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Capítulo 1

ISAAC

«Soy un mediocre». 

Es lo primero que pienso al abrir los ojos. 

Lo que me espera este día no es algo que me entusiasme. La verdad, ni un poco. Preferiría perder el tiempo admirándolo... y leyendo toda la información que me sé más que de memoria. 

Viktor Flender, más conocido como «Vik» me ha robado el sueño desde los doce años. Y no solo a mí, sino que a todas las mujeres de este planeta. Su nombre siempre está en el top de búsquedas, y sus canciones son un mantra en cada tienda comercial.  

Nació en Cracovia, Polonia, un veinticinco de julio de mil novecientos noventa y cinco. La misma fecha en la que yo nací, solo que cinco años después. Y mientras él ha tenido una vida exitosa, la mía ha sido más bien lo contrario. Somos completamente opuestos, y las posibilidades de conocernos una en un millón, pero aquí estoy viendo una vez más las imágenes colgadas en todo mi cuarto. Me conformo con esto.  

El ritmo onírico al que se deslizan mis ojos pierde su compás ante la repentina intrusión y movimiento de la manecilla del reloj. El antiguo reloj cucú anuncia las ocho de la mañana. 

Suelto un último suspiro, que solo demuestra mis pocas ansías de comenzar el día. Me he adaptado a este ritmo que impone la vida. No obstante, esa inserción ha salido bastante mal.  

Si tan solo haber nacido maldecido con no tener talento alguno, hubiera sido compensado con un buen rendimiento laboral tal vez (y solo tal vez) no me sentiría tan miserable. 

Muchas personas detestan la normalidad. Yo en cambio, la anhelo profundamente. Ser uno más, ser útil en una sociedad que me ha marginado haciéndome sentir incapaz y débil. Es como si vieran que viene "Isaac Foster" y la gente huyera en dirección contraria. Nadie quiere un trabajo mal hecho, ni retrasos. Es ser un estorbo, esa mala semilla que no sirve para nada. 

Pero... «Hoy será diferente» me animo a mí mismo, forzando una sonrisa. Comenzaré a trabajar en el "Gran Teatro Garnik" que de grande no tiene nada, pero es lo mejor a lo que pude aspirar. Mi tarea se limita a mantener el orden y limpieza. 

Esta puede ser mi oportunidad. Nuevo trabajo, buen augurio. Mejores cosas están por venir, y quizá esta mala fama que me acompaña termine siendo un mal recuerdo. 

—¿A que sí, Vik? —le hablo al póster, mi última adquisición y más preciada. 

Ya he terminado de vestirme cuando paso una vez más frente a él.  Reconocerme a mí mismo que es Vik quien me ha sacado a flote una y mil veces sin siquiera saber de mi existencia es algo patético. Sin embargo, me permito ser patético estando a solas. Aunque bueno, si se le preguntara a cualquiera del pueblo por mí seguramente la primera palabra que saldría de sus labios sería "patético", así que no sé qué tan privado sea aplicarme ese término a mí mismo. Solo puedo decir que estoy de acuerdo en ello, aunque quizá es porque todos me lo han hecho creer. 

Detengo esos pensamientos, enfocándome en la majestuosidad de mi última adquisición. Gastar parte de mi último salario en adquirir una imagen exclusiva de su presentación fue la mejor decisión que podría haber tomado. 

Paso los dedos por su cabello platinado, casi como si pudiera sentirlo. Para mí no hay diferencia, la sola idea de que las yemas de mis dedos estén apreciando tal retrato es irreal y utópico, algo a lo que no me acostumbro a pesar de hacerlo varias veces al día, cada día. Bajo por sus ojos verdes, por esas pestañas rizadas, y cuando ya me he quedado el suficiente tiempo admirándolas llego al fin a esos labios gruesos y bien definidos. 

La llamada al teléfono me impide seguir en aquel viaje de ensueño. Inquieto, doy respuestas imprecisas al darme cuenta de que se trata de mi jefe. Voy atrasado, y lo más seguro es que esto sea un rotundo fracaso incluso antes de empezar. 

Le doy las atenciones necesarias a mi padre. Aparenta ser jovial, pero hace tiempo que los años le han pasado la cuenta, no logra esconder su malhumor por completo. 

Y una vez que termino, guardo la botella con agua y una pequeña colación en el bolso con bordado de un ciervo, es mi favorito.

Al salir, solo puedo pensar que esta vez la suerte esté de mi lado. Si es que tal cosa existe. 


Hacer el recorrido habitual es reconfortante. En una mañana helada como esta no transitan muchas personas. La mayoría ya se encuentra en el trabajo o en la escuela. Los mismos perros callejeros en las esquinas de los negocios buscando un sitio dónde descansar. Las mismas grietas en las calles que por su estado deben llevar varios años siendo ignoradas. "Napdale" es un pueblo tranquilo, tan pacífico como el lago al norte de la localidad. Quince minutos nos distancian, pero es la atracción turística más cercana. 

Mientras camino llevo el teléfono en una mano. Oír su voz por los auriculares es increíblemente satisfactorio. Se oye tan cerca que fácil podría ser un susurro en el oído. La voz de Vik es suave y lenta, y antes de llegar al coro se le escapa un gemido bajo que dudo que no haya sido planeado. El video no es tan elaborado, pero la combinación de su imagen con esa voz hipnótica llevaría al cielo a cualquiera. 

Le pongo pausa en el minuto dos con cincuenta y cuatro, la mirada que coloca y el recuerdo de la trigésima vez que la pausé llega repentinamente a mi cabeza, haciendo que me ruborice. Ese día había llegado muy frustrado a casa, y otra vez fue Vik quien se convirtió en mi consuelo en un día gris. Fue esa expresión, y el gemido que escapa de sus labios...  

El recuerdo se difumina ante la falta de coordinación y consciencia de mi alrededor. Me he dado de bruces contra la puerta. 

Me obligo a levantarme y a abrirla. El dolor punzante en la nariz me fuerza a mantener una mano sobre esta, cualquier calor repentino queda en el olvido. El supervisor me inspecciona con una clara mueca de disgusto, haciéndome sentir con solo una mirada todo lo que cuchichean de mí a mis espaldas. 

Cuando ya he guardado mi bolso, y tengo todo el equipo de limpieza, veo uno que otro video de Vik en el móvil. Al no saciar mi curiosidad, paso a revisar sus historias de Instagram. La última de ellas fue hace horas en un avión, aunque no puso el destino. 

Eso solo puede significar una cosa. 

Guardo el teléfono e intento dejar lo más brillante posible el baño mientras me aguanto el mal sabor de boca. Vik lleva un tiempo haciéndolo. Un tiempo muy reciente. Antes era un alma más bien solitaria, pero de un día a otro se volvió uña y mugre de ellos (Cordelia y Tobias). Ambos tienen vidas reservadas, pero es sabido que no poseen la fama de Vik. Por supuesto que pertenecen a familias poderosas, pero ni de cerca están a su altura.

Y dado que de momento no hay giras anunciadas, y que el objetivo del misterio es escapar de los medios, lo más seguro es que se ha ido de vacaciones con ellos. No me gusta cómo es cuando están juntos. No sabría explicarlo, pero algo cambia en Vik.

Salgo del baño mientras sigo dándole vueltas a su paradero, y en la estrategia que habrán usado para engañarlo y atraerlo a sus redes. 


🩸


La función del día me da un descanso de la larga jornada. Y no solo a mí, también a mi compañera de trabajo con la que no he intercambiado ni una palabra. Es más, como si tuviera tiña ha decidido alejarse lo más posible de dónde me encuentre. Ahora mismo, el desierto pasillo es una metáfora de mi solitaria vida. 

Relajo los hombros, convencido de que nadie me está observando. Sin embargo, el supervisor aparece repentinamente, dando pasos apresurados por la escalera. 

El nerviosismo me vuelve torpe, perdiendo una vez más el equilibrio. Esta vez, hago que el balde con agua y jabón se dé vuelta. El hombre cae resbalándose en medio de improperios. 

—¡Pero qué pedazo de inútil! 

—Disculpe... Yo... —Busco las palabras que me saquen de este embrollo, pero sé que nada me salvará. Me tiene en la mira desde que di el primer paso en el teatro. 

—¿Acaso te di permiso para hablar? —suelta con prepotencia—. No tienes remedio, Isaac. Cuando reporte la situación te sacarán a patadas de aquí. Solo por lástima te dieron cupo, y bueno, por algo de aprecio a tu padre, pero fue una pésima decisión. 

No hay espacio para sentir pena por mí mismo. Ya he perdido demasiados trabajos, perder este tan pronto manchará mi historial, y de por sí no ha sido fácil conseguir empleo. 

—Por favor... necesito est...

—¿Además de imbécil eres sordo? —pregunta, pero en verdad no me da chance de debatirle. 

Se sacude la ropa. Le echa un vistazo rápido a su teléfono, y reemprende su camino, como si hubiera recordado algo importante y yo no fuera más que un estorbo. 

Me caen unas cuantas lágrimas al pensar en las consecuencias de este desliz. Bastaron unos segundos para arruinar un día regular. 

Las limpio con prisa, cuando me percato que alguien se aproxima. A lo lejos lo veo subir las escaleras. Su actitud es algo sospechosa, ya que se baja la gorra, como si quisiera ocultar su rostro. Luego, se queda a escasos metros de mí y enciende un cigarrillo. 

Cualquier preocupación por el futuro queda suspendida ante lo que ven mis ojos. Me tiembla la mano, por lo poco que me permite ver de sus facciones, esas que conozco detalle a detalle, más que nada me despierto con esa imagen cada día.  

No. Puede. Ser. Es. Imposible. 

Otro creería que me he vuelto loco, que solo es alguien que se parece demasiado. Pero yo distingo perfectamente esos tres lunares en fila india que tiene en el brazo, así como los tatuajes que adornan su piel. El hombre a escasos pasos de mí es Viktor Flender, de eso no tengo duda alguna. 

Sigue fumando, cada calada es lenta, pero profunda. La mirada la mantiene perdida en algún punto que no consigo precisar. Parece algo reflexivo, como si no hubiera tenido un buen día. 

Me llevo la sorpresa de la vida cuando voltea en mi dirección. Seguramente no fui precavido ni disimulado en mi fascinación de admirarlo.  

—Lo siento... Creí que nadie estaba mirando... —Sonríe suave. Cree que lo estoy juzgando por tirar basura en medio del pasillo, pero a mí me sorprende más el hecho que piense que una gorra es disfraz suficiente para no reconocerlo—. Ahora que lo pienso eso no me justifica para nada, ¿no es así?

De pronto, despierto de la ensoñación. 

¿Me está hablando?

¿Vik me está hablando?

Dios, esa media sonrisa no puede estar dedicándomela. 

Esto debe tratarse de un sueño. Sí, eso tiene muchísimo más sentido. Sigo dormido en mi cuarto y pronto despertaré. Solo es mi subconsciente dándome otra vez esa dosis que espero con ansias cada noche. 

Rio como desquiciado, porque aunque solo sea un juego de mi cabeza, los nervios igualmente se hacen presentes.  

Vik alza una ceja, analizando mi extraño comportamiento.

—Oye, ¿estás bien?

—Yo... Yo... 

—Sí, tú. 

—H-hola, este... Yo... —Estiro el brazo en espera de un saludo mientras sigo atragantándome con mis propias palabras. 

Nuestras manos están a nada de encontrarse, pero el saludo se queda a mitad de camino.

—También quiero. —Un muchacho que reconozco de inmediato le arrebata el cigarrillo de sus labios. Se lo lleva a la boca en tanto mantiene una expresión algo arrogante. El gesto me parece demasiado íntimo. 

—¿Falta demasiado? —Una voz intrusa se hace presente. Deduzco que se refiere a cuánto le queda a la función. 

Volteo hacia el origen de esa voz, percatándome de que Tobias no es su única compañía, Cordelia también está aquí. 

Comprobar mi teoría me habría hecho sentir satisfecho y furioso por partes iguales. Sin embargo, tardo en reaccionar como lo haría habitualmente, porque aún no puedo quitarme de la cabeza que esté respirando el mismo aire que Vik. Evidentemente siempre lo hemos hecho, pero no a una distancia tan escasa, y la verdad nunca lo he visto como alguien alcanzable. 

Elevarlo a la categoría de un dios debe ser un pecado, pero no puedo pensar en él de otra manera que no sea esta. Y un dios no comparte espacio terrenal con personas como yo. 

Con la presencia de Tobias y Cordelia mi existencia ha quedado en un segundo plano, así como la posibilidad de tocar su mano se ha vuelto nula. Solo queda conformarme con oír la carcajada que en este instante suelta Vik ante una broma que le ha jugado Tobias. Pero algo capta mi atención en esa risa, no es la misma que se le ve en los medios. Esta es superficial, fingida. Una réplica de la que estoy acostumbrado a ver, pero sin su alma. 

Me pregunto si es que acaso estará triste, de seguro eso debe ser. ¿Quién no lo estaría con esa compañía? Tobias y Cordelia son engreídos y extravagantes. Decir que los odio desde la primera vez que vi una fotografía de los tres juntos es poco.

El odio se acumula con cada acercamiento al cual ya tendría que estar acostumbrado, pero este no parece tener fondo ni ancho suficiente. Tal vez lo peor es reconocer que se trata de odio mezclado con envidia. Me encantaría ser uno de ellos, meterme en su piel y compartir con Viktor tantas horas del día como sean posibles. Admiro la elegancia y porte que poseen, esa capa de intelectualidad que atrae cual imán. 

Odio que Tobias tenga el cigarrillo que tocó sus labios, que indirectamente comparta saliva con él, aunque solo sean gotas pequeñas e imperceptibles. 

Respiro profundo. Solo es un sueño, o más bien, una pesadilla tal y como pinta el escenario. 

Y es que sí, se acerca más a un mal sueño si tengo que ver con mis propios ojos a Cordelia y Tobias con Viktor, y si además me quedo sin empleo. 

Sin embargo... esto es raro. El aroma a desinfectante que desprenden mis manos, el frío que de pronto, me ha congelado la nariz. Mis pensamientos... La vergüenza ante el papelón frente al supervisor.  

Estoy demasiado consciente de que estoy soñando.

El dolor me abruma y a la vez me libera cuando me pellizco con fuerza. 

Mierda.

La función ha terminado, y una multitud pequeña, pero suficiente se aproxima corriendo en dirección a Viktor, lo han reconocido. Cordelia y Tobias lo alertan, haciéndolo reaccionar y llevándoselo del brazo. Al parecer se han escapado de su mánager y guardaespaldas, lo que en este caso no es nada bueno. 

Huyen, y cuando la multitud pasa corriendo sigo idiotizado por el repentino encuentro.  

Todo. Fue. Real. 

«Estuve a punto de tomar su mano».

No puedo quitarme ese pensamiento de la cabeza. 

No sé cómo llego a casa, ni en qué momento me duermo. 

No recuerdo la voz de mi padre, regañándome como suele hacer cada vez que regreso al hogar. Tampoco la textura de las sábanas arropándome por la noche. 

Únicamente vuelvo a percibir por completo mis sentidos al otro día, ante la intervención de papá en la mesa. Es temprano, el desayuno; avena y leche espera por mí. 

Son dos comentarios los que me hacen pestañear rápidamente; dos noticias que se han tomado el protagonismo en las últimas horas. 

Los rumores de la presencia de Viktor en el pueblo. 

Y que a mi supervisor lo han encontrado muerto. 

Pero, el golpe definitivo me lo llevo cuando regreso al cuarto en busca de mi bolso. 

Al abrirlo, la ropa que usé ayer está cubierta de sangre.

Sangre que no es mía. 

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