5
—Por supuesto, si compraba una casa en Madrid, no podía ser en otro lugar que en La Moraleja.
Mientras me río suavemente, Ace me lanza una mirada de confusión que siento a pesar de tener los ojos sobre la carretera. Hace apenas un minuto que hemos entrado en una de las urbanizaciones más lujosas de España y no he tardado en reconocerla, ya que muchas de mis antiguas compañeras del colegio vivían aquí. Evidentemente, Ace no sabe lo conocida que es porque nunca se ha movido por aquí, pero yo podría recorrerla entera de memoria.
En cuanto hemos aterrizado en mi ciudad natal unas horas atrás, he descubierto que nos esperaba un Audi R8 que deduzco habrá alquilado mi novio para movernos durante nuestra estancia aquí. Ace me ha arrastrado prácticamente al interior del vehículo pegando botes de pura emoción ante la perspectiva de ver la casa que le regalé por su cumpleaños. Me encanta verle tan contento y sé que, en cuanto vea la casa que he comprado, estará todavía más contento.
—¿Qué es 'La Moraleja'? ¿Significa algo o es un nombre propio normal y corriente?
—En este caso, solo es el nombre de la urbanización, porque aunque tiene un significado como palabra, no tiene nada que ver —explico, divisando en ese momento la enorme verja de la que ahora es nuestra casa. Cuando saco el mando para abrirla, miro a Ace emocionada—. Ya hemos llegado, ¿estás nervioso? Más te vale no ponerte a lloriquear porque no es una mansión que parece haberse comido a otras siete como la tuya de Los Ángeles. Yo soy más de comprar cosas normales, ricitos.
—¡Que sí, abre ya, pesada!
Entre risitas, pulso el botón y avanzo a través de la verja por un jardín de un verde casi brillante. Aparte de los altos cipreses que hay plantados a ambos lados del camino empedrado por el que entramos, no he querido que hubiese demasiadas plantas o flores en el enorme jardín. Al fin y al cabo, esta no es nuestra principal residencia y aunque algunos jardineros vendrán ocasionalmente a mantener todo en orden, no quiero que ellos pasen más tiempo en la casa que nosotros mismos.
Cuando el camino desemboca en la casa, aminoro significativamente la velocidad y sonrío al ver la expresión de alegría inmensa en el rostro de Ace, como un niño pequeño la mañana de Navidad. La mansión no es moderna como la que él tiene en Los Ángeles, sino de estilo clásico español, hecha de cálido ladrillo y tejado hecho de tejas ligeramente más oscuras. He querido mantener la esencia de mi país en la que ahora es nuestra mansión en lugar de acceder a la modernidad que ya domina medio mundo.
—Conejita —murmura Ace, saliendo del coche sin dejar de mirar la casa con una amplia sonrisa—..., ¡esta casa es alucinante! ¡Me encanta que no sea moderna y minimalista, me recuerda a la villa de mi nonna! ¡Enséñamela por dentro, por favor!
Su plegaria viene acompañada de un tirón que casi me desencaja el brazo del hombro, ya que Ace puede ser un niño por dentro, pero por fuera sigue siendo una mole de músculo y fuerza.
—¡Que sí, si ya estamos yendo, no hace falta que me arranques el brazo de cuajo! ¡Sé que en España tenemos un sistema sanitario envidiable, pero no me gustaría ir a comprobarlo contigo hoy!
Ace rompe a reír y afloja su fuerza para permitirme andar por mi cuenta y abrir la puerta principal. El interior mantiene el estilo mediterráneo y luminoso del exterior, y los muebles que escogí parecen haber sido fabricados para esta casa. La habitación cuenta con dos salas de estar, un comedor, una amplia cocina, cuatro dormitorios en suite, seis baños y dos piscinas: una climatizada en el interior y otra infinita en el jardín trasero, con vistas a parte de la ciudad. Ace se enamora cada vez más a medida que le enseño cada rincón de la casa, pero su lugar favorito parece ser el dormitorio principal, que cuenta con vistas al jardín de atrás.
—Conejita, creo que he encontrado un defecto en nuestra nueva casa —suspira dramáticamente, paseándose por el dormitorio como si la situación fuese realmente grave.
—¿Qué tripa se te ha roto ahora, ricitos?
—Pues que esta cama está sin estrenar, mírala. ¿Y si es demasiado dura o demasiado blanda? Tendremos que comprobarlo..., ¿no?
Ace me sonríe con picardía, acercándose para rodear mi cintura con los brazos, inclinando el rostro hasta que sus labios encuentran los míos. Yo le recibo con gusto, sonriendo contra su boca, y profundizando el beso cuando me alza en brazos de forma que mis piernas rodean su cintura. Ace me lleva hasta la cama, colocándose sobre mí sin separar sus labios de los míos. Siento la temperatura de mi cuerpo subir, como cada vez que nuestros cuerpos se rozan de esta manera. Sin embargo, cuando Ace empieza a quitarse la camiseta, le freno con la mano y una risita pícara contra su boca, pasando la otra por sus rizos indomables.
—¿Quién eres ahora, Ricitos de Oro comprobando las camitas de los tres osos? —murmuro, acariciando su cuello lentamente con las yemas de mis dedos—. Vamos a probar la cama, claro que sí..., pero esta noche, cuando nos vayamos a dormir, ¿vale?
Cuando me escurro para levantarme, riéndome malévolamente, Ace atrapa mis manos entre una de las suyas para mantenerlas sobre mi cabeza, apretando su cuerpo contra el mío de forma que no puedo moverme. Sabía que no me dejaría salirme con la mía si me hacía la inocente, especialmente después de calentarle, pero me encanta ver cómo se oscurecen sus ojos cuando la lujuria toma las riendas de sus actos.
—¿De verdad crees que voy a dejar que te vayas después de ese beso, conejita? —susurra contra la piel de mi cuello, dejando besos húmedos sobre mi piel de una forma que prende fuego a la sangre que recorre mis venas—. ¿De verdad quieres marcharte y probar la cama cuando durmamos por la noche... sin más?
Mi boca se abre para responder, con una respuesta pícara preparada en la punta de mi lengua, pero la forma en la que marca la piel de mi cuello hasta llegar a la clavícula, con sus manos acariciando mis caderas hasta llegar a mi pecho, me nubla la mente y solo puedo suspirar mientras intento encontrar las palabras que he perdido.
—Eres un guarro... Lo sabes, verdad...?
—Tal vez, pero sé que este guarro te vuelve completamente loca —dice con una risa grave contra mi piel.
Su mano se cuela bajo mi camiseta para encontrar uno de mis pechos, acción que termina por arrancarme un suave gemido. Siento que empieza a sobrarme la ropa y tampoco quiero que su cuerpo esté cubierto por ninguna estúpida tela que me dificulte acariciarlo como deseo.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo vas a demostrarlo?
Ace me mira desde abajo, con sus ojos azules oscurecidos por la lujuria y el deseo. Una sonrisa curva sus labios, como si fuese un depredador visionando a su presa, y esa mirada me dice que está más que dispuesto a tomar mis palabras como un reto.
—Haciendo que termines de perder la cabeza esta tarde, conejita.
•
Si los humanos pudieran salirse literalmente de su pellejo por los nervios, creo que Ace lo habría hecho hace rato, después de veinte minutos botando todo lo que le permite el cinturón de seguridad. A pesar de sus casi dos metros de altura, su piel llena de cicatrices y tinta negra, y unos músculos bastante amenazadores, cualquiera que le viese ahora diría que es la viva imagen de un niño pequeño.
—¡¿Todavía no vas a decirme a dónde vamos?! ¡Han pasado como tres horas desde que salimos de casa y me has hecho madrugar para esto, la ONU consideraría lo que me estás haciendo como una tortura en contra de los derechos humanos! —se queja por enésima vez, y a pesar de tener los ojos fijos en la carretera mientras conduzco, puedo sentir el dramatismo que destila su expresión.
—Primero, llevas veinte minutos en el coche, no tres horas, así que relájate, ricitos. Y segundo, ¿por qué estás tan histérico? Ni que te hubiese dicho que vamos pasar un día entero recorriendo la Fábrica de Chocolate de Willy Wonka.
—¡Me has dicho que habrá coches chulos, eso es como diez fábricas de chocolate juntas!
Ace habla con absoluta reverencia y adoración en la voz, lo que me hace mirarle de reojo y ver que su rostro es la viva imagen de la emoción más pura e intensa.
Sí, definitivamente mi novio es un niño pequeño.
—Bueno, pues ya puedes desmarcar el número de tus amigos de la ONU porque hemos llegado —digo con aparente indiferencia cuando tomo el último giro para entrar en un amplio aparcamiento, a pesar de la sonrisa que asoma en mis labios.
Aunque ni siquiera he parado el coche por completo todavía, Ace abre la puerta, se desabrocha el cinturón y se lanza hacia el exterior sin prestar atención al grito ahogado que sale de mi garganta. Gracias a Dios, estábamos casi aparcados, así que, después de una voltereta en plan soldado que estoy convencida ha añadido por puro dramatismo, Ace se levanta de un salto y mira hacia el grupo de edificios con los brazos en jarras.
—'Sair... Sir... Circuito del Ya... Jarama' —lee en alto, corrigiéndose al recordar la diferencia entre la pronunciación de las letras en inglés y español. Después hace una pausa para procesar lo que ha leído y suelta una exclamación ahogada al comprenderlo—. ¡Circuito! ¡¿Circuito de carreras?! ¡¿Vamos a ver carreras de coches en vivo y en directo?!
Como si el universo le hubiese escuchado, el ruido de varios motores revolucionados le responde desde el otro lado de los edificios. Esto solo hace que su entusiasmo crezca, pero se desinfla un poco cuando niego con la cabeza.
—No exactamente. ¡Vamos, ricitos, que nos están esperando!
Ahora soy yo la que no puede disimular su entusiasmo y le tomo de la mano para arrastrarle entre brincos al interior del edificio principal. Apenas unos minutos después de dar mi nombre en el mostrador de entrada, un hombre de mediana edad se acerca a nosotros con una sonrisa.
—¡Alexa, cuánto tiempo! Bienvenida de nuevo a casa, te hemos echado de menos y tus bebés mucho más —saluda Adrián, dándome dos besos y ofreciéndole una mano a Ace para estrechársela—. Soy Adrián y tú debes de ser Ace, el que nos la ha secuestrado. Gracias por traérnosla de nuevo, ¡aunque sea por un día!
Ace tarda un rato en situarse, especialmente al escuchar un idioma que todavía no conoce a la perfección siendo hablado por alguien que no soy yo, pero pronto esboza su característica sonrisa encantadora, capaz de encandilar a cualquiera.
—Me temo que es ella quien me ha secuestrado a mí, Adrián. Ni siquiera me ha querido decir qué vamos a hacer hoy, así que me he visto obligado a confiar plenamente en ella.
A pesar de que su acento es brutal y por ello puede parecer que no conoce bien el idioma, Ace tiene mucho más vocabulario del que podría creer alguien que no le conoce. Dado que la mayor parte de su estudio fue en solitario, durante el año que estuvimos separados, lo que peor se le da es la pronunciación y comprensión cuando habla con alguien. Antes de volver conmigo, su única forma de escuchar el idioma era mediante vídeos o audios previstos para aprender y que no capturaban la verdadera rapidez y cadencia de una conversación normal y fluida, por lo que tuvimos muchas conversaciones en español sobre cualquier tontería hasta que se acostumbró un poco a escucharme. A día de hoy, ocasionalmente me pide que hablemos en español para seguir practicando, como en el Louvre, y me parece la cosa más tierna del mundo.
—Me temo que yo tampoco puedo darte más información. A mí me ha dado órdenes de no decirte absolutamente nada, tío. Solo puedo ser un guía casi mudo, aunque procuraré no saltarme ninguno de los puntos importantes acerca de la seguridad. Alexa sabe que eso no es negociable.
—Además, insisto en que tengas una charla de seguridad muy larga con él. Es un kamikaze total, deberías utilizar tu discurso súper plus premium de seguridad anti-muerte y dolor eterno —aviso con falso dramatismo, ocultando una sonrisa.
Adrián me mira con una ceja alzada, como si no supiera cuánto de mi discurso tomarse en serio. Por mucho que bromee sobre ello, es un loco de la seguridad y cada vez que le chincho, le da un ataque cardiaco que me resulta absolutamente hilarante.
—No sé de qué estamos hablando, pero sea lo que sea, ambos sabemos que tú estás bastante más loca que yo, conejita. Serías capaz de tirarte de cabeza por un puente si alguien te retase solo para demostrarle que puedes hacerlo.
—Perdona, ¿pero quién tiene más cicatrices en el cuerpo que Eduardo Manostijeras? ¿Y cómo se obtienen las cicatrices, ricitos? ¿Con besitos? ¿Besitos de puñales afilados?
Ace me saca la lengua antes de darme un caderazo lo suficientemente fuerte como para hacer que me tambalee y trastabillé, pero le devuelvo el empujón justo después con un bufido.
—Bueno, tortolitos suicidas, prestad atención porque ya hemos llegado y necesito que entendáis todo lo que voy a decir. Sí, Alexa, tú también, aunque lo hayas escuchado 'literalmente mil veces, Adri, ¡eres un coñazo!' —dice, interrumpiéndome cuando abro la boca para hablar e imitando mi tono de voz para decir las últimas palabras.
Yo le saco el dedo corazón, pero me siento junto a Ace en una de las sillas de la salita en la que acabamos de entrar. Adrián sale un momento y cuando vuelve, trae una bolsa grande que puedo imaginar lo que contiene y dos planos del circuito que nos da a cada uno. Ace recibe el suyo con extrañeza y cierto recelo, intentando deducir de qué va todo esto.
—Muy bien, echadle un ojo a los planos e intentad familiarizaros un poco con la distribución del circuito. A los lados tenéis toda la información que necesitáis acerca del mismo. —Adrián se acerca a la bolsa de nuevo y, con una sonrisa misteriosa, saca los dos cascos para mostrárnoslos, como un mago revelando su mejor truco—. No quiero que os estampéis contra nada mientras corréis.
Mi novio pega un salto en su silla y podría jurar que he escuchado un grito de adolescente llena de hormonas que acaba de ver a su crush pasar por delante de ella. Durante unos breves segundos, alterna la mirada entre Adrián y yo, como si estuviera presenciando un partido de tenis, hasta que por fin encuentra las palabras.
—¡¿Vamos a correr?! ¡¿Con coches de carreras?! ¡¿En un circuito profesional?!
—Si no te mueres de un infarto antes de que el enfermo de la seguridad nos explique las siete millones de reglas que hay, ese es el plan, sí —río, mirándole completamente enamorada.
De repente, Ace se levanta de un salto y se abalanza sobre mí, abrazándome tan fuerte que suelto un ruido que es entre un quejido y una risa ahogada. No tarda en empezar a cubrir mi cara de besos, asegurándose de no dejar un solo centímetro de piel sin cubrir, antes de sentarse de nuevo, aunque esta vez, me sienta sobre su regazo.
—Eres la mejor novia del mundo. Lo sabes, ¿verdad?
Yo sonrío y me inclino para darle un casto beso en los labios, consciente de que Adrián está esperando con respeto y paciencia.
—Bueno, señor Seguridad, danos la charla ya porque no puedo prometerte ser capaz de contener a este mucho tiempo quieto ahora que sabe lo que hemos venido a hacer.
Adrián asiente con una sonrisa y empieza el discurso que he escuchado tantas veces. He venido mil veces a correr aquí y todas y cada una de ellas he escuchado las mismas palabras por su parte, aunque ya me las supiera de memoria después de las primeras diez veces. Tras la charla teórica, Adrián nos da los monos, cascos, guantes, botas, balaclava y demás elementos que necesitamos para correr. Por fortuna, hace tiempo que me aseguré de que Ace tuviera la licencia de competición, porque la experiencia en carreras ilegales por las callejuelas de Nueva York o Los Ángeles no parece servir en los lugares oficiales. Lástima.
Al llegar por fin al asfalto, nos esperan un McLaren 570S GT4 negro con detalles naranjas y un Lamborghini Huracán Super Trofeo Evo verde eléctrico. Los ojos de Ace se iluminan como si se le acabase de aparecer Dios y aún más cuando Adrián le indica que el McLaren es para él.
—Joder, ¿son vuestros? Porque si es así, sí que sabéis —pregunta, pasando la mano por el morro del coche.
—Ojalá —ríe Adrián, antes de señalarme con la barbilla—. Son de la reencarnación femenina de Fernando Alonso, aquí presente, y tenemos la suerte de que nos los deja aquí para que los movamos y cuidemos cuando está mucho tiempo fuera.
Yo esbozo una sonrisa y le guiño el ojo a Ace.
—Compré el McLaren para ti, justo después de nuestra segunda carrera. Bueno, después de la reconciliación, claro.
Mi novio sonríe y se abalanza sobre mí para volver a levantarme por los aires, besándome de esa forma que siempre saca todo el aire de mis pulmones. Esta vez tarda un poco más en separarse de mí y sé que lo hace porque tiene ganas de correr, porque si fuese por él, seguro que jamás me soltaría.
—Venga, subiros a vuestros bólidos y empezamos la vuelta de reconocimiento. Recordad estad pendientes de la radio, es lo más importante.
—Sí, papá, estaré pendiente de cómo me comes la oreja cada dos segundos porque '¡esta vez si que estás convencido de que voy a morir!' —respondo, y esta vez soy yo la que le imita a él.
Ace y yo nos ponemos la balaclava y el casco antes de entrar en los coches. Reunirme con mi Lamborghini de nuevo me hace suspirar, feliz, y acaricio el volante con el cariño del reencuentro. Al arrancar, el familiar rugido parece decirme hola después de mucho tiempo, y mi sonrisa se extiende más por mi rostro. No tardo en escuchar a Ace hacer lo propio y al mirarle, puedo ver que levanta el pulgar a través de la ventanilla.
Las primeras vueltas de reconocimiento se nos pasan volando y mi novio no tarda en dejar claro que es un gran piloto. Cuando Adrián nos indica que podemos colocarnos en la línea de salida, las mariposas se desatan en mi interior por la emoción. Es la primera vez que corremos Ace y yo solos, sin nadie más contra quien competir, y me sorprende encontrarlo tan... ¿íntimo? ¿Romántico?
Las luces del semáforo me sacan de mi ensimismamiento e inmediatamente me concentro en mi coche y el circuito. Los segundos parecen extenderse eternamente, como si disfrutasen de la forma en la que mi corazón repiquetea contra mi pecho, hasta que por fin, las luces se apagan.
Comienza la carrera.
Ambos coches salen disparados a la vez, manteniéndose en paralelo durante la recta inicial. En cuanto llega la primera curva, miro al McLaren y aunque no puedo verle, sé que Ace está sonriendo como un demonio, preparado para hacer de las suyas. Y tampoco me hace falta ver mi propio rostro para saber que la misma expresión se extiende por este. Ace comienza a trazar la curva por fuera, deseando tenderme una trampa, y aprovecho su confianza para entrar de lleno en ella, metiéndome por el interior. Él gira para cerrarme y obligarme a frenar, algo que no está permitido en las competiciones oficiales por la falta de seguridad, pero que es más que común en las carreras ilegales. Parece que he caído en su trampa y voy a frenar, pero conozco este circuito mejor que nadie y sé aprovechar cada metro en mi beneficio.
Así que, cuando la parte trasera del coche de Ace casi se ha colado delante de mí, viene la segunda curva y acelero en lugar de frenar, colocándome a la cabeza antes de dar un volantazo y girar por el exterior, sin salirme de la pista. Puedo imaginarme la cara de sorpresa de Ace al recordar que no se puede derrapar con estos coches, que era su intención, lo cual le hace quedarse un poco más atrás.
—¡No os cerréis en las curvas! —grita Adrián a través de la radio, con la voz llena de pánico—. ¡Alexa, casi te matas!
—Tranquilo, Adrián. Tú disfruta del baile.
Porque eso es la carrera con Ace; un baile sobre el asfalto en el que cada movimiento está calculado, en el que estamos cara a cara sin necesidad de mirarnos. Nuestros coches danzan el uno con el otro, sin importar cuál se coloca por delante. Nos entrelazamos para volver a separarnos y unirnos de nuevo, trenzando el aire cada vez que nos cruzamos. La voz de Adrián parece ser la música de este tango, aunque lo que prima sobre esta son las risas que no dejan de escaparse de nuestras bocas.
Cuando cruzamos la línea de meta, lo hacemos juntos, en paralelo, como si nos tomásemos de la mano para hacer una reverencia al público. Si pudiera sentir dolor, probablemente me dolerían las mejillas de tanto sonreír, pero solo siento amor, pasión, emoción y la adrenalina que los alimenta.
Cuando salgo del coche, me quito el casco y la balaclava antes de correr a abrazar a Ace entre risas, besándole con toda esa pasión que he sentido durante la carrera.
—Estáis... completamente locos... —balbucea Adrián con la respiración entrecortada al correr hacia nosotros—. No sé cómo no os habéis matado, de verdad.
Ace se separa de mí para mirarle con una sonrisa, manteniéndome contra su cuerpo con un brazo.
—Porque ya sé lo que va a hacer antes de que lo haga. ¿Cómo voy a morir si estoy compitiendo contra mi otra mitad?
Entonces, vuelve a mirarme y ahora me regala una sonrisa a mí, una que dice 'te quiero' mejor que cualquier palabras. Una que es solo para mí porque solo yo tengo la otra mitad que la completa.
Y sonrío.
¡Hola, holitaaa!
Ay, me ha encantado escribir este capítulo 🥹 (ᶜᵃˢⁱ ᵐᵉ ˢⁱᵉⁿᵗᵒ ᵐᵃˡ ᵖᵒʳ ˡᵒ qᵘᵉ ᵛᵒʸ ᵃ ʰᵃᶜᵉʳ...) 🥰😇🩷✨
Bueno, ya visteis que la próxima parada de esta luna de miel era Madrid..., ¿y recordáis quién vivía en Madrid...? 🤔
Os leo! ❤️
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