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Capítulo 9. Parte 1 de 2

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"Hola mamá, ¿cómo está todo por allá?

Anoche llegamos a la cima del cerro Champaquí. La vista desde acá es impresionante. Elena se descompuso a mitad de camino y pensamos que podría estar infectada, así que la dejamos a su suerte con todo lo necesario para sobrevivir, dentro de dos días vamos a pasar de vuelta y sabremos si estaba infectada o solamente descompuesta. No podíamos arriesgar el éxito de nuestra misión, pero es inteligente y sabemos que puede cuidarse por si sola. No es necesario que te preocupes por mí. Como sabrás, soy de los pocos inmunes al virus.

Después de haber fallado en nuestro propósito subiendo al cerro Uritorco, encontramos lo que buscábamos. El cerro Champaquí es muy difícil de trepar y lleva tres días. Está nevando, hay demasiado viento, y las fuerzas de seguridad no se acercarían ni por casualidad. Me gustaría enviarte una foto, pero no conseguí ninguna Polaroid, ni de las antiguas ni las actuales. Sé que de todas maneras sería demasiado riesgoso enviar una foto semejante por carta, pero sabrías que lo logré, que guié al equipo usando mis mejores habilidades y nos traje hasta acá sin problemas mayores.

Aún así puedo describírtelo: hay algunas nubes en el cielo, del sur viene un frente frío que se va a convertir en lluvia. El cielo está azul, es un celeste hermoso que uno no acostumbra a ver ni siquiera dentro de la niebla, donde esta extinguido cualquier color vívido. El sol es peligroso, no lo vemos hace tanto tiempo que con pocos minutos de exposición comenzó a causar estragos en nuestra piel, pero la calidez y la vida que emite es increíble y me gustaría que todos ustedes no lo hubieran dado por sentado todo este tiempo.

Alan todavía sigue configurando las antenas y aparatos que construyó, parece que va a llevarle unas horas más. Lo único que vemos al mirar hacia abajo es un manto blanco que se extiende hasta el infinito, como un campo de algodones, o una gran frazada blanca que no termina en ningún lado y se cae por donde empieza la curvatura de la tierra. Todo esta cubierto, excepto nosotros, y algún que otro pico por allá al norte. Quizá sea algún sobresaliente del Uritorco, si hay personas ahí, no van a poder creer lo que están viendo. Esto implicaría que la niebla no es siempre estable, sino que sube y baja dependiendo de las condiciones, de lo cual Alan se está encargando de averiguar.

Cuando tengamos los resultados te los voy a enviar como reportes de misión de baja importancia, para que el gobierno no los revise. No te olvides de encontrar un sustituto para mí ya que para ellos tengo que parecer activo. No busques ningún inútil porque no quiero que mis puntajes caigan, por favor. Te extraño.

Matías."

—Qué pedazo de inútil que pusiste para remplazarlo, ¿eh? —hablé a modo de chiste para intentar suavizar un poco la situación.

Mateo se levantó de la mesa sin decir una sola palabra y se fue. Ana María Romero, la agente, su madre, se quedó sentada en la mesa sin decir palabra alguna. Laura tenía una actitud seria y firme porque ese era su rol en ese momento, y para mí era casi irreconocible. Un par de meses pueden cambiar mucho a una persona.

—¿Fue usted la que secuestró a su propio hijo aquella tarde en Villa Keller?

Romero asintió.

—¿Él lo sabe?

—Desde que llegó.

La expresión de Laura se suavizó un poco. Yo sentía el impulso de ir a acompañar a Mateo. Pocas veces en mi vida lo había visto triste o enojado, de hecho el que siempre se enojaba era yo y él se tomaba todo a juego. Evidentemente tomarme esta noticia a juego no había funcionado, pero en fin, supongo que esta es una situación diferente.

—Usted entiende cual es nuestro próximo objetivo, ¿cierto?

—Sinceramente no entiendo por qué hago la mitad de las cosas que me dice que haga —respondió Romero mirando fijo a Laura. —Pero igual las hago, porque usted me aseguró que de eso dependía la seguridad de mi familia...

Familia... Mi familia estaba en las manos... o en las garras de Fausto Roth.

—...así que por qué no me facilita las cosas y me dice qué carajo estoy haciendo, y con gusto voy a seguir ayudándola. De otra manera preferiría estar haciendo papeleo para Bienestar Social dieciocho horas al día en una oficina y no me interesaría nada más. Pero ya no puedo porque mis dos hijos están en riesgo, entonces ¿por qué no se baja del puto traje durante un minuto y me dice qué es lo que está pasando?

La expresión de Laura se notaba perpleja. Con semejante rango en el brazo derecho, nadie se había atrevido a hablarle así nunca. Después de unos segundos, habló con calma

—No importa si no podemos deshacernos de la niebla, no importa si no podemos deshacernos del virus, no somos mas de diez personas trabajando en esto. Lo importante para nosotros es que la verdad salga a la luz. Pero para eso necesitamos evidencia, necesitamos algo que mostrarle a la gente, y en eso está trabajando el verdadero Matías Valencia ahora mismo. Somos cincuenta millones de personas en Argentina. Menos de diez personas no pueden hacer nada contra un gobierno corrupto, pero cincuenta millones si.

Romero no respondió. Tenía la punta de la nariz roja y los ojos humedecidos, a punto de desbordarse. Parecía que terminaría quebrándose si intentaba decir cualquier cosa, y estaba evitándolo a cualquier costo.

—Puede hablar con nosotros, agente —Dijo Laura —¿Hay algo que necesite decirnos?

Romero se mantuvo en silencio de nuevo, intentando mostrarse lo más fuerte que podía, con la vista fija hacia el frente y sin hacer ningún gesto.

—Agente... —volvió a llamar Laura en voz alta apoyando la mano sobre la mesa. Ya se había metido en su papel de comandante del ejército otra vez.

Respiré profundo esperando no comerme alguna cachetada o algo por el estilo. Apoyé mi mano sobre la mano de Laura y lentamente la ayudé a deslizarla fuera de la mesa mientras ella me observaba con expresión de "¿Qué carajo estás haciendo?". Acto seguido, arranqué las tres estrellas de su hombro, las cuales estaba usando para obtener toda la información que quería y por la fuerza. Cuando puse la mano cerca de su pistola, la cual llevaba agarrada un poco por encima de la rodilla, se sobresaltó y no me dejó tomarla. La miré a los ojos como lo había hecho siempre antes de que todo explotara, para que confiara en mí, esperando que me reconociera dentro de esa mirada y se acordara de lo que en algún momento signifiqué para ella.

Soltó la pistola y me dejó tomarla, mientras yo por dentro rogaba no apretar el gatillo ni hacer un desastre por accidente. Seguí mirándola a los ojos y para mi alivio, ella tampoco dejó de hacerlo. Aún así, su expresión y su color seguían intactos, mientras que yo estaba probablemente demostrando de todo, como un estúpido, al punto que casi parecería una mala educación frente a Romero.

Una vez que tuve la pistola en la mano la arrojé hacia el sillón que se encontraba a pocos metros.

—Nunca más en tu vida vuelvas a lanzar una pistola así. Podrías haber matado a alguien.

—Entendido.

Ahora sí miré hacia otro lado, me sorprendió que ella no lo hubiera hecho primero. Romero miraba fijo hacia la mesa y había aprovechado la distracción nuestra para limpiarse las lágrimas. Se aclaró la garganta y llamó.

—Mat... ¿Mateo?

No hubo respuesta. Esperó unos segundos antes de llamar de nuevo. Después del segundo llamado, Mateo anunció desde la habitación contigua.

—Puedo escuchar desde acá. No me molesten.

Romero se aclaró la garganta nuevamente y comenzó a hablar

"Nací acá en Puerto Nowak, y viví los primeros quince años de mi vida acá mismo, a pocas cuadras. Éramos mi mamá, mi papá y seis hermanos más. Por ende, la vida no era fácil para nosotros porque ninguno de mis papás tenía un título o un trabajo estable. Ahora, sé que la historia les va a resultar conocida, es bastante cliché, pero es el problema por el que pasan más de la mitad de las familias del país. Y acuérdense de esto, al gobierno le encanta tener los números, pero no hacen nada al respecto. Sabemos que son más de la mitad del país porque ellos investigan, hacen números, cálculos y nos reducen a nada más que estadísticas, pero no hacen realmente nada por nosotros. Para ellos Mateo no es nada más que el habitante 22114 de Villa Keller.

La cuestión es que no estábamos en buenas condiciones, nuestra educación no era la mejor, y a la edad de quince años quedé embarazada. Cuando nació Matías Valencia, mi papá me echó de la casa porque no podía mantenernos a todos y adicionalmente, un bebé y el papá del bebé, quien tampoco hacía mucho por nosotros. Así que obviamente tuve que buscar un trabajo que pudiera alimentarme a mí y al bebé, porque poco tiempo después, el padre de Matías desapareció de la faz de la tierra y nunca lo volví a ver.

El día que me fui de casa de mis padres no tenía plata, no tenía refugio, no tenía ningún lugar a dónde ir y rogaba encontrar algún trabajo esa misma tarde con mi hijo en brazos, lo cual no era una muy buena imagen porque nadie quiere contratar una chica de dieciséis años que ni siquiera terminó la escuela secundaria, que lleva un bebé y no hay ningún padre a la vista. Esa tarde caminé por horas, yendo de almacén en almacén, de supermercado en supermercado, de fábrica en fábrica, esperando aunque sea conseguir un trabajo de limpieza, cosa que si me las ingeniaba, podía hacerlo con Matías a cuestas hasta que aprendiera a caminar. Si había un lugar que podía aceptarme trabajando en semejante condición, tenía que ser un lugar donde viera muchas cosas fuera de norma, entonces me alejaba de las zonas adineradas y buscaba trabajo en las zonas más pobres, paradójicamente.

Mientras atardecía me dirigí a la plaza central, con las piernas adoloridas, con hambre y muy pocas expectativas de sobrevivir. Esa noche dormí en un banco de la plaza y por suerte nadie se acercó a molestarme o pedirme que me fuera. No lloré, no se me cayó una lágrima porque sabía que nada se había acabado todavía, y que tenía que ser fuerte porque a comparación de lo que podía llegar a pasarme más adelante, esto no era nada.

Dormí un par de horas intermitentemente, y cuando amanecía, Matías comenzó a llorar. Me senté en el banco y a unos treinta metros de mí había un hombre de traje haciendo una llamada telefónica mientras me miraba fijo. Obviamente estaba llamando a la policía porque no se permite a nadie dormir en los bancos de la plaza. Los agentes no tardaron más de dos minutos en venir, y sin resistirme me dirigí al patrullero. No me dijeron nada. No me pidieron que me fuera del lugar o me preguntaron qué hacía ahí, simplemente me escoltaron hasta el auto sin decir una sola palabra y yo accedí porque tenía más chances de ser ayudada por alguien si me movía que si me quedaba quieta en el mismo lugar. Habrán escuchado que la clave de la supervivencia es mantenerse en movimiento y aplicó tanto para los humanos primitivos como para nosotros hoy.

Fui llevada a la zona comercial adinerada, justamente la que pretendía evitar. Ahora sí las cosas no pintaban bien para mí. En aquel momento pensaba que ir a parar a una comisaría y pasar un día adentro de una celda era mejor que volver a dormir pocas horas en el incómodo banco de una plaza. Sentí un gran peso en el pecho cuando vi el auto detenerse frente a un edificio porque podía significar muchas cosas y ninguna buena. No podía afrontar una demanda, no era una prostituta, no iba a dejar que me quitaran a mi hijo jamás. Las ideas seguían surgiendo y el miedo no me dejaba controlar el torrente de pensamientos.

Los policías se bajaron del vehículo y me dejaron en el asiento de atrás. Los vi apoyarse contra una pared mientras fumaban. La calle aún estaba bastante vacía y la mañana estaba helada. Si gritaba, nadie podría escucharme.

Pocos minutos después apareció un hombre, por la puerta del edificio grande. Les hizo una seña a los policías, se acercó al auto y se paró frente a la puerta. Pude escucharlo decirme algo casi ininteligible del otro lado del vidrio.

—¿Puede dejarme entrar? Está helado acá afuera.

Descubrí que todo ese tiempo podría haber abierto la puerta y huído, si los policías se distraían lo suficiente.

—No.

—Está bien, puedo aguantar acá, pero necesito que abra un poco la puerta así puede escuchar mi propuesta.

Sosteniendo a mi bebé con más fuerza de lo usual, abrí un poco la puerta y me alejé de ella rápidamente. Estaba en un estado de alerta máxima y lo que más me aterraba era que me quitaran a Matías.

La puerta se abrió completamente por sí sola. El hombre no entró al auto sino que se sentó en el cordón de la vereda.

—Ana María Romero, ¿cierto?

—¿Cómo sabe usted?

—Uno de nuestros agentes te vio buscando trabajo en uno de los barrios altos. ¿Cuántos años tenés?

—Probablemente ya lo sabe, ¿para qué me lo pregunta?

El hombre hizo una expresión de sorpresa y luego bajó la mirada semi-sonriendo.

—Está bien. Voy a ir directo al grano. Asumo que no voy a tener mucho éxito haciendo que confíes en mí si no voy directo con la verdad. Yo trabajo en este edificio que ve detrás de mí, seguro conoce la marca, solo somos una compañía de seguros. Sabemos que el gobierno no se está enfocando demasiado en las personas de su... clase... Y no parece que vaya a hacerlo en el futuro cercano, entonces lanzamos una operación a la que llamamos Programa RescatAR, donde buscamos a personas en su condición, les proveemos una capacitación y un trabajo en nuestra compañía, a cambio les ofrecemos un humilde sueldo, un lugar donde quedarse y algunas cosas más que podemos hablar mejor en una oficina donde ambos estemos más cómodos...

—No lo sé. Suena demasiado bueno para ser verdad.

—Eso es porque jamás nadie te ofreció algo similar. En nuestro mundo, la gente es buena, nos ayudamos entre nosotros, lo importante no es el dinero, o la fama que tengamos o el edificio donde trabajemos, sino que todos estemos en condiciones dignas. Por lo tanto queremos ofrecerte esto. De hecho podés hablar con otras chicas como vos que pasaron por la misma experiencia y ahora son uno de los nuestros.

Me pregunté qué sería realmente ser uno de los suyos. Me pregunté si solamente me estaba vendiendo un producto, como hace toda la gente experta en marketing en esos edificios altos. Me pregunté si yo me terminaría convirtiendo en el producto eventualmente, o quizá mi hijo... Algo era cierto, y era que no tenía idea de lo que pasaba o de lo que había en esos círculos sociales. Podía estar diciéndome algo cierto de alguna manera... El problema de las mejores mentiras es que son verdades a medias, y considerándolo, si alguna de esas cosas que me decía era un 10% de verdad, era mejor que volver a dormir en la calle o tener que volver a mi casa y que me volvieran a echar.

—Por supuesto, la seguridad de su hijo es una de nuestras prioridades, pero para eso tiene que confiar en nosotros.

Matías se había despertado, me miraba con ojos grandes pero no lloraba. Era un muchacho fuerte.

El hombre me observaba fijo esperando una respuesta. Tenía una barba prolija y bien recortada, su traje tenía detalles que una persona pobre o un estafador no podía pagarse o no podía considerar en preocuparse por ello. Sus ojos inspiraban confianza, pero hay gente que estudia para eso. Podía ser todo una portada, o no. Podía ser una oportunidad real, o no. Necesitaba la evidencia que me decía que tenía, aquellas otras chicas a las que le fue bien.

—Mirá esa chica en la recepción —me dijo apuntando hacia el interior del edificio. No podía verla con claridad pero era cierto que había una chica bastante joven en aquel puesto. —Usted tiene un atractivo particular y estoy seguro que podría explotar su potencial en aquel puesto. Aquella interna ya no trabajará en la recepción mucho tiempo más, porque está a punto de ser ascendida. Puede acercarse a ella y pedirle que le cuente su experiencia y si la convence, podemos conversar más a fondo.

Inspiré profundamente. Honestamente no tenía nada que perder así que simplemente di el salto de fe.

—¿Como es su nombre?

El hombre sonrió, se puso de pie y me extendió su mano para que lo saludara.

—Alejandro Berkey, de Rothsafe Seguros.



continúa...

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