aidan me dijo que viniera a hacerte compañía. Está ocupado hablando con su novia.
Se me cae el alma a los pies. Pero no puedo dejar que ella lo intuya.
– Ah... Con su novia –digo, y una parte pequeñísima de mí, tiene deseos de vomitar.
– Sí, y me dijo que te hiciera compañía mientras la atendía.
– Ah.
Ay, creo que es la segunda vez que digo esa palabra, pero es la enésima vez que me siento de esta forma. Eso es porque no puedo decir nada que no haga referencia a un grito o un llanto ahogado cuando la palabra <<novia>> sale a la luz, y se repite sin cesar en mi cabeza.
– Pensé que había roto con Miranda. ¿Han vuelto a estar juntos? –me pregunta.
Y las ganas de vomitar aumentan.
Ay. ¿Por qué? ¿Por qué Aidan es Aidan, y por qué yo no dejo de hacerme éstas estúpidas ilusiones que alimentan su ego y fortalecen mis pesadillas? ¿Por qué lo besé? ¿Por qué me dejé llevar? Siempre pasan cosas malas cuando me dejo llevar; la prueba es la noche antes de su partida. Y no es que me moleste, es más, me alegra que así sea. Porque, sólo así, puedo concentrarme en lo importante: en tener buenas notas. Porque... Eso es lo que de verdad importa, ¿no?
– Pues, creo que sí, linda –respondo tragándome el nudo en la garganta y la patada en el estómago.
– Ojalá, hacían bonita pareja.
Siento que me están apuñalando cada hueso del cuerpo.
– Ajá.
<<No te quiebres, Zoé>>, se lamenta la voz de mi subconsciente.
– Aunque, si te soy sincera, no me agrada tanto como tú.
Le sonrío débilmente, y espero que eso no baste para que se dé cuenta de que me estoy muriendo en mi propia mentira.
– Gracias, linda.
Y ella, con toda su inocencia, refleja una grácil sonrisa.
– Tú serías buena novia. Lo quieres lo mismo que él a ti.
– No, no es verdad, te puedo asegurar que yo lo quiero más de lo que él se quiere a sí. –Y es la verdad.
Nadie, jamás, va amar tanto a Aidan como yo, ni siquiera él. No quiero ser grosera o faltarle al respeto a sus futuras novias, pero es la verdad. Nadie lo va a querer tanto como yo, su mejor amiga, su compañera de travesuras y aventuras. Y no quiero sonar como una cabezota o ser obstinada por decir esto pero, soy la única que podría hacerlo feliz. Y, admitámoslo, yo tampoco soy fácil de soportar; por eso somos perfectos juntos; por algo no funcionamos por separados. Es como si mi otra mitad fuera él, como si compartiéramos un mismo cuerpo o una misma risa, como si el mundo fuera insignificante cuando estamos en compañía del uno y el otro.
– Aun así serías la mejor novia del mundo. Eres la única que lo comprende.
– Lo sé... Por eso nunca consideraría hacerme su novia. –Y una vez más, vuelvo a tener la razón.
<<A Aidan James Hugh no le gusta lo complicado o las relaciones de larga duración>>, me recuerda la parte razonable de mi atolondrado corazón.
¡Aahhh! Odio tener la razón, ¿por qué no reprimo mis pensamientos o los domino como las personas normales?
¿Por qué no dejo de hacerme daño? Sea cual sea la respuesta, no la encontraré aquí. Estar bajo su techo no me ayuda a tener menos fuerza de querer explotar.
– Oye, Rachel, me tengo que ir –le digo, mientras guardo mis apuntes y meto el celular en mi bolsillo.
– ¿Qué? ¿Por qué? Aidan no tarda en llegar.
– No, no es eso, cariño. Lo que pasa es que tengo mucho que estudiar y, tengo que ir con Chat y revisar si no se ha orinado en la alfombra –digo, al poner una mueca de asco. La verdad, a veces me da flojera recoger las eses de mi perro. Pero si con eso consigo salir de esta ruleta rusa emocional...
– De acuerdo –dijo, y su tono es el de una niña berrinchuda.
Oh, no. Si no la hago cambiar de actitud puede que haga una rabieta y llame a Aidan. Y eso es lo que estoy evitando. No quiero verlo. No como hace una hora, que no quería verlo ni en pintura, pero no quiero verlo. Siento que si me explica sus problemas, acabaré accediendo a sus peticiones, y volveré a ser la chica que ofrece su hombro para que él llore. Y no quiero seguir siendo la amiga depresiva, quiero ser feliz siendo su novia; pero eso es algo que él no puede darme porque, sencillamente, no quiere ser feliz, ni conmigo ni con nadie.
– No te pongas así, linda. Sabes que te quiero –le aseguro.
<<Ah, lo tengo.>>
Le doy un beso en la frente, y le reparto otros por la cara hasta que estalla en bonitas risas, al igual que yo. Nos reímos como un par de posesas.
– Adiós, linda.
– Adiós, Zoé.
Un último beso y tomo mi mochila. También me despido de Samantha. Llego a la cocina, y salgo de la casa.
Me echo la correa de la mochila al hombro, y me ordeno mentalmente no mirar atrás. No mirar hacia la casa que me trae tantos recuerdos. Me ordeno fingir una cara de póker, y decirme que no vale la pena seguir con éstas clases de ilusiones y estúpidas fantasías. Sólo me lastimo cada vez más y más. Machacar mi corazón con reminiscencias no me hará sentir mejor, sino más miserable. Y yo no estoy aquí para sentirme miserable.
Y sé, que cuando alguien a quien amas no siente lo mismo que tú, no te queda otro remedio que fingir que no te interesa y pasar la página, fijarse en alguien más y creer que no era un <<para siempre>>; porque el para siempre es doloroso; porque no existe un amor que no venga acompañado de dolor u éxtasis, o constantes agonías u llantos de amor y odio.
Díganmelo en serio, ¿quién es una persona completamente feliz en el amor?
No existe un número divino que nos haga la excepción de la agonía. De eso se trata, de sufrir y arriesgarse. Y, justo ahora, me siento fatal, pero apuesto que el dolor aminora después de un día en un mar de lágrimas o hasta varios meses en un tsunami de gritos y maldiciones.
Nada alivia más el dolor que el quejarnos de nuestra vida.
Pero, ¿cómo se hace eso en el momento, cuando escuchas a las piezas romperse y astillarse a propósito para que sangres? Es como si tu cuerpo supiera que estás sufriendo y, aun así, no le interesara con tal de conseguir un poquito de amor propio.
Y me duele. Muchísimas cosas me duelen en este preciso instante. Una de ellas fue haber perdido la virginidad con él. Debí haber sido más inteligente, y no dejarme llevar por el ambiente y los sentimientos que suponían algo bueno. No hay nada de bueno en este futuro. Ojalá me lo hubieran advertido antes de tomar esta equivocada decisión.
Mientras me alejo, lloro. No hay más remedio para limpiar las heridas de este segundo plato. Debo recordarme de que no soy un segundo plato. Bueno, para él siempre lo soy. Y, ¿saben una cosa?, ya me cansé de ser su última opción.
No sé cuántas lágrimas reprimo, o cuantas me atrevo a expresar y a ocultar de los demás, mientras camino a paso miedoso y destrozado hasta llegar a la puerta de mi casa y tumbarme como una niña con el corazón desgarrado en mi cama.
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