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Capítulo 10

Aidan.

Escucho a la maestra hablar de los temas del último año. Conjuntos; Limites; Derivabilidad; Funciones Compuestas. Nada que no sepa ya. La clase de Cálculo no es lo que me retiene en esta silla de todos modos, sino ella: Zoé. Es la única persona cuya presencia no me aburre; y creo que será la misma chica que logre mantenerme unido a esta escuela, mientras mi padre se pasea por estos días.

La veo anotar a toda velocidad las referencias que podría consultar si algún tema se le dificulta. Usa plumas de colores para separar los temarios; incluyendo el rojo para palabras que no entiende. Sé que a Zoé, no se le dan tan bien como a mí, los números; pero tampoco es algo que la desanime a intentar mejorarse. Es paciente, estudiosa, y bastante comprometida con lo que quiere y lo que se propone.

Cualquiera que tenga un mínimo de interés en lo esencial, sabría que ella es perfecta. Verla, realmente resuelve todos mis problemas. Es mágica. La miro, y de inmediato sé que debo hacer algo más que un esfuerzo habitual. Me hace pensar que todo tiene solución, que ella podría ayudarme a encarar mis problemas. Porque siempre lo ha hecho. Es mi mejor amiga; la única que me quiere por quien soy. Me entiende, incluso cuando no sabe qué decirme. Ella siempre ha estado cuando la he necesitado, y me gusta pensar que siempre lo estará. Pero ¿y si se entera de lo que hice? ¿Me verá diferente o con menos respeto del que me espero? No me dejará de hablar, ¿cierto? No puede, no creo que ninguno de los dos resista si el otro no le vuelve a dirigir la palabra.

La maestra anuncia que en dos semanas habrá un examen. Apunta en la pizarra los ejercicios que podrían aparecer. Mi campo de visión se ve interrumpido, cuando noto lo hombros tensos de mi amiga. Me preocupa que se sienta obligada a tomar tantos apuntes en el primer día; lo malo de que Zoé se esfuerce en sus estudios, es que tiende a estresarse y a sufrir ataques que incluyen llanto y lesiones de su propia mano. Tiene ligeros ataques de ansiedad. Su madre no tiene idea de ellos, y como su cumpleaños se acerca, sé que en estos días no le prestará demasiada atención a su hija. Pero sí son reales. Tiende a exasperarse por no entender las cosas a la primera; y a lesionarse con sus propias uñas, cuando se siente agobiada o enojada con ella misma. Así ha sido desde el primer grado. Y cuando cree haberlos superado, vuelven y la atormentan.

Escribe los nombres de los libros y autores que veremos este semestre. No se rinde e intenta seguir el ritmo de todos mientras la maestra explica la clase de desarrollo, que espera en sus alumnos.

Inspecciono a Moonrise, y descubro que no está nada mal. Su cuerpo cuarentón está en buena forma. Tiene un trasero de sesenta, y pechos de cincuenta. Tiene una camisa blanca con chaleco gris, y unos zapatos de tacón color negros. Tiene el pelo recogido con un lápiz. Y una perforación en la fosa nasal izquierda. No me importa en lo más mínimo de lo que está hablando; pero a ella sí. Es más, diría que se siente halagada de poder estudiar con una maestra que posee un apellido similar al de su tercera película favorita. Diría que Zoé la tiene fácil este año.
O... (al menos eso espero).

Mientras más tiempo paso viéndola, menos me puedo creer que sea ella. Mi Zoé. La veía, y no podía creer que fuera la misma chica de suéteres tejidos, y pantalones holgados que me llama Bugs. Ya no era la amiga que conocía desde el primer grado. Estaba completamente distinta, de la chica que había tratado de olvidar estos últimos días. La misma chica que se aparecía en mis sueños y con quien fantaseaba en volver a ver, en volver a escuchar, en querer abrazar. Esa chica estaba a menos de treinta centímetros de mis manos.

Yo estoy aquí sentado, dibujando y admirando su hermoso cuello. Su nuca está expuesta; lo que es una tortura para mí, porque me dejó besarla y morderla a mi antojo, cuando lo hicimos por primera vez. Mientras, ella está ahí matándose con las plumas caracterizadas de Hello Kitty, como si tuviese quince años en lugar de diecisiete. Adorable.

Cuando Fred me envió la foto que le tomó a Zoé en la entrada de la escuela, estuve a punto de arrebatarle el celular y arrojarlo por la ventanilla del auto; pero, una vez que vi su imagen en la pantalla, no pude hacerlo. Jamás creí que el primer avistamiento de Zoé sería por una imagen mal capturada del celular de mi amigo. No lo podía creer; era ella, pero a la vez no. No estaban sus lentes, ni su nido de pájaros, y su ropa había dejado de ser holgada; no era ella. Y aunque me gustaba lo que veía de pies a cabeza cuando la encontré, me descolocó su repentino cambio de estilo. Antes, ya me había dicho que quería cortarse el cabello como Moore, pero no pensé que se atreviera a tomar la iniciativa. Con lo mucho que le gusta esa película, debí considerar que lo haría como movimiento riesgoso durante el verano. Siempre ha jugado conmigo con esa clase de temas, y a veces no sé si lo hace para fastidiarme o para confundirme.

La chica de la foto no se asemeja a la Zoé que conozco. Cuando Fred me dijo que se veía diferente, jamás me imaginé que se refería a su aspecto; tal vez, porque siempre ha sido la Zoé que se pone suéteres tejidos de colores primarios; no la clase de chica que se pone lápiz labial a escondidas de su madre, y se preocupa por su pelo o el tipo de calzado que se pondrá el día después que el anterior. Porque la Zoé que conozco, una vez me dijo que primero muerta, antes que ponerse maquillaje o blusas de su talla; pero aquí la tengo, en el asiento que ocupará el resto del año, con unos cautivadores shorts que revelan sus bronceadas piernas, y una blusa que no ocultan lo grande que tiene las tetas; y con labial rojo que no necesita, y que remarca sus grandes y carnosos labios... Unos que podrían chupar lo que a ella se le antoje.

Su pelo; es difícil no ver lo castaño que se puso durante el verano. Su rostro, su bonito rostro luce sus rosadas mejillas; luce la hermosa marca de nacimiento en forma de estrella que tiene en su frente, y su bonita frente presume el entrecejo copioso de su madre; luce sus bonitos ojos: verdes y seductores; y sus bonitos ojos: brillan en medio de toda la clase. Y quien vea sus hipnóticos ojos, verán lo que yo llevo años apreciando a la vista de todos los que ahora la notan, sólo por su cambio de apariencia.

Opaca a las chicas que se esfuerzan con colorete, cuando a ella ni siquiera le hace falta. Opacó a Heather; antes, creía que su pelo era el único que me ponía ganas de estrangular; pero, ahora que noto el de Zoé..., tengo que replantear mis ideas. Opacó a Carol; antes, su piel era la que más me gustaba; pero, ahora que veo la de Zoé, sé que debo remplazar mis gustos. Opacó a Allison; lo grande que tiene los pechos, antes, me habrían satisfecho; pero, ahora que veo los de Zoé... mi atención y mis ojos se ven obligados a sucumbir ante ella. Y, como lo veo, los otros, en especial Owen, también lo notan.

La veía como si fuera suya, como si la fuera a tomar de un momento a otro o como si ella fuera a aceptarlo; lo que suena estúpido, porque conozco a Zoé como la palma de mi mano, y ella jamás aceptaría una cita con un tipo como él. Ella nunca me haría eso... Qué se joda el tal Owen y el resto de los imbéciles que pretendan cogérsela. Si él o los demás del equipo se enteran que perdió la virginidad conmigo, estarían completamente alejados de ella. Pero eso nadie lo sabrá, nunca, es un secreto que nos llevaremos a la tumba: ella y yo; y ella, jamás me dejará entrar en ese campo por mucho que quiera invitarme.

– Hola, soy Sam Parker. Y aún no sé qué quiero hacer con mi vida, pero me encantaría descubrirlo este año, al lado de mis futuros compañeros –dijo, y algunas de las chicas cuyo tinte empieza a marearme: suspiran.
– Qué mamada –mascullo, mientras encuentro una forma de liberar al pequeño pez de las algas.

El chico, cuyo nombre no recuerdo, inspecciona el salón deteniéndose en nuestra fila. Noto que sus mejillas se sonrojan al dar con unos peculiares ojos verdes. Mi Zoé desvía la vista hacia sus apuntes, sin perder ni un minuto la concentración del problema que tiene en la pizarra. Ignora a medio mundo en el proceso, y el chico del pelo engominado le sonríe sin que ella se percate de sus dientes de ardilla; pero yo sí que me doy cuenta de su estúpido intento de coquetearle. Me sujeto a los bordes del pupitre cuando noto que ella le regresa la mirada. Un par de hoyos aparecen en su rostro, cuando se da cuenta de que Zoé lo está mirando. ¿Por qué lo está mirando?

El castaño se sienta, y la profesora dice:

– Muy bien, gracias Sam.

Pasamos a la segunda fila, y una chica de trenzas se presenta. Después de ella sigue Zoé, y después de Zoé sigo yo. Noto que se quita el esmalte mientras aguarda su turno. Está nerviosa. Siempre que desprende la pintura de sus uñas: está nerviosa. Cuando se muerde las uñas: está ansiosa. Y cuando se sienta a leer: es cuando más hambre le da. ¿Es adictivo que me sienta y analice cada detalle de ella? No, no lo es. Es mi amiga, y no tiene nada de raro que le preste atención. Zoé me importa, al menos lo suficiente para dejar de beber, si es que salimos y ella se pasa de copas.

Tenemos un vínculo extraño, como E.T y Elliot, y al igual que ellos, ambos poseemos detalles furtivos que sólo nos involucran a los dos. O eso diría Zoé, dado que E.T es su segunda película favorita.

– Muy bien; su turno, ¿señorita...? –pregunta, a la vez que ella se levanta.
– Zoé, yo soy Zoé Mendoza.

Noto como algunas chicas de tops negros se ríen disimuladamente, al escucharla pronunciar su nombre y apellido, pero ella decide ignorarlas.

– Muy bien, ¿Zoé?
– Sí.
– Am... ¿Zoé?, ¿acaso no significa vida en...?
– Griego. Ajá, así es.
– Precioso nombre. Muy bonito.
– Gracias, a mí también me gusta. Bueno, me llamo Zoé, y al igual que Sam –dijo, al mirar al del pelo engominado. ¿Por qué tiene que verlo?–. Todavía no sé qué es lo que quiero hacer con mi vida, pero sí que me gustaría descubrirlo –se expresa con las manos–. Tal vez no tenga que decidirse este año, pero sí me gustaría descubrir qué es lo que debería hacer o a lo que debería dedicarme; pero por lo pronto, me alegra estar aquí.

Se sienta y sonríe, muy orgullosa de sí misma, mientras se pone ambos flequillos detrás de las orejas. Se ve diez años más joven sin tanto pelo revuelto cubriendo su rostro.

– Bueno... Muy bien –dijo. Su atención se desvía hacia una mano levantada con preguntas del examen.

Zoé aprovecha la distracción de Moonrise para hablar conmigo. Se voltea, me mira con una sonrisa de oreja a oreja, y entusiasmada: levanta el dedo pulgar, con una cara que delata los nervios y la alegría contenida de su asombro.

Le devuelvo el gesto, y ella se voltea.

Es tan bonita. Luce como una obra de arte. Está como una niña; es una niña. Podrá pintarse los labios o ponerse ropa de su talla, pero sigue siendo la misma niña de frenos y ligas en el pelo que entró por esa puerta hace doce años. Cuando entró en mi vida.

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