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Capítulo 13

Zoé.

No entiendo nada de nada cuando se trata de Geografía. No recuerdo ni los nombres de los presidentes, ¿ahora quieren que recuerde el estado climático de cada estado? Sí, cómo no. Sé que no tiene sentido que marque las cosas que entiendo, y las cosas que no con distintos marca textos, pero así es como estudio. Según mi madre, es un desperdicio de dinero y de color. Pero esto me facilita el aprendizaje, así que... que se abstenga ante mis demandas. Además, tengo pase libre por haber sido brutalmente ignorada esta mañana.

Ja, que ridícula sueno pensando en abstenerse, cuando es obvio que no entiendo el significado completo; si no lo hubiese llevado a cabo con Aidan. Eso es lo que debí de hacer cuando el impulso cegó la cordura que reinaba mi amor por él: abstenerme. Y ahora bien ¿por qué no lo hice? ¿Por qué no contuve mis ansias de querer descubrir, si lo que sentía por él era real o simple lujuria? Porque soy tonta. Eso me pasa por querer salir de mi zona de confort.

Aidan.

Oh ¿por qué tuviste que ser tú? ¿Por qué no fue otro quien me quitó la virginidad? ¿En qué momento decidí cometer ésta equivocación? No planeé esto. Nadie podrá juzgarme por haberme hecho ilusiones con mi mejor amigo, porque... ¿a quién no le ha pasado? Ahora podré decir que a mí sí; sólo espero que esto no me destruya.

Ni siquiera sigo mis propios consejos. Después de la pelea que tuve con mi... Bueno, ya no sé si seguir llamando a Aidan mi amigo, me encerré en el baño de niñas a llorar; sé que me prometí no hacerlo, pero no pude evitarlo; además, era el único lugar en donde Aidan no podría entrar, y en donde las chicas con faldas de tenis y zapatillas no intentarían molestarme. Sentir el peso de todas mis culpas, mientras lloraba no fue el método más sano o la mejor manera de desahogarse. Pero sentir el peso del mundo, al menos me ayudó a imaginarme un camino en donde todo va a ir mejor o diferente. Me gusta pensar que no todo está perdido. Cuando a veces obtengo las señales contrarias, sólo imagino que mi vida puede con un problema más, que soy fuerte y que nada puede conmigo; pero, últimamente se me hace difícil no derrumbarme con las pequeñas cosas que tienden a romper mi burbuja positiva.

<<Puedo hacerlo. Puedo hacerlo>>, me repetí frente al espejo del baño. Y, como si el universo estuviese poniendo en juego mi convicción, recibí un mensaje de parte de Aidan. Y segundos después una llamada. Cuando leí su nombre, no sólo lo maldije a él sino también a mí.

<<Por bruta: yo solita me metí en este problema>>.

No me apetecía escucharlo; mejor dicho: no quería y no volvería a dirigirle la palabra a ese dos caras. Me culpa de todo y siempre, siempre, se enfada conmigo cuando no le he hecho nada para merecer un solo grito. Me cansé de ser la amiga comprensiva; estoy harta de todo. He intentado ayudarlo, pero no puedo si él no quiere.

Apagué el celular e ignoré los buzones de voz. Es hora de que sienta lo que yo cuando me tiene en espera. Mi paciencia no es eterna. La suya, menos. Por eso tendemos a lastimarnos.

Cuando pasé de lloriqueos a gimoteos leves, me di cuenta de una cosa, allí encerrada y sentada en la tapa de un escusado en completo arrepentimiento por mis acciones del pasado, supe que no era la única culpable en toda esta horrorosa situación. También fue culpa suya. Uno no puede arruinarse por su cuenta, se necesita su opuesto para orillarlo a cometer errores. Y aunque no quiera admitirlo, no me importa haberlos cometido, porque al fin y al cabo, me arruiné con mi mejor amigo. Aun si nunca vuelvo a ser la suya, sé que él es por completo el mío.

(...)

Tengo el marcador amarillo como mordaza. Con el marca texto rojo remarco y encierro lo que no entiendo y con lo que puedo tener dificultades este semestre... Y sí, hay mucho rojo. (Ups). Lástima que no tengo un grupo de estudio para apoyarme con las tareas. Ahora mismo aceptaría cualquier oferta con tal de entender un poco de Geografía.

– Pssst Pssst... Disculpa –me llaman. Un chico con barba y pantalones de caqui me extiende un marca textos rojo casi nuevo–. Por si se te acaba ese –dijo, al apuntar con su barbilla el marcador de mi mano.

Me sonríe sin despegar los labios; así que no estoy segura de si tiene dientes de castor o de humano promedio. De cualquier forma, es agradable. Se nota que es un muchacho sociable. Y se ve de último año, ¿por qué no lo había visto antes? No sabía que a los de último año les gustara sentarse atrás, creía que sólo era cosa mía.

Me apresuro a tomar el marca textos porque, siento que han pasado –por lo menos– siete minutos desde que me ofreció el suyo.

– Gracias –mascullo, por culpa del marca textos.

Le sonrío; pero recuerdo que tengo el marcador en la boca, así que mi sonrisa es una buena espina de vergüenza.

Ay, Dios; "estoy fatalmente fea ahora", pienso y digo con libertad, porque sé que no se me entiende ni pío con esta improvisada mordaza.

– Fue un placer –dice, y esta vez me deja ver sus dientes. No es un castor, en definitiva no.

Escupo el marca textos encima del pupitre.

– Gracias. –Ahora sí que se me entiende. Le sonrío sin parecer Bugs Bunny en el Show de los Looney Tuuns, cuando Daffy le rompió el diente por leer su correo de odio.

– De nada –dijo; y se me escapa una risilla tonta.

<<Ay, qué horror>>. Debe pensar que estoy urgida de atención.

<<Ay qué horror>>. Me he convertido en una de esas chicas.

Me sonríe y guiña un ojo, antes de devolver su atención a la clase. Y yo, me doy una cachetada mental. Me sonrojo y cubro la mitad de mi rostro con mi pelo. ¡Pero menuda primera impresión! ¡Qué vergüenza! Debe pensar que soy una adicta al aroma de los marca textos o que soy una de esas chicas.

Pasamos sin mirarnos y mediar palabra..., hasta que lo escucho pronunciar su nombre por lo bajo:

– Soy Oscar.

– Y yo Zoé.

Seguimos sin mirarnos y saber cómo está interpretando cada uno el nombre del otro, hasta que mi curiosidad rompe las reglas del juego.

– Maestro de Secundaria. –No me mira.

– Ni la menor idea. –Sé a lo que se refiere, pero igual no tengo ni la menor idea.

Posa sus ojos sobre mí, pero no me atrevo a corroborarlo; presiento que me volveré a sonrojar. Cabe decir, que hemos mantenido una conversación estable a base de susurros.

– Te voy a ser sincero, yo tampoco sé qué hacer con mi vida. Sólo te dije lo primero que se me vino a la cabeza.

Le sonrío a la pizarra. Sigo sin entender ni pío de la clase o de lo que el maestro explica, pero por alguna razón, me siento más tranquila; no me importa nada porque me han sacado de mis tensiones. Voy a relacionar a este chico con mi tótem de la serenidad.

– Me lo imaginé.

– ¿Qué me delató?

Reprimo una risa, y lo miro con las mejillas ligeramente sonrosadas.

– Nadie quiere ser maestro de Secundaria a esta edad.

Su boca se abre y sus ojos se tornan graciosos.

– Guau –dice, y muestra todos sus dientes en una sonrisa de oreja a oreja que no tardo en corresponder–. Censúrate, mujer.

Me rio, manteniendo el sonido dentro de mi boca y los ojos cerrados. Tiene una cara súper bonita que combina con su carácter divertido.

Censúrate –repite, con un acento de Transilvania. Puede que eso explique su palidez–. Censúrate –vuelve a repetir, y esta vez no consigo contener la risa.

Ahora Oscar se ríe. Me gusta como suena, como si una bocanada de aire fresco aliviara la tensión de mis hombros.

– ¡Disculpen! ¡Disculpen! –El maestro nos llama la atención, y ambos, dejamos de reírnos como dos hienas en murmullos, y lo miramos–. Pero ¿qué es tan divertido? –pregunta, en un tono severo y amargado como el Profesor Snape–. O ¿acaso es divertido tomar una clase de primer año, cuando debería estar en último, señor Blake? –le pregunta a mi reciente amigo.

<<Blake>>, es el apellido de este chico.

(Blake), como el escritor William Blake; creo que me gusta.

– No, señor Scott –dice, pero la comisura de su boca se curva hacia arriba, y parece una burla en lugar de una respuesta–. No, claro que no –se aclara la garganta–. No señor. –Y sonríe.

Niega varias veces con su cabeza, en un gesto divertido que me obliga a aplanar los labios y a imaginarme que estoy esperando una consulta obligatoria de hospital. (Los hospitales me aterran), así que me imagino que estoy en uno para contener la risa.

– ¿Ah no? ¿Que no le da vergüenza, señor Blake? –pregunta, y la tiza entre sus dedos se rompe. Parece una versión menos gótica del Profesor Snape con esa corbata de colores abstractos y pelo de la banda Aerosmith.

– Si le sirve de consuelo, señor, lloro todas las noches antes de dormir –admite, en un tono cargado de ironía que provoca un bullicio jocoso en toda la clase.

Así que reprobó, pero no importa porque yo también. Eso explica por qué decide sentarse en la última fila. Ah... Quizá podamos ayudarnos mutuamente en Geografía, ahora que lo pienso. Puede que esté en el mismo nivel que yo de no saber absolutamente nada... Sí, es buena idea.

– Sí, ya veo que bien le están sirviendo sus llantos.

– Así es, señor. Todos los días y a la misma hora –se burla. Y una vez más, provoca que todos –incluida yo– nos riamos a coro. El único que no parece entender que Oscar está calmando a los alumnos de primer año, es el profesor Scott (alías: Profesor Snape).

– Véame al final de la clase en mi oficina, señor Blake –sentencia.

Dicho esto, centra su atención en la clase. El maestro de Geografía también es el Consejero Escolar, nos informa. <<Ay>>. Me acabo de burlar del Consejero de la escuela... ¡Y en mi primer día! Vaya primera impresión que acabo de dar. ¡Qué horror! Primero con Oscar y ahora con el Consejero. Voy de mal en peor.

Regreso mi atención a los libros de texto. Es mejor que no siga distrayéndome con falsos coqueteos, si es que quiero aprobar el examen de recuperación. Ay, qué vergüenza. Bueno, al menos no soy la única de último año por aquí. Y hablando de... Lo veo anotar un par de cosas en su libreta negra con una personalidad estudiosa que no sabía que tenía.

El maestro habla de sobrepoblación. Trato de anotar todo lo que él dice, y subrayo dos veces las cosas que repite. De reojo miro a Oscar, y descubro que tiene una serie de lunares en su perfil que remarcan su pálida piel. Observo su vestimenta, y es la de un maestro preuniversitario. Es guapo. No tan guapo como un amigo mío que conozco, pero sí, es mono. No tiene intenciones de seguir hablando o meterse en problemas conmigo, por lo que veo. Desvío mi atención de él, y me concentro en la pizarra. Paso los minutos mordiendo la tapa de la pluma.

Mientras guardo los apuntes, un pedacito de papel mal doblado y de cuadernillo, cae encima de mi pupitre. Cuando veo al propietario, descubro que ya ha guardado sus cosas. Se levanta, me mira, me sonríe, y sale del salón con una última mirada de complicidad que pone todos mis pelos de punta; pero en el buen sentido.

No quiero comer ansias, y tampoco que sepa que estoy interesada, así que aguardo para mirar el contenido de la nota. Cuando estoy cien por ciento segura de que ha desaparecido, desdoblo el pedazo de papel. Una serie de números y su correo se encuentran anotados. Guau.

Y abajo de todo eso, encuentro unas palabras:

Hola, ojos bonitos. Me encantó reír contigo. Llámame alguna vez.

<<Guau>>. ¡Y requeteguau! ¡No lo creo! ¡Oh Dios! ¡Primer día y ya tengo dos números telefónicos! Sigo sin salir de mi asombro. ¡Y le gustaron mis ojos! Así como a Samuel, el Kicker. ¡Y también tengo su correo! ¡Tengo acceso a su Instagram!

Ahogo un grito, como niña que acaban de invitar a un baile. No lo creo. Estas cosas no le pasan a la Zoé de suéteres tejidos, no señor. Estas cosas no le pasaban cuando era invisible.

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