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Capítulo 13

—¡Miranda! —grito, antes de darme cuenta de que la situación es extraña. Está a una distancia de apenas unos metros. 

Se queda estupefacta. Abre grande los ojos, en tanto detiene la minuciosa limpieza de las butacas. Su cabello cobrizo lo lleva recogido en una coleta, y aun así se le han escapado algunos mechones sueltos de pelo, dándole un aspecto algo desprolijo que me permite advertir los tatuajes en sus orejas; asimétricos y rellenos en tinta negra. Mis pensamientos cambian su dirección por un instante, dirigiéndose a Vik. A sus abrazos que me acompañaron toda la noche. A sus palabras somnolientas que confabulaban con las mías para atrapar a un enemigo en común. 

Me recuerdo a mí mismo que no debo perder demasiado tiempo. Vik, Cordelia y Tobias podrían llegar en cualquier momento. Además, al almuerzo debo depositar el teléfono en el sitio y hora acordada. 

No es un día cualquiera.

Temo que ya ninguno lo sea desde el 11 de mayo. 

—Hola, Isaac ¿Qué tal? No te vi en la mañana... ¿Ocurrió algo? —Se percata del movimiento precipitado, de la falta de aire propia de una carrera. 

Nos dieron quehaceres en distintas secciones del teatro. Mientras a Miranda se le asignó acondicionar las salas para las exposiciones del día, yo debía encargarme de la limpieza en los baños. Además, con el resguardo y supervisión del nuevo inspector, fue difícil escaparme más temprano para hablar con Miranda. 

—Debo decirte algo que sonará un poco raro... —anticipo, y quizá no fue la mejor idea. Miranda se muestra demasiado interesada en el asunto, como si fuera a confesarle el peor de los pecados. Así y todo, continúo, no puedo quedarme a medias cuando ya me he decidido a pedirle ayuda—. Si vienen y preguntan por mí... ¿podrías mentir? Prometo que haré lo que digas. Te deberé una. 

Aunque la penitencia fuese beber mi propia orina lo haría sin pensármelo dos veces. Sería capaz de hacer cualquier cosa con tal de salvar mi pellejo. Con Vik apenas ha comenzado lo que sea que haya entre nosotros, no puedo arriesgarme a perderlo. 

—¿En qué estás metido, Isaac?

Medito bien mis opciones, debí haber planeado antes qué excusa lanzarle a Miranda, solo que tenía la mente ocupada en los mensajes de texto. 

—Ya le pillo... ¿También consumes, no es así? —Su deducción me deja perplejo. Se han dicho muchas cosas de mí en Napdale, pero nunca imaginé que adicto podría estar dentro de ellas—. Quedaste debiendo y ahora te andan amedrentando. 

Suena como si tuviera experiencia en estos asuntos, lo que explicaría por qué le temía a la policía inicialmente. Que piense que estoy en el mismo barco que ella podría ser peligroso, pero sigue siendo una mejor opción que contar la verdad. Es una manera fácil de salir del paso. Asiento, porque no me queda de otra. Ahora quedaré como un adicto ante mi compañera de trabajo. 

Miranda me fulmina con la mirada, pero también vislumbro un rastro de compasión en la manera que se ha acercado más a mí, pasándome una mano por el hombro.  

—No debes confiar en cualquiera que aparece por ahí. Una vez que caes no te dejarán en paz. Y si no tienes dinero... —Se muerde el labio inferior, como si quisiera comerse sus propias palabras, como si hubiera hablado demás. 

Honestamente no me ofende. Sé que desde que murió mi madre, todos en Napdale se enteraron de la degradación de nuestra familia para los estándares en el pueblo. Papá era reconocido por sus sólidas construcciones, el apellido "Foster" nunca estuvo a la altura de las grandes constructoras, pero tenía cierto renombre en la zona. Ese incipiente prestigio, era foco de las constantes burlas sobre el hijo que le había tocado tener, tan diferente a él. Sin embargo, cuando ocurrió la tragedia, Harold se encerró en sí mismo, abandonó su trabajo y amistades. Los tiempos dorados en que podía tener una buena educación, asistir a clases de latín y darme uno que otro gusto fueron quedando en el pasado. Así y todo, nunca me detuvo para seguirle el rastro a Vik e ir adquiriendo cada producto que sacaba al mercado. 

Trabajar valía la pena por ello, porque me hacía sentir más cerca de él.

Ahora ya no es necesario. Tengo varios mensajes de Vik esperando una pronta respuesta. Mensajes enviados desde el móvil de Cordelia, la misma que me advirtió de toda esta situación indirectamente. 

—Descuida. —Le ofrezco una amable sonrisa, de esas que mamá me enseñó a hacer tan bien—. Yo sé a lo que te refieres... 

Miranda aparta la mirada algo avergonzada. Antes de que el silencio se vuelva incómodo, me sorprende tomando la iniciativa. 

—Mi compañero de trabajo se tomó el día libre hoy. Se llama Barthos... Ojos oscuros, pelo rizado, delgado y... voz gruesa. Vive en la calle Benson, no sé el número. Tiene dos gatos —concluye, orgullosa de su interpretación. 

Me uno a la sonrisa que quiere aflorar. De cierta forma, es como hacer una travesura. 

—También... por motivos obvios, necesito que impidas que hablen con el jefe. 

—Vale, pero me acompañarás un día al karaoke. Ese será el precio de mi ayuda.

Suspiro aliviado. ¿No puede ser tan malo compartir con gente desconocida, no?

Aunque ese no debiera ser el mayor de mis problemas. Por un segundo, me debato entre la alternativa de explicarle a Miranda más detalles. Confío en que Viktor no sería capaz de visitar el teatro así como así, pero nada me asegura que vendrá camuflando su apariencia. Bastaría que Miranda se dé cuenta de quién es realmente para desechar cualquier teoría que se haya inventado. No obstante, contarle la maraña de acontecimientos transcurridos sonaría como una locura y además me pondría en riesgo. Tampoco es que confíe demasiado en ella.

La decisión ya está tomada, ahora solo queda fiarse en que la suerte esté de mi lado. 

—Isaac, lo lamento —dice, antes de que me pierda de vista. 

—¿Por? —Detengo la marcha, volteándome hacia ella. Parece arrepentida por algo—. Me estás haciendo un favor.

—Por... no hablarte al inicio... ya sabes.

Y creo que lo que me parece verdaderamente triste de la situación, es que sin necesidad de palabras explícitas entiendo a lo que se refiere. Es todo lo que arrastra esa marea, el peso de una reputación añadida a mi persona que me ha perjudicado cada vez que quiero empezar algo nuevo, entrar a un círculo social. El motivo de por qué he mentido con mi identidad ante quien me importa. La aspiración de ser un otro

¿Qué puede ser peor que desear ser otra persona?

Si la única certeza es que toda la vida tendré que vivir conmigo mismo. 

—No te preocupes —respondo, intentando sonar convincente. 

—La verdad... Ya te conocía, de lejos, claramente —explica. 

Eso no es de extrañar. En un pueblo pequeño, todos se conocen. Yo también ubicaba a Miranda previo a iniciar a trabajar en el teatro, pero no tenía ningún prejuicio incrustado en la cabeza dada su popularidad entre nuestros pares. Fuimos a distintas escuelas, pero habían conexiones con otros compañeros de mi clase que hicieron que me cruzara con ella a las afueras del colegio. Sin embargo, la imagen que yo le transmití a Miranda fue diferente. Concibió la idea de que era alguien extraño, que la torpeza de mi cuerpo se la transmitiría cual enfermedad. Que la racha de mala suerte pasaría de mí a ella, como si se tratara de una maldición. 

Dante tuvo mucho que ver en esas historias inventadas. Antes de irse dejó el camino preparado para que nunca me atreviera a delatar todo lo que me hizo vivir. Sabía que manchar mi reputación con antelación, haría que mis palabras perdieran validez. Y, a las personas que acosó por mi culpa, imagino que tuvo sus propios métodos para manipularlos a su favor. 

—Lo imaginé, no te preocupes. 

—Llevaba unos días sintiéndome mal. Por eso igual te invité antes al karaoke, pero rechazaste la invitación.

—Tenía otras cosas que hacer. 

Claro, porque reordenar mi cuarto y el altar a Viktor Flender era más importante que sociabilizar. 

La verdad, no me arrepiento de nada. 

—Sí recuerdo. 

Es extraño, la primera vez que intercambiamos palabra fue después de la tragedia de nuestro supervisor. Y ahora, se me hace más fácil dirigirle la palabra, como si el hecho de que alguien como Viktor haya puesto sus ojos en mí aumentase mi confianza y ego. La conexión ante el emergente cambio es rebuscada y excesiva, pero no puedo evitar deducirlo. Tal vez el hecho de que a un pobre diablo como yo le haya prestado atención un ídolo de esa envergadura es demasiado grande como para procesarlo correctamente. Solo sé que no quiero que esto acabe. Viktor me hace bien.  

—Anda a lo tuyo, Isaac. Todo estará bien. Y, la próxima vez que necesites, yo tengo buenos contactos. 

Finjo en que se trata de una oferta tentadora antes de perderme en las últimos trabajos previo al receso. Cuando por fin doy por finalizada la jornada de la mañana, me dispongo a abandonar el teatro. No obstante, apenas he tomado el pomo de la puerta principal cuando advierto que alguien del otro lado está igualmente moviéndola. El vidrio empavonado deforma las siluetas, pero estoy seguro de que son Vik, Tobias y Cordelia.



Intento recuperar el aliento. Mi pecho sube y baja rápidamente. Tuve que correr para conseguir esquivarlos. Me quedo a la vuelta del pasillo, espiándolos con cuidado. Los tres visten ese estilo propio que entra en discordia con el poco público presente, pero que combina a la perfección con la estética del teatro. Cordelia lleva el cabello recogido en una trenza, un abrigo largo color beige con detalles dorados que combina con el tono de su falda y medias. Tobias usa un suéter grisáceo y un pantalón a cuadros verde ámbar. Y por último, Viktor roba completamente mi atención con la camisa ligeramente abierta, la corbata fuera de lugar y el traje grisáceo. La gorra tweed pretende ocultar su cabello, y pese a usar gafas de sol, evita darle la cara a Miranda que ya se ha aproximado a ellos. 

Me causa gracia que crea que con eso es suficiente para pasar desapercibido. Sigue siendo pésimo en ello, pero también es sorprendente que el único que sepa de su estadía en Napdale (además de sus amigos) sea yo. 

—Hola, ¿trabajas aquí? —Tobias es quien ha asumido el liderazgo en este intento de conseguir información. 

Tiene sentido. Vik no quiere exponerse más de la cuenta, y Cordelia es de pocas palabras. 

Miranda asiente, dejando a un lado los instrumentos de limpieza. 

—Nos gustaría hacerte unas preguntas. 

—Claro, ustedes dirán. 

El interrogatorio se enfoca principalmente en aspectos técnicos del teatro, pasa por su arquitectura, historia, y luego al personal. No quiere ser evidente en lo que espera conseguir con esta conversación, aunque poco a poco el sentido de esta empieza a desviarse a la noche del 11 de mayo. Mientras Tobias encamina la plática, Vik y Cordelia observan minuciosamente el entorno. 

—Antes comentaste sobre tu compañero de trabajo. Nos gustaría hablar con él. De casualidad... ¿No tendrás su contacto?

—Pues... creo que podría conseguírmelo. Como les dije se tomó unos días, no estoy segura de cuándo volveré a verlo —asegura, y no entiendo cómo le hace para no temblar. Yo en su lugar ya me habría delatado solo.

Estoy tan enfocado en las respuestas de Miranda, que pese a advertir cierta inquietud en Vik, no dimensiono las consecuencias de bajar la guardia.

—Estoy preocupado, no he sabido nada de él. —Alcanzo a oír que le dice a sus amigos. 

Reacciono tarde al ver cómo se lleva el teléfono de Cordelia al oído. Se refiere a mí. No he contestado ninguno de sus mensajes. Saco rápidamente el móvil de los bolsillos. En el intento de silenciarlo antes de que sea demasiado tarde, me tropiezo cayendo encima de mis instrumentos de limpieza. El agua enjabonada se derrama, y me muerdo el labio inferior, reprimiendo el dolor de la repentina caída.  

—¿Y eso? —Escucho a lo lejos. 

—Debió tratarse de una rata —responde Cordelia. 

Su ingeniosa respuesta le saca una carcajada a Viktor, dado que es imposible que se trate de ello. Este teatro es el único con el que cuenta el pueblo, pero está bien cuidado y forma parte de la historia de Napdale.  

Apresuro la marcha, de cualquier forma ya se me estaba haciendo tarde. Debí intuir que Vik querría contactarme. Por la hora, cree que estoy próximo a dejar el móvil en la plaza pública. Debería estar en ello, pero no pude resistir la tentación de ver cómo le iba a Miranda hablando con ellos. Lo manejó bien, y nuevamente si no fuera por mi estupidez, todo habría salido sin problemas. 

De todas maneras, la saqué barata. La visita podría haberme tomado de imprevisto, y Viktor se habría enterado de mi realidad del peor modo; sin que salga de mis propios labios. 

Mientras me encamino a la plaza, no puedo dejar de darle vueltas a ello. A que si no hubiera sido por Cordelia ya habría sido descubierto. Me salvé gracias a su advertencia y a su broma de mal gusto. 

Creo que al igual que a Miranda, le debo una, y no sé si eso es bueno o malo.

🩸



Reviso una última vez el mensaje anónimo. Fue muy específico en sus instrucciones. Debo depositar el teléfono frente a la compañía de bomberos, debajo de la tercera banca junto a los juegos. Si llevo compañía, si me descubre observando de lejos estaré perdido. La amenaza fue recalcada más de una vez. 

Las probabilidades de fracasar son altas. La tentación de quedarme el tiempo que sea necesario para descubrir quién está detrás de todo también lo son. 

Pero desde la mañana he seguido el plan de Viktor, y quedarme más tiempo del necesario en la plaza no forma parte de el. Según su plan, era una buena idea seguirle el rollo a nuestro acosador. Actuar como siempre, para que no se percatara de que los dos ya estamos al tanto y que hemos unido fuerzas. Por ello, le envié una respuesta temprano, fingiendo que pude robarle el celular a Viktor.  

Y, hablando de acoso, al echarle un vistazo al historial de mi teléfono, me percato que junto a las llamadas de Viktor, tengo ciento seis mensajes de papá. El solo recordar cómo fue nuestra última interacción me revuelve el estómago. Intento dejar a un lado todo eso, para poder concentrarme apropiadamente en esta misión, pero no es tan fácil. 

Así y todo, finjo normalidad en el instante en que dejo el celular en el sitio acordado. Las personas transcurren tranquilamente. Las familias están pendientes de cuidar a sus niños. Para nadie mi actitud ha sido sospechosa. 

Cuando creo que ya todo salió bien, me sobresalto al sentir que me atacan por detrás.

Solo que no es un ataque. 

Es un abrazo. 

—¿Qué...? —No alcanzo a terminar, porque me permite voltear y apreciar esos ojos verdes—. ¿Qué haces aquí, Vik? Podría ser peligroso.

—Lo es, pero vine a buscarte. 

—¿A buscarme?

—Es lo que dije —sonríe dulcemente, como si no estuviéramos frente al enemigo—. Es cierto que no debemos confiarnos, pero ya ha sido suficiente de esto por hoy. Celebraremos nuestra victoria en un sitio especial. 

—¿Cómo estás tan seguro de que todo saldrá bien?

Vik parece pensativo. El gesto que hace, llevándose los dedos al mentón, como si buscara las mejores palabras para transmitirme seguridad me resultan algo tiernas. 

—Elijo creerlo. Así como decido pasar el resto del día contigo. —Me ofrece su mano. 

La acepto, en tanto me rindo en la pretensión de quedarme en una arriesgada vigilia. 

—¿A dónde iremos?

—Es una sorpresa. 

Pide un taxi por los dos. Y cuando ambos ya vamos en camino al destino, me comenta sobre el plan que tiene para atrapar a nuestro acosador. Su móvil será el que nos lleve al lugar dónde reside ese desgraciado. El rastreador debería hacer lo suyo. Tobias quedó en seguirle la pista, aunque esa parte no me termina de convencer. Según él era su manera de pedirnos perdón, y así podríamos descansar un poco de toda esta locura. Vik no piensa mal porque a fin de cuentas es su amigo íntimo, pero a mí nada me saca de la cabeza de que Tobias podría estar involucrado de una u otra forma. 

—También creo que tengo una nueva teoría —dice Vik, mientras me acaricia la mano—. Pienso... que el asesino podría ser un empleado del teatro Garnik. No te lo comenté, pero fuimos hoy día. Fue idea de los muchachos. 

—¿Por? —trago saliva, nervioso. 

—¿Recuerdas que contraté a un detective privado? Ha hecho lo suyo para infiltrarse en conversaciones con los policías del pueblo y en sus despachos. Le sacó fotos a los informes que encontró sobre el caso, pero hay un nombre que está borrado de los archivos. Solo sabemos que fue interrogado después de la muerte de Gavin, pero nada más. Incluso hoy día hablamos con una de las empleadas y tampoco quiso decirnos algo al respecto. Solo que se llama Barthos y algunas cosas vagas, creo que podría haber estado mintiendo. Es extraño. 

Sé que está hablando de mí. Aunque Vik ni se lo imagine, yo soy la persona de la que está sospechando. 

—Pero... eso no significa que...

—Lo sé —me interrumpe—, pero... hay algo que no me termina de cerrar. Por eso... quería pedirte que también le des riendas a tus contactos. 

¿Contactos? 

Debo hacer memoria para entender a cuál de todas mis mentiras se refiere. 

—El policía que conoces, el que le envió saludos a tu padre... Tal vez interrogó a ese empleado o conoce al policía que llevó a cabo la investigación. Nos vendría bien. 

—Eh... Claro, no hay problema. —Me trago el nerviosismo. 

—Ves que somos un gran equipo. —Me quita el cinturón del auto únicamente para abrazarme—. Y la próxima vez respóndeme, me tenías preocupado. 

Le prometo que no volverá a ocurrir. 

Ya no lleva puesto el traje con que lo vi en la mañana, sino una remera cómoda y holgada y unos pantalones de jeans. También, trae la gorra que pretende disimular su llamativo cabello. 

Aprovecho que los brazos están al descubierto, para recobrar la calma contando esos tres lunares en fila india que posee en su brazo, pero cuando estoy por llegar al tres me doy cuenta de que siempre han sido solo dos. Es impresionante la cantidad de cosas que creía saber de Viktor Flender gracias al mundo del internet y que terminaron siendo erróneas e imprecisas. Ya podría hacer toda una lista.

Quiero recobrar la emoción por esta salida de ensueño, especialmente cuando de reojo aprecio la mirada que me dedica Vik, cualquiera pensaría que la atracción que siente por mí va aumentando a medida que pasamos más tiempo juntos. Pero, es difícil emocionarse cuando una parte de mí pide a gritos que sea sincero, antes de que crea que soy la persona detrás de los asesinatos y amenazas. 

Estoy perdido.


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