Dieciséis
Alonso
Terminamos de lavar los platos poco antes de las diez de la noche y aún estaba ansioso de que se quedara un poco más, hablando o solo viéndonos, el fin era tenerla conmigo por más tiempo. Era una de esas pocas ocasiones en las que me sentía lleno de vida, con emociones nuevas surgiendo en mi interior, de aquellas que te hacen sonreír sin razón.
Hacía ya algo de tiempo que no me sentía así, queriendo pasar mis momentos con alguien, sintiendo que en realidad ya no quería estar solo, si no, con ella. Compartiendo recuerdos, creando algunos y simplemente sabiendo que había alguien ahí que me correspondía sinceramente. Me encontraba eufórico, sin saber cuál era el siguiente paso o si en realidad podríamos funcionar, pero muy dispuesto a intentarlo.
—Creo que...
—Salgamos. —La interrumpí haciendo que sus pestañas aletearan con cada parpadeo, sonreí ante el gesto, después de un tiempo de conocerla sabía que eso lo hacía solo cuando estaba sorprendida o sacaba una faceta tímida que pocas veces mostraba, era el equivalente a un sonrojo que nunca aparecería en ella.
—¿No lo estamos haciendo?
—Me refiero a en este momento. Es día del grito de independencia, podemos ir a ver al Zócalo*, se pone muy bonito.
—No sé... —Rascó su brazo con lo que supuse era nerviosismo, tomé su muñeca con delicadeza y pasé una mano por su rostro con la excusa de tranquilizarla, cuando la verdad era que adoraba sentir lo suave que eran sus mejillas—. Nunca he ido.
—¿Qué no los diputados y sus familias iban? —Ahora había entrelazado mis manos con las suyas y me enterneció el hecho de sentir cómo las apretaba.
Torció el gesto.
—Pues sí, claro. Pero siempre era una cena dentro, no podíamos estar expuestos en el Zócalo; y cuando mi padre dejó el puesto, no se me permitió ir.
—¿Y no te gustaría?
Sonrió antes de pegar su frente a mi pecho negando.
—Recuerda que no pueden vernos juntos, por lo menos no aún.
—Sophi, van más de ciento cincuenta mil personas, te aseguro que nadie nos verá.
Levantó la vista conectando fijamente con la mía, si ponía atención lograba ver ciertos destellos amarillos en sus ojos, era algo hipnótico y peligroso que con una sola mirada me distrajera de todo alrededor.
—De acuerdo..., debo admitir que estoy intrigada.
Sonreí y tomé las llaves de la mesa mientras nos guiaba a la salida, otra cosa que me encantaba de ella es que siempre estaba dispuesta a una aventura, probar cosas nuevas y salir de su zona de comfort si eso significaba estar juntos.
Después de un largo viaje en metro –los cuales se estaban convirtiendo en mis favoritos–, estábamos más cerca de llegar a nuestro destino, sin embargo, desde que salimos de la estación, la gente parecía haberse multiplicado con la intención de llenar cada rincón de la ciudad. El verde, blanco y rojo de la bandera podía verse en cualquier lado al que dirigieras la mirada.
Puestos ambulantes estaban a media calle, pues con el paso de la gente, los oficiales habían estado obligados a cerrar el paso. El olor a comida llenaba cualquier lugar y hacía que todo fuera más típico.
Nos detuvimos en un puesto de elotes donde la gente parecía ser atraída como polillas a la luz.
—¿Quieres uno? —La observé debatirse mientras fruncía la nariz, un gesto que comenzaba a entender en ella—. Te prometo que a partir de mañana ayudaré con tu dieta, solo aloquémonos un poco por hoy.
Supe que había acertado cuando rió y recargó su frente en mi hombro por un segundo antes de contestar.
—Está bien, un esquite* pequeño, por favor. —Hice una mueca—. ¿Qué?
—De acuerdo, tomaré como que un esquite es alocarte para ti.
Llegó nuestro turno y después de comprar mi elote entero y su vaso, caminamos hasta colocarnos lo más cerca que pudimos del evento, el cual estaba a reventar con música, luces y una orquesta.
La gente parecía llegar a cada segundo lo que nos mantuvo a Sophia y a mí muy cerca; a tal punto de terminar abrazándola detrás con mis brazos enredados en su delgada cintura y mi barbilla recargada en su hombro.
Minutos antes de las doce de la noche, el presidente se asomó por el balcón y empezó a dar el tan conocido "grito de independencia".
—¡Viva México! —gritamos todos al unísono en el momento en que sonaron las campanas y la bandera fue ondeada. Los fuegos artificiales se desplegaron llenando el cielo de colores, volteé a ver a Sophia en ese momento, embelesada por las figuras formadas en el cielo; sonreía de una manera genuina como siempre, pero se veía que en ese momento rebosaba alegría. A nuestro alrededor se escuchaban los gritos ensordecedores de toda la gente mientras la orquesta comenzaba a tocar Cielito lindo*; cuando el coro llegó todos levantamos los brazos y empezamos a moverlos de un lado a otro mientras entonábamos la letra de una de las canciones más características de México.
Por un momento, todo aquello me hizo recordar cuando era pequeño, alzado en los hombros de mi padre mientras devoraba una paleta de sandía; no había un año en el que no fuéramos a ver los fuegos artificiales, hasta que nuestras diferencias comenzaron a asomarse.
Giró a verme aún sin quitar su sonrisa y me dio un beso rápido que me sorprendió.
—Gracias —murmuró antes de volver a brincar por una canción que comenzó a sonar. Sentí una sensación de satisfacción y felicidad al saber que yo podía hacerla así de feliz; en ese momento se me ocurrían muchas cosas para mantener esa sonrisa que me volvía loco todos los días.
Era la primera vez que regresaba acompañado a la tradición, pero no me sentía invadido, podría decirse que la espera había valido la pena por la compañera correcta.
Semana y media después, las primeras imágenes de "El Cascanueces" estaban saliendo a la luz en los periódicos, los volantes y las redes sociales. Lo cual significaba más trabajo para mí, pues las fotos tendrían que actualizarse constantemente.
Sophia no había tenido un minuto de descanso desde entonces, su director parecía que cada día se esforzaba más en que ella renunciara, lo que la sumía en un estrés que la obligaba a no hacer nada mas que concentrarse, no era algo que me molestara pero empezaba a extrañarla.
—¡Poncho! Regresa a la tierra que ya nos vamos. —Escuché el grito de Héctor mientras Ulises y Santiago —amigo de mi hermano—, nos esperaban en la entrada del gimnasio.
Había dejado mi rutina a medias por sumergirme en mis pensamientos pero no me importaba mucho, a fin de cuentas yo solo iba a hacer ejercicio por entretenimiento y a pasar un rato con mis amigos, no como mi hermano que vivía de su físico.
—Hannia nos espera a todos para comer. —Anunció Ulises mientras encendía el coche donde había pasado a recogernos. Observé por el retrovisor cómo Héctor le traducía a Santiago con un lenguaje de señas bien ensayado.
—¿Por qué no prende el aparato de su oído? —pregunté, sentía que de esa manera se le sería más fácil, puesto que no había perdido el sentido, solo no estaba muy bien desarrollado.
—Se le acaba de perder, el otro le llega mañana. Pero no le gusta que la gente tenga que gritar para escucharla así que yo les traduzco.
Alzó ambos pulgares con una sonrisa y siguió platicando con Santiago mientras Ulises conducía hacia el departamento.
—¿Así que decidiste dar el paso con Sophia, eh? —habló mi amigo. Asentí hasta ser consciente de que no me miraba.
—Sí, fue algo impulsivo. La verdad es que no pensé formalizar tan rápido, pero no me arrepiento. Aunque no he podido verla.
—¿Por qué no llegas a su departamento de sorpresa con una película y comida? Podrá ser repetitivo pero eso nunca pasa de moda.
Sopesé la idea mientras rascaba mi ceja con ansiedad.
—No quería interrumpirla, cuando no está ensayando, duerme, cuando no duerme, ensaya. No quiero que piense que la hostigo.
—Lo que va a pensar es que te asustaste. Más de una semana y no has ido a verla. —Chasqueé la lengua mientras veía por la ventana los lugares tan conocidos para mí en esa ciudad. Quizá Ulises tenía razón, ¿y si estaba asustado?, después de todo nuestra relación aún no podía ser pública y mis miedos internos se encargaban constantemente de repetirme que probablemente temía ser juzgada, que no era alguien apto para estar con ella.
Cerré los ojos y pasé ambas manos por mi cara con frustración, no podía permitirme crear especulaciones cuando era yo quien no llamaba, me estaba apartando sin pensarlo pon creaciones tontas de mi cabeza, por experiencias con alguien muy diferente a quien era Sophia. Tenía que verla.
—Quiero proponerle matrimonio a Hannia —dijo Ulises haciendo que regresara a la realidad.
—Eso es grandioso, amigo. —Le di una palmada en el hombro mientras sonreía con incredulidad, era mucho tiempo el que había pasado antes de tomar esa decisión, sinceramente creía que nunca llegaría pues ambos la llevaban bien como estaban.
—Te diré después lo que responda.
—Ella te ama y han hablado de esto durante muchos años, yo he estado ahí. No tendrá que pensarlo para responder, tranquilo.
Nos detuvimos en un semáforo justo en el momento que Héctor se metió entre los asientos para subirle al radio.
—Es la canción de Santiago, a este volumen alcanzará a escucharla.
Ulises y yo nos limitamos a asentir y dimos por terminada nuestra charla hasta llegar a su departamento.
En cuanto pasamos por el umbral, Hannia apareció con sus mejillas sonrosadas y una gran sonrisa que hacía inflar sus cachetes y achicar sus ojos tras esos grandes lentes. Saludó a todos con su característico entusiasmo antes de llegar a mí.
—Que gusto verte, Poncho. Estoy a punto de terminar el mural, necesitas verlo.
—¡Claro! Vamos.
La seguí hasta la habitación con todos detrás de mí como cualquier persona haría, intrigados por el trabajo de Hannia, el cual me dejó anonado en cuanto lo miré. Había hecho un sinfín de mezclas de colores dando un aspecto único e irrepetible a lo que sus manos creaban, aún faltaba una cuarta parte del mural pero en su mayoría estaba completo. Si te acercabas lo suficiente incluso podrías querer estirar la mano pensando que en cualquier momento tocarías la montaña o el agua dibujada en la pared. Era tan realista y asombroso que nadie dijo nada por un instante.
—¿Y bien? —preguntó ella mientras metía las manos a su característico overol y se mecía en sus pies.
—Es asombroso Hannia, es de lo mejor que te he visto hacer. Cuando lo termines quisiera venir a tomar algunas fotos.
—Claro que sí. A ver si cuando vengas a ello traes a Sophia; quiero conocerla y hace falta un poco de energía femenina aquí a parte de mí.
Todos reímos ligeramente pues era cierto que en nuestro grupo de amigos ella siempre había sido la única en entrar, debido a que ninguna chica en nuestras vidas había sido la indicada y nos encargábamos de no crear fuertes lazos.
Dejé de admirar la pared para observar cómo habían comenzado una charla con señas entre Héctor, Santiago y Hannia. No entendía de lo que trataba, pero ella movía las manos con la misma velocidad con la que hablaba y eso era muy rápido.
—¿Desde cuándo somos los excluidos? —preguntó Ulises a mi lado. Me encogí de hombros.
—Tenemos que aprender el lenguaje o morir en la soledad.
Ulises rió entre dientes mientras caminaba hacia su novia y la tomaba de los hombros dándole un beso en la coronilla.
—Cariño, estás aturdiéndolos, ¿te parece si vamos a comer?
Héctor supo aprovechar esa ruta de escape diciendo que tenía hambre mientras salía de la habitación seguido de Santiago. Observé a mis amigos y me imaginé que sería una tarde perfecta, si tan solo Sophia estuviera ahí.
Toqué la puerta tres veces antes de asomar la cabeza para encontrarme al señor Gómez detrás de su escritorio anotando cosas frenéticamente mientras hablaba por teléfono.
Hizo una seña para que pasara; me apresuré a hacerlo sentándome frente a él esperando pacientemente.
—¡Pues resuélvanlo! —gritó antes de colgar y arrancar la hoja donde antes había escrito.
Esperé durante algunos minutos pensando que los detalles de la oficina eran muy interesantes hasta que se me hizo insoportable el silencio.
—Dalia, su secretaria, dijo que necesitaba verme.
—Así es. —Levantó la cabeza un segundo antes de abrir y cerrar cajones buscando algo que desconocía—. Algunas de tus fotos fueron solicitadas y vendidas a ciertas revistas en colaboración con el periódico, debido a esto, tienes derecho a ciertas regalías..., aquí está.
Me entregó un chequé que tomé cuidadosamente pensando que podría estar soñando o era un gran día para mí. La cantidad escrita me asombró y fue más de lo que había visto hace algún tiempo, sonreí en grande pensando en las nuevas posibilidades que esto me abriría y que por primera vez no me preocuparía de mi situación económica del mes; la renta estaba pagada, y próximamente recibiría otro cheque por las nuevas fotos, poco a poco estaba sintiendo que mi esfuerzo daba frutos y no esperaba para contárselo a mis padres, y a mi novia.
—Muchas gracias señor Gómez. —Me levanté de inmediato pues tenía un lugar al que ir.
Estreché su mano aún con una sonrisa que me devolvió cortésmente.
—Fue por su trabajo, solo paso el cheque.
Reí ligeramente y salí del edificio con los ánimos por los cielos, incluso pensé que el día se había convertido en uno más soleado y por un momento no me molestaba el ruido de los carros; era el poder de la mente embriagada de felicidad.
Me detuve frente a una vitrina cuando algo llamó mi atención. Estaba parado en media acera solo observando y sopesando la idea de comprarme la moto que se encontraba tras el cristal. Despilfarrar el dinero no era una buena manera de ahorrar, pero sería bueno tener algún medio de transporte como ese, donde no se gastara mucha gasolina y pudiera meterse en cualquier lugar considerando lo lleno de carros que estaba la ciudad.
Estaba a punto de marcharme cuando el gran letrero rojo que anunciaba descuentos captó mi mirada, preguntar no haría mal a nadie.
Una hora después, salí con el ticket de compra en mano y me dirigí a ver a Héctor quien me esperaba en casa de mis padres. No había regresado desde aquella última vez en que quise evitar una pelea con mi padre, todo estaba saliendo tan bien que temía que bajara mi moral nuevamente con unas simples palabras, un poder que siempre había tenido sobre mí.
—Padre, mira. Es un torneo de baile, estoy seguro de que podré ganar. Son tres mil pesos, así podré ayudarte mientras consigues nuevos clientes.
Se rió secamente antes de contestar mirándome por encima del hombro: —Nunca pensé que mi hijo fuera a resultar tan afeminado, que decepción.
—Pero...
—Ahórratelo, mientras vivas en esta casa no tienes permitido bailar. Ahora, vete a poner ropa de trabajo que me vas a ayudar en el taller, como el hombre que se supone debías de ser.
—Pero padre, si me dieras la oportunidad de demostrarte lo bueno que soy...
—¡He dicho que no! —Su nariz comenzaba a inflarse mientras respiraba cada vez más rápido, pero no quería ceder, deseaba convencerlo, volver a ser querido con todo y mis aficiones.
—No es afeminado, hay muchos bailarines famosos que se han casado y tenido hijos, es un arte que...
El golpe en la mejilla hizo que por un momento mi visión tuviera solo puntitos blancos, había tardado al menos un minuto en volver a tomar conciencia de lo sucedido. Sentía el ojo y la mejilla izquierda palpitando cuando escuché a mi madre llegar a abrazarme.
—¿Pero qué hiciste? —Escuchaba su voz amortiguada por el abrazo. Una sola lágrima había corrido por mi mejilla antes de correr a mi habitación.
Moví la cabeza tras el recuerdo mientras salía del metro en dirección a aquella casa con recuerdos agridulces. Los buenos momentos, con la música de mi madre escuchándose por cada rincón de la casa mientras el lugar se llenaba de un olor a especias. Y aquellos malos que fueron tan variados y algunos tan fuertes que no podía recordarlos todos.
De pronto, el día se había vuelto nostálgico, de no ser por la alegría contagiosa de Héctor, me hubiera venido abajo.
Toqué la puerta tres veces y esperé pacientemente. Solo tardó unos instantes antes de abrirla y dejarme sin aliento como la mayor parte del tiempo; Sophia agrandó sus hermosos ojos y me miraba sorprendida mientras yo la contemplaba, no había sido hasta ese momento en que me di cuenta de cuanto la extrañaba.
—Hola preciosa. —Sonreí mientras le entregaba el ramo de tres crisantemos rosas.
—Gracias —habló tomándolos. Su voz era suave y me hizo darme cuenta de que estas dos semanas sin vernos había sido un suplicio—. ¿Quieres pasar?
—Me encantaría, pero he venido a llevarte a nuestra primera cita.
Inclinó su cabeza a un lado mirándome extrañada.
—¿Entonces que fueron las demás?
—Bueno, si fueron citas pero ahora somos novios así que tomaremos esta como la oficial.
La observé rascarse el brazo con ansiedad mientras evitaba mirarme.
—Sé lo que me vas a decir. —Continué hablando mientras sostenía su mano para que parara de rascarse—. Aún no podemos hacer pública nuestra relación, pero nadie nos verá.
Se mordió el labio antes de sonreír abiertamente.
—De acuerdo, ¿debo cambiarme? —inquirió aunque ya había tomado su bolso. Su pregunta me hizo ser consciente de lo que llevaba puesto; aquellos shorts amarillos hacían resaltar sus tonificadas y largas piernas bronceadas, y esa camisa gris holgada dejaba al descubierto uno de sus hombros haciéndome enloquecer al ver las pequeñas pecas que lo cubrían.
—Estás hermosa —contesté mientras entrelazaba nuestros dedos y la atraía para darle un beso. En el momento en que nuestros labios chocaron sentí nuevas emociones emergiendo desde el interior de mi pecho, amenazando con explotar en cualquier instante. Esa sensación de alerta comenzó a presentarse; pero en el instante en que sus manos empezaron a revolver mi cabello, todas esas alarmas se apagaron para dar paso a la serenidad que solo ella había sido capaz de transmitir con un beso.
—¿Nos vamos? —pregunté cuando nos separamos pues aún estábamos en la entrada de su apartamento.
Cuando salimos del edificio tuve que tirar un poco de ella para que no se fuera por la dirección incorrecta.
—Pero el metro está por allá —dijo.
—No vamos a ir en metro. —Sonreí mientras le ofrecía el casco. Desde que fui a comprar aquella moto solo estuve pensando en la reacción de Sophia al verla; no se necesitaba ser un chico malo para verse bien en una moto—. ¿Te da miedo?
Se rió ligeramente antes de colocarse el casco y subirse tras de mí pasando sus brazos por mi abdomen. Sus delicadas manos se entrelazaron mientras me abrazaba.
En cuanto arranqué sentí como se tensaba, pero conforme pasábamos entre el tráfico de la ciudad y el aire empezaba a correr empezó a relajarse, hasta el punto de sentir que apoyaba su cabeza en mi espalda, disfrutando del viaje al igual que yo.
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*esquite: elote preparado en vaso
*Zócalo: La Plaza de la Constitución, informalmente conocida como El Zócalo, es la plaza principal de la Ciudad de México. Junto con las calles aledañas, ocupa una superficie casi rectangular de aproximadamente 46 800 m². Se le denominó así en honor a la Constitución de Cádiz promulgada en 1812.
*Cielito lindo: es una canción tradicional mexicana, compuesta en 1882 por el mexicano Quirino Mendoza y Cortés, quien se inspiró en su esposa (a quien conoció en la sierra y poseía un lunar cerca de la boca).
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Primero que nada me disculpo por tanta tardanza, el semestre pasado fue muy pesado para mí pero creo haber encontrado mi ritmo y estoy lista para seguir actualizando. Sobretodo en esta cuarentena que estamos viviendo.
Gracias por su paciencia. Si de una cosa pueden estar seguros es que no dejo ninguna historia a medias por más que tarde en actualizar.
¿Qué les pareció el capítulo? Si les gustó, ¿me dejarían un voto o comentario? Me alegraría mucho
Si tenemos 5 votos y 10 comentarios subo el siguiente capítulo, se vienen las partes interesantes.
Alonso en multimedia. Muy pronto comenzará el climax de la historia.
Pd: todos los personajes tienen un porqué así que estén atentos.
Gracias por leer ❤️
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