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Capítulo 20

NARRADOR OMNISCIENTE

Dante sabía que la nueva materia electiva había llamado la atención de Isaac, o al menos eso le pareció cuando vio que algo ajeno a Viktor Flender le había hecho brillar los ojos. 

Lo había visto en el momento en que el maestro entró a la sala a dar la buena noticia, de que el consejo le había dado el visto bueno para que la materia empezara a aplicarse. Tarea que no era nada fácil, ya que los recursos para implementar el taller no estaban, y nadie creía que el latín podría acaparar la atención de los jóvenes. Sin embargo, fue el aprecio y respeto que el profesor tenía dentro del consejo lo que consiguió lo imposible. 

Así un caso perdido se convertía en una posibilidad. Y a Dante le fascinaban esas enseñanzas que podía ver por doquier cumpliéndose. 

Aunque su situación en casa no era demasiado buena, y su estadía en la escuela difería de ser un sueño, encontraba consuelo en sus idealizaciones. Él deseaba ser querido, pero era esa obsesión la que precisamente lo aislaba de su entorno. Porque acercarse a alguien no era tan fácil como elegir un refresco en el supermercado. No. Dante pensaba que hacer amigos era una de la elecciones más difíciles en la vida, ya que no cualquiera podría interpretar correctamente sus demandas. Tal vez era demasiado egocéntrico al creer que no cualquiera sería digno de su afecto, pero él se decía a sí mismo que era lo justo ante una entrega completa. 

Porque cuando él quería a alguien entregaba todo lo que él era, e incluso lo que no era. Y no cualquiera podría entender su manera de ver la vida. Así, Dante se había permitido aguardar el tiempo que requiriera el hallar a esa persona, aunque eso significara llevar meses de soledad en los pasillos. 

Y entonces, un día sucedió. 

—¿T-te encuentras bien?

Había bastado solo esa pregunta, para leer más allá de lo que transmitían esos ojos. Dante podía verse en el reflejo de los suyos, como si se tratara de un espejo. La similitud era tan exacta que le llegaba a dar miedo. No precisamente porque fueran dos gotas de agua, sino porque podía advertir la misma carencia en ellos.

Isaac Foster era perfecto, porque en un lugar en que todos seguían la misma trayectoria deseada, él se había permitido ver más allá de sus propios zapatos. Si había decidido hablarle, era porque había captado su atención, y entonces, nada en ello podía ser casual. 

A ese pensamiento Dante le había dedicado demasiado tiempo, y por ello en alguna que otra ocasión se preguntó si algo le fallaba en la cabeza, pero luego se calmaba con que era perfectamente normal su forma de querer. A fin de cuentas, muchas historias así lo demostraban; enloquecer de amor, morir ante la pérdida del ser amado. Dante había consumido muchas de esas historias, convenciéndose a sí mismo de que no existía belleza más pura que la de un suicidio pasional. Solía fantasear con la idea de que alguien fuera capaz de morir de amor por él. Una vida en la que fuera esencial para un otro, y así él sentirse indispensable en el planeta; su motivo y misión en la vida. Luego, él le demostraría que su sacrificio no había sido en vano, porque él era capaz de comprender esa intensidad y se entregaría completamente ante un desenlace fatal, pero compartido.

Cuando escuchaba alguna lección o comentario que contradecía sus creencias, recordaba lo que había aprendido en casa. Primero, que si se era menor se era bueno. De lo contrario, se les juzgaría al igual que un adulto. Y segundo, que siempre había sido motivo de orgullo su gran carácter. Así, cuando Dante era niño y mordía a un compañero, su familia reía porque él sabía defenderse y era apto para el mundo. 

Y tal como en esa época, hoy no es la excepción. Su madre ríe al intuir el motivo de querer quedarse hasta más tarde en la escuela; una travesura propia de la juventud. 

—¿Puedes creerlo? Tu hijo ahora quiere aprender latín.

A su carcajada se le unen la de los demás integrantes de la familia. Todos presentes, ahora que el hermano de Dante se encuentra bajo libertad condicional. 

Y él solo puede pensar que si con el pasar de los años su alrededor sigue riendo, es porque algo muy bueno debe estar haciendo. 

🩸


Los minutos pasan, y ansioso espera el instante en que Isaac aparezca en el salón. Presiente el segundo exacto en que decide asomarse, y queda a la expectativa de hacer contacto visual. Isaac avanza con paso temeroso por el aula hasta dar con un rostro amable. El suyo. 

Verlo le recuerda por qué cursar una materia aburrida es tan significativo. Su amistad le devuelve el alma al cuerpo, como si antes de ello hubiera estado vagando sin rumbo, y luego él hubiera aparecido en lo alto de un faro.

Algunas veces Dante cree que es una especie de mosca atraída por una luz ultravioleta, y en otras ocasiones se imagina a sí mismo como una deidad pagana que va en ayuda de un alma demasiado solitaria. De eso último se convence en instancias como esas, cuando Isaac parece demasiado vulnerable ante un mundo que va demasiado rápido. 

Isaac toma asiento junto a Dante. Conversan un par de minutos sobre lo que esperan aprender en el curso. También, sobre la primera instrucción dada a la hora de anotarse; llevar el primer día la copia de la primera lectura obligatoria. Isaac rebusca en medio de su bolso sin éxito. No sabe que Dante le ha sacado la copia en uno de los recreos. 

—Creo que se me quedó en casa. 

—Te comparto el mío por la clase.

El compartir el libro ha conseguido que junten más los asientos, incluso que haya un ligero roce entre sus hombros. Isaac no le ha dado importancia, pero Dante lo ha hecho intencionalmente y disfruta cada segundo en que ese toque se perpetúa en el tiempo.

No obstante, Isaac no tarda en recuperar ese mínimo espacio personal al que está acostumbrado. Y es ahí cuando Dante se fuerza en fingir una sonrisa cuando en verdad quisiera liberar la verborrea. 

«¿Por qué es rechazado de esa manera? ¿Acaso no se ha dado cuenta de las consecuencias de sus actos? ¿No ha pensado en él al momento de apartarse de su lado, como si fuera poco menos que un gusano?» Se tortura con esos pensamientos.

Primero, sufre por ello. Luego, se muerde la lengua ante el deseo de recriminarlo, de decirle que es un maldito egoísta cuando actúa de esa manera. 

Así y todo, piensa en la recompensa mayor. En la forma de volver a recuperar su atención, porque la necesita. La necesita, así como Isaac necesita igualmente de su afecto. Por eso está convencido de que son perfectos juntos.

Deja a un lado su decepción, y le habla sobre la nueva película que se estrenará en la semana, de que podrían ir a verla juntos. Se sorprende de su propia condescendencia al hacer tal propuesta, pero ese sentimiento se disipa al darse cuenta de que Isaac mantiene la mirada fija en el teléfono. Incluso tiene un audífono en la oreja. 

—No me estás escuchando, ¿verdad?

Con timidez Isaac se quita un auricular. Balbucea al contestarle.

—E-es el nuevo video de Vik... 

Dante pone los ojos en blanco, prefiere que Isaac esté haciendo cualquier otra cosa antes que prestándole atención a ese tipo. 

—Isaac, ¿Qué tiene de interesante? Sinceramente no le veo la gracia.

Le ha explicado muchas veces sus motivos, pero sigue sin ser suficiente para él. No le gusta que le guste tanto Viktor. Y aunque la discusión no es nada nueva, Dante piensa en nuevos argumentos para hacerle cambiar de opinión. 

Aprovecha que el profesor aún no ha llegado al salón. No obstante, nada da resultado. Isaac no comparte sus apreciaciones. Defiende hasta el final lo que él cree y sus intereses. 

—¿Pero has escuchado sus canciones? —pregunta Isaac. 

—Suenan todas iguales. Superficiales. Ni siquiera tiene carisma. ¿Sabes? Tengo la teoría de que la base de su fama está en su apariencia. Y yo creí que tú eras diferente. Es... algo decepcionante.

A Dante realmente le decepciona que Isaac malgaste su tiempo en esas cosas, porque se supone que en su ensoñación es perfecto, pero deja de serlo cuando actúa diferente a cómo él esperaría. 

—No son superficiales. Sus canciones hablan de la vida misma. Driven to tears habla sobre el anhelo de querer dejar una huella, y lo difícil que es hacerse un espacio en la sociedad. De casi perder la esperanza. A mí me gusta. 

—Puede gustarte la canción, pero siempre hablas como si te gustara Viktor. ¿Y qué pasaría si lo conocieras y te dieras cuenta de que todo lo crees es una mentira?

Isaac inmediatamente niega con la cabeza. 

—Alguien como yo jamás podría llegar a conocerlo. 

—Eso no es a lo que me refería.  

Y entonces consigue que Isaac se refiera al punto al que quiere llegar. 

—Creo que Viktor se muestra cercano a las personas. No finge cuando habla. 

—¿Y si lo hiciera? ¿Y si solo fuera un farsante? —insiste Dante.

—Entonces sería como otra persona —responde finalmente Isaac. 

La conversación acaba cuando el maestro entra al salón. La clase es introductoria, así que dura menos tiempo de lo habitual. Pero el pequeño acercamiento al libro hace que Isaac se ilusione ante la posibilidad de adquirir más conocimiento. En cambio Dante sólo está interesado en lo que a él le ha gustado. 

Una vez que el profesor se despide de sus alumnos, Dante insiste nuevamente con la idea de ir al cine. 

—Al final nunca respondiste. ¿Puedes el fin de semana? 

—No puedo. Con mi mamá saldremos. 

Y entonces, Dante comprende que mientras exista Viktor y su madre tendrá que conformarse con un amor a medias, porque Isaac nunca podrá enfocarse completamente en él aunque quisiera hacerlo. Son demasiadas distracciones, y al amar a tantas personas al mismo tiempo lo más seguro es que su amor terminará fragmentándose. 

Piensa en ello cuando Isaac le dice que no lo espere, ya que debe pasar a retirar unas fotocopias. Dante finge que entonces se irá a casa, cuando en verdad lo sigue a lo lejos. Incluso cuando Isaac hace una parada para ir al baño, él sigue recorriéndolo con la mirada. La puerta está entreabierta y observa cómo bebe directamente del grifo. Espera a que salga del baño, para entonces acercar su boca a este. El agua le recorre la lengua y garganta. Besa la llave, deleitándose del sabor a metal. Los labios de Isaac han estado ahí, y eso es todo lo que necesita saber para quedarse más tiempo del necesario, ahogándose con agua. 

Al regresar a casa le dedica horas a hacer seguimiento de la actividad de Isaac en redes sociales. Le envía un mensaje preguntándole por una tarea, pero no le contesta. 

Y le molesta, le molesta darse cuenta de que no lo hace porque está en medio de un debate sobre si Viktor se encuentra bien emocionalmente ante la pérdida repentina de peso. 

«¿Acaso Viktor podría acompañarlo en la escuela? ¿Acaso podría amar sus vulnerabilidades?» Dante está convencido de que nadie más que él podría amarlo como se merece. Y por lo mismo, cree que Isaac a veces es muy injusto al no valorar todo lo que ha hecho por él, el trato especial que le ha dado. 

Dante odia esos desaires. Detesta que no lo hagan sentir especial y diferente a los demás; ser la prioridad de la otra persona. Y el problema es que ese sentimiento apenas ha empezado a crecer, como si lentamente estuviera absorbiendo una fuente exquisita de energía. 

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