02
En septiembre del año pasado no había virus, no había manto, no había peligro. Las vidas de todos transcurrían normalmente. La primavera empezaba y como pasa siempre en septiembre, las cosas florecen.
Ahí fue donde conocí a Laura. Todo el año habíamos compartido el mismo colectivo para ir y volver de la facultad, pero recién en septiembre se me ocurrió mirarla bien, prestarle atención, darme cuena que cargaba libros de derecho y leyes. Que llevaba siempre una pulsera que tenía notas musicales y no usaba aros, pero tenía la marca en los lóbulos de la oreja de que alguna vez lo había hecho. No se maquillaba, no sé por qué, nunca se lo pregunté, pero desde mi punto de vista así era perfecta.
A la semana de haberle prestado atención, comencé a pararme o sentarme cerca de ella en el colectivo. Así fue que me enteré que escuchaba rock de la década de los sesenta, cosas que solo mi papá escuchaba durante las fiestas. Pude observar que se pintaba las uñas una vez a la semana y no le importaba si se le empezaba a despegar el esmalte, si le daba verguenza solo se metía las manos en los bolsillos y listo. Una vez la escuché hablar por teléfono con un familiar entonces supe como era su voz. Tenía un tinte muy serio y autoritario, algo que probablemente le vendría muy bien a una futura abogada.
Me gustaría decir que nuestra primera conversación fue una genial y memorable. Genial no, memorable sí.
—¿Podés dejar de seguirme? ¡Hace un mes que te sentás al lado mío! ¿Qué querés?
Todo el colectivo escuchó eso. No tardó en acercarse un hombre de unos cincuenta años tal vez, de una contextura física mucho más superior a la mía. La sangre desapareció de mi cara e instantáneamente sentí un nudo incómodo en el estómago.
—Disculpe, este chico la está molestando, ¿cierto?
Miré al frente, mi mirada se encontró con la del chofer a través del espejo retrovisor que está en el centro del parabrisas. Lo único que podía hacer era levantarme y bajarme del colectivo donde sea que estuviera, era mejor a que me lincharan entre todos los pasajeros.
Me aclaré la garganta.
—No estoy molestándola. Somos amigos, ¿no? —la miré y apoyé una mano en su hombro. Inmediatamente me di cuenta de mi error y la saqué.
—¿Señorita?
La señorita habrá notado lo pálido que estaba y el riesgo en el que quizá me había puesto explotando de esa manera.
—Es cierto, está conmigo —dijo ella finalmente y pude respirar.
—¿Segura?
—Si, señor, no pasa nada, muchas gracias por su preocupación.
El señor se apartó y después ella se dirigió a mí en voz baja.
—La pena por acoso es de seis meses a dos años de prisión, pero creo que la cara que pusiste recién fue suficiente retribución por acosarme. —Terminó con una sonrisa maliciosa.
Quizá era cierto, quizá si la estaba acosando o ella estaba exagerando, no lo sé. La verdad, es una de esas cosas que recuerdo a la noche cuando no puedo dormir y mi mente empieza a traer situaciones en las que pasé verguenza. Esta contó como una de las más grandes de mi vida.
Inspiré profundamente y me aclaré la garganta otra vez.
—Gracias, solamente quería...
—¿Cuánto tiempo más ibas a seguir con ese juego?
Me quedé sin palabras de nuevo, levanté la vista para mirarla y se estaba riendo. Se estaba burlando de mi, y por primera vez pude verla bien a los ojos, y me sentí un estúpido. Por no haberle hablado antes, y por pasar tanto tiempo perdiéndome esa vista y esa sonrisa. Cada minuto que pasé mirándola a la distancia fui un verdadero idiota. Hoy me arrepiento de no hablerle hablado antes y de haber tenido la chance de pasar más tiempo con ella antes que todo explotara.
Me volví a aclarar la garganta, aunque no lo necesitaba, era como un reflejo.
Ahora, era momento de responder a la pregunta. Lo mejor era ser honesto.
—Sinceramente, no sé. Hasta que encontrara la manera que me resultara más cómoda de hablarte, o hasta que me hablaras vos. No tenía ningún plan.
—Bien. Ya estamos hablando, ¿ahora qué sigue?
¿Qué seguía?
***
Laura había tenido la fortuna de nacer en la familia Roth, una de las más ricas de Argentina. Ella no lo aparentaba, era bastante modesta, pero todos en la ciudad conocían su casa, era la más grande que había. Era una de esas casas que admiraba desde chico y me preguntaba cómo sería por dentro, pero jamás me hubiera imaginado caminando dentro de ella.
El día que terminé por entrar, me encontré dentro de una oficina no muy grande, pero muy alta. El piso estaba cubierto de parquet, y dos de las cuatro paredes eran bibliotecas que abarcaban toda la pared, las cuales estaban enfrentadas. Detrás del hombre frente a mí, había un ventanal que daba a un patio inmenso que en ocasiones podía convertirse en una cancha de golf en donde se renunían a jugar los más adinerados de la provincia. El escritorio de madera oscura estaba perfectamente lustrado y en perfecto estado, excepto donde se sentaba el padre de Laura, había marcas en la madera donde se notaba que había escrito con fuerza sobre una hoja y se había traspasado a la superficie brillosa. El padre de Laura, Fausto, se movía en una silla de ruedas con un motor que controlaba a voluntad a través de una palanca en el apoyabrazos, de esta manera el señor, paralítico de la cintura para abajo, podía moverse a voluntad.
—¿Cómo era su nombre? ¿Ramón? ¿Ramiro?
—Renzo. —respondí amablemente pero con firmeza, tal como me había indicado Laura que tenía que responder cuando llegara "la charla". Parece que ya se había repetido antes con otras personas.
—Renzo —repitió, se inclinó hacia adelante y apoyó ambos codos sobre la mesa. —Tengo entendido que estás saliendo con mi hija, ¿es así?
—Yo... Nosotros... eh, sí.
El señor soltó una carcajada y volvió a recostarse sobre el asiento
—¿Si? ¿No? ¿No estás seguro? Yo la ví a ella bastante segura por lo que me dijo.
Ahí demostré inseguridad, un punto menos para mí. No es que estuviera inseguro acerca de ella, sino que toda la situación me intimidaba y las palabras no me salían del todo fluidas.
—Sí, señor. —afirmé. Ya no tartamudeaba pero la voz me temblaba un poco.
—¿Puede decirme qué es lo que le llamó la atención o por qué está interesado en ella?
La primera vez que salimos a comer juntos una noche todavía éramos amigos, pero ese tipo de amigos en el que sabés que la relación está apuntando hacia algo más, y no solamente la amistad. Llevaba un vestido azul que contrastaba totalmente con el color de sus ojos. Y en ese momento estaba sentada frente a mí, mientras la escuchaba hablar y divagar sobre cualquier tema que se le viniera a la mente, se reía a cada rato y de verdad eso me hacía sentir totalmente feliz. Quizá era esa combinación de hormonas que se da cuando uno está enamorado, no sé. Pero es una escena que no pude sacarme de la mente porque mi mente volvía y volvía a ella como un adicto, porque era una escena que me hacía sentir bien. El tono de su voz era ideal para mí, y cuando empezaba a hablar de cosas serias era lo más interesante de escuchar. Su cabello era totalmente negro, siempre tenía un mechón que le caía frente a la cara y terminaba cerca de sus labios. Me cansé de apartarlo de su cara y acomodárselo detrás de la oreja, pero siempre volvía al frente y entre los dos terminamos llegando a la conclusión de que el destino de ese mechón era vivir frente a su rostro y lo mejor era no alterar el curso natural de las cosas. Ella acostumbraba empujarme cada vez que decía alguna estupidez que no era graciosa o era demasiado tonta. Una vez me empujó tan fuerte que caí sentado en el pasto del parque y no paró de pedirme disculpas en todo el día por haberme tirado al suelo. Al día siguiente comenzó a jugar, burlonamente, acerca de lo débil que era y como con un simple soplo era capaz de hacerme caer al piso, y no se detuvo por semanas.
Laura tenía un encanto particular. Especial. Me costaba mirarla objetivamente, cuando lo hacía, me daba cuenta que era una chica totalmente normal, promedio, un ser humano más en el planeta como todos. No tenía ojos violeta, ni pelo rojo, ni superpoderes. Era una chica más. Pero eso me hacía pensar como dentro de cada persona hay un universo totalmente diferente que hace a cada uno único, y el universo de Laura era el que quería habitar porque en ningún otro me había sentido más cómodo.
¿Qué le iba a decir? ¿"Me gusta el universo de su hija, señor"?
—Creo que ella es muy inteligente, y tiene una personalidad muy inocente y encantadora.
—Ya veo. —Se quedó mirando fijo hacia alguna esquina de la habitación, pensativo. Una situación quizá normal para él. Para mí era un silencio incómodo cargado de ansiedad.
—Creo que va a ser una excelente abogada, —Me atreví a interrumpir el silencio. —Es muy capaz y sabe defenderse en cualquier situación. Es algo que admiro de ella.
Una tarde fría estábamos caminando por la plaza central, donde había una feria casi todos los días, juegos para niños, areas donde la gente podía sentarse a comer o simplemente a conversar, un espacio totalmente apropiable de cualquier manera, y eso lo hacía una buena plaza. Ese día habíamos decidido salir a correr juntos, aunque solo lo hicimos esa vez y pudimos mantener el ritmo durante menos de cinco minutos, ya que ninguno de los dos estaba acostumbrado a hacerlo. Mientras caminábamos, Laura hablaba conmigo y tenía siempre la mala costumbre de no mirar al frente mientras caminaba. Yo no quería interrumpirla mientras me explicaba cualquier cosa, así que no le decía nada y simplemente escuchaba. Distraída, se chocó de frente con un hombre que estaba parado en medio del camino.
—Disculpe —dijo ella y solamente seguimos caminando. No hubo respuesta verbal por parte del hombre sino una mirada muy fea.
Unos segundos más tarde, el hombre llamó con un "Hey! Ustedes!"
Laura se dio vuelta con una sonrisa amable, quizá más exagerada de la que estaba acostumbrado a ver en ella.
—¡Uno de ustedes dos me acaba de robar el celular! —exclamó audiblemente. Personas escucharon.
—¡Nadie te robó nada! ¡No molestes! —Me dispuse a seguir avanzando pero Laura me tomó por la muñeca para que no siguiera, y después habló ella.
—¿De verdad cree que le robamos el celular? ¿Cómo puede ser eso? Por favor, ilumínenos.
El hombre comenzó a avanzar rápidamente hacia nosotros. Amagué a dar un paso hacia atrás. Laura no se movió de su lugar. Algunas personas observaban disimuladamente la situación pero en general todo seguía estando tranquilo.
—Devuélvanme lo que me acaban de sacar, es de mi propiedad.
—Nosotros no tenemos nada, —replicó Laura —¿qué le hace pensar que nos hace falta un celular y que necesitamos robarlo para conseguirlo?
—Si no lo tienen, entonces déjenme revisar sus bolsillos.
—No puedo permitirle eso, nuestros bolsillos son de nuestra propiedad. —replicó ella usando sus palabras en su contra.
El hombre parecía que iba a responder, pero se quedó en silencio. Dudó un segundo y comenzó a tocarse los bolsillos del saco y de los pantalones. Miró hacia atrás, a ver si de casualidad se le había caído al suelo, y volvió a dirigir la mirada hacia nosotros más enojado.
—Ustedes lo tienen, ¡devuélvanlo o voy a llamar a la policía! Así tenga que quedarme con uno de sus teléfonos, lo voy a hacer y ¿a quién va a creerle la policía? Yo soy un juez y ustedes son dos mocosos sinvergüenza.
—Le voy a explicar el procedimiento, el cual usted debería saber. La policía va a venir, vamos a demostrarle cuáles celulares son nuestros mostrando evidencia, contactos o fotos que hayamos sacado, y eso es todo. Imagínese que nosotros tuvieramos su celular, ¿cree que nos arriesgaríamos que lo revisen y que nos acusen de robo? ¿Le gustaría a usted que la policía revisara su celular?
No era nada grave, el procedimiento era simple y me parecía lógico, pero el tipo dejó de pelear cuando Laura le dijo eso y no entendí por qué.
—Ustedes... ustedes lo tienen...
—Y si lo tenemos, ¿qué?
El hombre no dijo más nada, parecía una derrota demasiado fácil. No tenía idea de lo que estaba pasando, Laura me tomó de la muñeca de nuevo y seguimos caminando. Volví a mirar hacia atrás y el hombre ya no estaba, se había ido y muy apurado.
Unos metros más adelante, Laura metió la mano en el bolsillo de mi campera y sacó un celular que no era mío ni de ella, era el celular en cuestión.
—¡Laura! ¡De verdad se lo robaste!
—¡Shhh! ¡Callate, estúpido!
—¡Y lo metiste en mí bolsillo!
—¿No ves que yo no tengo bolsillos? ¿Dónde querías que lo metiera?
—¿Por qué hiciste una cosa así? ¿Qué te pasa?
Laura desbloqueó la pantalla y entró a ver las imágenes que había en el celular. Una tras otra, comenzamos a ver fotos de los chicos que estaban jugando en los toboganes y hamacas de la plaza. Fotos claras donde se veían bien sus rostros.
—¿Qué crees que piense la policía si ve estas fotos en el celular de este tipo?
—Le estaba sacando fotos a los chicos. —respondí estupefacto.
—A escondidas, desde que llegamos. Si la policía lo atrapa en estas cosas, es juez, es corrupto, tiene contactos y nadie se va a enterar de lo que está haciendo, como mucho podrá quedar mal parado en esta ciudad y nada más. Voy a mandarselo como evidencia anónima a un pez más gordo y ahí sí, se va a hundir.
El papá de Laura se sacó los anteojos y los apoyó sobre la mesa. Volvió a reclinarse hacia el frente y apoyó sus brazos sobre la mesa entrelazando los dedos. Ahora me estaba mirando a mí y sus anteojos inertes sobre la madera tambien parecían estar mirándome a mí. La situación se volvía más intimidante a cada minuto. Laura me había advertido que sería así y que es una herramienta que usa para forzar a sus empleados decir la verdad. Más allá de si era un juego o no, a experiencia era real y no podía evitar estar nervioso.
—Es cierto —dijo finalmente —Mi hija es muy inteligente y todo se debe a la excelente educación que recibió. Está avanzando en su carrera y con las mejores notas. Ha desarrollado un gran sentido de la justicia...
Era cierto. Deponer su seguridad y el riesgo de ser descubierta por conseguir evidencia de un posible acosador o secuestrador era realmente tener el compás de la justicia bien calibrado. Jamás hubiera hecho una cosa así yo.
—...Siempre me ocupé en darle lo mejor de lo mejor. Y sé que aprendió bien y entendió ese esfuerzo que hice por ella, porque hoy es una mujer adulta capaz de tomar sus propias decisiones, y sé que puedo dejarla libre, porque es consciente de lo que es bueno para sí misma.
Eso... me... ¿tranquilizó?
—La verdad, no soy perfecto, nadie lo es —siguió hablando —yo puedo equivocarme, ella puede equivocarse, como todo el mundo, y para eso está la familia, para ayudarnos a darnos cuenta de nuestros errores y para enmendarlos si fuera necesario. Mi hija es parte de mi familia, y veo que está cometiendo un error. Porque sé que cuando uno empieza a tener... sentimientos por otro, se le nubla el juicio y por lo general es incapaz de saber si lo que tiene adelante es bueno o es malo.
Entendí el mensaje. Me tomé un segundo para inspirar y para acomodar un poco las palabras en mi cabeza. De todas maneras era algo que me esperaba, pero no me imaginé cómo responder.
—Tiene razón —comencé diciendo esta vez sin titubear ni tartamudear, porque Laura era más importante para mí que la opinión podrida de un viejo egoísta —Respecto a que todos podemos equivocarnos. También respecto al buen sentido de la justicia de Laura, o a su inteligencia. Eso es totalmente demostrable. Creo que usted no me conoce, apenas sabe mi nombre, y por lo tanto no puede asegurar si soy mejor o peor para Laura. Tampoco puede decidir por ella toda la vida. Ella tiene libertad, y yo también, y decidimos estar juntos. Yo respeto su opinión, ella también respeta su opinión, pero en fin, es solo una opinión, no es evidencia. Una opinión no demuestra nada.
Ya estaba un poco agitado, quizá el hombre notaba el enojo en mi rostro por la manera en la que me miraba, pero no se inmutó. Se creía capaz de cambiar mi decisión o la de Laura con su palabrería, y yo no iba a permitir eso.
—Evidencia... —dijo mientras se le escapaba una sonrisa.
Abrió un cajón a un lado y tomó un sobre de papel madera. Dejó caer varios documentos sobre la mesa y en uno de ellos pude ver mi nombre y la insignia de mi escuela secundaria. No se si me puse rojo o pálido.
—Renzo Romano, estudió seis años en la escuela pública número 416 de la ciudad de Villa Keller, provincia de Córdoba. Promedio general de 6,50. Mediocre. Hizo una especialización en humanidades en cuyas materias el promedio es de 7. Ni siquiera bueno, o excelente. Ni hablar de sobresaliente, como el de Laura. —dejó el documento a un costado como desechándolo con la mano —Historia clínica, a la edad de cinco...
—¿¡Por qué tiene mi historia clínica!? ¡Eso es ilegal! ¡Usted sabe mejor que nadie que eso es ilegal!
—Porque por mi hija —respondió tranquilamente —voy a hacer lo que sea justo. No tiene por qué ser legal, pero si justo. ¿De donde cree que sacó ella esa característica?
—¡Bien! Entonces siga leyendo y avance hasta la parte donde dice que soy incapaz de quererla. Es toda la evidencia que necesito y si la consigue, le prometo que su hija no va a verme nunca más. Consiga esa evidencia y muéstremela.
Mateo acababa de ser secuestrado en un auto. Corrí, como pude, hasta el tacho de basura frente al cual había estado parado segundos antes de desaparecer. Tenía que haber algo, una pista, lo que sea. Si sabía quién se lo había llevado, quizá sabría quién se había llevado también a Laura.
El documento que Mateo me había mostrado estaba en el suelo, no se lo habían llevado. Quizá ni lo habían visto.
O quizá lo dejaron a propósito.
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