7 | Y se durmió llorando
Sus manos le dolieron cuando debió aferrarse al trastabillar en lo alto del muro del que intentaba descolgarse. Jimin y su audacia sin límites lo había llevado más de una vez a poner su vida en riesgo, pero a él nada lo detenía cuando tenía un objetivo en mente, y esta noche de luna roja, su objetivo tenía nombre y apellido.
Trepó, saltó, superó obstáculos con movimientos tan controlados que era imposible no maravillarse cuando se descolgaba de sus aposentos para aterrizar suavemente sobre el suelo.
Qué privilegio el de la luna, ser la espectadora exclusiva de este bello Omega cuando se movía ágil impulsándose con las manos y los pies, casi como un lobo en cuatro, pero en su forma humana.
Rarísimo, bellísimo, único.
Jungkook lo olió a lo lejos y corrió a su encuentro. Jimin se detuvo agitado tras la carrera con el corazón que se le salía por la boca cuando un brazo rodeó su cintura y una mano se posó sobre su boca.
—No te muevas —jadeó a su oído.
Jimin hizo exactamente lo contrario y trató de zafarse del abrazo pero Jungkook ciñó su ajuste y lo pegó a su cuerpo.
—Maldición, dije que no te movieras.
Jimin le mordió la mano con fuerza logrando que el Épsilon lo soltara.
—Mierda ¿por qué hiciste eso?
—Nunca en tu vida, vuelvas a tocarme de ese modo.
Vio la sangre brotar entre los dedos de Jungkook y sintió culpa, se acercó con ojos de cachorro a intentar disculparse pero Jungkook puso distancia con clara actitud de enojo.
—Me asustaste, perdón, no quise lastimarte. ¿Me dejas ver la herida?
Jungkook lo miró, se miraron, a él le brillaba una mirada que Jimin no tenía idea qué significaba. No tenía cómo saber, recién empezaba a conocerlo y ya había arrancado mal…
Se acercó tímido a quien él pensaba que era su Alfa y le tomó la mano herida, la de los tatuajes, la misma que había mamado la noche anterior y una punzada de deseo le atravesó el vientre. Jungkook lo olió. Olió las feromonas sexuales del Omega y creyó que le sería imposible contenerse y no comerle la piel a besos.
Levantó la mano y con la sangre le marcó el rostro desde la sien a la mandíbula. Llevó ese rastro rojo hasta la boca de Jimin que respiraba con la boca abierta y pintó sus labios con su sangre.
—Hazlo de nuevo —musitó metiendo sus dedos en la boca— chupa mis dedos de nuevo, Jimin, me tienes loco.
El omega lamió hasta el último rastro de sangre de esas manos fuertes y succionó la herida que su dientito chueco le había provocado, hasta que dejó de sangrar.
Jungkook arrimó su frente a la de Jimin y le hablaba de una manera que nadie le había hablado, le decía las cosas sucias que quería hacerle y él lejos de escuchar sus alarmas que sonaban locas para salir de allí, lo besó.
Ninguno cerró los ojos al hacerlo, Jungkook le comió la boca como quiso y metió su lengua hasta dejarlo casi sin respiración.
Era su primer beso, Jimin había soñado que su primer beso fuera romántico, dulce y este estaba siendo exactamente todo lo contrario. Pero le encantó. Entró en éxtasis, quería más, quería mordiscos, quería más sangre, Jimin se desconoció… Jungkook brilló en rojo y él amó esa mirada salvaje y una vez más, en lugar de correr, se quedó allí, convirtiéndose en la presa perfecta para los dientes del Épsilon.
Olvidó por completo que tenía como misión averiguar si JK era un Alfa puro.
—Jungkook.
—Ese soy yo —jadeó sin dejar de besarlo.
—Eres… mi primer beso.
JK frenó lo que hacía para mirar su rostro perfecto, su mirada se paseaba de un ojo al otro del Omega, se detuvo en la boca y lo besó con ternura. Ahora sí era el beso que Jimin siempre soñó.
Sus labios se encontraron en un ronroneo de seda. Jimin sintió que su corazón de flores se rendía ante la belleza del instante, ante el sabor de su boca, la textura de sus labios.
Sus lenguas se entrelazaron en una danza feroz, en acto de conquista, un acto de sumisión, un acto de pura y salvaje pasión.
La boca de Jungkook era cálida y exigente y Jimin se dejó arrastrar por la intensidad de su primer beso.
—Un primer beso merece ser recordado —siguió hablando contra sus labios— ¿Te gusta?
—Me vuelves loco, Jungkook…
Jungkook mordió suavemente el labio inferior de Jimin, enviando un mensaje de placer, directo a la entrepierna del Omega.
El mordisco fue leve, pero lo suficientemente firme como para dejar una marca.
El dolor y el placer se mezclaron en un sentimiento único, que aumentó la pasión y el deseo entre los dos.
—Eres tan hermoso, Jimin, dame más.
Intentó desprender el collar antimordidas y ese fue el momento en que Jimin salió del sortilegio y se separó.
—No lo hagas —Puso distancia entre ambos.
—Vuelve aquí, Jimin, déjame quitarte esa cosa.
Se acercó con la firme intención de desprender la gruesa gargantilla que lo separaba del cuello que quería morder.
—No me quitaré el collar.
—¿A qué le temes?
—Eres inteligente, Jungkook ¿a qué crees que le temo?
Para ese momento, el clima sensual se estaba yendo de paseo.
Jungkook lo miró con sorna, Jimin había interrumpido un momento exquisito y a él nadie le ponía frenos, nadie... Hasta hoy.
—Creo que no eres feliz Jimin, y ese collar es testimonio de que te escapas del encierro pero te lo traes a cuesta…
A Jimin le dolió lo que acababa de decir. Era una mirada demasiado dura de alguien que acababa de darle su primer beso.
—Bien lo has dicho, no soy feliz. Nunca lo he sido. No sé si alguna vez lo seré. Pero el collar no es testimonio de mi encierro, Jungkook —Sus ojos se llenaron de lágrimas que nunca cayeron —El collar es símbolo de mi elección de escoger quién quiero que me marque.
Jungkook escuchaba atónito a este Omega fuerte, sin poder creer que era el mismo niño entregado que segundos atrás se deshacía en gemidos.
—Un objeto duro y lleno de hebillas que lastiman mi cuello, es mi canto de libertad, Jungkook, libertad sobre mi cuerpo, sobre quién quiero que me toque y me haga suyo.
Casi al borde del llanto caminó hacia atrás, giró para irse y Jungkook no lo detuvo.
Se fue corriendo.
Saltó, superó obstáculos, trepó los muros del convento y cuando llegó a su cárcel de sábanas de seda, lloró desconsolado porque él había deseado que Jungkook lo frenara y no lo dejara irse.
Lloró porque quería que lo consolara y volviera a besarlo.
Lloró porque JK tuvo razón cuando le dijo que pensaba que él no era feliz.
Y se durmió llorando porque en un par de horas, una vez más, volverían a encerrarlo en el claustro de hierro para ser exhibido como a un animal sin derechos.
Esa era la única realidad de su triste vida y de la que no podía escapar.
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