20 | Mandato Divino
Jimin, de la mano llevó a Jungkook hasta el rincón que ellos habían armado dentro de ese templo en ruinas, allí donde habían dormido abrazados y habían confesado amarse profundamente.
—Tú, por ser mi Épsilon, debes saber todo sobre mí, sobre mi cuerpo y sobre todo, mi corazón.
JK por acto reflejo, acarició el pecho del Omega.
—Ese que alguna vez buscaste para tener vida eterna…
—No me lo recuerdes, por favor.
—Tienes razón, no volveré a hacerlo.
Prosiguió con su relato.
—No tengo síntomas de embarazo, Jungkook, sería muy pronto que los tuviera, ha pasado muy poco tiempo, desde el primero al último nudo —Sonrió tímido ante el recuerdo— el tiempo ha sido poco para sentir o saber mi estado. Ningún Omega podría saberlo. Pero…
—Pero tú no eres cualquier Omega.
Se quitó la prenda que cubría su torso para mostrarle que su corazón de violetas había cambiado.
—Mi corazón ha cambiado. Su color es más profundo y su perfume... ¿Puedes sentirlo?
—Sí amor, hueles a rosas y… el otro es..
—Leche. Olor de crías.
A Jungkook se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Este cambio solo demuestra una cosa, mi amor, tú siempre fuiste el elegido de la luna. Si no, yo no hubiera podido concebir tus cachorros.
—No entiendo. Según la leyenda ¿solo podrías haber sido fecundado por un alfa?
—Un Alfa, puro y que pasara por las pruebas de la piedra.
—Amor, cuéntame la leyenda. Punto por punto.
—No es una leyenda, Jungkook, es un Mandato Divino que rige sobre la manada desde hace milenios.
—Necesito saber todo, Jimin, cuéntame.
»De un día para el otro, dejaron de nacer Omegas en nuestro clan. Ya no quedan Omelas capaces de procrear en esta manada. La última Omega que dio a luz, murió en el parto y fue mi madre.
Yo nací bajo un edicto que los cinco sagrados lo tomaron como un destino celestial e hicieron valer antiguas escrituras escritas con sangre y firmadas por la Luna misma.
Allí se dictaminó una orden absoluta que requería la obediencia incondicional de aquel que recibiera el don. Y fui yo. Sobre mí recayó. El mandato divino ha sido mi don y mi condena.
«La llama púrpura que arde en el corazón del elegido, lo guiará hacia su lobo destinado, único ser de sangre pura, capaz de engendrar vida en el vientre celestial»
Ellos determinaron que debía ser un Alfa.
Jimin acarició el rostro de su Épsilon.
—¿Te das cuenta de lo que significa lo que nos está ocurriendo, Jungkook?
—Que mi semilla haya prendido en ti, significa que soy el elegido por la Luna…
—Exacto. Tira por los suelos todo en lo que ellos se basaron para buscar incansablemente a un Alfa.
—Jimin, no podemos huir sabiendo esto. Hay que gritarlo y que se entere hasta el diablo.
—Huyamos, amor, no corramos riesgos. Cuando las cosas aquí, se calmen y se olviden, podremos regresar…
Y las noches que haya luna llena
será porque el niño está de buenas.
Y si el niño llora, menguará la luna
para hacerle una cuna.
Jungkook tiene hoy la certeza que no tenía ayer.
Ayer, ambos pensaban que la solución a todos sus problemas era huir, abandonar el lugar y olvidarse de todo el horror que habían vivido.
Jimin seguía creyendo que esa era la solución.
Pero él no se iría, menos ahora que conocía toda la verdad detrás del destino sagrado de su Omega y la irrefutable verdad demostraba que Jimin era su destinado y que esperaba sus cachorros.
No podía ponerlos en riesgo.
No debía.
Si era necesario, enfrentaría él solo a toda una manada que lo único que ha hecho es confinar a Jimin a una vida de perro, y él no lo era, él era el lobo más perfecto que había pisado este mundo.
Jimin era su amor, era el ser que la diosa Luna le había cedido en vida para que él tocara el cielo en la Tierra.
Su hermoso Omega blanco que olía a flores y en su pecho llevaba un corazón violeta como recordatorio que era el último doncel capaz de procrear, estaba encinta de sus cachorros.
El edicto sagrado dictaba que solamente un Alfa puro, podría ser capaz de engendrar vida en ese vientre. Un Alfa, y tan solo un Alfa. Pero hasta los mandatos milenarios se equivocan
Jimin del clan Omelas, último doncel fértil, llevaba en su vientre la promesa viva de que los Cielos habían aceptado su unión y él, Jeon Jungkook iba a gritarlo a los cuatro vientos y a enfrentar al mismísimo demonio de ser necesario, porque hoy, tiene certezas que no tenía ayer: él, un Épsilon sin manada pero de sangre noble, había plantado su semilla en el vientre divino del Omega blanco y con esa verdad entre sus manos, él luchará para que sus cachorros nazcan en tierra de Omelas, aunque el cielo se le caiga encima.
Jimin aceptó lo que su Épsilon propuso. Irían a enfrentar al clan y fuera lo que fuera qué ocurriera, ellos estarían juntos para darle pelea.
Casi no pudieron dormir de la emoción, Jungkook lo acunó en su regazo y le cantó a sus cachorros, acariciando el abdomen plano de su bello Omega.
—Cabalgaste sobre Pecosa.
—¿Es una pregunta?
—No. Es una… es un pensamiento en voz alta.
—Bueno, sí, monté a mi Pecosa hermosa. Ida y vuelta a la abadía.
Jungkook negaba con la cabeza.
—Y después saltaste y trepaste y…
—¿Qué ocurre, Koo?
—Nada, solo pienso que… hiciste todo eso con los bebés en tu panza y es muy arriesgado, no podemos arriesgarnos a-a-
Jimin no lo dejó seguir hablando.
—¿No podemos? Jungkook, he vivido enjaulado toda mi vida. Estoy esperando cachorros y eso no me va impedir hacer nada. Ellos están a salvo y en el mejor lugar del mundo.
—Eso ya lo sé, Jimin, no me lo aclares, pero te he visto hacer esos saltos en altura que son tan riesgosos, ni siquiera pienso en los bebés, estoy pensando en ti. Si dieras un paso en falso, no sé, si algo te ocurriera… yo
—Nada va a pasarme, mi amor. Y si te deja más tranquilo, ya no tengo por qué hacerlos. Antes saltaba en un intento de sentirme libre. Pero ahora lo soy… volveré a saltar porque lo amo, pero no será para huir de nada, solo lo haré por placer.
—¿Lo prometes?
—¡Palabra de Omega!
Chocaron palmas y se besaron.
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