Capítulo 15
Zoé.
Camino por los pasillos. He guardado la nota en mi bolsillo derecho, porque la otra se oculta en el izquierdo. Aún no me creo que tenga dos números a mi merced, y de dos chicos igual de atractivos.
Llego al baño de niñas. Necesito lavarme las manos. En clase nos tocó experimentar con plantas y unos químicos que me picaron los ojos y la nariz. Ya en el primer día y nos pusieron con guantes y batas de Químicos. Fantástico. Abro la llave, me lavo las manos, y la chica que está a mi derecha se gira y, pecaminosa, me mira las piernas. No le llamo la atención y tampoco me incómodo, solamente termino de lavarme las manos. La inspecciono sin que se dé cuenta. Tiene las puntas del pelo pintadas de un tono morado, y el perfil aplastado de una caricatura. Es guapa. Me sonrojo cuando su sonrisa me encuentra a través del espejo, y, me guiña un ojo. Lo hace con confianza, como si no temiera la reacción de una extraña. Toma la toalla de papel, y se seca las manos. Se despide con una sonrisa pícara; y yo, me quedo en blanco.
¿Am..., okey? ¿Qué ha sido eso? Había recibido miradas antes, pero nunca de una chica. Además, era guapa. Pero ¿qué hago yo fijándome en si está guapa o no? Ni idea. Para empezar, no sabía que resultara atractiva... en esa forma, y menos para una chica. Ja. Una parte de mí siente un poco de vergüenza; pero la otra parte (pequeñísima), siente un subidón de autoestima.
Me echo el agua en la cara, especialmente debajo de los ojos. Qué bueno que no me puse delineador. Mi celular vibra encima del lavabo, por enésima vez el día de hoy. Es Aidan. Lo tomo, sopesando si responder o no a lo que sea que quiera decirme o terminar de discutir conmigo.
No quiero hablar con él. No quiero leer sus disculpas. Creo que no quiero nada de nadie ahora.
Al final rechazo la llamada. Me seco las manos. Tomo otro rollo de papel, me seco debajo de los ojos y parte del mentón. Vuelven a llamarme. Otra vez Aidan. Lo ignoro. Y una vez, y otra vez y otra más. Miro el aparato y pongo el modo avión. A ver si así comprende que no quiero hablar. Ahora le conviene apartarse de mí; lo que es gracioso porque él siempre me dice lo mismo cuando no quiere estar cerca de mí. Y yo, cómo no, quería más y más. Siempre molestándolo con mi presencia.
Oh, vaya... Esto es karma. Bueno, si estoy recibiendo alguna especie de castigo por haberme acostado con mi mejor amigo, el único sujeto que me ayudó a sobrevivir la primaria y parte de la secundaria, entonces está bien. Acepto el castigo porque valió la pena. Valió cada centímetro de ella. No me arrepiento. La mañana, tarde y noche de ese día fueron perfectas; en todo su esplendor.
No me importa lo que piensen.
(Esa mañana)
Hace 3 meses...
Me levanto. Me baño. Me visto y arreglo. Bueno, lo que puedo considerando que mi pelo es un nido de pájaros. Me pongo las gafas, y cepillo los dientes. Tomo la mochila, y salgo de mi cuarto. Mi madre me espera en la barra de la cocina. Tiene una taza de café en las manos, y un listón morado sostiene su bata mañanera. Va despeinada, ella y yo compartimos el mismo estilo por las mañanas. El problema es que éste es mi estilo habitual, el de ella nace porque hoy no piensa arreglarse.
– Buenos días, Z.A.
– Buen día –me siento a su lado, y degusto el pan francés.
– ¿Vas a salir? –pregunta, al dar un sorbo a su café.
– Sí, he quedado con Aidan. Como hoy es su último día aquí, me dijo que quería pasarlo conmigo.
Y mañana se iría, mi mejor amigo se irá y no pasará el verano conmigo. Pero eso no lo digo, sólo lo pienso.
– Ah, ¿entonces sólo serán ustedes dos?
– Sip.
– Ah...
Tomo la mermelada, y la embarro en una tostada. No le pongo mantequilla porque... Qué asco. Aunque a Aidan le encanta. Es más, si por él fuera, sólo desayunaría mantequilla.
<<Ay>>, aún no me puedo creer que los próximos meses los pasaré sin él. Me da un poco de tristeza saber que no lo voy a ver; pero también estoy extasiada de que vaya a hacer su viaje. Por fin. Lo que tanto dijo que haría durante el verano, lo estará cumpliendo dentro de veinticuatro horas. Además, Ibiza es el sueño de Aidan. Según él, se bañará en el mar y olvidará el servicio al cliente.
– Oye, hija...
– ¿Sí? –muerdo la tostada y le presto atención.
– Y esa chica... ¿Miranda?, creo que se llama.
– Ajá. ¿Qué hay con ella?
– Es la novia de Aidan. ¿Cierto?
– Sí.
– Ah... ¿Y la quiere? –investiga, sin ponerse a la defensiva.
Sólo es curiosidad; pero, aun así, su pregunta me saca de onda.
– Am... Mamá, pero ¿por qué me preguntas eso? –me rio.
– Bueno, es que si tiene novia no entiendo por qué no pasa el último día con ella.
– Mamá, ese no es mi asunto.
– Bueno, es que extraña. ¿No?
– ¿Qué? –me rio–. Claro que no. Además, si la quiere o no al final eso no me incumbe.
Mi madre calla una opinión, y la ahoga al tomar el resto de su café.
– Está bien –se resigna–. Pero quizás debería... –fanfarronea.
Dejo mi vaso de leche encima de la mesa, y me paso la mano por la frente. Está empezando a impacientarme.
– ¿Por qué lo dices?
– Porque... A ver un chico no pasa mucho tiempo con una chica porque sí, a no ser que esté enamorado.
Me parto de risa. Sí, cómo no. Reverenda conclusión a la que llegó mi madre; por un momento pensé que sería menos ridícula. Me sujeto a los bordes de la barra sin tomar aire entre mis carcajadas. No sé qué cara pone mi madre, pero seguro no es una amistosa. ¡Me estoy riendo en su cara!
– Ajásícomono –lo digo corridito. Ni siquiera se me entiende.
– Hija, te estoy hablando en serio –me rio–. Se nota desde hace año y medio está loco por ti.
No está enojada; algo es algo. Pero, la manera en cómo lo dice, con convicción, como si tuviera pruebas, me hace reconsiderar.
Pero no... Digo, ¿eso de que Aidan esté enamorado de mí? Por favor. No puede ser. Es mi amigo, mi mejor amigo. Y yo soy su única amiga. Lo conozco mejor que nadie, y él me conoce como ningún otro llegará a conocerme. Cuando siento algo: lo digo, y no lo lamento al estar cerca de él; y eso es amistad verdadera, no amor. Además, no puede amarme, no tendría sentido si nunca hemos... Bueno, yo soy la única chica de la escuela con la que nunca se ha acostado.
Y... eso no puede ser; porque los amigos se quieren, pero no se aman; porque los amigos se besan, pero no en los labios; porque los amigos se encuentran, pero no para tener citas; porque los amigos se toman de la mano, pero no en plan pareja; porque los amigos no se besan en la boca como hacen los novios; o tienen sexo como acostumbran los enamorados. ¿Cierto? Y no somos la clase de amigos con derechos, si no la clase de amigos que se quieren y respetan. Y yo..., bueno, para empezar soy virgen. Y la única chica que Aidan ha desflorado es Miranda. Yo no califico con la lista de chicas que Aidan se tira dos veces por semana; pero en esas veces, estaba separado de Miranda, así que no cuenta como infidelidad.
No, en definitiva, si hay algo que nunca haría sería acostarme con mi mejor amigo. Ni muerta. Ah-ah. Ni aunque me pagasen con lo que más deseo. Mi plan es mantenerme virgen hasta el matrimonio (como hicieron mis padres), así es como va a ser.
– Mamá, por favor no digas eso –le pido.
– ¿Por qué no? Es la verdad.
– Ay, mamá –me quejo–. No digas más, por favor. Que me voy a reunir con él y no quiero agobiarme con preguntas sin sentido. Por favor –suplico.
Además, es penoso tener que hablar de esto con ella. Nunca me había dicho nada referente a Aidan, ni una queja. Y ahora quiere sacar los secretos y decirme esto; no entiendo de qué va.
– Bueno, bueno, no te enojes.
– No me enojo, pero me molesta que insistas tanto. Si Aidan quiere pasar el último día conmigo es porque quiere y punto. No hay más.
Siento que estoy subiendo el tono de mi voz. Si no me controlo, terminaremos peleadas. Si hay algo peor que estar peleada con Aidan, es estarlo con mi madre.
Suspira. Se levanta, y pone la taza en el lavavajillas. Ni siquiera la enjuaga; porque así de enojada está. ¡Ahhh! ¡Odio que actúe como si fuera mi culpa! No lo es; al menos no la mayor parte.
– Hija, cuando conocí a tu padre...
– Ay, no. Mamá ya te dije que no quiero seguir hablando. ¿Va?
– Hija, sólo escucha...
– ¡No, mamá! ¡Es que no sé qué bicho te picó hoy! ¡¿Por qué estás tan insistente con este asunto del amor?!
Ahora sí que he perdido los estribos.
– ¡Aidan es mi amigo! ¡Es sólo eso! ¡Y nunca pondría en riesgo nuestra amistad por una relación que probablemente no funcione! ¡¿Okey?!
Me levanto y dejo el desayuno a medio terminar. Se me quitó el hambre de tanta pelea. Tomo mi mochila y me despido de Chat; el perro que no aportó un solo gruñido o ladrido a nuestra discusión. Toco el pomo de la puerta, y me volteo a ver a mi madre. Tiene la palabra en la boca, y una parte de mí se siente responsable por haberle gritado.
¡Pero es que me colmó la paciencia!
– Me voy. Prometo no regresar tarde. Te quiero –siento que recité un telegrama.
– Y yo, mi amor. Cuídate.
Dicho eso, salgo de casa, y bajo los escalones de dos en dos. Por poco me caigo de bruces al chocar con Aidan.
Y ahí está... esa sonrisa que tanto me gusta, en la persona que más quiero en el mundo.
– Eh, hola. ¿Qué haces? ¿Estás lista para el mejor día de tu vida? –Y se ríe. Amo cuando se ríe, como si aligerara la carga en mis hombros.
Empujada por una fuerza que desconozco –a día de hoy– lo abrazo. Mi mejilla pega con su pecho, y mis manos le rodean el cuello. Aidan no se mueve, y tampoco dice nada, sólo me rodea la cintura, y apoya su barbilla en mi cabeza, sin tener la menor idea de lo qué me pasa o por qué de repente tengo la necesidad de querer estar a su lado y pedirle a gritos o a llantos que no me deje.
Ay, no.
Camino entre la gente hasta dar con mi casillero. Recuerdo haber escondido el dinero de mis últimos gastos en un libro. Lo tengo. Cuarenta dólares ahorrados, y un plan de escape con destino a la mejor heladería del mundo. Se me antoja un helado; pero no uno cualquiera, si no él helado para aliviar estos momentos de crisis. Guardo el libro, que en realidad, es una caja de fondo falso y portada de IT. Cierro mi casillero, y me cuelgo la llave al cuello. Me siento en la fuente hasta que la campana de la tercera clase suena. Veo a las parejas retirarse tomadas de las mano, y algunos otros guardarse los cigarrillos y levantarse del césped recién podado. Me levanto y camino hacia la entrada. Tengo suerte, el policía no está cuando abro la reja y salgo del instituto. Corro. Voy a medio camino, y, no puedo evitar mirar hacia atrás, temiendo que alguna especie de alumnado o fuerza policial me siga a causa de mi rebeldía.
Oh. Por. Dios.
Yo nunca me había ido de pinta. Y aunque sé que está mal faltar a clases, ¡y más el primer día!, me gusta. Correr hasta que tus pulmones te exigen un descanso, es gratificante. Por un momento, mis problemas no giraron en torno a Aidan, si no en una persona que tendrá muchos problemas si su madre se entera: yo.
Llego a la heladería. La campana que adorna el marco suena. Extrañaba ese sonido. Los empleados que atienden me saludan, y yo les sonrío. Aquí me conocen desde que empecé mi transición, de hecho, fue la prima de Stephen (mi amigo del local), quien me cortó el pelo. No me cobró ni un centavo.
Me siento en mi taburete favorito, en mi asiento favorito, con vista al océano y reluciente barra de desayunos favoritos, en donde el aroma a cruasanes y a café recién hecho invaden mis fosas nasales. Es gratificante. La campana vuelve a sonar. Me volteo, y una pareja de enamorados entra dándose un beso. Por un momento creí que sería Aidan, con su tonta sonrisa de niño bien portado, y un número considerado de chocolates Ferrero Rocher que me harían olvidar los disgustos de las últimas horas. Él sabe que con una cajita entera de chocolates, no puedo permanecer enojada. Y hablando de él... el modo avión es maravilloso. No tener que preocuparme por leer su nombre es un peso menos en mi espalda. Pero... honestamente, ya empezaba a preocuparme. No porque dependiera de Aidan para vivir, si no porque mi mejor amigo podría estarlo pasando mal sin que yo me enterara. Si fuera yo, y lo hubiera estropeado, me gustaría que me contestaran o escribieran. Y eso hago. Tomo el celular, lo enciendo, y treinta correos de voz y diecisiete mensajes aparecen en el WhatsApp; y todos de parte de Aidan.
Excepto por uno.
¡Ah! ¡Mi madre!
Dice que volverá mañana al medio día. Pone que por asuntos de trabajo no vendrá a cenar. Le respondo con un emoticón de okey, y un beso. Menos mal que aún no le avisan de mi salida espontánea de la escuela.
Ahora que el mensaje está escrito, devuelvo mi atención a mi amigo. Tengo que tomar una decisión respecto a Aidan. Creo que ya lo dejé en <<Espera>>, demasiado. Tal vez deba mandarle un mensaje, y decirle en donde me encuentro para que no se vuelva loco o algo así.
Le escribo...
Hola... ¿Sabes en dónde estoy?
Lo elimino.
Le escribo...
Lo elimino.
Y al final decido no hacerlo. Sí quiero, pero no sé cómo. Antes, nos bastaba una sonrisa para decirnos de todo; y ahora, no sé si eso sea suficiente. Me llamó zorra. Aún no olvido, cómo se sintió cuando bajo la mirada y masculló en voz baja <<zorra>>. Ni él se lo creyó. Me mintió. ¿Por qué lo dijo si no lo decía en serio? ¿Cuál fue su punto?
Dejo el celular sobre la mesa, y pongo el modo avión de nuevo. Masajeo mi entrecejo, y me pellizco el puente de la nariz preguntándome qué voy a hacer.
Una vez más, vuelvo a desconectar.
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