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Introducción

Desde que tengo uso de razón, siempre me ha gustado el arte.

Podía pasar horas perdida entre los cuadros de un museo, observando la composición de colores de todos y cada uno de ellos, analizando las técnicas empleadas por sus pintores que estudiaba ávidamente en mis clases del colegio y leyendo la información de cada uno de ellos para aprender todo lo que pudiera de la historia que había detrás de las imágenes plasmadas. Me apasionaba, me cautivaba, pero no lo entendía.

Supongo que entonces no pensaba en ello, ni siquiera era consciente de que conocer los aspectos técnicos de una obra de arte no era comprenderla. Vagaba entre ellas desconociendo todas las emociones que encerraban, los sentimientos, las anécdotas...

El amor que reside de forma inherente en el arte.

Es lógico, al fin y al cabo, nunca había creído en este, por lo que no podía ser capaz de entender algo cuya razón de ser es el propio amor. Vivía con una venda en los ojos, convencida de que podía ver, hasta que me quitaron la tela y pude ver todas aquellas cosas que había pasado por alto. Me di cuenta de que hay pocas cosas más intensas que el amor que un artista siente por su propio arte.

Y ahora, caminando por las salas del Museo de Orsay de la mano del amor de mi vida, puedo ver todos los tipos de amor que residen en cada una de las obras que nos rodean.

—¿A dónde me estás llevando, conejita? —me pregunta Ace, dejándose llevar por mí con una sonrisa divertida—. ¿Me vas a secuestrar?

—¿Cómo voy a secuestrarte si ya eres mío?

Ace deja escapar una risa y posa un beso sobre mi cabeza, rodeando mi cintura con su brazo. Tras esquivar a un puñado de turistas, entramos en una nueva sala en la que atisbo lo que estoy buscando. Cuando tiro de él como una niña emocionada, se deja llevar con esa sonrisa enmarcada por sus preciosos hoyuelos que tanto me gustan. Al pararme frente al pequeño cuadro, Ace lo mira detenidamente.

—¡Este sé cuál es! Bueno, no lo recordaba exactamente así, pero juraría que es Noche estrellada, de Van Gogh. ¿No había una torre a la izquierda...?

—Sí y no —respondo, observando el cuadro con una sonrisa emocionada—. Es Noche estrellada sobre el Ródano, de Van Gogh. El hermanito un poco más desconocido del que todos conocen.

Ace abre un poco más los ojos, asintiendo al comprenderlo, y se para en silencio a admirar la obra de nuevo.

—¿Y por qué querías enseñarme este cuadro específicamente? ¿Qué tiene de especial?

—Esa es la magia de Van Gogh. A primera vista, puede que no veas nada destacable ni alucinante en sus obras, pero lo tienen. Para darte cuenta, tienes que dejar de mirar y empezar a ver.

—Ya sabes que yo no soy el más puesto en arte del mundo, conejita. ¿Por qué no me ayudas tú?

Alzo la mirada y le miro con una amplia sonrisa. Sus rizos han vuelto a crecer como si nunca se hubiera rapado, y la chispa que hacía brillar sus iris azules vuelve a iluminarlos, como si el último año nunca hubiera ocurrido. Aunque han pasado cinco meses desde su regreso a mi vida, a veces todavía me cuesta asumir que realmente está aquí, junto a mí. Siempre que me ocurre, alargo el brazo para tocar su cuerpo y cerciorarme de su presencia, lo cual le hace reír cada vez.

—Van Gogh ponía mucho énfasis en los colores que empleaba en sus obras porque buscaba expresar emociones a través de ellos. Él fue un hombre profundamente triste y aunque sus cuadros puedan parecer un reflejo continuo de este sentimiento, encierran mucho más que eso. ¿Qué te transmite a ti esta noche estrellada?

—Paz —responde Ace sin dudarlo un momento, manteniendo los ojos en la pintura—. Siento que debería ser un cuadro triste y oscuro por los colores, pero me transmite calma. No podría decirte exactamente por qué, tal vez por las luces o la pareja que hay ahí, pero es... bonito.

—Eso es justo lo que Van Gogh sentía con este cuadro. En una carta a su hermano Theo le resaltaba el negro de las sombras propias de la noche, el brillo azul y violeta que las lámparas de gas proyectaban sobre la ciudad, los reflejos de oro y plata en el agua y el arcoíris de las estrellas. Le recordaba lo mucho que le gustaba pintar cuadros con imágenes luminosas, aunque, como has dicho, es paradójico teniendo en cuenta que son escenas nocturnas.

Ace alza una ceja y gira la cabeza para mirarme, inclinando la cabeza con curiosidad. Sonriendo, saco mis auriculares inalámbricos y le ofrezco uno antes de buscar una canción.

—Porque, para él, las noches eran mucho más vibrantes y coloridas que los días —respondo y le doy al play, dejando que la suave voz de Don McLean inunde nuestros oídos.

Ambos guardamos silencio mientras la dulce melodía de Vincent, la canción que habla de este mismo cuadro, acompaña nuestra visión del mismo. Cuando apoyo mi cabeza sobre su brazo, Ace me rodea con él y me aprieta contra su cuerpo, haciéndome sonreír. Ninguno de los dos habla, pero no es necesario; la obra de arte que simultáneamente contemplamos y nos contempla, y la preciosa canción nos transportan a ese muelle en el Ródano allá por 1888. Durante estos minutos, siento que somos la pareja encerrada en el óleo, contemplando los reflejos de las titilantes luces de gas, la luna y las estrellas en el agua del río.

Si existe el Cielo, podría jurar que estoy en él ahora mismo.

Cuando las últimas notas resuenan en nuestros oídos, dando pie al silencio, alzo la vista de nuevo para mirarle, expectante. Ace me devuelve la mirada con los ojos cargados de emociones, especialmente de un amor puro y sincero, y me sorprende al alzar una mano para recoger con el pulgar una silenciosa lágrima que desciende por mi mejilla.

—Estoy de acuerdo con Van Gogh. Para mí, las noches también son mucho más vibrantes y coloridas que los días —murmura, manteniendo su mano en mi mejilla.

—¿Sí? ¿Por qué?

—Porque los momentos más bonitos de mi vida han ocurrido de noche. Fue una noche de septiembre cuando te conocí y una noche de noviembre me dijiste que me querías por primera vez. Hace cuatro meses, la noche del catorce de febrero llamaste a mi puerta y me besaste, recordándome que merece la pena vivir en un mundo en el que tú vives. —Mi sonrisa se ensancha al escucharle y me pongo de puntillas para besarle, sintiendo cómo otra lágrima silenciosa cae por mi mejilla, que él recoge de nuevo al separarse—. ¿Pero sabes cuáles son mis noches favoritas?

—¿Cuáles?

Ace esboza esa sonrisa que me enamora una y otra vez, acariciando mi rostro con la mano como si fuese la cosa más hermosa del mundo.

—Mis noches favoritas son aquellas que pasamos juntos mirando las luces de Nueva York desde la terraza. Tal vez no sea como el Ródano en 1888 ni podamos ver muchas estrellas, pero me da igual. Tú eres mi noche estrellada, conejita.

BIENVENIDOS, BIENVENIDAS, MUJERES, HOMBRES, NIÑOS Y NIÑAS AL PRINCIPIO DEL FIN... EPIFANÍA 💙✨

No me voy a enrollar mucho porque ya lo hice en los apartados anteriores, así que solo os pregunto...

¿Os ha gustado la introducción? ¿Estáis nerviosas? 😇✨

Ah, se me olvidaba, fun fact: el momento que narra esta escena lo viví yo con una amiga (menos el beso y el amor, claro xd) e inmediatamente pensé en Ace y Alexa. Fue muy especial para mí y sabía que ellos tenían que vivirlo también 🤍✨

Os leo! ❤️

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