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Voces y policías

Tres de julio de 2257.

Bogotá, Colombia.

La ignorancia no es sinónimo de felicidad, es miedo materializándose en su más vulgar forma.

Extracto del discurso de Ricardo Rodriguez en la facultad de filosofía de la Universidad Nacional.

Eduardo se levantó sintiendo un frío horripilante. Inconscientemente buscó una cobija a tientas, sin embargo fue sorprendido por la inesperada presencia de una cadena metálica alrededor de sus extremidades. Su pierna izquierda le dolía. Abrió los ojos, estaba acostado y lo único que podía ver era techo gris, un horrible hedor a sangre y hierro le llenó las fosas nasales. Trató de incorporarse, pero su cuerpo se sentía demasiado pesado.

Alguien le había puesto un buzo con una sudadera gris, lo suficientemente ancha como para dejarla remangada en la pierna herida. Alzó la mirada lo más que pudo y vio el borde de cómo una venda atravesaba su muslo derecho, justo encima de donde sentía que provenía un punzante dolor, como si alguien le enterrara un cuchillo. Sus oídos todavía pitaban.

¿Dónde se supone que estoy? Un techo gris con paredes desnudas y luces ahorrativas decía poco. Las barras de luz parpadearon. Fue presa del pánico Eduardo cuando vio por unos segundos entre la maraña de sus recuerdos la figura de un dunkle inclinándose en su dirección, ¿por qué estoy vivo?

Pasos de alguien entrando al lugar activaron alertas en él, la puerta se abrió con un chirrido. La atravesó un hombre joven, Eduardo supo por el anormal y brillante tono azul de los ojos del sujeto que estaba usando una Interfaz Neuronal no Invasiva, sin embargo, ese fue el último de los detalles que captó su atención el primero fue su ropa: tenía colores ilegales.

El tono suave rojizo decoraba el uniforme médico del hombre le hizo preguntarse a Eduardo si no se había golpeado la cabeza demasiado fuerte, pero los accesorios del hombre le dieron confirmaron su nivel de cordura. Una colección de manillas artesanales sobresalían en las muñecas del sujeto, acompañadas por el tono rojizo casi fosforescente en las puntas del cabello de su compañía.

El sujeto ignoró su presencia. Se sentó a su lado sobre un sillón desgastado, murmurando, mientras hacía sutiles ademanes con sus manos. Eduardo trató de hacer contacto visual con el hombre, quien mantenía la mirada clavada en el piso, pero cuando abrió la boca para decir algo, el individuo alzó la mirada y ordenó:

—No hables. —Su voz tenía un hilo de furia contenida—. Por si no lo sabías tuviste suerte, ¡una bala expansiva regresiva! Tuve que usar una de mis dosis de nanorobots para evitar que tocara las venas o hiciera una ruptura muscular completa. ¿Con quién te encontraste? ¿La Araña o algo parecido?

—En realidad así fue —comentó otra voz desde el umbral del cuarto. Esta se expresó con un tono tan jovial que convirtió la pregunta en un elogio, como si fuera el mayor de los cumplidos.

Eduardo alcanzó a ver al recién llegado de reojo al alzar un poco la cabeza.

Reconoció al hombre de inmediato: Cabeza triangular, rizos castaños y una cicatriz irregular que empezaba en la mejilla y bajaba hasta el cuello. Richar Bolaños, el Americano. Había visto fotos entre los archivos de Nicole, un miembro notable de Noche conocido por su letalidad en los dunkles.

—Antonio, eso no me interesa por ahora —renegó el hombre del sillón—. ¿Podrías explicarme porque gasto medicinas, vendas, tiempo y una de mis camillas en este? —cuestionó señalando a Eduardo—. Yo vi su ropa, este man no es de los nuestros. ¿Por qué lo trajeron al Edén?

—Un encargo de la Plateada.

—¿La Plateada? —preguntó el hombre pensativo—. ¿Este qué tiene de especial?

—Quisiera saberlo —admitió Richard fijándose en Eduardo—. La Comandante Gloria me ha degradado por su culpa, solo sé que Nicole lo quiere vivo.

Eduardo oyó el click de un interruptor interno que desconocía tener antes de atreverse a preguntar:

—¿Qué asuntos tienen con mi hermana?

Los hombres lo voltearon a mirar con una mezcla entre sorpresa y duda contenida. Lo examinaron con un gesto que Eduardo reconoció, estaban buscando un parecido con Nicole. El mismo tono miel en el cabello, los ojos grises y las pestañas rizadas.

—¿Tú eres el hermano menor de la novia de la Comandante Ramos? —le preguntó Richar.

—Antonio, eso no te incumbe —advirtió un tercer personaje apareciendo en escena—. Jhonier se puede saber ¿por qué le pusiste una cadena?

Eduardo por un segundo creyó por un segundo haber perdido la cordura cuando la reconoció: la voz de la estación.

Raúl se tragó en seco su décima pastilla anti-fatiga de la semana antes de revisar los últimos archivos de su caso. Una fastidiosa multitud de hologramas le hacía compañía; fotografías, grabaciones, mapas de relaciones e incluso una copia de un diario escrito a mano hacían gala de sus capacidades como detective, no obstante, por alguna razón observar aquella pistas le traía sentimientos encontrados. Esa era la cúspide de su vida como detective detective de la División Pública de Seguridad, haber atrapado a una traidora que había dado la espalda al Sistema. El Administrador de su Zona lo reconoció en un comunicado de prensa.

¡Había resuelto el caso que marcaría a generaciones!

Debería de estar celebrando aquel momento con sus compañeros de ese logro, pero apenas y fue capaz de tomar una de las latas de refajo que su equipo abrió discretamente en la oficina. Algo estaba mal con él. Tantos años hurgando en las mentes de criminales le estaban pasando factura, si no ¿por qué aún tenía dudas sobre aquella captura?

Cerró los archivos con un ademán. Necesitaba terminar su última tarea para poder dormir un poco. Pasó por el baño, luego de una breve sesión de limpieza se puso un aparatejo rectangular encima de los ojos cerrados, las máquinas maquilladoras eran capaces de hacer maravillas con las ojeras y él no necesitaba que nadie notará su estado actual.

Dobló en el pasillo y puso su mano sobre el ascensor, después de la lectura huella seleccionó un piso de acceso al nivel subterráneo.

Guardianes de la justicia se desplazaban por todo el recinto; interrogatorio, registro y tortura fácilmente podían ocurrir detrás de las puertas de las celdas. Los presos de la prisión subterránea de Blanco morían para el público, no podían enviarlos a cárceles comunes. Sabían demasiado.

Raúl hizo una pequeña anotación metal para Eduardo, no le importaba que se le hubiera escapado. En un principio ni siquiera lo tuvo en cuenta como una variable de importancia para su caso, después lo había buscado guiado por una corazonada. ¿Por qué un muchacho tan carente de originalidad se había exiliado del ideal militar de su familia para convertirse en un empleado del montón?

Tomó aire para guardar aquella duda en una caja de pendientes. Necesitaba su mente despejada para tratar con la presa más peligrosa de Blanco, su discípula más querida: Nicole Velasquez. 

Cuando la conoció supo de inmediato que era una muchacha fuera de lo común. Su pupila creía en el deber, como cualquier otro recluta bien entrenado, pero actuaba de manera extraña en las misiones. Tenía la sangre demasiado tibia. Le aterrorizaban las ejecuciones extrajudiciales, aunque estas representaran la suma de un par de puntos en su Puntaje Social. Apartaba la vista de sus víctimas, como si estas imágenes le transmitieran el peor de los presagios con una sola ojeada.

Además siempre tenía un por qué para las misiones. ¿Por qué debían quemar los registros del Siglo Vacío? ¿Por qué le mentían a la prensa sobre sus logros? ¿Por qué el conjunto de organizaciones gubernamentales que debían proteger al ciudadano eran las más corruptas? A muchos no le gustaron las dudas sobre sus métodos que la presencia de Nicole trajo, ella odiaba conformarse con las respuestas simples. Raúl tenía la teoría de que su aprendiz llevaba mucho tiempo oyendo ese tipo de respuesta en su propio hogar.

Recordó melancólico el montón de ocasiones en que tuvo que actuar como un muro de contención entre el mundo y las preguntas de su protegida más brillante.

—Seguí las reglas y relee el Código Égida —le ordenaba siempre que hacía preguntas demasiadas problemáticas.

Raúl admiraba su entrega a la misión policíaca. Dejando de lado su parte curiosa, era un material de alta calidad. Ella se tomaba los detalles en serio, había sido la única persona capaz de seguirle el ritmo en medio de las investigaciones a punta de pastillas acompañadas por cortos intervalos de sueño; tenía un talento nato para ponerse en los zapatos ajenos muy necesario para la profesión. Tal vez por eso en algún momento el respeto que le guardaba se había transformado en una forma de cariño, Nicole se había convertido en la hija que siempre quiso tener.

Cuando ella empezó a escalar posiciones las dudas desaparecieron y la separación había sido inevitable, con el tiempo su aprendiz tuvo entre sus manos a su propio discípulo mientras Raúl se convertía en un lobo solitario. Ser ascendido a Jefe del Departamento de Investigación Militar lo convirtió en un ser temible para la gente fuera de su equipo de investigación, Nicole era su única amiga dentro de aquellas cuatro paredes.

Tal vez por eso se alarmó tanto cuando le habló sobre su falta de satisfacción sexual.

—Raúl, no sé qué me pasa —admitió la mujer profundamente perturbada una noche mientras bebían un par de polas en su bar favorito—. Desde esa misión ya nada tiene sentido, me paso los días buscando tener la mente ocupada pero ni siquiera ir a pasar el rato con un par de toys me sirve. La Dra. Nuñez dijo que iba recetarme dosis de Felicidad si sigo así.

Enviar dosis del opio policíaco a un recluta era un procedimiento que solía ser inmediato, probablemente la psiquiatra de Nicole estaba esperando mejoras de su paciente por otros medios. Mantener dopada una de las mentes detectivescas más brillantes del país sería un completo desperdicio.

La conclusión había sido simple para Raúl: Ya no le complacían los amigos con derechos o los trabajadores sexuales, para empezar ya nada en Luxen le llamaba la atención a su amiga. Se quedaba mirando hacia arriba con un gesto perdido, murmuraba para sí misma como un zombi cuando estaba trabajando y luego de un extraño período de vacaciones mientras observaba el firmamento le hizo aquella fatal pregunta:

—¿Por qué el cielo si tiene permiso de romper la ley?

Ese día la arrastró lejos de Blanco, apretó tanto su muñeca que ella terminó soltándose de su agarre con un tirón. Estaba histérico. ¡Por Dios! Quería golpear algo, ¿qué estaba insinuando Nicole? Si alguien más la hubiera escuchado la habrían degradado.

La habían ascendido hace poco, ya no podía permitirse esos descuidos. Por su propio bien tuvo que recordárselo todo. Eran parte de la División de Seguridad Pública Égida, el sector encargado de proteger a los civiles de las amenazas comunes y la propaganda nociva. Eran parte de una sociedad perfecta. En cuanto al cielo, era blanco y azul, nada más, ya que ni siquiera el cielo tenía permitido ir en contra de la Constitución que había creado aquel mundo ideal habitaban.

En esa ocasión le rogó sentar cabeza, tarde o temprano le asignarían más horas de trabajo, después empezarían a ponerle un ojo encima y llegarían las preguntas con disimulado interés. ¿Cómo era posible que a su edad no se hubiera casado ni una vez? ¿En qué pensaba tanto? Y lo que más le preocupaba ¿dónde había escuchado eso de que el cielo rompía la ley?

Él lo vio todo, es más, se sintió apuñalado al observar el alejamiento de su aprendiz. Una parte consciente de sí mismo reconocía su culpa, desde aquella conversación su amistad no volvió a ser igual. Se formaban silencios glaciales en medio de ambos, una pared invisible había empezado a dividirlos de tal forma que apenas e intercambiaban saludos en Blanco. En lugar de buscarse mutuamente para charlar de alguna cosa por trivial que fuera empezaban a ignorarse de manera equitativa.

Desde lejos vio como ella optó por dejarse tragar por el trabajo, comenzando a guardar sus conclusiones para su propia conciencia. A Raúl pareció un precio justo si aquello la mantenía lejos de las sospechas de sus superiores. Aunque una parte del detective quería creer que los problemas de Nicole comenzaron a relacionarse con Amelia Ramos, era consciente de que el cambio de su camarada había empezado mucho antes. La novia de su discípula sólo había sido un factor inesperado del que se había enterado por casualidad.

Lo de que el cielo rompía la ley no había sido el inicio, sino más bien una especie de estallido por medio del cual ella le anunció que había despertado de una especie de ensueño. Nicole volvía a ser la novata que entrenó, esa que dudaba y se mordía el labio en un intento de guardarse sus pensamientos, mientras negaba con la cabeza como si se recordará a sí misma que eso era lo correcto.

No obstante, lo todavía lo avergonzaba de esa situación era que apenas se había dado cuenta, aún se hacía las mismas preguntas una y otra vez. ¿Cómo no se dio cuenta? ¿No era casi su hija? Si ese era el caso ¿por qué dejó que las cosas tomaran ese rumbo? ¿Por qué nunca trató de quebrar aquella pared de vidrio que les había dividido?

Porque eres un cobarde.

El nombre de Nicole había estado revoloteando en su mente desde que la orden de captura llegó a su correo, la duda de si proceder o delegar lo carcomió durante días antes de aceptar la misión.

Las órdenes son órdenes, se repitió en un intento por acallar a su conciencia.

Su deber era hacer cumplir las leyes, ya lo había hecho antes. Desde que había adquirido su puesto mandó a la cárcel o a los sótanos de Blanco a varios de sus camaradas por crímenes similares, su escuadrón lo tenía claro con mantra que recitaban en los casos delicados: No importa si fue tu amigo. Nadie cambiaba sus objetivos y él no sería la excepción, iba a hacerlo. La conocía mejor que nadie o al menos creía seguir conociéndola lo suficiente. Cuando le sacara cada pizca de información que tuviera sobre los bajos, la mandaría a ejecutar tal y como dictaba el protocolo, después pediría una receta de Felicidad permanente para poder dormir sin remordimientos.

Al fin llegó a la puerta de la celda de Nicole. Raúl puso su mano sobre la pantalla, en donde debería de haber una perilla, esta brilló bajo su mano analizándola como si fuera un código de barras. Murmuró un comando a la bocina empotrada al lado de la entrada.

La entrada se abrió con un chirrido. Fue recibido por una colección de blancas paredes, una cama de metal en una esquina, un retrete y una mesa de metal donde sólo habían dos sillas que estaban frente a otra (las habían atornillado al piso para evitar ser usadas en algún intento de fuga).

Nicole estaba tumbada sobre el colchón desnudo. Daba la espalda a la entrada en un gesto despreocupado que se le hizo familiar a Raúl, ella siempre decía que aquel mal hábito era una mejor forma de defensa.

—Así nunca bajo la guardia.

Y eso hizo, el detective notó como la mujer se revolvió con aparente entre la tela de su camisa de fuerza.

Nicole no esperaba su visita. Raúl había asignado a uno de sus hombres de confianza a tratar con ella, no necesitaba que en un ataque de rabia su más brillante aprendiz se desquitara con él escarbando en su coraza y revelando su debilidad a su escuadrón.

—Fernández, no ando de humor para rodeos —informó Nicole—. ¿Qué quieres?

Raúl captó un tono carrasposo en la voz de su discípula, probablemente una gripa pasajera o un poco de rinitis.

—Me han pasado tu caso —le anunció tomando asiento alrededor de la mesa.

Ahora Nicole estaba sorprendida. Rodó sobre el colchón impulsandose con los pies descalzos antes de alzar la mirada en su dirección, los ojos grises delataban su intriga.

—Ven y siéntate —pidió Raúl señalando el asiento vacío—, sólo será rutinario.

Nicole lo examinó en silencio, mojándose los labios como si quisiera decirle algo pero optó por callar. El muro invisible que había creado aquella situación se manifestaba otra vez. Raúl contuvo un suspiro de frustración, ya lo sabía todo. ¿Por qué Nicole todavía tenía miedo de decirle lo que pensaba?

Detalló el semblante de la mujer mientras se acercaba a los muebles. El largo cabello de un tono miel se había convertido en un arbusto, los labios rosados estaban partidos por el frío y de su cuello colgaba la única muestra de aprecio que Raúl se había permitido darle, la placa militar que el padre de Nicole le había heredado a la mujer. Notó que la ligera pérdida de peso no o la falta de actividad no habían atrofiado a su discípula, sus pasos mientras se acercaba a él fueron silenciosos y la forma en que sus pies todavía se movían le advirtieron que ella aún no perdía habilidad en el uso de las artes militares.

—¿Qué le pasó a Fernández? —le preguntó Nicole cuando al fin se acomodó frente a él.

—Vacaciones, probablemente poniéndole los cachos a la jueza. Cerrar el caso más importante del año siempre da un bono.

Nicole rió por lo bajo ante la ironía. En sus mejores tiempos habían hecho algo parecido, recibieron un par de medallas y dejaron a los demás oliendo un chispero de documentación mientras disfrutaban sus licencias remuneradas. Nicole se había ido a Cartagena con su familia y Raúl había viajado a la colonia Norteamérica.

Intercambiaron una sonrisa torcida. La voluntad de Raúl flaqueo un poco, por un segundo solo quiso respuestas a preguntas irrelevantes: ¿Por qué nunca le había dicho lo que en verdad había ocurrido en su misión encubierta en el Frente de Liberación? ¿Por qué había leído aquella ridícula multitud de libros prohibidos? ¿Por qué le había perdonado la vida a un descendiente del clan Rodriguez? ¿En qué momento había empezado a ocultarle cosas?

Guárdalo todo en la oscuridad. Necesitaba enfocarse, hacerle aquellas preguntas a Nicole a esas alturas no tenía sentido. Ya era demasiado tarde. Ahora era su momento para llegar a la información que Fernandez nunca sería capaz.

—Sabes, hoy se me fue de entre las manos un objetivo.

Nicole lo observó curiosa, él era uno de los mejores de la capital colombiana. Sabía que si alguien había escapado de sus redes esa persona debía de tener mucha suerte o quizá solo era un plan para dar un golpe más grave contra su enemigo.

—¿Y eso es de mi incumbencia? —cuestionó Nicole alzando una ceja interrogante.

—Claro que lo es, sumercé, el nombre de mi objetivo de hoy era un tal Eduardo. Un diseñador de Desarrollos Salazar.

—¿Eduardo?

Raúl vio el cómo el rostro de su ex-discípula palidecía brevemente mostrando algo que no había visto desde que ella era tan sólo una recién graduada de la academia: terror. Había tocado su talón de Aquiles. Nicole sabía controlarse, su mente había aprendido a separar de manera sistemática el trabajo y la vida personal, de tal forma que su carrera parecía exenta de los incidentes personales que atormentaban a los reclutas comunes, pero él sabía dónde apuntar. Esa cara con aparente control siempre habían sido fáciles de leer para él.

—¿Tu hermano menor? —Raúl contempló a la mujer en silencio. La compostura que había mantenido en sus integatorrios con Fernández se mantenía, las facciones en un gesto entre el aburrimiento y la indiferencia no dieron gran muestra de vacilaciones. No obstante, el detective captó un labio tembloroso—. Sí, el Concejo emitió esta mañana una orden de captura para él, vivo o muerto. Ellos creían que él podía tener el mismo tipo de relaciones que tú con Noche.

—¿Eduardo? No. Él ni siquiera sospechaba que éramos Lia y yo...

¿Lia? Era la primera vez que escuchaba a Nicole pronunciar el apodo, para empezar era la primera vez que la oía admitir sin tapujos su romance con la emblemática personalidad que constituía Amelia Ramos. Su presencia allí había sido una buena idea.

Su discípula aún estaba dispuesta a bajar la guardia con él, una parte de ella aún confiaba en aquel maduro mentor que la había tomado bajo su ala. El mismo Raúl que nunca había reportado su preguntas problemáticas no le haría tanto daño, ¿verdad? Se sintió sucio. Usar todo el aprecio que Nicole le guardaba en su contra era un jugada despreciable.

Ya es tarde para pensar, se recordó. Necesitaba algo más para sacarle a su discípula la coordenada de la base subterránea del Cuartel General de la rama de Noche con la que investigaba.

—Lo interrogué personalmente hace unos días —reconoció Raúl—. Hizo el examen de conducción para dunkles, ¿por qué nunca pagó servicio?

La respuesta demoró en llegar. Nicole lo observó con el mismo gesto pensativo que había usado su hermano menor cuando le había preguntado por las parejas de su aprendiz.

—Mi hermano nunca ha tenido estómago para este negocio. Salió vomitando de la simulación de campo.

Eso no aparecía en el expediente, Raúl recordaba haber leído sobre que el chico había optado por pagar el servicio militar en ingresos. Había un hueco, algo cuadraba. ¿Por qué le bajaron el Puntaje Social? Bajar de un sesenta y más a un miserable treinta en la tabla que definía el nivel socio-económico era una sentencia al olvido, ¿qué cosa notable habría hecho Eduardo Velazquez para ganar ese estatuto?

Tendría que releer el expediente de ese muchacho.

—Si las cosas hubieran sido diferente, podría haber llegado lejos...

—¿Podría? —interrumpió Nicole—. Él debería estar en reclusión preventiva sino se han comprobado los cargos.

Un brillo de comprensión atravesó la mirada de la mujer mientras unía las piezas, su pierna derecha comenzó a moverse de manera nerviosa antes de atreverse a comprobar sus insinuaciones.

—Raúl, ¿no me estarás diciendo?

—Lamento lo sucedido.

Puso su mano sobre el hombro de Nicole, temblaba.

—Fue mi culpa. Yo lo llevaba a su apartamento, le iban a poner un poco de vigilancia preventiva por si las moscas. Parecía estar limpio, le habían quitado la orden de captura pero hubo un enfrentamiento.

Nicole no necesito más explicaciones. Con una mirada le pidió silencio, no quería mortificarse con detalles.

Raúl notó la mandíbula tiesa, los ojos cristalinos de la mujer, todavía tenían un brillo perspicaz. Su pecho subía y bajaba sutilmente en un ejercicio de respiración: trataba de mantener la calma. Analizar los datos con claridad era una de sus virtudes, no iba a dejar que la emociones la cegaran, examinaba si lo que le había dicho era cierto. Mantener la cabeza fría era el único lujo que podía permitirse.

Supo por el temple de Nicole que no confiaba del todo en sus palabras. Había creado un monstruo demasiado astuto para ese tipo de juegos así que busco en su bolsillo su última carta. Una placa militar sujetada a una cadena plateada, la placa tenía grabada el escudo de la Academia Policiaca Alfonso Lopez, y en otro lado escrito con letra cursiva:

Maribel Sepulveda.

Conductora de dunkles fiel a la patria.

Raúl puso la placa en la mitad de la mesa, justo frente a Nicole. Había pedido a sus hombres robar el artículo de la billetera de Eduardo, la placa de graduación de la matriarca Velazquez. El muchacho la llevaba en su billetera, de la misma forma que su socia siempre usaba la de su padre alrededor del cuello. Era una tradición familiar que la chica que una vez había sido su protegida le confió.

Por un segundo el detective fue capaz de oír el eco de la caída de la más brillante detective de una generación. Solo vio un recipiente vacío del otro lado de la mesa.

—Nicole, yo lo entiendo. Si fuera tú haría que esa chusma pagará el precio. Tu condena ya está dictada, me imagino que lo sabes. Se cumplirá pronto si no haces nada, te seguiré visitando en caso de que aún sigas guardando la misma lealtad que tu familia, a Luxen, al sueño que tenías... Sé qué harás lo correcto.

No me decepciones, quiso añadir, pero concluyó aquella fatídica visita lanzándole una ojeada a la mujer. Decidió ir en la búsqueda de una pastilla para dormir cuando oyó el llanto detrás de la puerta.

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