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Capítulo I.- El Hombre en la Caseta Azul

Eran finales de agosto. Conforme se acercaba el regreso a clases, los jóvenes se dormían cada vez más temprano y los padres se mataban en los super mercados para conseguir los lápices y cuadernos que sus hijos probablemente perderían a la semana de pisar el aula.

En una casa de los suburbios, en las afueras de Canterlot, una joven revisaba las compras del día. Plumas, lápices, cuadernos... nada fuera de lo común para una estudiante de dieciséis años, aunque había algunos cuantos objetos que resaltaban, entre ellos los lentes de corrección ocular que reposaban sobre una caja de colores. Incómodos, horribles... Ditzy "Derpy" Hooves los odiaba con toda su alma.

Ditzy terminó de revisar su material escolar y aprovechó la ausencia de sus padres ("Gracias por casarte este fin de semana, prima Orange Box", pensó) para hacer su actividad favorita: subir al techo para admirar las estrellas que solo los suburbios podían mostrarle. Era una de las pequeñas maravillas de la vida que la rubia apreciaba con toda su alma, pues las estrellas no eran como los demás: no la juzgarían por su... defecto.

Tristemente, el sonido de algo estrellándose en el sótano la sacó de sus pensamientos. Por el sonido, parecía que algo muy grande se había roto. Ditzy tomó una bandeja para muffins que compró ese día

"Debe ser un gato." Pensó Ditzy. "O un perro... o un ladrón... o un asesino..."

Sí, una bandeja para muffins claramente aumentaba su seguridad.

Pasó por la sala sin hacer ruido y llegó a la puerta del sótano, y con cuidado acercó el oído a ella. Solo había silencio, con excepción de una vibración pequeña, casi inaudible.
Casi.

Un pensamiento pasó por su cabeza. ¿Debería llamar a la policía? Era lo más prudente. Parecía haber algo raro ahí abajo.

Pero... ¿cada cuánto tiempo puedes ver algo raro y desconocido en tu propio sótano?

Abrió la puerta. Desde el punto donde estaba llegaba una luz poco natural, pero no podía ver el origen de esta, así que decidió bajar las escaleras.

Y al llegar al último escalón casi se desmayó de la sorpresa.

Ahí, en el centro del sótano, había una gran caja azul. Parecía una cabina telefónica muy vieja, y encima estaba destrozada. Había grandes espacios donde la pintura parecía haber sido removida con lija, y agujeros que la hicieron pensar en disparos. La bombilla que la coronaba estaba rota, al igual que las ventanas, y había quemaduras en distintas partes de la estructura. Derpy leyó un letrero que estaba al frente de la caja: "Police Public Call Box". Recordó haber visto una así en la clase de historia del año pasado, cuando hablaron de la Inglaterra de los años sesenta.

Ella se acercó a la puerta de la cabina, pero esta se abrió de golpe, y un cuerpo cayó a sus pies. La chica no gritó, pero se le cortó la respiración.

Ante ella yacía un hombre adulto, de pelo negro muy corto y con nariz y orejas de tamaño considerable. Estaba lleno de heridas, y la chaqueta que portaba se encontraba empapada de sangre. Respiraba, pero muy entrecortadamente.

Derpy estaba desorientada. ¿Qué le pasó a este hombre? ¿Cómo llegó a su sótano? ¿Por qué estaba en una cabina telefónica?

"Muy bien Ditzy", pensó la chica de ojos ámbar, "¿qué se hace en estos casos? Claramente no es un criminal. Parece más una víctima de... de algo. ¿Llamo a mis padres? ¿Al hospital? ¿Lo atiendo yo?"

Sus pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar un murmullo. El hombre parecía haber recuperado la consciencia e intentaba levantarse, pero estaba demasiado débil. Ditzy se acercó a él.

-Déjeme ayudarlo, señor.- Tomó uno de los brazos del sujeto y lo puso tras su cuello, tan solo para ayudarlo a levantarse.

El hombre la vio confundido, pero su mirada cambió pronto a una sonrisa pícara, como si fuera un niño que hizo una travesura.

-Gracias, pequeña.- Se apoyó en ella y empezó a moverse con ella. Derpy creyó ver un brillo dorado, pero este se desvaneció rápido. De seguro lo imaginó.

-Muy bien, señor. Lo primero que haré será llamar al hospital, y des—

-¡No!- Exclamó el desconocido.-No es necesario... Estoy bien, créeme.

Derpy enfocó sus ojos bizcos en el misterioso tipo al que ayudaba. Se veía malherido, y se le dificultaba respirar.

-Está seguro de que—

-Sí... sí lo estoy. Solo necesito una... una cama donde acostarme. Y té. Un té sería fantástico.

La chica consideró rara la petición, pero decidió hacer lo que le decía. Lo ayudo a llegar a su habitación y, una vez que quitó las cosas de su cama, lo recostó.

-Bueno, descanse. Bajaré a hacerle un té y regreso en unos diez minutos. Por cierto, ¿no quiere un muffin? Tengo algunos en la cocina.

El hombre sonrió.

-Si no le molesta, jovencita.

Ella sonrió y dio media vuelta.

-¡Espera!

Derpy se dio media vuelta y lo vio con ojos curiosos.

-¿Podrías... podrías decirme tu nombre, querida?- Derpy no pudo evitar notar el peculiar acento del hombre. Definitivamente británico

-Me llamo Ditzy, Ditzy Hooves. Pero todos me llaman Derpy

Una sonrisa se dejó ver en la cara del extraño.

-Derpy... Tiene sentido. Bueno, es un... un placer conocerla, Señorita Hooves.

-¿Y cuál es su nombre, señor?- Un brillo se dejó ver en sus ojos azules al escuchar la pregunta.

-Mi nombre es... El Doctor

Derpy se le quedó viendo extrañada, pero no preguntó más. Pero ya en la cocina, le surgió una pregunta.

"El Doctor... ¿Doctor Quién?"  

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