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Dos

Alonso

—Muévete un poco a la izquierda —dije colocando una rodilla en el piso y enfocando el lente de la cámara capturando dos fotos seguidas—. ¡Siguiente!

La pelinegra se fue contoneando sus caderas, no sin antes guiñarme un ojo. Samara —la siguiente modelo rubia del catálogo—, llegó a posar con seguridad.

Intenté capturar su mejor ángulo pero era demasiado pálida, la luz hacía que su cara se mostrara brillosa y aún más por el maquillaje con lo que parecía diamantina blanca. Además, su cabello platinado exigía que le dieran algo de color a su rostro; no sabía si se trataba de algún sabotaje a los fotógrafos novatos o tendrían que pensar seriamente en contratar a otro maquillista.

Me levanté y moví la luz. No tenía ayudantes pues aún no estaba contratado, las fotos eran mi prueba e intentaba hacer lo que mejor podía ya que necesitaba el empleo. Hacía cinco años había salido de la carrera y solo obtenía eventos pequeños que me generaban una buena ganancia, pero no la suficiente experiencia. Si conseguía ese catálogo sería el detonante que mi carrera necesitaba para impulsarse y llegar a una de mis metas; sin embargo, todo se tornaba complicado. Mi cámara era buena, pero había profesionales en la lista que contaban con un equipo mucho mejor al mío y que llevaban tantos años en la profesión que seguramente no perdían tiempo en encontrar el ángulo del modelo, ellos dirigían al modelo y era algo para lo que no se estudiaba y que lastimosamente los eventos a los que asistía no me enseñaban.

Bajé la luz y lo logré.

—Gracias Samara. —Sonreí ligeramente preparando mis cosas para marcharme, no obstante una chica se interpuso en mi camino con una mano en la cintura de un apretado vestido; levanté la vista de mi cámara para encontrarme con esos ojos marrones que me habían traído loco meses atrás. Su cabello caoba caía en ondas hasta tocar su pecho cubierto de aquel vestido blanco que acentuaba cada curva de su cuerpo, era hermosa sin duda, pero ya no podía verla con otros ojos, solo admiraba la belleza que poseía.

—Paulina. —Asentí hacia ella, llevaba tacones por lo que estaba casi a mi altura. Sonrió mostrando sus hoyuelos, todo en ella gritaba perfección, sin embargo cuando creía conocerla, se convirtió en alguien egoísta y superficial.

—Hola Alonso, ¿cómo te va? —preguntó mientras su dedo índice pasaba por mi brazo.

—Estoy bien, gracias. Solo con algo de prisa —comenté dándole una sonrisa de boca cerrada y yéndome por un lado para alcanzar mi mochila, pero ella seguía ahí sonriéndome con esa hilera de dientes excesivamente derechos.

—¿Por qué no tomamos un café un día de estos? Por los viejos tiempos —bromeó enroscando uno de sus mechones en su dedo repetidas veces.

—No lo creo..., hasta luego. —Me escabullí de la escena para entregar mi memoria al encargado y posteriormente salir del edificio cruzando los dedos.

Salí con rumbo a la cafetería "La abuelita", era mi lugar preferido para relajarme, nunca había demasiada gente y el café junto a la comida era exquisito. La breve conversación con Paulina retumbaba en mi cabeza, ella era hermosa, tenía un gran sentido del humor y era una modelo excepcional, fue mi musa el tiempo que estuvimos juntos y antes de ello cuando solo la observaba, fue la causante de mi amor a la fotografía de retrato y el tiempo que compartimos fue cercano a lo perfecto. Sin embargo, unos meses atrás todo se había estropeado.

—Hola, guapo —saludó la señora Concepción, dueña del café. Era amigable, siempre con una sonrisa para cualquiera que pasaba, y sobretodo a mí que ya me conocía desde mis años de escuela.

—¿Qué tal? —Devolví el saludo—. Un capuchino, por favor Conchita.

—A la orden.

Sonreí, pagué y saqué mi teléfono esperando el café.

—Aquí tienes, Ponchito. —Me entregó el vaso y al sober un poco casi lo escupo al observar la hora. Mi segunda entrevista comenzaba en diez minutos, debía correr o la perdería. No es que no confiara en mí como para conseguir el otro trabajo, pero había muchas opciones y era cuestión de subjetividad si decidían que el mío era mejor.

Iba corriendo con el café en mano cuando choqué con alguien y escuché un grito agudo.

—¡Demonios! —grité cuando el café caliente cayó en mi camisa. Me detuve a ayudar a la chica que creí haber tumbado, estiré mi mano y la ayudé a levantarse mientras ella se limpiaba tierra de su pantalón y por un segundo quedé impresionado por la imagen. Llevaba una playera de licra que se adhería a su cuerpo como una segunda piel, era color azul cielo por lo que resaltaba su tez bronceada junto a ese cabello oscuro. Tenía un pantalón de ejercicio que me hizo perder los estribos un segundo y darle un vistazo rápido a su trasero donde éste se ajustaba; decidí dejar de babear y cerrar la boca antes de que me viera como un descarado frente a ella.

—Lo lamento, disculpa.

Sus ojos coloridos eran punto y aparte. No quería ni parpadear para no perderme ni un segundo de la explosión de colores que eran sus ojos, me hubiera gustado tomarles una foto. Me observó y su melena junta en una cola alta caía por sus hombros mientras negaba con la cabeza.

—No hay problema.

—¿Eso no duele? —inquirí con una mueca al ver un raspón en su muñeca, aunque al parecer le molestaba un costado de su cintura, me empecé a preocupar, por el tiempo y por haber sido tan descuidado como para agredirla sin querer. Rasqué mi ceja como señal de ansiedad.

—No —suspiró—. Continúa, no querrás llegar tarde.

Asentí no muy convencido, pero me quedaban dos minutos así que salí corriendo hacia el edificio de color gris entrando despavorido a recepción.

—Buenas tardes. Alonso González, tengo una entrevista —hablé agitado a una secretaria de mediana edad con unos lentes redondos enormes.

—Tome asiento joven.

Suspiré y me senté respirando hondo repetidas veces mientras sacaba un suéter para colocarlo por encima de mi camisa húmeda, las mañanas empezaban a ser frías en la Ciudad de México por lo que siempre cargaba con un suéter.

—Adelante, el señor Gómez lo espera.

—Gracias —respondí mientras entraba a la oficina después de haber dado tres toques en la puerta—. Señor Gómez, un gusto. Soy Alonso González.

Estiré una mano que pronto estrechó y me invitó a sentarme, sentí que algo bueno saldría de aquello. El licenciado Federico Gómez era el encargado del periódico Excelsior *, conseguir este trabajo era a la par de importante que el interior, cualquiera de estos podría ayudarme a subir otro escalón en mi carrera. Él llevaba una camisa gris de botones, y un pantalón caqui del que salían tirantes negros, su cabello era canoso y viéndolo mejor se parecía a J. Jonah Jameson de las más antiguas películas del Hombre Araña que me gustaban.

—Dígame señor González —dijo acariciando su barba—. ¿Trajo sus muestras?

—Así es. —Saqué la carpeta de mi maleta y me alegré de ver que el café solo arruinó mi camisa, no mi trabajo. Se lo entregué y empezó a hojearlo frunciendo el ceño.

—Pero estos son retratos —curioseó dejando de lado la carpeta que yo observaba con anhelo.

—Sí lo sé, pero no es lo único que hago. Puedo tomar paisajes y más atrás podrá ver que he tomado una variedad de estilos diferentes.

—Pero lo tuyo son los retratos —sentenció apoyando su barbilla en el brazo. Suspiré y bajé la cabeza resignado.

—Es en lo que más me especializo... —hablé—. Pero sé hacer de todo.

El señor Gómez asintió mientras se ponía de pie y me extendía una mano. No, no, no.

Me levanté renegando mentalmente y estreché su mano.

—Un placer señor González, tengo su número. Analizaré más sus fotos y le llamaré en breve.

—Gracias señor Gómez, esperaré por su llamada. —Salí de la oficina y antes de salir del edificio hablé con la recepcionista—. Buena tarde.

Me fui al metro con la cabeza baja; esa entrevista no había salido como esperaba. Sabía que no me llamaría, había roto mi oportunidad laboral.

Llegué a mi departamento y pasé las manos por mi cabello con frustración cuando escuché el mensaje de voz que mi padre dejó. Dos entrevistas fatales, mi camisa favorita oliendo a café y mi padre preguntando cuándo conseguiría un trabajo que durara más de dos meses.

Hubiera aventado mi mochila de no haber recordado que mi equipo fotográfico se encontraba dentro. Me dirigí a la habitación y me quité todo sintiendo la camisa pegajosa.

Estaba quitando el olor a café de mi cuerpo cuando mi teléfono sonó; iba a dejarlo pasar pero salí con la esperanza de que fuera alguna oferta de trabajo que esperaba.

—¿Señor González?

—¿Sí? —pregunté ansioso sin identificar la voz.

—Habla el señor Gómez, tengo una oferta para usted.

—Claro, lo escucho. —Estaba entusiasmado, tal vez ya podría regresarle la llamada a papá y decirle que trabajaría en el periódico.

—Los del ballet tienen un evento sumamente importante, irán algunas celebridades, y los más importantes bailarines de dicho grupo. Es una mascarada más que nada.

—Creo que no lo entiendo señor. —Fruncí el ceño al ver de nuevo cómo mis sueños estaban a punto de ser frustrados.

—Necesitan un fotógrafo y te recomendé, siento que es más tu estilo, seguro harás un buen trabajo. ¿Lo tomas?

Suspiré, al menos era una oferta y podría sacar con ello la renta.

—Claro, lo tomo.

—Excelente, pasa mañana a mi oficina, vendrá Gonzalo, el encargado de la fiesta y te dará todos los detalles.

—De acuerdo. Gracias señor Gómez. —Terminé la llamada cuando mi torso se secaba por sí mismo y me daba escalofríos por lo que me metí de nuevo a la regadera.

Una mascarada de ballet, si era tan importante como decía tal vez ayudaría en mi expediente.

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* Excelsior: segundo periódico más antiguo de la Ciudad de México.
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Hola, espero les guste.

¿Qué les pareció el capítulo?

¿Qué piensan de los nuevos separadores?

Por favor si les gustó déjenme un comentario o un voto o los dos, sus reacciones me ayudan y animan mucho.

Gracias por leer.

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