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06


El momento finalmente había llegado.

Volví a mi casa esa tarde, recibí los insultos clásicos de mi mamá, ya que había estado preocupada por haber pasado toda la cuarentena de la tarde fuera de casa. No le respondí, porque aún tenía que procesar todo lo que había aprendido ese día. El recorte de diario, el documento, las cosas que sabía Fausto. Todo resultaba demasiado para que una sola persona la procesara. Como deseaba tener a Mateo, a Laura cerca para poder contarles, pero se los contaría llegado el momento porque todo esto que estaba arriesgándome a hacer, era por ellos.

"No puedo hacer nada por usted más que encargarme de su familia." Declaró Fausto.

No pude obtener nada más que la información que me dio y las cosas tal y como me las explicó. Dentro de esta información, había un boletín publicado unos meses atrás que informaba cuales eran las infracciones que era posible cometer, cuáles eran las penas y nos llevó a pensar qué "crimen" pudo haber cometido Laura para que se la llevaran. Ya sabíamos que a Mateo se lo habían llevado por "conspirar contra el gobierno y sus benefactores". Cuando le pregunté a Fausto si él era uno de esos benefactores, no me respondió.

Quizá ya tenía demasiada información. Ya sabía cosas que podían acusar a Fausto de ser un conspirador contra el gobierno. Tranquilamente podría ir a un juzgado y presentar toda la información que Fausto me había contado, pero, ¿qué sentido tendría? Quizá por eso podría obtener algún beneficio, pero no me devolverían a Laura, a Mateo, o mantendrían a mi familia por el resto de sus vidas. Fausto definitivamente era corrupto, definitivamente era uno de esos benefactores que apoyaban al gobierno financieramente, pero quitarlo de la escena no me traería ningún bien, así que no lo hice.

En cambio, él podía hacer una llamada en cualquier momento y quitarme a mí de la escena, el chico pobre que sabe demasiado, lo cual es un peso menos en los hombros del gobierno. Cada persona que desaparece es un gasto menos y ellos pueden concentrarse más en lo que sea que estén haciendo detrás del manto.

A veces me imaginaba vestido con mi indumentaria anti epidemia color gris oscuro haciendo cosas de superhéroe, con una máscara, en donde eventualmente termino salvando al amor de mi vida y llevándola en mis brazos mientras salgo de esa niebla insoportable para siempre. Pero era una imagen ridícula, típica de las películas que veía ella o Mateo. Aún así, la imagen volvía y volvía a mi mente y cada vez que lo hacía me reía como un estúpido. Así iba por la calle camino al centro de la ciudad, riéndome como un estúpido, y al mismo tiempo muerto de miedo. Rogaba que Fausto no hiciera una llamada para deshacerse de mí, rogaba que me llevaran al lugar correcto, rogaba que no me llevaran a dar una vuelta en un auto por diez minutos y me soltaran con una multa de veinte mil pesos, o que terminara en el basural con una bala adentro de la cabeza. Todo era demasiado incierto, el plan podía tener demasiadas fallas, pero si me pegaba al guión, todo tenía que salir bien.

Era momento de comenzar el show.

Me detuve en la plaza central de Villa Keller, donde podía ser fácilmente encontrado y aprehendido. Revisé que tuviera todo lo necesario en la mochila y simplemente esperé unos minutos hasta que...

"Sección cuatro de Villa Keller, su período de aislamiento se hace efectivo a las diez horas..."

Era el momento que el período de cuarentena comenzaba en el centro de la ciudad.

"Lo primero que tiene que hacer es encender este celular. No pasa nada si simplemente lo enciende, el problema es cuando enciende la conexión de datos. El dueño de este dispositivo era un alto mando de Bienestar Social antes de que se convirtiera en un ejército de soldados. Todos los altos mandos fueron mandados a apresar cuando el gobierno se apropió de esa división. Por lo tanto, cuando lo haga, el gobierno detectará que aún hay uno suelto, y vendrán por usted. No le dirán nada, simplemente le ordenarán que se suba al vehículo y usted tampoco tiene que decir nada, porque Bienestar Social lleva cámaras y micrófonos que recuerdan todo lo que usted diga y después terminará siendo usado en su contra. Pueden incluso manipular su voz, sus palabras o su rostro. En ese momento, no dejen que escuche su voz o se vea hablando por las cámaras. Es vital que no diga nada".

El vehículo de Bienestar Social llegó en menos de un minuto. No dijeron nada, ni yo tampoco dije nada, como le había pasado a Mateo. Me apuntaron con armas y me subieron al vehículo. Llevaban máscaras y no pude ver ninguno de sus rostros, pero podía ver la cámara a un costado del visor.

—Identifíquese —dijo uno una vez que el vehículo comenzó a moverse. Eran tres, uno sentado a mi lado y dos en frente.

Obviamente, no respondí. El agente apuntó su arma hacia mí y volvió a preguntarme mi nombre. El agente a mi lado le hizo un gesto de que se detuviera, y el apuntó el arma hacia el suelo, después soltó una risa y todo el viaje permanecimos en silencio.

Fui esposado arriba del vehículo y luego bajamos frente a un hospital. Si había lugares peligrosos por los cuales pasar en medio del desastre del virus, eran los hospitales. Todos se habían mudado de ahí, una cuadra a la redonda, y la gente pobre ocupó esas casas abandonadas, eso solo empeoró la situación, entonces la zona del hospital era realmente terrorífica.

"Lo llevarán a la zona del hospital con la intención de que se infecte. Es la manera más fácil de deshacerse de una persona hoy en día, infectándolo. Nadie tiene la culpa porque la culpa es del virus. Contenga la respiración todo lo que pueda e intente no pisar ningún charco de agua. El hospital está prácticamente abandonado. Lo llevarán a través de él, luego pasarán por un área de desinfección y se encontrará con un hombre que tomará su información, a él sí dígale todo lo que le pregunte".

—¿Cómo es su nombre?

Solamente un agente me acompañaba ahora, el que había ordenado que dejaran de apuntarme. Se había sacado la máscara.

—Renzo Romano —respondí.

El hombre se quedó mirándome como esperando algo más, pero solo me había preguntado mi nombre. El agente me dio un golpe en la espalda como empujándome.

—¡Identifíquese! —anunció —¡Según el protocolo!

Decir eso ya era como rezar. Se decía con ese tono lúgubre y todo.

—Renzo Romano de 22 años, ubicado de Villa Keller, zona 1, sector 6, vivienda 46. Habitante número 22127.

—Necesito verificar esta información, consígame su historia clínica.

El agente se fue y volvió unos minutos después con las manos vacías. Mi historia clínica había sido extraída del hospital por alguien más.

—No está. Por lo que parece se la llevó algún pez gordo.

—Hmm... —pensaba el hombre mirándome fijo —¿Quién está tan interesado en usted? ¿Eh?

—No tengo idea.

"No puede contarles que yo tengo su historia clínica. No puede mencionarme a mí o a Laura en ningún momento porque eso sería muy problemático. Recuerde que no podré cuidar a su familia si delata alguna de estas cosas. No diga absolutamente nada.

Siguiente, comenzará a hablar de todas las cosas que sabe".

—Lo que sí se es que esta niebla es una farsa, este virus es una farsa, sé que todo eso es una mentira ¡y voy a llegar al fondo de esto!

No había sonado muy convincente. El tipo me miraba con cara de cansado. Estaba harto, se ve que ya había escuchado muchas cosas antes.

—Échenlo —dijo simplemente —suéltenlo en la calle y que le pongan una multa por violar la cuarentena... Qué ganas de desperdiciar mi tiempo.

No, no, no, no, estaba saliendo mal. No podía volver a casa o a la de Fausto con una multa de veinte mil pesos en la mano. Nunca más iba a volver a ayudarme y no iba a tener una oportunidad de llegar al fondo de eso nunca más. Si el tipo ese me trataba de loco, nunca más iba a llevarme el apunte sin importar lo que dijera.

—¡Yo sé que es mentira! ¡Tengo documentos!

El agente me esposaba de nuevo, que me llevara no era una opción. Empecé a resistirme.

—¡Encerralo un rato en la morgue así sale infectado! —ordenó el hombre.

—¡Ustedes secuestraron a Laura Roth y a Mateo Fontana!

"No puede mencionarme a mí o a Laura en ningún momento porque eso sería muy problemático"

El agente se detuvo, incluso me soltó. El otro tipo salió de la oficina respirando pesadamente.

—¿Fausto Roth? ¿Él te mandó?

¿Qué? ¿Cómo se llega a semejante conclusión tan rápido? Sí, mencioné a Laura, pero, ¿ya había mandado a otra persona antes o algo por el estilo?

La historia clínica... ¿ya había planeado todo de antemano? Al final, ¿qué era real y que no?

No respondí nada. Ya había mencionado a Laura, eso era suficiente.

—Llevalo a la morgue —ordenó el hombre nuevamente. —conseguile una máscara.

***

La agente salió temprano departamento aquella mañana. Su trabajo consistía en realizar chequeos en diferentes edificios expropiados del gobierno y después reportarse a su trabajo clasificando documentos en uno de estos edificios. No iba sola, llevaba un acompañante el cual se suponía debía aprender todo lo ella hacía y veía.

—Hace una semana desapareció un agente llamado Matías Valencia. No es tu nombre pero es parecido. Lo más probable es que haya desertado porque no hay reportes de ninguna sublevación, desobediencia ni nada por el estilo... muchos agentes cuando se enteran todo lo que pasa dentro de Bienestar Social, se escapan. Ellos saben que saben demasiado, y no les queda opción.

—¿Qué pasa si me descubren? ¿Qué pasa si alguien me ve la cara?

—Nadie conoce la cara de los agentes. Siempre deben llevar la máscara reglamentaria. Desde ahora en adelante sos Matías Valencia.

—Y toda la vida me quejé de llamarme Mateo, esta es mi oportunidad.

—¡Esto es importante, Mateo! Sos Matías Valencia, sos un agente de Bienestar Social. No podés equivocarte, no hay chance. Si querés que todo salga tal como lo estamos planeando, tenés que mantener la compostura y dejar de hacerte el gracioso en frente de todos los agentes que te cruzás.

—No puedo hacer nada, así nací.

La agente lo miró esbozando una sonrisa, casi con ternura. Mateo se puso la máscara por primera vez.

—Todavía no —ordenó ella —el trabajo de revisión debería ser con los uniformes formales.

El uniforme formal consistía en una especie de traje de vestir, con una leve tonalidad azul. Llevaba el rango en el hombro, el cual se medía de acuerdo a la cantidad de rombos que tenía para los oficiales. Llevaba un cubrebocas del mismo color. El traje de ella tenía cuatro rombos y el de él solamente tres. Debajo de los rombos, llevaba el apellido "Valencia" y al lado un número que lo identificaba de manera única entre los demás agentes. Ella no llevaba nada en el hombro.

—¿Y la etiqueta con tu nombre?

—La perdí.

—Asumo que no se puede andar por la calle disfrazada de agente sin identificación.

—Puedo mostrarles mi tarjeta si me la solicitan.

—¿Puedo verla?

—No.

—¿Hasta cuando va a seguir este juego en el que no me querés decir tu nombre? No solo sabías el mío cuando llegué, sino que encima tenés la cara de ponerme el nombre que vos querés.

Ella rió, porque era cierto.

El primer edificio por el que pasaron solía ser una escuela, ahora era un centro de investigación para detener el virus.

—Si de verdad creías que el virus es una farsa, esperá a ver esto.

Pasaron por la entrada donde rápidamente los dejaron pasar. Recorrieron uno de los pasillos completamente vacíos. En cada puerta había un agente o un soldado vigilando la entrada. Todas las aulas habían sido convertidas en laboratorios con equipamiento de última tecnología. Después de hacer un par de desvíos, llegaron la piscina donde se daban las clases de natación.

La pileta estaba vacía, pero parecía haber unas cápsulas de vidrio adentro.

—¿Esas son... personas?

La mujer respondió en voz baja.

—No hables como si fuera la primera vez que venís. No hagas gestos. No comentes, no te sorprendas. El agente Valencia veía estas cosas todos los dias, como yo.

La piscina estaba rodeada de aparatos y computadoras, alrededor de las cuales trabajaban muchos científicos. Cada dos o tres computadoras había otro agente vigilando y observando todo. La mujer tomó un anotador de una de las mesas y Mateo bajó junto con ella hasta la piscina.

Ahi la imagen era aterradora. Eran grandes cápsulas de vidrio, llenas de agua. Nueve aproximadamente. Adentro de cada cápsula había una persona, despierta, observando todo. Se movían, hacían gestos, no parpadeaban y se movían muy lentamente. Dos de ellas parecían hacerse señas de una cápsula a la otra, es decir que estaban conscientes.

Mateo no pudo evitar quedarse a observar una de cerca. Parecía una mujer adulta. Había tubos que entraban por su espalda, los cuales parecían proveerle oxígeno, y otro que entraba por el frente, en la zona de su estómago, la cual parecía proveerle alimento.

Mateo la observó directo a los ojos, ella pareció sonreir. Incluso levantó su mano y saludó.

Sus pieles estaban arrugadas e hinchadas, totalmente pálidas. El movimiento hacía que muchas células a la vez se desprendieran de su piel, enturbiando el agua, y por eso se movían con tanta lentitud. Nadie intentaba escapar, simplemente permanecían lo más inmóviles posible.

Mateo siguió avanzando para alcanzar a la mujer, la cual estaba frente a otra cápsula tomando notas de los valores que veía en una de las pantallas.

—Son infectados —dijo en voz baja —llevan mucho tiempo así, de esta manera pueden sobrevivir con el virus y sin deshidratarse. Esto nos da mas tiempo para encontrar una cura.

—Estas personas... —habló Mateo con dificultad —están despiertas...

—Así es.

La persona de la cual la mujer estaba tomando notas parecía ser una chica, más joven que la anterior, pero su cara tenía tantas arrugas que parecía una anciana.

Ella dirigió su mirada hacia la etiqueta con su nombre que llevaba en el hombro. Mateo notó que negaba con la cabeza.

El respondió del mismo modo, negó con la cabeza.

Ella cruzó dos dedos, como deseándole suerte. Se dio cuenta que no era "Valencia". Quizá era la única persona que veía todos los días. Quizá Valencia interactuaba con ella de algún modo. Quizá por eso Valencia se había escapado.

—No sería mejor... ¿dejarlos morir? Esto es simplemente... imposible de ver.

—Yo no decido sobre las vidas de estas personas, Mate... Matías. Valencia. Yo solo llevo y traigo la información que me piden.

—Pero... hay que hacer algo por estas personas, ¡se están deshaciendo adentro del agua!

La mujer se puso muy cerca de Mateo y habló en voz baja.

—Cuando estemos de vuelta en el bloque quejate todo lo que quieras, ahora mantené la boca cerrada, ¿me escuchaste? Sabés bien cual es el plan y por qué te traigo hasta acá. Ya vamos a tener la oportunidad de hacer algo por ellos. Pero ahora no es el momento. Quedate en el molde, hacé lo que se te ordena, y punto.

'Realmente necesito a Renzo, no puedo lidiar con esto solo.'

La mujer fue llamada desde afuera de la piscina por otro agente.

—¡Mensaje para usted! —exclamó.

Ella subió apurada y Mateo tuvo que correr detrás de ella para mantener el ritmo. Sus órdenes eran seguirla a todos lados, sin importar a donde fuera. Tenía el estómago un poco revuelto así que no podía ir tan rápido sin sentir náuseas.

Los teléfonos y celulares, o internet no existían, solo en algunos lugares. Usar cosas como 3G o 4G era ilegal y nadie tenía permiso a menos que fuera un alto funcionario. Incluso dentro de este edificio obviamente gubernamental, se usaban radios.

—¿Agente Romero? —llamó la voz del otro lado.

—Correcto —respondió ella dándole la espalda a Mateo, después bajó el volumen de a radio pero aún así él podía escuchar. Se dio cuenta que uno de los agentes lo miraba fijamente y desvió la mirada. Accidentalmente la dirigió de nuevo a la piscina lo cual le revolvió el estómago de vuelta, así que simplemente se quedó mirando al suelo.

—Tenemos un nuevo entrante, como el de la semana pasada. Necesitamos que haga los arreglos y organice la entrevista. Una vez que haya obtenido la información necesaria, deshágase del activo de la manera usual.

—Entendido, lo veré en veinte minutos. —respondió ella intentando finalizar la comunicación lo más rápido posible.

—Romero, hay algo más. Por favor traiga sus armas reglamentarias. Hay una atmósfera inusual en la base y parece que la llegada de este muchacho va a causar estragos. Mucha suerte.

—Entendido. Fuera.

La mujer exhaló con pesadez, y se sacó el cubrebocas. Estaba transpirando.

—¿Qué significa todo esto, "Romero"? —preguntó Mateo con un aire gracioso, aunque estaba de pie con las manos apoyadas en sus rodillas para mantener la compostura.

—Te voy a explicar en el camino. Vamos a necesitar la pistola del verdadero Matías Valencia. ¿Alguna vez usaste una?

—Jugué al Half-Life cuando tenía ocho años, ¿eso cuenta?

La mujer suspiró de vuelta. Esta vez lo agarró de la muñeca y se lo llevó, como si se estuviera llevando a su propio hijo travieso.

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