Once
Sophia
—¡Señorita Sophia! Que gusto verla por acá —dijo doña Chelo en cuanto crucé el umbral hacia el pasillo de la gran casa Bethancourt. Debido a que se encontraba en las Lomas de Chapultepec* era un lugar exclusivo y por demás extravagante, con columnas en la entrada y ese toque rústico que lo hacía ver más como un lugar turístico a un hogar.
Le sonreí a mi nana quien también era el ama de llaves de la casa, su cabello negro estaba perlado de toques plata por sus canas y su cara tenía surcos de expresiones, era más baja que yo, rechoncha y con ese espíritu materno que la hubiera hecho ser una gran madre.
—Hola nana. Pensé en pasar un rato, hace mucho que no venía y me gustaría ver a mi abuela.
—Claro que si linda. —Se escuchó un grito llamando a doña Chelo, así que se marchó lo más rápido que sus cortas piernas podían hacer. Fruncí el ceño extrañada y empecé a rascar mi brazo, un símbolo de estrés y nerviosismo que siempre quise evitar y nunca pude; mi madre era una cirujana muy cotizada y mi padre un ex político de un partido que no recordaba, la mayor parte del tiempo no estaban en casa, lo cual era un desperdicio considerando lo grande que era y todas las comodidades que se habían encargado de adquirir.
Empecé a caminar con dirección a la sala de estar, la mayor parte del tiempo mi abuela estaba ahí, o al menos eso recordaba de cuando aún vivía con ellos, ya hace más de cuatro años. Cuando el abuelo falleció todos temimos por la abuela, si bien mis padres eran algo serios y estrictos, amaban a su familia de una forma extraña y todos eran cercanos o se mantenían en contacto por lo que la abuela vivió con nosotros. Yo era como quien dice, la oveja negra de la familia, quise independizarme, dejar de estar a expensas de su dinero y sentirme mal por cada día que pasaba sin un poco de atención. Sabía que me querían, pero no lo suficiente como para dejar un tiempo su trabajo y darse cuenta de que no necesitaba más juguetes o joyas..., solo a ellos.
Como pensé, mi abuela estaba sentada muy propiamente en un sillón individual tejiendo algo con sus manos.
—Hola, abuela. —Llamé su atención haciendo que dejara su labor y se levantara más rápido de lo que pensaba con ayuda de su bastón. Aún me impresionaba la manera en que sus ojos eran tan iguales a los míos.
—Mi muñequita, qué bueno es verte —habló con esa voz aterciopelada que recordaba—. ¿Te quedarás a la comida cierto?
Asentí mientras la guiaba al comedor.
—¿Cómo estás abuela?
—Cada día más vieja, pero me siento bien cariño, he estado tejiendo.
—¿Ahora que tejes?
—Ropa para los bisnietos que espero me des pronto.
Me atraganté con mi propia saliva empezando a toser y deteniendo nuestro camino, parecía que la viejita era yo pues me estaba ahogando sin parar de toser.
—Abuela qué dices, apenas y he cumplido los veinticinco.
—Ay mijita, yo a esa edad ya tenía a tu padre y otros dos niños.
Reí pensando en cómo contestar sin ofenderla, sin embargo no volví a hablar hasta que llegamos al comedor. Mi padre iba entrando con su ropa excesivamente planchada y elegante; observé mi pantalón de mezclilla entubado y la blusa de botones roja que llevaba, había olvidado lo elegante que debíamos vestir solo para comer, curioso, pues al vivir tanto tiempo sola podía salir en pijama a la hora que quisiera para saciar mi hambre.
—Sophia —susurró mi padre cuando reparó en mi presencia. Su cabello castaño iba perfectamente peinado hacia atrás, a pesar de su tez morena se veía un poco pálido, pero su bigote seguía siendo exorbitante. Mamá entró detrás de él alisando su vestido verde que contrastando con su piel blanca –a diferencia de mi padre y yo–, era perfecto. Llevaba hecha una cebolla en su cabello azabache, los dos se veían tan pulcramente perfectos y a la vez tan asustados sin saber qué acción seguía en el guión de una familia cálida y próspera. Ramiro y Lorena Bethancourt, excelentes para hablar en público pero no frente a su única y querida hija.
—¿Nos podemos sentar a comer? —Rompí el silencio haciendo que ambos asintieran y se movieran a sus lugares. Podría contar con los dedos de mis manos cuántas veces habíamos estado los cuatro sentados al mismo tiempo en el mismo lugar para una comida, y aún así me sobrarían dedos. Por un momento había olvidado la cantidad de cubiertos y platillos que ponían frente a mí.
De la entrada al platillo fuerte nadie habló, ni siquiera se escuchaba el golpe de los platillos pues, según ellos era de mala educación. Hace muchos años entendí que no sabían cómo actuar conmigo porque en realidad nunca intentaron aprender, el contacto que tuve al crecer fueron palmaditas en la cabeza, una mirada reprobatoria de mi madre al pasar mi fase de "no comer" y las constantes exigencias de mi padre. Claro que tuve buenos momentos en los que recordaban lo que tanto me buscaron y se les hizo tener, pero fueron efímeros, la mayor parte de mi vida constaba de ese tipo de momentos y a veces agotaba. Sin embargo no podía solo dejar de quererlos, eran mis padres, quienes ahora se miraban de reojo desesperados por querer hablar conmigo como una familia normal que expresa lo que sienten.
—El cascanueces será presentado del quince al veinte de diciembre —hablé rompiendo el silencio una vez terminado mi platillo, esperando por el postre—. Me entregan cinco boletos para dar, ¿quisiera ir, papá? ¿Mamá?
—No sé si me toque guardia en el hospital, pero puedes hacernos llegar los boletos, la abuela Martha seguro podrá ir.
Y para que el comentario me cayera mejor me dieron yogurt de postre. «¡Hurra!»
—¿Tu novio irá? —preguntó papá.
—¿A qué novio se refiere? —Recordé a tiempo que a él no podía hablarle de tú.
—El cantante.
—No es mi novio, papá. Terminamos hace tiempo.
—Qué mal, era un buen muchacho.
«Uy si, el mejor» pensé sarcásticamente deseando que no se me saliera ningún comentario.
La comida fue tensa, como siempre, iba a terminar mi copa de vino cuando mi padre volvió a hablar.
—El vino engorda.
No volteé a verlo, solo me lo tomé de un trago y sonreí.
Cuando salí de la casa seguía sintiendo esa molesta sensación de soledad en mi pecho, ni siquiera estando con mi familia disminuía y es que el ambiente no era cálido, o feliz. Tenían una extraña manera de demostrar su cariño, que me dejaba queriendo más, poder sentir más. Con Daniel pude llegar a algo, un pequeño aprecio que me hizo sentir mejor, deseada y acompañada, pero de nuevo fue efímero. Empezaba a odiar esa palabra.
Llegué a mi apartamento y solo se hacía más presente el que estaba sola, al menos ahí era con mis reglas. Tiré mi bolso a algún lugar y me dirigí a mi habitación para poder gritar en mi almohada; no debería de quejarme, amaba mi trabajo, tenía un techo sobre mi cabeza, comida en mi mesa, familia con vida, estaba mejor de lo que muchas personas, estaba bien. Pero al parecer nunca estaría satisfecha mientras me supiera sola, podría sobrevivir con comodidad pero cómo vivir si no tenía alguien con quien compartirlo; desearía cambiar cualquiera de mis comodidades si eso significaba encontrar a alguien que me amase con fervor, que aceptara todo el desastre que podía llegar a ser, alguien que fuera solo para mí, que me hiciera sentir lo que toda la vida he buscado, ser amada.
Por el momento no lo había encontrado. Pensé en Alonso, ese chico que llegó inesperadamente a mi vida, el problema no es si a mí me gustaba, es si yo le gustaba a él pero no podía esperar a que cada chico nuevo en mi vida fuera a ser el indicado, tenía más posibilidades de salir lastimada. Aunque eso no significaba que no soñara con esos ojos verdes mirándome de cerca y esos brazos estrechándome; o que nuestras pláticas no tuvieran efectos en mí. Dios, qué lío.
No sabía en que momento me había quedado dormida hasta que escuché la alarma programada de mi celular. La apagué y me fui directo a la ducha.
No me sorprendí al ver el desastre que era, con ojos hinchados y cabello desaliñado, había tenido muchas de esas crisis a lo largo de los años, estaría bien por unas semanas y cuando volviera a visitar a mi familia ocurriría de nuevo. Casi siempre llamaba a Irving quien se encargaría de llegar con helado y me sostendría hasta que me detuviera y razonara, pero ahora estaba en Jalisco* en una junta importante de la revista donde trabaja.
Después de la larga ducha fría me sentí un poco mejor, debía salir con una sonrisa en mi cara para seguir aparentando ante los demás la imagen creada: la chica que siempre sonreía. Al ser hija de un político, con los años se me hizo costumbre, y cuando mi trabajo comenzó a sobresalir pasé de ser recordada por mi apellido a ser sobresaliente por mi nombre y cualidades.
Prendí la televisión mientras preparaba mi batido antes de salir. Veía las noticias cuando salió la sección que me alborotaría los planes.
Según el "hoy no circula"*, todos aquellos autos con engomado verde y terminación 09 no podían transitar hoy.
«Demonios, ese es el mío» pensé. ¿Ahora que hago? No sabía usar el metro, incluso me avergonzaba decir que nunca lo había usado. Si Irving estuviera aquí no tendría ese problema.
Pasados unos minutos llamé a Javi solo para que me dijera que se le ponchó una llanta en plena avenida y tardaría en llegar al ensayo. No me gustaba decir groserías, las guardaba para ocasiones especiales, pero en este momento tenía un montón recorriendo mi cabeza.
Cuando abrí la lista de contactos en mi celular su nombre parecía brillar: Alonso.
Mordí mi labio inferior pensando. ¿Quiero que el sexy chico de voz ronca venga a recogerme? Eso era un claro que sí. Habíamos estado hablando mucho por mensajes, coqueteos discretos que no me daban señales de si en verdad le interesaba o no, era algo estresante pues eso hacía que el alboroto en mi interior al verlo no pudiera liberarse por completo, sentía ciertas cosquillitas en el estómago cuando él me hablaba, o solo con estar cerca pero sentía que podía haber mucho más si me supiera correspondida; era fácil ilusionarme, no quería caer en redondo si a él no le interesaba. Supongo que eso podía descubrirlo hoy.
Sin pensarlo mucho oprimí el botón de llamada. Me sentí un poco mal cuando supe que estaba dormido, pero oye, no era tan temprano.
—Dime qué necesitas. —Juro que lo escuché bostezar.
—No tengo manera de llegar al ensayo, no puedo sacar mi coche hoy por lo del "hoy no circula", ¿crees que podrías llevarme?
—Eh...
—¿Es mucho pedir?
—De acuerdo te seré sincero..., no tengo coche. Mi hermano a veces me presta el suyo pero de aquí a que vaya por él, llegue contigo y te lleve nunca vas a llegar Sophi. —Sophi. Me gustaba como sonaba. Moví mi cabeza para aclarar mis pensamientos y regresar a la conversación—. ¿Por qué no tomas el metro?
—No sé usar el metro —murmuré pero al parecer me escuchó pues lo oí suspirar.
—Pásame tu dirección, iré por ti y te llevaré.
—¿Cómo?
—Confía en mí, Sophi.
¿Confío en ti para darte mi dirección o para darme yo?
—De acuerdo —respondí sin saber a qué. Me quedé viendo una caricatura interesante esperando por él. Unos quince minutos después cuando por fin todos volvieron a ser amigos en el episodio tocaron a la puerta.
Apreté mi coleta, me sacudí las posaderas y caminé cuando me di cuenta de que estaba haciendo el ridículo.
Al abrir la puerta él estaba ahí con una camisa verde militar que resaltaba sus ojos y unos jeans ajustados que le quedaban de maravilla a sus grandes piernas, aún cuando no lo veía todos los días no se me hizo extraño que él llevara su mochila cruzada, era su toque personal y de alguna forma me gustaba. Y de nuevo estaban ahí esas cosquillitas en mi estómago haciendo acto de presencia, iniciando su recorrido hacia mi pecho para dejarme sin respiración. Estaba aquí, en mi casa, solo porque se lo había pedido.
«¿Podrías decirme si te gusto? Solo dime para poder empezar a ilusionarme como es debido.»
—Buen día, Sophia. —Después de tantos días juro que su voz hizo temblar mis rodillas.
—Hola. —Creo que suspiré.
—¿Lista para irnos? Tardaremos un poco.
Asentí, después de cargar mi bolso y cerrar la puerta salimos por el ascensor.
—¿Cómo planeas llegar?
—A pie, en el metro.
Abrí la boca con sorpresa un segundo. Caminaba rápido, un paso suyo eran dos míos por lo que necesitaba alargar mis zancadas.
De pronto se detuvo abruptamente haciéndome chocar con su hombro.
—Esto es una mala costumbre —dije sobándome mientras él reía con esa risa ronca. Di un respingo cuando colocó sus manos en mi cintura y me puso del otro lado de la banqueta, el contrario a la calle.
Me ofreció su mano y aunque dudé un segundo la tomé, era extraño, su mano era grande, incluso tosca a diferencia de mi delgada y pequeña mano, pero se sentía bien, era cálido mientras yo siempre tenía frío. Sus dedos se entrelazaron con los míos y si bien no encajaban perfectamente me transmitía paz y seguridad.
—Así yo me acoplaré a tu paso —dijo sonriendo y tirando de mí para seguirlo. Cuando bajamos para entrar al metro se acercó hasta mi oreja y susurró: —Coloca tu bolso frente a ti y no me sueltes.
Asentí sin mediar palabra, estaba algo impresionada de su cercanía.
Me sorprendía la cantidad de gente que podía haber, sabía que la Cd. de México era de las más pobladas pero aún así el ver tal magnitud en un espacio reducido era impresionante. El metro olía a sudor, perfumes mezclados e incluso un poco a hule y piel, todo a la vez. Debido a la seguridad, mi padre siempre tenía un chofer, y cuando me fui a vivir sola, mi querido Fiat* siempre me acompañaba, nunca había tenido que tomar el metro, pero ahora incluso me pareció divertido.
Alonso se movía como un profesional entre el mar de personas, nos hizo entrar justo antes de que las puertas se cerraran. Se agarró de un tubo y me gritó un "sostente" pero no fui lo suficientemente rápida por lo que terminé pegada a su pecho con una mano suya en mi cintura y las mías en su pecho. Sentí el vibrar de su risa por lo que sonreí.
—También puedes hacer eso —habló afianzando su agarre. No me caracterizo por ser alguien tímida por lo que me acerqué más abrazándolo como un poste con la bolsa entre nosotros.
Sentí un tirón en mi pans y cuando bajé la vista era una pequeña niña con un tutú rosa que me miraba algo embelesada. Le sonreí recordando mis inicios; ella brincó de emoción y se volteó para llamar la atención de quien creía era su mamá para señalarme.
Cuando volteé a ver a Alonso, este tenía una sonrisa de boca cerrada y ambas cejas enarcadas.
—Parece que tienes admiradores.
Me encogí de hombros.
—No pasa seguido, pero es muy bonito cuando sucede. —Y era cierto, en México debías ser un jugador de fútbol, un actor, un cantante o a veces un campeón olímpico para que la mayor parte de la población fuera tu fan. Sin embargo, mi área no tenía demasiados fanáticos.
El metro se detuvo lo que me lanzó al frente sintiendo cómo la cadera de Alonso chocaba con la mía. De repente sentí calor y no creía que fuera por la cantidad de personas a mi alrededor. No era nuestra parada por lo que tuvimos que estar más pegados cuando más gente entró al metro. A pesar de todo no quería ver la cara de Alonso o que él viera mi reacción.
En los siguientes dos choques accidentales que tuvimos pude sentir como el brazo de Alonso se tensaba y yo me sentía algo acalorada cuando sentí una protuberancia. ¿Acaso esto podía ser más incómodo?
En la última parada, después de que él soltara una maldición me separó de su cuerpo y tomó mi mano.
—Es aquí, al fin —suspiró aliviado mientras yo reía. Bueno, al menos sabía que le atraía.
Cuando llegamos al estudio nuestras manos seguían entrelazadas y yo no tenía intención de soltarle, sentía que era nuestra forma de conectar, que era algo más que solo tomarse de las manos.
—Avísame cuando termines y vendré por ti, ¿si? —preguntó mientras metía un mechón suelto detrás de mi oreja. En realidad estando ahí podría pedirle a algún compañero que me llevara, pero ¿quién se negaría a otro viaje en metro con Alonso? Más cuando las cosas se ponían tan interesantes.
—Claro, muchas gracias Alonso. —Le di un beso en la mejilla y entré sin mirar atrás asegurándome de caminar bien. Me encontraba sonriendo sin pensar, y así fue como mi crisis de la noche pasada estaba siendo enterrada sin que lo notara.
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*Lomas de Chapultepec: zona considerada residencial y comercial, colinda con una de las avenidas más grandes de la ciudad como Paseo de la Reforma, Chapultepec e Insurgentes. Para vivir en este lugar tienes que ganar al menos 314 mil pesos mensuales.
*Jalisco: estado de México.
*Hoy no circula: es un programa de restricción vehicular con el fin de reducir la contaminación atmosférica, aplicado en las 16 delegaciones de la Ciudad de México y en 18 municipios del Estado de México
*Fiat: fabricante de automóviles.
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Volví. ¿Les gustó el capítulo? ¿Sí? ¿No? ¿Por qué?
¿Me dejan una estrellita? La verdad que me he esforzado mucho en esta novela.
Si me dejan 10 votos y 10 comentarios subo otro capítulo, el que viene es mi favorito.
¿Desde dónde me leen?
La otra historia que consume mi tiempo está por finalizar por lo que tendré mucho tiempo para continuar esta.
Nos leemos pronto.
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