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Capítulo 2

Leer los titulares de los periódicos es como haber despertado de un largo sueño. Un hormigueo se apodera de mi cuerpo y me recorre lentamente. 

¿Fui capaz de matar a alguien? ¿Lo maté por cómo me trató? 

Estoy acostumbrado al menosprecio, a que me subestimen. También, a que me despidan constantemente de cada lugar donde pretendo empezar de nuevo. 

Sus palabras fueron dolorosas, pero olvidé todo en cuanto vi a Viktor. 

Confuso, intento encontrarle sentido a lo que pasó anoche. Algún detalle que explique por qué mi ropa está sucia con sangre. 

¿Me habrán golpeado? ¿Me habré caído nuevamente?

Inspecciono mi cuerpo frente al espejo en busca de alguna herida, pero compruebo lo que tanto temo, estoy intacto; perfecto. 

No estoy al corriente del protocolo en estas instancias, así que decido vestirme e ir igualmente al teatro. De cualquier manera, será mejor obtener información directa sobre lo que pasó. Según los titulares, el cuerpo fue encontrado junto a la carretera. 

Estoy por salir de casa, cuando mi padre me detiene. 

—¿Quién era el muchacho que te trajo anoche? 

Inmóvil, y más desconcertado que antes, trato de encontrar respuesta a esa pregunta. 

¿Alguien me trajo a casa?

Las opciones se reducen a mi compañera de trabajo, pero sigue siendo una posibilidad remota, aparte de una mujer. 

Mi padre vuelve a insistir, como si no tuviera nada más de qué preocuparse. Como si repentinamente, su centro fuera saber todo de mí. Siempre ha sido algo aprensivo. Ve el peligro por todas partes. 

—Un amigo del trabajo —miento. 

—Deberías invitarlo a la casa —propone. 

Lo haría si supiera de quién demonios se trata. 


🩸


Suelto un suspiro mientras reflexiono sobre las últimas horas. La ida al trabajo fue más corriente de lo que podría haber imaginado. Al inicio, temí que me echaran a patadas, dadas las últimas palabras que me dedicó el hombre de cuarenta años. Sin embargo, nadie esperaba que no me presentara. El teatro funcionó en horario normal, dado que el asesinato no fue llevado a cabo en el recinto. Y, la única novedad fueron los rumores en torno al caso. Incluso mi compañera de trabajo me habló por primera vez, quejándose que seguramente la policía nos haría preguntas, lo cual no le sentaba nada bien, por un oculto pasado que no quiso precisar. Conversar con ella, me hizo reafirmar que no tuvo nada que ver en lo de anoche. 

La lluvia acompaña mis pensamientos, y abro el paraguas protegiéndome de esta. Cualquier persona que supiera la secuencia de hechos creería que yo fui quien lo mató. Yo mismo no podría descartarlo completamente, aunque quizá eso es lo que más me perturba, y no por los motivos que podrían esperarse.

La tranquilidad que siento ante tal evento me tendría que hacer creer que no he hecho nada malo. No obstante, ahora pienso que tal vez nada de lo que dicen los libros y películas al respecto sea real. La serenidad frente a una atrocidad como esta puede ser perfectamente plausible.

«No. Solo estoy confundido, sigo preso de la vergüenza y frustración del trato que me dio».

Entro a la primera cafetería que veo abierta, aún no quiero regresar a casa. Tomo asiento en un sitio apartado, y pido un café americano. 

Solo he dado unos pocos sorbos, cuando me percato de que no soy el único que no tiene compañía. 

«Viktor».

¿Otra vez sin seguridad cerca?

El ardor en la lengua me impide disfrutar el amargo sabor. Me he quemado de la impresión. 

Analizo nuestro alrededor, y comprendo por qué está en esta cafetería. Si bien, hay un par de parejas disfrutando de una taza caliente, la verdad es que el grupo etario dista mucho del público objetivo de Vik. Existe la posibilidad de que a simple vista no lo reconozcan. 

Por instinto, me levanto de la silla, mas mis intentos se ven coartados ante la aparición repentina de Cordelia y Tobias. Vuelvo a tomar asiento, con más frustración acumulándose en el pecho. 

Los observo minuciosamente. Dejan unos libros sobre la mesa y parecen discutir sobre uno de ellos; el que Cordelia sujeta en sus manos, como si se tratara de una adquisición valiosa. Dada la distancia, achico los ojos, buscando dar con el nombre. Al no conseguirlo, abro la cámara del móvil y le hago zoom hasta conseguir una fotografía decente. Las letras pierden su definición, pero al menos me permiten dar con el título. 

«La guerra púnica de Silio Itálico». 

Me suena de algo, pero en este momento con la emoción de tener a Viktor cerca, no consigo concentrarme. 

No importa, no lo necesito para entablar una conversación. La vida me está dando una segunda oportunidad, y esta vez no la voy a desperdiciar. Me acerco lentamente, el ímpetu desvaneciéndose al detallarlos con más claridad. 

Cordelia viste un suéter blanco y una falda a cuadros. Un abrigo beige la protege del frío, mientras que las botas largas resguardan sus piernas. Tobias sigue el mismo estilo, un abrigo largo color negro, con botones dorados alrededor de las muñecas. Sus lentes poseen un marco delgado, con las iniciales V&T a un costado. Ambos parecen sacados de una revista. No obstante, su presencia es nada al lado de la de Viktor. 

Para otro podría parecer un atuendo sobrio y quizá demasiado simple, pero lo que marca la diferencia es el porte que tiene al lucir el suéter negro y pantalón de vestir café. La boina a cuadros Tweed oculta su cabello platinado, y alardea un gran reloj estilo clásico en el brazo derecho. Recorro discretamente sus pestañas y ojos cautivadores. Viktor nació con el carisma para llegar a la cúspide. Su mirada amable e hipnotizante, te hace sentir seguro y resguardado. 

Nuestros ojos se encuentran un efímero segundo; en su soledad veo reflejada la mía. No importa cuánto pretenda estar rodeado de amigos. Cordelia y Tobias a diferencia de mí solo son unos falsos. No obstante, el nerviosismo quiere obligar a mis piernas a moverse, a correr lejos de este lugar. Perder la oportunidad de hablarle, de conocerlo, solo por mis inseguridades. 

—¿Eres el muchacho de ayer, no es así? —Viktor me sorprende hablando primero. 

¿Me reconoció?

—¿Ah?—inquiere Tobias, con poco interés. 

—No, me debes estar confundiendo con otra persona. 

Una cosa es mentirle a mi padre, pero mentirle a Viktor duele. De pronto, me siento el peor embustero. 

Cordelia mantiene la cabeza gacha en los libros. 

¿Se trata de algún tipo de afición?

¿Será que Viktor se está especializando en literatura?

Nunca habla de sus pasiones, al menos no en público. 

—Sé quién eres... Me llamo Isaac. —Lo miro directo a los ojos. 

—Creo que me equivoqué bastante al pensar que aquí nadie me prestaría atención.

—Te lo dije —le susurra Tobias. 

—Sí, pero el plan de emitir ese programa "en vivo" había funcionado para despistar. Todos creyeron que era un doble nada más —le responde Viktor. Y ahí entiendo por qué la emoción del teatro no ha vuelto a repetirse. Hoy estuvo desolado. 

Vuelve a enfocarse en mí, y es tan mecánico, automatizado. Tan pronto he mencionado su fama, se ha dispuesto a sacar un lápiz listo para dar un autógrafo. Palabras aprendidas y memorizadas están a nada de salir de su boca, pero yo no quiero nada de eso. 

Siento el preámbulo, la expectativa de que me comporte como un fan idiota, alguien inescrupuloso que salpicará saliva mientras habla de lo grandioso qué es. Una persona corriente que perderá el conocimiento al recibir una respuesta de ese hermoso rostro. Y la verdad es que todo eso me representa, pero no creo que consiga nada actuando como un tonto. 

—No quiero nada de ti. —Le habría pedido un autógrafo, y después me lo habría tatuado, pero no tiene cómo adivinar lo que en verdad siento por él—. Dije que sé quién eres, pero no que me guste tu música.

Su cara solo refleja shock. Y no miento si digo que sería capaz de llorar por semejante blasfemia que estoy soltando. Es más, los ojos ya los siento algo vidriosos. Sin embargo, la tensión del ambiente se ve interrumpida por la grotesca carcajada de un señor sentado dos mesas al frente. Él y su acompañante hablan a todo grito sobre el resultado del último partido de fútbol.  

Risus abundat in ore stultorum —interviene por primera vez Cordelia. 

¿Latín?

—La risa abunda en la boca de los tontos —suelto. 

La fachada de superioridad que esgrime Tobias se cae cual máscara al escucharme. 

Ita est —Así es. Me gano una respuesta de Viktor. Entre el latín y no actuar como un idiota he llamado su atención—. ¿No quieres hacernos compañía?

Advierto el debate de miradas. Cordelia y Tobias no se sienten cómodos con la intromisión, pero puedo decir que es mutuo. Yo tampoco gozo de su presencia. Sin embargo, soy capaz de tolerarlo si eso me permite conocer a Viktor. 

Tomo asiento frente a él, y por desgracia al lado de la muchacha empecinada en su lectura. 

—Nos gusta pasar tiempo en Roma, vamos cada vez que podemos —empieza a hablar.

Eso lo sabía, pero no el gusto por una lengua muerta. 

—Tomé un curso de latín años atrás, fue un placer que no pude darme por mucho tiempo. 

Me arrepiento en cuanto suelto esa verdad.

—¿Y... estudiaste aquí? —Tobias demuestra algo de interés en mi persona, pero sé que no es más que un interrogatorio, una prueba para demostrar que soy apto de compartir espacio con ellos, o bien, una oportunidad para humillarme. No es primera vez que me hacen sentir así, reconozco las señales.

Niego con la cabeza. 

Ruego que nadie me reconozca o se acerque a avergonzarme. Al menos en el vistazo rápido que eché hay mil caras conocidas, pero nadie que pueda tener interés en saludarme.

—Estudié en el Winchester College —miento, nombrando el primer colegio de élite que se me viene a la cabeza—. Volví para descansar un poco del ajetreo de Londres. La vida en Napdale es tranquila. No hay mucho qué hacer, por cierto, pero es...

—¿Te gusta la tranquilidad? —pregunta Tobias. 

—Una cuota de tranquilidad es necesaria. 

Palabras que Viktor usó en una entrevista de 2018. 

Parpadea medio perplejo, dedicándome una mirada fugaz. De pronto, siento que estoy en el cielo. 

—¿Y a qué se dedica tu padre, Isaac? —insiste Tobias. 

No sé qué me harta más. La aparente timidez de Cordelia, que bien podría confundirse con indiferencia, o la presión que ejerce Tobias plagada de malas intenciones. 

Conozco a los de su tipo, y esta pequeña interacción me ha hecho confirmar lo que creía de él. 

—Mi padre es empresario —respondo algo nervioso, y aparto la mirada. 

«Le va tan bien, que mis múltiples trabajos han sido por mero capricho».

—¿Ah, sí? ¿Y qué empresa? ¿Cuál es su rubro?

De pronto, siento que las mentiras suben por mi garganta, como si se tratara de bilis. Siento la repentina urgencia de levantarme e ir al baño. 

Tanto alarde de que no sería falso como Tobias y Cordelia, y lo primero que hago al presentarme es decir una mentira tras otra, con excepción del latín. Recuerdo, que por cierto, no me hace nada bien rememorar. 

En esa época la situación en casa andaba mucho mejor. No es que ahora estemos en la pobreza, diría que en verdad nuestra estabilidad se sustenta en que tenga un empleo decente y en uno que otro beneficio estatal, lo cual no es ideal, pero tampoco es terrible. Podemos salir adelante. No obstante, hubo un tiempo en que podíamos vivir cómodamente. En aquel entonces, tuve curiosidad de aprender latín. Sin embargo, me vi obligado a retirarme de las clases por razones ajenas a lo económico. 

Me disculpo con palabras atropelladas, que espero no me hayan hecho quedar como un completo idiota, y huyo de la mesa, en busca del baño de hombres. 

Una vez lo encuentro, me tomo unos minutos, echándome agua fría en el rostro. Me dije a mí mismo que solo serían cinco, pero ya veo que me he pasado del tiempo prudente. Así y todo, salgo fingiendo tranquilidad. Sin embargo, no he dado ni dos pasos, cuando me acorralan contra el mural. Un cuchillo se clava en la pared.

Mis ojos quedan hipnotizados por los suyos. La sorpresa del impacto y la destreza de dejarlo a nada de rozarme la piel es más que suficiente para que se me acelere el corazón.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —me increpa Viktor con rabia— ¿Qué pretendes?

No me deja procesar la bronca detrás de sus palabras. Su boca está tan cerca de la mía, que me abruma el aroma a tabaco y menta. Bastarían pocos milímetros para que llegaran a tocarse, y no tengo duda de que perdería toda voluntad al sentir el paso de su lengua sobre la mía. Daría lo que sea por un leve roce. Me sometería a él sin dudarlo.

—Te pregunté algo —demanda. 

Con el movimiento la gorra se le ha caído, dejándome apreciar ese cabello con el que tanto he fantaseado pasar por mis dedos. 

¿Habré perdido la cabeza si no es miedo lo que siento en estos momentos?

Solo... unas horribles ansías de besarlo. 


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