Capítulo 19
Debe haber algo. Algo que tú quieras más que nada.
Amor. Lo que quiero es amor.
Miranda recorre la cocina como si fuera propia. Abre los cajones con la familiaridad que te da el haber vivido años en una casa. Sin embargo, aquí la situación es diferente, apenas podríamos considerarnos algo más que compañeros de trabajo, algo más que conocidos. Algunos cuestionarían la facilidad que tengo para dejar entrar a las personas en mi vida. Es como ser un libro abierto que no posee más que una sobrecubierta. Las letras han ido desapareciendo a medida que el tiempo ha transcurrido. No hay mucho que contar cuando todo ha perdido su sentido. No obstante, el motivo de esta cercanía es más que evidente. Viktor le ha encargado cuidarme, y aunque esa medida no me satisface en lo absoluto, termina siendo un recordatorio de él. Una pincelada que quisiera ser capaz de sentir su superficie, aunque terminara manchándome los dedos.
Observo a Miranda que empecinada en su labor corta los vegetales. Amablemente se ofreció a cocinarme, es algo que ha hecho algunos días desde que murió papá. Dice que abuso demasiado de la comida congelada, aunque ese fue precisamente su legado. Esta casa dejó de sentirse un hogar desde la partida de mamá. Y las pocas veces que Harold intentó recrear la calidez de una familia funcional pasaba a abochornarme con ese fulgor demasiado intenso.
Pero ella no puede saber que un plato insípido y frío por dentro es capaz de hacerme sentir más en casa que cualquier comida cocinada con amor.
—¿Isaac? —inquiere cuando la cocina ya se ha llenado de vapor y aroma a cebolla—. ¿Estás bien...? Perdón... —se arrepiente al instante que la pregunta ha salido de sus labios. Es la peor manera de iniciar una conversación cuando se ha sufrido la pérdida de un ser querido—. Es que te noto diferente... Ayer también estabas así. Casi no hablas, tampoco comes. ¿El otro día saliste, no es así? Por eso nos pediste a Seth y a mí que te dejáramos solo... Creí que eso podía ser una buena señal, pero actúas extraño.
El día que creí que atraparía a la persona que ha jugado conmigo, y terminé cayendo en mi propia trampa. O el menos eso pensé inicialmente.
Lo más fácil era dejarse guiar por las aparentes señales. Si existía toda una conversación de respaldo que demostraba que yo le había estado enviando mensajes a Tobias lo más sensato era creerlo. Confiar en lo que mis propios ojos me revelaban como una verdad absoluta. Lo que además hacía sentido con los fragmentos recuperados de mi memoria —que no me dejan en una situación demasiado ventajosa respecto a la muerte de Gavin Brown.
Pero... me niego. Me niego a creer que sería capaz de hacer algo así. Por más que todas las pistas apunten en mi dirección no me harán el culpable de sus delitos. Es cierto, yo crecí en Napdale y he idolatrado a Viktor desde la pubertad. También, la muerte de Harold haría que me descarten de la lista de sospechosos —tal como mencionó Tobias en el bar—, pero que la situación sea conveniente para borrar mis supuestas huellas no me convierte en el asesino.
La noche que murió Gavin alguien más estuvo conmigo, y esa es la clave de lo que realmente pasa en el pueblo.
Tobias y Cordelia forman parte de esa red criminal, ellos quieren hacerme creer que he perdido la cordura y que mi final sea echarme la culpa de la cadena de eventos desafortunados. Planearon todo esto para separarnos, para sacarme del camino fácilmente. Es un hecho que si Tobias fue a Rockie es porque está implicado en los asesinatos y amenazas, solo que intentó lavarse las manos para confundirme. A estas alturas no descartaría tener el celular clonado, o que alguien tuviera acceso a mi móvil cuando no me doy cuenta de ello, ya sea para enviar los mensajes o para borrarlos de la memoria.
«Sí, de eso debe tratarse».
El carraspeo de Miranda me hace volver a nuestra conversación. Me toma unos segundos recordar lo que me había preguntado, pero finalmente logro recobrar el hilo.
—Seth solo anda al pendiente porque Vik se lo pidió y no de la mejor manera que digamos —suspiro ante el recuerdo en la playa. Recuerdos de cuando tenía una mejor vida sin saberlo—. Y contigo no es muy diferente.
—No es así. —Se amarra el cabello en una coleta en tanto sigue añadiendo ingredientes a la olla—. Es cierto que en el pasado nunca fuimos cercanos, pero si ahora estoy aquí contigo no es porque simplemente me lo haya pedido ese tipo. Creí que cuando me dijiste que mintiera por ti seríamos más cercanos. Tú nunca aceptaste mi invitación... Pero recuerdo que hasta te pedí disculpas por haberte ignorado.
Todo eso antes que ella supiera en lo que me estaba metiendo, en con quién mantenía contacto en secreto. Reconozco que no ha hecho preguntas al respecto, y es verdad que en esa oportunidad sentí que su arrepentimiento era sincero. Tal vez estoy soltando mis frustraciones con la persona incorrecta.
—Siempre he estado al tanto de que las personas cuchicheaban a mis espaldas en este maldito pueblo... Tal vez sea de puro masoquista, pero quiero que me digas qué era lo que creías de mí antes de que trabajemos juntos en el Teatro... Si de verdad algo te importo, quiero que me lo digas.
Apaga el fuego, terminando la labor de cocinera. Cierta tensión abruma el ambiente, Miranda no está cómoda hablando de este asunto, o al menos eso creo al advertir la forma en que toma asiento en la mesa, tomando distancia de mí y jugando con el borde del mantel.
Puede tratarse únicamente de una percepción errónea, con Viktor comprendí que no se me da demasiado bien leer a las personas.
—¿Cuál es el sentido de hacer esto, Isaac? El pasado es pasado —dice finalmente.
Para mí nunca ha sido de esa manera. No puedo ver hacia adelante, y lo peor de todo es que no es por gusto. Detesto estar estancado en los mismos traumas, pero a la vez es confortable situarse en un espacio conocido. Temo quedarme eternamente entre estas cuatro paredes; vivir y morir en la misma casa, sin permitirme conocer nada más. Pero también, prefiero seguir quejándome de las mismas cosas, antes que conocer un escenario que pueda ser peor que lo ya vivido. Deseo irme de aquí, pero solo si es junto a alguien más, alguien que sea capaz de guiarme y entenderme, y esa persona únicamente podía tratarse de Viktor.
Porque su luz era suficientemente grande para cobijarme. Y yo ansío recibir un poco de alimento a través de un otro, no por envidia, sino porque genuinamente anhelo desahogarme en la belleza de una flor recién cortada y eso nadie parece entenderlo.
Me siento solo y tengo tanto miedo.
—Quiero saberlo. Nunca tuve a nadie a quién preguntarle qué era exactamente lo que decían, lo que inventó Dante.
Quiero sufrir, quiero verme a mí mismo de la forma en que me ven los demás. Quiero hundirme en la miseria de reconocerme en los juicios de otros, en pensar que tienen razón al aislarme. Porque esa es la única manera que he encontrado de sobrevivir a no encajar en un entorno demasiado difícil; donde la complejidad no se encontraba en los demás sino dentro de mí mismo.
Miranda abre grande los ojos ante ese nombre, es más que evidente que la raíz de mis problemas en gran parte se limitan a esa persona. Por el daño que me hizo en el pasado, y el trauma que me ha dejado para el resto de la vida. Ella no puede tener esas certezas, pero debe conocer la incidencia que ha tenido en mi reputación.
—Pues... siempre creí que le hiciste algo terrible. Eso era lo que decían, que por eso se fue del pueblo... Fue una medida desesperada de sus padres para mantenerlo lejos de ti... También... se decía que pese a ser tan pequeño ya tenías problemas de adicciones... Y... no quiero seguir recordando. Ahora me arrepiento de haber creído esas cosas. Eres bueno, Isaac. No mereces nada de lo que ha pasado. Tampoco lo que viviste tantos años.
—Seguramente eres mi primera amiga. Lástima que lo seas bajo estas circunstancias.
Miranda no parece entenderlo. Pero incluso yo, intuyo que se avecina el final de una obra demasiado perfecta. Tobias y Cordelia han querido formar su propia narrativa sobre mi implicancia en los hechos, si me han hecho dudar de mí mismo, entonces no será demasiado complicado convencer a la gente del pueblo. Ellos ya tienen una opinión forjada sobre mi persona, y no tiene mucho sentido esforzarse por cambiar una creencia que se ha mantenido por tanto tiempo. Si bien, Miranda ha cambiado de opinión, la suya es una en un millón.
Me queda poco tiempo de libertad y debo convencer a la única persona que podría salvarme de esta situación.
—Haré una llamada. Pienso salir más tarde, debo resolver algunas cosas solo —le digo a Miranda antes de que quiera ahondar más en lo que realmente me ocurre.
—Adelante, te prepararé el té y luego volveré a mi turno.
Asiento con la cabeza en tanto saco el celular del bolsillo. Los segundos de espera me hacen temer que no coja la llamada, pero finalmente escucho su voz del otro lado.
—¿Sí?
—Necesito que nos veamos ahora, Vik.
No pretendía sonar tan desesperado, esta conversación había salido mejor en mi cabeza, pero ya no puedo volver a empezar. Debo apegarme a la ilusión de que me dará una oportunidad de explicarle lo que está sucediendo. Si antes lo perdí por no decirle la verdad a tiempo, no permitiré que ese error vuelva a repetirse. Tengo que confiarle mis sospechas antes de estar tras las rejas.
—¿Estás bien?
Esa pregunta comienza a irritarme, pero vuelvo a enfocarme en lo que importa.
—Tengo que decirte algo. Es importante. Tiene que ver con todo lo que está sucediendo en Napdale. Creo que podrías estar en peligro. Por favor. Una oportunidad para hablar. Sé que ya no me ves como antes, pero... por favor.
Temo haber sido demasiado insistente, pero parece haber dado resultados.
—¿Dónde?
La respuesta sale en automático, porque esto sí lo había pensado bien. Un sitio donde nadie podrá interferir.
—En el único lugar que nadie más conoce.
🩸
Aprovecho la espera para beber el té que Miranda me ha preparado. Recordaba la manera en que Vik entraba a la casa, así que imité su actuar, entrando por la puerta trasera. Espero no le moleste.
Saqué una de las sillas de la cocina y la acomodé en medio del bosque. Sentarme y contemplar la naturaleza es un pequeño descanso a unos días demasiado ajetreados y angustiantes. Me sirvo un poco más de té en una de las tazas de Viktor, se ha mantenido cálido gracias al termo que me he traído de casa.
Repaso una vez más la hora en tanto el líquido caliente recorre mi garganta. Ha tardado, como si estuviera debatiéndose entre dar una excusa barata y presentarse.
¿Por qué es tan difícil apostar por mí? Ya puedo imaginar las palabras que saldrán de su boca cuando le diga mis suposiciones.
No tendría por qué hacerlo, pero necesito adelantarme para conseguir algo de paz.
De pronto, escucho el ruido de un vehículo aproximándose. Mi corazón se acelera al instante en que la expectativa de verlo se convierte en algo tangible.
—Viniste.
Y al parecer realmente pretende que conversemos tranquilamente, ya que le ha pedido al chofer que se vaya. Trae el rostro cubierto y capas extra de ropa pese a que el día no lo amerita. Debe temer que la situación se salga de control en el pueblo, más que nada cada vez son más las personas que saben de su estadía en Napdale.
—¿Entramos? —pregunta, aunque es más una sugerencia que otra cosa, ya que de inmediato se dirige a la casa.
Guardo rápidamente el termo en el bolso de ciervo. Lo sujeto y me lo dejo al hombro, dispuesto a seguirle el paso dentro.
—Dime qué ocurre, parecía como si te hubieras enterado de algo...
Ha caminado hasta el otro extremo del pasillo, manteniéndose en pie cerca de la puerta delantera, lo que genera cierta barrera entre los dos.
Se ha quitado casi todas las capas extra de ropa, dejando parte de la piel al descubierto con una camiseta marga corta. Además, se ha quitado el cubrebocas permitiéndome ver esas facciones que tanto me enloquecen.
El silencio que nos acompaña es abrumador. Nuestra única compañía es la naturaleza y los rastros de unos propietarios que se han ido hace mucho tiempo de este mundo.
—Es... sobre los asesinatos. Sobre lo que hemos estado viviendo...
—Escucho.
Es extraño, debería sentir alivio de que en este preciso momento coexistamos en el mismo espacio, pero la frialdad con la que se dirige a mí dista demasiado de lo que me había acostumbrado. Es como si ahora mismo fuésemos simples desconocidos y esa realidad duele.
Su proximidad a la puerta sólo me indican sus ansías de alejarse de mí, de que pese a estar cerca, quisiera mantenerse a kilómetros de distancia.
—Yo... averigüé que hay varias personas involucradas en esto, personas incluso de nuestro propio entorno.
—¿De verdad? ¿Cómo supiste eso? La información que ha conseguido Gaspar siempre ha apuntado a una sola persona.
—Quizá deberías dejar de confiar en quienes te rodean.
—¿Perdón?
Sí, fue demasiado brusco soltarlo así como así, pero no creo que tenga mucho tiempo. Necesito que Viktor me crea antes de que sea demasiado tarde para los dos.
—Mira, necesito que me escuches con la mente muy abierta... Sé que Tobias está involucrado con estos criminales, y no me extrañaría que Cordelia también. —Comienzo a caminar sin un rumbo claro; despacio, sin alejarme de él—. No sé hasta qué punto lo están realmente, pero no les creo que sean simples víctimas que siguen órdenes. Yo... estoy bastante seguro de que desde el inicio te han arrastrado a todo esto. Lo supe desde que subías cosas con ellos, querían dañarte, te hacían actuar diferente.
Vik retrocede un paso cuando yo busco acercarme más a él. Su espalda choca con la madera de la puerta.
—Sabes, Isaac... creo que olvidé algo importante que debía hacer... ¿Te parece si regreso más tarde?
—¿Es en serio? ¿Vas a desconfiar de mí...? ¿De mí?
—No, Isa —niega de inmediato, cambiando a un tono más amable y dócil—. Nunca podría hacer algo como eso.
—¿Isa? —pregunto con cierta esperanza— ¿Ahora soy tu Isa otra vez?
—¿Eso es lo que quieres? ¿Eso te calmaría? —indaga, mientras advierto el sutil movimiento de la manilla tras su espalda.
Quisiera creer en sus palabras, pero sus actos se contradicen con ellas.
—Lo dudo, porque estás con Cordelia. Los vi juntos —remato, ante la leve intención de negar lo innegable. Cierra la boca rápidamente al enterarse de que estoy al tanto de su vida.
Sin embargo, tras procesar esa verdad algo parece inquietarlo.
—¿Me has estado siguiendo?
Y me saca de quicio que siga empecinado con la idea de que mi comportamiento es errático, de que estoy a tal punto obsesionado con él que sería capaz de seguirlo. Ya tiene la cabeza lavada con la idea de que yo podría estar detrás de todo, se ha creído lo que el pueblo piensa de mí. Jamás volverá a verme de la misma manera, y aceptar eso es desconsolador.
—¿Cómo pudiste? ¿No te importa nada, verdad? Nunca fui importante para ti. Te dejas llevar por cualquiera que muestre un mínimo de interés en ti.
Ni siquiera pensaba recriminarle nada, pero las emociones están desviando la conversación a terrenos peligrosos.
—Isaac, yo puedo hacer lo que quiera con mi vida.
—Claro, y decides aplicar eso en tu vida sentimental, pero no para salirte de la industria que tanto te hace daño.
—Hablas como si fuera muy fácil. Nunca has estado en mi lugar. Ni siquiera te importo realmente, solo hablas desde los celos.
—¿Cómo puedes decir algo así? Después de lo que compartimos juntos...
—¡Porque es la verdad! ¡A nadie le importo, Isaac! —grita, agitando los brazos, sacado de quicio. De verdad le ha molestado que cuestione sus últimas decisiones.
—¡A mí me importabas! ¡A mí me importas! Pero tú... tú me abandonaste mientras vivía el duelo. —Ya no puedo seguir reprimiendo las lágrimas. Empiezo a sollozar mientras intento buscar las palabras adecuadas—. S-sigo en duelo, y en vez de contar contigo, me dejaste por divertirte con tus supuestos amigos... Y pese a ello, aquí estoy preocupado por ti, intentando abrirte los ojos de que has elegido mal. D-de que todo esto terminará horriblemente mal.
Caigo al suelo, desesperado por un poco de su amor. El bolso a medio abrir cae conmigo, esparciéndose algunas cosas de su interior.
—¿Qué carajos es todo esto, Isaac?
Son objetos que nunca había visto. Cinta, cuerda, elementos cortopunzantes, drogas que no identifico.
—¿Lo ves? —suelto con esperanza, como si se tratara de la señal que estaba esperando—. Ellos quieren hacerme creer que he perdido la cordura, y quieren que tú también lo pienses. ¿No lo ves? Quieren separarnos. —Tomo y alzo algunos de ellos, como si se tratara de la prueba final para convencerlo.
—Ellos... quieren... separarnos —repite dubitativo.
—Tobias y Cordelia. ¿También lo ves, no es así? Ellos de alguna manera se han metido con mi móvil, fingen conversaciones donde yo soy el acosador. Dejaron ropa ensangrentada de Gavin Brown en mi bolso para hacerme creer que yo lo maté. Me drogaron esa noche para confundir mis recuerdos, para grabarme cerca del cuerpo y tener todo preparado para culparme por sus crímenes. Matar a mi padre solo fue otra manera de incriminarme, porque solo a mí me beneficiaría, en el sentido de que eso haría que dejara de parecer culpable. Seguro usaron una de estas esa noche —digo, observando más de cerca los envoltorios.
—¿Por qué la puerta no abre Isaac? Por dentro siempre podía abrirse. Ahora está trabada.
Solo entonces levanto la cabeza, conectando con unos ojos que parecen demasiado asustados.
—Yo no he hecho nada. Debes creerme.
Pero no me cree.
Viktor corre, y con cada paso que se aleja más y más de mí temo perderlo para siempre. Me incorporo rápidamente, persiguiéndolo por la casa.
Advierto el terror en su rostro cuando voltea una vez en mi dirección. Cree que ha errado el camino al dirigirse al sótano, quizá creía que sería lo suficientemente rápido para bloquear la puerta antes de que yo entre, pero nada de eso ocurre. Lo persigo, bajando los escalones que descienden hacia la oscuridad. La falta de visibilidad y la acumulación de polvo comienzan a marearme. Moverme implica hacer un esfuerzo más allá de lo normal. Tropiezo y caigo contra el concreto, el golpe me deja atontado unos segundos. Tiempo que él aprovecha para emprender la marcha nuevamente por la escalera.
Quiero seguirlo, aunque eso implique arrastrarme a sus pies.
Sin embargo, me invade el repentino impulso de vomitar ante el horrible olor a putrefacción. Por instinto llevo una mano a la nariz, en tanto apoyo la otra contra el suelo buscando el impulso para levantarme. Mientas estoy en ello, toco algo que no consigo descifrar.
Una tenue luz se enciende, permitiéndome distinguir qué es lo que he tocado. Una mano humana. Retrocedo lo poco que me permite mi cuerpo, creyendo que he terminado de perder la cordura. Porque no tiene sentido que el cadáver de Viktor esté a mi lado, mientras otro Viktor se encuentra en la escalera.
De pronto, una carcajada hace eco en el espacio hueco. Una que viene de él.
Una que viene de Viktor.
La huida se ha detenido. Avanza lentamente hacia mí. Se pasa el pulgar por el brazo, difuminándose la tinta en medio de la piel. Se acomoda el cabello y abre los primeros botones de su camisa. Al agacharse a mi altura me llega de lleno el aroma a cuero y flores blancas.
—Deberías ver tu cara —suelta entre risas. Hay lágrimas de alegría deslizándose por su rostro—. Admito que en un inicio mi idea era otra. —Y me desconcierta, el cambio brusco en su voz. La voz real—. Tú te olvidaste completamente de mí, seguiste tu vida como si nada te importara, así que lo más seguro es que no recuerdes nuestras conversaciones. Pero yo... Oh, yo me acuerdo perfecto de ese día, cuando me dijiste lo que taaanto te obsesionaba de ese imbécil. —Desvía la mirada hacia el cadáver—. Memoricé cada palabra para entender qué era lo que te volvía loco, y pensaba destruir uno a uno todo lo que amabas. Que admirabas su voz, su talento e historia de vida, la forma en que conectaba con su público, su amor por el canto. Pero algo distinto empezó a pasar, porque te enamorabas de cada parte nueva que conocías, no te importaba que todo lo que creías no fuera real, porque te enamorabas de mí —dice con el convencimiento que siempre lo ha caracterizado. Sigue hablando, pero se me hace insoportable seguir escuchando.
«Cállate, cállate».
No lo hace. Sigue su relato mientras pierdo poco a poco la noción de mi alrededor. Observo el movimiento de mis manos, percibiendo cómo este ralentiza y luego se acelera abruptamente. Los sonidos parecieran ser capaces de olfatearse.
Así y todo, pienso en los cambios que atribuí a su falsa libertad, donde incluso me alegré al tener la ventaja de conocer un lado de él que nadie más podía.
Su risa ligeramente diferente, que siempre se encontrara tan solo y sin su equipo. Los encuentros casuales, donde yo no era el acechador, sino Dante el maquinador de cada acto. El gusto por el latín; y el recuerdo mío ante una clase que indagaba en rituales y sacrificios. Cada mentira dicha una burla, porque él sabía perfectamente quién era yo desde el inicio. Los mensajes, los asesinatos, una narrativa para hacerme creer que tenía sentido el que Viktor estuviera en Napdale, y también para jugar con mi propia mente. Que los SMS estuvieran y desaparecieran, misma técnica de cuando me desmayé y desperté en el hotel donde se hospedaba. El celular de Tobias se había iluminado, pero me llamó una mujer asegurando que mi padre había sido golpeado. Cruzarme con Cordelia en las escaleras fue un golpe de suerte para ellos. Me noqueó y me hicieron despertar en otra parte. La hora del reloj era fácilmente modificable, y además deben llevar mucho tiempo drogándome para confundirme, alterar mi percepción de la realidad.
La fragilidad una técnica de manipulación para generar un acercamiento más íntimo. Y la persecución constante perfectamente plausible al tener siempre cerca a quien creía era Viktor, o a una de las personas que formaban parte de su círculo.
Que ya no hiciera lives con su audiencia, que odiara la música. Cambiarle el sentido a Driven to tears, que siempre había sido su favorita. Que no cantara en verdad, que no escribiera sus canciones, la ausencia de los gestos tan característicos en sus entrevistas.
—¿Qué... qué mierda has hecho contigo?
Y la pregunta va más allá de ello. «¿Qué has hecho con tu rostro y cuerpo?». Se ve tan idéntico, que parece más Viktor Flender que el real; cabello platinado, el verdor en sus ojos y esos labios gruesos y bien definidos. Un físico equiparable al de sus mejores presentaciones. Las facciones en su cara, esas que tanto amaba las veo cual copia en la piel de otro.
No hay ni un solo rastro de lo que era Dante, jamás se le pareció a Vik más que un simple destello. Pero ha alterado tanto cada parte de su cuerpo que nadie pensaría que se esconde otra persona bajo esa cáscara.
Y entonces mis pensamientos van hacia esa persona que tanto admiré. Yo le causé todo esto, si está muerto es por mi culpa.
Me dejo caer sobre un cuerpo irreconocible, debido a la cantidad de tiempo que debe llevar muerto. No me importa la descomposición, ni el movimiento de moscas y larvas. Llegué tarde, demasiado tarde.
—No deberías llorar por él, Isa. No te merece. Lo último que dijo es que te odiaba. Que odiaba a Isaac Foster —me murmura suave en el oído.
—Eso no tiene sentido... —Lloro, meciéndome con parte de su cuerpo.
La única alternativa a ello es que Dante le hubiera dado mi nombre como el suyo y la solo idea de que algo así haya ocurrido me enloquece.
Quiso convencerme de que terminaría secuestrando a Viktor, incluso colocando inconscientemente la idea en mi cabeza a través de mensajes de texto. Y al Viktor real, le hizo creer que fui su captor y asesino. Que escupiera mi nombre como último suspiro de vida.
Generó odio desde mi idealización, y amor hacia otra versión de él, una representada por Dante.
—Yo soy tu pasado, tu presente y futuro —continúa— ¿No lo ves, amor? Me he encargado de hacer realidad tu sueño. Tú y yo juntos por siempre en esta casa.
Y ahora yo también quisiera reír ante la condena de mis propias palabras, porque fui yo quien precisamente sugerí y deseé permanecer aquí. Quedarme a su lado.
—¿Y si nos quedamos aquí por siempre?
—¿Apenas llevas veinte minutos aquí y ya quieres quedarte de por vida?
—¿Quién no querría?
Maldigo cada palabra. Cada palabra que me hizo caer en su trampa. Cada promesa que hice pensando que quién tenía al frente era otra persona.
—Pero... lo que pasa ahora entre nosotros... Prometo que la persona de la que me estoy enamorando eres tú, la persona detrás del gran rostro. —Rememoro ese instante en la cima del árbol.
Y entonces, comienzo a ver los destellos de pertenencia.
«Para mi adquisición más preciada» fue el mensaje en una dedicatoria demasiado antigua.
«El precio por tu libertad, es que seas mío, Isaac Foster» dijo a través de un mensaje de texto.
Recuerdo la posesividad con la que tomó mi cuerpo.
«Eres... mío. Eres todo mío» dijo antes de eyacular.
¿Lo ha logrado, no? Ahora no tengo más remedio que ser suyo, porque ya me ha quitado todo lo demás.
Debí haberlo imaginado, que cuando una cosa suena demasiado maravillosa, es porque algo más debe de esconder. En el mundo real, conocer y llamar la atención de alguien tan inalcanzable es casi un imposible, y claramente yo no podía ser merecedor de semejante excepción. No hay amores a primera vista capaces de alegrar a un corazón demasiado ingenuo, nadie se enamoraría con tanta facilidad de un desconocido, a no ser que existiera un interés de por medio.
Enloquecer de soledad es uno de los peores miedos, porque el pavor al naufragio de la propia mente termina arrastrando a malas elecciones, y todo por culpa de esa horrible necesidad de amor, de compañía. A esa irremediable conexión a la que estoy amarrado; de que necesito a un otro para ser feliz. La enseñanza de los cuentos, la idea de que incluso si no me amo a mí mismo no podría gozar de ese privilegio. La génesis y la solución a todos los problemas.
¿Y qué pasa cuando se está solo en el mundo? ¿Y si nadie me conociera y amara entonces no tendría sentido que siguiera existiendo? ¿Y qué pasaría si me odiara profundamente? ¿Si el esfuerzo por forjar un camino para mí mismo no mereciera la pena porque al conseguir una meta solo se vieran falencias? ¿Cómo se sigue avanzando? ¿Cómo le encuentro sentido a vivir de esa manera? ¿Cómo me deshago de esa luz que me permite identificar lo bueno de lo malo, lo correcto de lo incorrecto? De esa materialización cual mentor que hace que el latir del corazón vuelva a emocionarse, y que no termine siendo un músculo sin uso más que para su función vital.
«¡Aleluya!» quisiera gritar. Porque este es el resultado de seguir todo lo que me han enseñado.
Y cuando llega una vez más esa pregunta, temo que incluso ansiaba escucharla.
—¿Me extrañaste?
—Sí —murmuro, en medio de un llanto que parece risa, y una risa que se asemeja al llanto—, te extrañé tanto.
Porque no conozco nada más, porque si supiera de otra forma de ser querido, tal vez sería más consciente de lo que pierdo mientras obtengo migajas de afecto. Y no dependería horriblemente del hombre a mi espalda.
Eso es lo último que pienso antes de perder el conocimiento.
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