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03

"Sección seis de Villa Keller, su período de aislamiento se hace efectivo a las diecinueve horas. Por favor, permanezcan dentro de sus hogares y respeten las indicaciones de las autoridades. Sección seis de Villa Keller... "

—¿Qué te pasó en la cara, y dónde está lo que ibas a comprar para comer?

No respondí.

—No me digas que nos pusieron otra multa, ¿qué es eso que traes en la mano?

La carpeta, obviamente. Tenía el escudo del ejército y parecía el acta que nos entregaban cuando nos hacían una multa, con un plan de pago y todo prolijamente detallado. Con respecto a la cara, obtuve un merecido golpe directo del puño del papá de Mateo. Por entrar en su casa sin permiso, pobremente aislado y por haber contribuido al secuestro de su hijo.

Ya no tenía a Laura, ya no tenía a Mateo, y no entendía qué carajo estaba pasando. El papá de Mateo me gritó e intentó forzarme a entrar a su casa, no sé que podría haberme hecho si me quedaba ahí. Sabía que estaba a punto de comenzar el toque de queda y solamente salí corriendo.

—Renzo, ¡te estoy hablando! ¿Te pusieron una multa?

Mi hermana me miraba con ojos grandes. Sabía que había pasado algo grave, la última vez que la había visto con esos ojos fue cuando mi mamá tuvo que ir a retirarla del centro de detención, o cuando sonó por primera vez el alarma de la alerta de riesgo inminente. Solo tenía siete años, y su vida ya había sido una catástrofe tras otra.

—Si. Fue por culpa de Mateo, pero ya acordamos que él se va a hacer cargo. No pasa nada.

—¿Cómo que no pasa nada? ¡Vamos a tener otra marca en nuestro historial! ¡Somos buenos ciudadanos, no nos merecemos tener otra advertencia por culpa de tu irresponsabilidad!

—No pasa nada. No es nada grave. —respondía monótonamente, con la vista fija en el suelo. No podía dejar que los sentimientos de intranquilidad de mi madre me invadieran, eso despertaría los míos y terminaría llorando a gritos el hecho de que la gente cercana a mí seguía desapareciendo

—¿Cuánto?

—¿Cuánto qué?

—¿¡De cuanto es la multa, Renzo!?

La voz del altoparlante comenzó a sonar de nuevo, como todos los días, durante quince minutos, pero esta vez era diferente

"Sección seis de Villa Keller, su periodo... Atención, se ha detectado un error en el conteo de habitantes. Por favor, permanezcan en sus hogares mientras se verifica la información. Atención, se ha detectado un error..."

La División de Bienestar Social había detectado que faltaba una persona en la sección seis. La ciudad fue dividida en secciones para que les sea más facil vigilarla y tenerla bajo control, y lo mismo hacían en todas las ciudades. "Bienestar Social", no garantizaba el bienestar de nadie, su único trabajo era hacer cumplir al pie de la letra las reglas en cuanto a la cuarentena, y repartir multas al mínimo detalle de error que encontraran. Mateo había desaparecido, él era la causa del error en el conteo de habitantes. Si la alarma seguía, significaba que había sido alguien más. Si la alarma se detenía y todo volvía a la normalidad rápidamente, no había duda de que ellos mismos habían efectuado el secuestro.

—Doce... Doce mil pesos, con el descuento.

—El papá de Mateo no gana doce mil, ni siquiera gana cuatro mil al mes, ¿como pretende pagar eso? Obviamente vamos a tener que pagarlo nosotros, nadie se ofrece a pagar doce mil pesos porque sí, y encima yo te avisé que era tarde para que salieras, ¿a vos te parece que...?

—Silencio.

—¿Perdón? ¿Vos me estás diciendo a mí que me calle? ¿Que soy tu madre?

"...se ha detectado un error en el conteo de habitantes..."

—¡Necesito escuchar la alarma, quedate en silencio un segundo!

Conocía a Mateo desde el jardín de infantes, cuando el cielo era azul y mirar al sol era considerado una amenaza para la vista de uno. Hoy en día uno puede mirar directamente el lugar donde se supone que esta el sol y ver nada más que un brillo borroso y totalmente inofensivo, un esbozo de lo que alguna vez le dio vida al mundo y lo mantuvo girando.

Mateo era muy inteligente, por eso podía entender como si nada un documento científico y quizá debí haberle creído en aquel momento. Desde jardín de infantes siempre me superó en todo, excepto en fuerza. Laura tenía una inteligencia y un pensamiento lógico superior, por eso me enojó tanto que fuera incapaz de ver que su madre estaba muriendo del virus. Sentía que todos eran superiores a mí y más inteligentes que yo. ¿Qué podía hacer? Mi mente no era muy rápida y leer ese documento era para mí como leer jeroglíficos. ¿Qué podía hacer más que resignarme y esperar que eventualmente los míos aparecieran, vivos o muertos?

Laura llevaba tres semanas desaparecida, Mateo solo quince minutos, quizá si me apuraba, quizá si me concentraba, podía lograr algo. Tenía que empezar por algún lado, ya sea por el documento, o por esa puta alarma, o por el inútil de Fausto, alguna pista tenía que llevarme a algún lado. Esa niebla infernal no podía esconderlo todo.

"...por favor, permanezcan en sus hogares mientras... conteo rectificado. Habitantes del sector seis: noventa y siete. Total: noventa y siete".

Ayer eran noventa y ocho y hace un mes noventa y nueve.

Esa niebla infernal...

Quizá podía empezar por eso, por la niebla.

***

A la mañana siguiente me levanté de un salto, recordé algo que podría ayudarme a encontrar alguna relación con todo lo que decía Mateo.

Antes de dormir había reflexionado sobre la idea de que si una entidad hace lo que sea por esconder un secreto, puede llegar a cometer actos como llevarse a Mateo en contra de su voluntad. Si me esfuerzo en revelar ese secreto, llegaré a esa entidad y quizá sabré qué le pasó a mi mejor amigo, de alguna manera todo terminaba en el mismo lugar, porque todo rondaba alrededor del mismo secreto.

Vi que eran casi las once de la mañana. Nuestro toque de queda terminaba a las diez de la mañana y se reanudaba a las doce, y después se interrumpía de nuevo a las cinco y se retomaba a las siete.

Salí al comedor. Mi mamá y mi hermana estaban espiando por la ventana hacia afuera.

—No hagas ruido —advirtió mi madre —Hay un auto detenido justo en frente de nuestra casa.

—¿Un auto?

Sin pensarlo, abrí la puerta y noté la figura del auto en cuestión a través de la niebla. Este aceleró lentamente y abandonó la escena.

—¿Hace cuanto estaba ahí? —pregunté dirigéndome a mi mamá.

—¿Hoy si va a salir el sol, mamá? —mi hermana habló en medio de la conversación.

—Quizá unos cinco minutos. No es común ver autos y mucho menos frente a nuestra casa. Todo debe ser por esa multa de la que no me estás explicando nada.

—¿Todavía tenemos ese diario del mes pasado donde estaba la noticia del sur?

Entré a la pieza de mi hermana, donde se me había indicado que podía encontrar el diario, en medio de "todo ese quilombo de juguetes y ropa". Era cierto, la pieza de mi hermana era un lío. Mi mamá no la ayudaba con la limpieza ni tampoco le indicaba que lo hiciera. Comencé a juntar alguna de sus cosas del suelo cuando se acercó y me dijo en voz baja

—No vas a encontrar el diario acá, se perdió.

—¿Cómo que se perdió? ¿Estás segura? Me parece que no tenés ganas de ordenar tu pieza. Ayudame a buscarlo.

—No. Se perdió.

Mi hermana negaba con la cabeza, cruzada de brazos. Aseguraba que no iba a encontrar el diario. No era su actitud normal, así que empecé a preguntarme qué travesura podría haber hecho con él.

—Hmmm, déjeme pensar, ¿fue usted la que tapó el baño la semana pasada con papel de diario?

—¡No!

—Acaso... ¿Lo escondió en algún lado para que nadie lo encuentre?

—Hmm, ¡no!

—¡Ah! ¡Pero si usted ya aprendió a leer! ¿Acaso encontró algún secreto en el diario que nadie deba saber?

Asintió mientras sonreía. No sé qué secreto podía encontrar una niña de siete años en un diario, pero le rogaba a los cielos que no lo hubiera destrozado.

Después de convencerla, se metió abajo de su cama y sacó un cuaderno que había hecho ella misma con dos tapas de cartón. En la tapa había dibujado un sol con fibras de colores, y abajo había puesto "Olivia", su nombre. Al abrirlo, me encontré exactamente con lo que estaba buscando.

"El manto se disipó brevemente en la localidad de Puerto Canteras en la Patagonia"

La noticia indicaba que por unos minutos, los habitantes del pueblo habían sido capaces de ver la luz del sol.

Dí vuelta la hoja y comencé a ver qué otros recortes había puesto mi hermana ahí adentro.

"Investigadores del CONICET aseguran que revertir el efecto manto en la atmósfera será un 'camino largo y lleno de incertidumbres'".

"Por qué el pronóstico ya no es viable: Las claves para predecir el clima cuando estamos a ciegas"

"'El sol tenía mas chances de matar el virus': La última teoría del decano de la facultad de medicina, antes de su desaparición"

Todos eran artículos relacionados con el virus, o con el manto, o con el clima, o con el... ¿sol?

—¿Por qué juntaste todo esto? ¿Y por qué no me contaste nada?

Había artículos que no tenían relación alguna con todo eso, ¿quizá solo había juntado artículos aleatoriamente y dio la casualidad de que se relacionaban?

Mi hermana no respondió.

—Oli, ¿qué es esto?

—Es que... Mamá me dijo que no le hablara más del sol y que ya estaba cansada porque siempre le pregunto cuando va a salir el sol. Y antes me decía que iba a salir algún día pero ya no me dice cuando.

—¿Y por qué juntaste todo esto?

—Porque algunas de las palabras dicen "sol".

Empecé a hojear los artículos y era cierto, cada artículo que había puesto mencionaba al menos una vez la palabra "sol", y su único objetivo era encontrar algún texto que mencionara cuándo iba a salir de vuelta. Los artículos estaban escritos por periodistas, en un lenguaje formal que no era capaz de comprender por sí misma. Pero si tenía la palabra "sol", ella los guardaba. En secreto, porque mi mamá se había enojado con ella, y por lo tanto creía que hablar del sol estaba mal.

Yendo a la realidad, era cierto, el decano de la facultad de medicina había desaparecido después de revelar una teoría acerca del sol en relación al virus. Quizá sí estaba mal hablar del sol, hasta el punto que si alguien del gobierno encontraba un cuaderno así, por más que estuviera hecho por una nena de siete años de edad, podría meternos en problemas.

Le indiqué que mantuviera el cuaderno escondido tal como estaba, después de leer algunos artículos. Uno de ellos mencionaba a Fausto Roth, el padre de Laura, como benefactor de una de las investigaciones.

Quedaban diez minutos para el toque de queda del mediodía, exactamente la misma cantidad de tiempo que me llevaba llegar a la casa del viejo maldito ese.

"Sección seis de Villa Keller, su período de aislamiento se hace efectivo a las doce horas..."

Una mucama me atendió a través de una pequeña ventana en la puerta de la casa. Yo llevaba puesta mi ropa aislante, casi del color de la niebla, entonces me veía como un fantasma, como si fuera semi transparente. Mi cara también estaba cubierta.

—Identifíquese, por favor.

—Dígale al dueño de casa que soy Renzo, y que le traigo un documento que tiene que ver urgente.

Miré alrededor mientras esperaba que me atendieran. Si pasaba un vehículo de Bienestar Social y me veía afuera, significaba problemas graves. Los postes de electricidad y los árboles ya no llevaban el rostro de Laura y yo no veía su cara hacía tres semanas. Comencé a mirar con atención para ver si encontraba alguna imagen, pero nada. Debí haberme llevado alguno de esos carteles en su momento, quizá para tenerla más presente.

—Adelante. —dijo la mucama, y me hizo pasar. La primera parte del hall de entrada había sido modificado para convertirse en una cámara de desinfección. —Por favor permanezca aquí durante unos segundos y siga mis órdenes.

Las puertas se cerraron de ambos lados.

—Por favor, extienda sus brazos hacia los costados.

De las paredes se liberó con fuerza un gas blanco, seco, que supuestamente me desinfectaba de pies a cabeza.

—De costado, por favor.

El gas hizo su trabajo unos segundos más.

Por favor, quítese la ropa preventiva y déjela sobre uno de los asientos.

Me quité el saco, el barbijo reutilizable, los antiparras, unos cobertores que llevaba en las piernas para no tener que cambiarme de pantalones constantemente, y los guantes.

La mucama me dirigió hasta la misma oficina de la otra vez. Lo único que llevaba era la carpeta y la esperanza de obtener una respuesta de algo. Fui en plan ofensivo, no me interesaban las cortesías ni las formalidades, fui directo a atacar. La casa estaba helada y silenciosa. Pensé en la posibilidad de que toda la cuestión de Laura fuera una farsa y la tuviera aislada en su casa. Si todos la creían desaparecida, eventualmente la darían por muerta y nadie se iba a molestar en buscarla. Ese pensamiento duró unos pocos segundos y lo eliminé instantáneamente. Era estúpido tener esperanza de cualquier cosa en estas condiciones.

Entré a la oficina y la puerta se cerró detrás del mí. El hombre se encontraba detrás de una pila de libros, parecía que estaba reorganizando sus bibliotecas o haciendo una investigación muy grande. Fumaba, y se notaba que había fumado tanto que el aire estaba impregnado de olor a cigarro.

—Tome asiento. —ordenó con una voz ronca y apagada.

—N.. No.

Qué estúpido. Tengo que aprender a dejar de titubear frente a este hombre.

—Como guste.

No dijo nada más, permaneció leyendo en silencio, así que caminé apurado hasta su escritorio y apoyé con fuerza el documento encima de la mesa.

—¿Usted sabe qué es esto?

El hombre entrecerró los ojos mientras observaba la tapa.

—Parece una multa, ¿va a venir a plantearme que es culpa mía y que soy yo el que debe pagarla? Ya ha sucedido antes, así que póngase en la fila. Aunque generalmente pasa con vecinos, usted vive algunas cuadras más lejos.

—¿Cómo sabe dónde vivo? Y no es una multa, es un análisis de la composición del aire.

Por fin levantó la vista. Dejó el libro a un costado y comenzó a hojear el contenido. Avanzó con su silla de ruedas hasta una biblioteca cercana y guardó la carpeta junto con otras idénticas.

—Gracias —dijo con toda tranquilidad. —No sabía donde lo había puesto.

La furia volvió a encenderse dentro de mí, pero con más intensidad que la vez anterior. Todo para que este viejo caradura se quedara con el mismo documento que había hecho desaparecer a mi mejor amigo, sin más.

—¿Quién se cree que es? —exclamé, casi sin pensarlo. —¡Este maldito documento me está volviendo loco y sé que está involucrado en diferentes investigaciones! ¡Usted sabe qué hay detrás de todo esto! ¡Dígalo, porque sino...!

—¿Porque sino qué? —respondió con la mirada fija en mí. Sus ojos eran exactamente del mismo color que los de Laura, eran idénticos. Pausé, hice una mirada alrededor, no tenía ninguna foto de ella.

—Porque sino voy a denunciarlo por la desaparición de Laura y van a comenzar a investigarlo. Y eso no parece ser una opción para usted.

—Laura... —dijo, manteniendo la tranquilidad. Yo le hablaba a los gritos y el tipo no se movía, nada parecía afectarlo, y eso me exasperaba. Se veía tan seguro en su posición y detrás de su escritorio, me moría por verlo tener que vivir un solo día como el resto de nosotros.

Fausto siguió hablando.

—Ni siquiera asistió a su funeral y tiene el coraje de hablar de ella como si le importara.

¿¡Funeral!?

Tomé asiento. Todo enojo se había esfumado, ahora surgía una sensación de angustia profunda, acumulada en la garganta.

—¿Por... Por qué hubo un funeral? Yo... No sabía...

—Se le envió una notificación por el servicio postal, pero no me extraña que el correo la haya filtrado con la intención de evitar que muchas personas se junten en un mismo sitio. Si, hubo un funeral, los servicios de investigación ya la dieron por muerta.

—Pero si solo pasaron tres semanas...

—Veintitrés días, exactamente.

Dijo esa frase con verdadero pesar, le dolía hablar de ella. Lo miré de nuevo, esta vez no cegado por el enojo sino prestando atención a lo que decía y cómo lo decía. Estaba angustiado.

¿Qué podía decir? ¿Qué se le dice a un padre cuando tiene que asistir al funeral de su propia hija y ni siquiera llegó a encontrar su cuerpo?

—Usted... ¿Tiene alguna idea de cómo, por qué o quién la hizo desaparecer?

Fausto inspiró con fuerza y tosió un par de veces. Después se aclaró la garganta y comenzó a hablar.

—El cómo no lo sé. La niebla no permite que haya testigos, los cuales son vitales en cualquier investigación. El por qué, no me sorprendería que haya estado haciendo algo justo pero ilegal. Solía hacer esas cosas y cuando volvía de hacerlas me las contaba, me explicaba cómo había sido su línea de pensamiento y cómo había salido impune. Yo simplemente la escuchaba y después la regañaba, porque no quería que siguiera haciéndolo, ya que era peligroso, sin embargo seguía. Pero tal como le dije alguna vez, es una mujer adulta y sabe lo que tiene que hacer y lo que no.

¿"Es", en presente?

—¿Usted cree que sigue viva?

—Eso nos lleva al "quién". No sé quién fue. Ni siquiera sé si fue alguien o se fue por cuenta propia, aunque no sería algo muy propio de ella. Bienestar Social no da respuestas y el gobierno mucho menos, ni hablar del ejército. El conteo...

—El conteo bajó de noventa y nueve a noventa y ocho sin aviso previo, tuvieron que ser ellos.

—Exacto, y cuando no hay respuesta de ninguna entidad, suelen aparecer sus cuerpos en algún lugar remoto, o nunca aparecen.

Me quedé con la vista fija en el documento a un costado. Fausto extendió su mano hasta el mismo cajón de donde aquella vez había sacado mis notas de la escuela y mi historial clínico. Tomó una bolsa en la mano cerrada herméticamente que adentro tenía un celular.

—¿Reconoce este teléfono?

Era el teléfono que Laura se había robado cuando estaba conmigo en aquella plaza.

—Este es mi recordatorio de que Laura hacía cosas buenas. Y que donde sea que haya terminado, fue por una buena causa. El dueño del celular terminó en prisión, y ella no recibió ningún crédito por ello.

Fausto apoyó la evidencia sobre la mesa y la observó por unos segundos, mientras yo pensaba acerca de cómo pudo haber desaparecido. Nunca pensé en el por qué en realidad, nunca pensé en quién pudo haber sido. Solo me hundí en la depresión de haberla perdido y de no haber pasado más tiempo con ella, simplemente me resigné a que vivía en un sistema donde no existía chance alguna de reclamar, protestar, o solamente tener una opinión. Tal era el caso de que Olivia se podría haber puesto en riesgo a sí misma y a toda la familia solo por tener una colección de artículos que mencionaban al sol, a pesar de tener solo siete años y apenas saber leer.

Fausto tomó nuevamente el celular y se dispuso a volver a guardarlo en el cajón.

—Espere. —dije mientras surgía una idea en mi mente. Fausto se detuvo. —¿Alguna vez abrió la bolsa?

—No. ¿Por qué lo haría?

—El día que Laura recolectó esta evidencia, el dueño de este celular estaba sacándole fotos a niños, quizá con la intención de secuestrarlos. ¿No cree que esta persona podría estar asociada con la gente que se pudo haber llevado a su hija?

Fausto me miró fijamente y después miró el dispositivo en sus manos. Cuidadosamente, rompió el sello, lo tomó en las manos fuera de la bolsa y lo encendió.

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