19 | No me asustes
Pecosa y Jimin eran uno, ella era su segunda piel. Esa yegua enorme y poderosa, parecía estar agazapada, con Jimin en su lomo, caminando en puntillas entre los pajonales para no ser descubierta. ¡Tan hermosa!
Él se bajó y le dio la orden que lo esperara allí sin moverse. Ella lo hizo.
Jimin se deslizó cual sombra, hasta el muro que ha subido y bajado infinidad de veces, desde que puede recordar, ese que lo llevaba directo a su habitación, cada vez que él regresaba de alguna aventura nocturna.
Todo fue demasiado fácil. No había prácticamente ni un solo soldado vigilando la fortaleza.
En ese momento lo entendió, aquella guardia de Betas armados, custodiando las veinticuatro horas cada día al doncel sagrado, había sido desmontada el mismo día que él escapó.
Era lógico.
No había motivos para estar allí, esos reclutas ahora andaban por todos los rincones del pueblo buscándolos como perros sabuesos, a él y a Jungkook.
Jimin caminó por las cornisas, evitó su habitación y pasó directamente al ventanal de su hermano.
Era de esperarse que el maldito quinteto de sacerdotes sagrados hubieran descargado su ira contra Nam, por haber permitido que el Omega sagrado huyera.
Era casi imposible que Nam se encontrara allí, él lo sabía pero no perdía las esperanzas. Entró al cuarto, se escabulló debajo de la cama y escuchó una discusión que provenía de afuera entre su hermano y alguien a quién él no reconocía la voz.
—¡No lo haré! Mi hermano merece ser feliz. Él ha encontrado a su destinado, y si eso significa que este puto pueblo se quede sin descendientes ¡que así sea!
—Nam, pero debemos encontrarlo, llegó al pueblo un Alfa, puro, uno que ya pasó las dos pruebas.
—¿Qué parte no te queda claro que mi hermano ya está fuera de su alcance?
—Tú sabes dónde está, dímelo. Nam, dímelo, yo voy a cuidar de él. Si la manada lo atrapa va a ser una carnicería.
—Yo no sé dónde está, pero si lo supiera, tampoco te lo diría. Ojalá ya esté a miles de millones de millas de aquí..
—Ay, Nam, Nam, amigo ..
—No soy tu amigo, vete de aquí.
—¡Enciérrenlo nuevamente! —ordenó a los soldados.
—¡Hazlo! vuelve a trabar mi puerta con mil cerrojos porque si salgo de aquí… serás el primero en caer, te lo juro.
Se escuchó el portazo y las cadenas que trabaron la puerta de lo que ahora era la prisión del general Namjoon. Él, quien había servido fielmente durante años a la logia sagrada, ahora era su prisionero.
—«Así te has sentido toda la vida, hermanito» —lloró— Cuánto daño te hice sin querer.
Jimin salió debajo de la cama y corrió a abrazarlo por detrás.
—No fue tu culpa, hermano.
—¡Jimin!
—Shhh, habla bajo, sí soy yo —sonrió bonito— he venido a despedirme. Nos vamos, Nam, quería verte antes.
Namjoon abrazó a Jimin y lloró desconsolado.
—Hermanito amado, estás loco, no debiste venir.
—Quería que supieras que estoy bien. Mira —inclinó su cabeza y dejó ver la profunda mordida de su cuello— soy feliz, Nam.
Nam pasó sus dedos por la lesión que permanecía fresca.
—Por fin soy libre y estoy loco de amor por Jungkook. Él me ama y lo más importante, es mi destinado.
—Un Épsilon…
—Sí, del linaje más puro.
Ninguno podía entender por qué la luna había decidido que el doncel sagrado tuviera a un lobo Épsilon como destinado, pero ni Jimin ni Jungkook lo cuestionaban, ellos simplemente se amaban y nada en este mundo, era más importante que eso.
Tal vez era el momento de aceptar que lo que la manada había creído toda una existencia, no era lo real.
Pero, no estaban en posición de demostrarles que estaban equivocados en esperar a un Alfa.
¿Quién iba a decirles esto?
¿Nam? Encerrado, en una mazmorra del convento, no tenía ni voz ni voto.
¿Jimin? En cuanto lo tuvieran a la vista iban a cazarlo como a un animal.
¿Cómo hacer para demostrarles que han vivido toda su vida equivocados?
Cómo hacerles comprender que durante dieciocho años persiguieron una ilusión, una quimera que no tenía base en la realidad. Lo que en verdad deberían haber anhelado era que Jimin encontrara a alguien capaz de hacer florecer su corazón de violetas, sin importar su casta ni su linaje de sangre.
Deberían haber deseado que él hallara la felicidad con el lobo que la Luna hubiera designado, no imponer ellos, con quién, ni cuándo.
Pero estaban tan enceguecidos con una leyenda lejana a la realidad que fueron incapaces de ver más allá de lo evidente y en ese proceso, Jimin sufrió un encierro que se prolongó por más de una década.
—Tal vez, haya una forma, Nam.
—¿Cuál?
—Aún no es el momento, Huiremos, Jungkook me está esperando, nos iremos muy lejos de aquí.
Namjoon lo abrazó— Hermanito…
—Pero regresaré, Nam, te lo prometo. Regresaremos a demostrar que nuestro amor es legítimo y que la Luna no se equivocó al darme un Épsilon como compañero…
Se fundieron en un abrazo de almas y de lágrimas.
Levantó la capucha de su abrigo, y tal como llegó, Jimin se arrojó por el balcón para ir saltando y descendiendo por los muros con las habilidades de un gato salvaje.
Corrió hasta Pecosa, la montó y galoparon veloces al encuentro de su hombre.
Ya había anochecido, Jungkook estaba por demás nervioso por la demora de su Omega pero cuando sintió sus flores llegar antes que él, su corazón palpitó contento.
Corrió a su encuentro, lo bajó de Pecosa y lo comió a besos.
—¿Por qué tardaste, casi me muero de nervios?
—Ya estoy aquí. Hola mi amor.
—Hola mi bebé.
—Necesito hablar contigo, Jungkook, es importante. Algo ocurrió.
—No me asustes…
—No es para que te asustes, ven.
Tomó su mano tatuada y la llevó a su vientre.
Jungkook lloró al imaginar lo que Jimin le diría.
—Así es mi amor, lo que estás pensando, es real.
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