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Capítulo 42

Con la rabia poseyéndolo, Woklan caminó hacia el vórtice sin prestar atención a la representación de Dhagmarkal, que estaba siendo engullida por el líquido negro del foso. Mientras el crononauta cruzaba el portal que unía el templo al universo opuesto, decenas de manos se aferraron al cuerpo manifestado del dios oscuro y tiraron con fuerza de él.

—Humano, el destino de las cenizas de la creación depende de ti —fueron las últimas palabras que pronunció Dhagmarkal antes de hundirse en el foso.

Woklan, que escuchó lo que le dijo la deidad olvidada una vez había atravesado el portal, se detuvo, observó la representación de La Primera Consciencia, dirigió la mirada hacia el enmascarado y aseguró:

—Depende de nosotros. —Movió la mano y una fuerte ráfaga de aire apagó las llamas Gaónicas que consumían al que una vez fue una parte de su alma—. De los últimos humanos.

El hombre del traje se desplomó y pronunció entre tosidos:

—Ya era hora. —Apoyó las manos en el suelo de polvo negro y miró a los ojos del crononauta—. Pensaba que te ibas a perder la fiesta. —Soltó una risa ronca.

El vórtice que unía el universo opuesto con el templo se cristalizó y estalló arrojando los fragmentos contra la superficie del planeta. La representación de La Primera Consciencia, después de observar cómo se esparcían los restos del portal, centró la mirada en Woklan.

—Ha llegado a mí la anomalía. El error que debe ser erradicado para que nunca más se me pueda impedirme crear y devorar.

Desafiante, el crononauta dio un par de pasos.

—¿Crear y devorar? —Lo señaló y espetó—: Eres una maldita enfermedad.

La criatura de piel plateada trató de penetrar en el alma de Woklan.

—¿Enfermedad? Soy la esencia de todo. Nada puede existir sin que yo le dé forma. —Aumentó la tentativa de adentrarse en el espíritu del teniente—. Nada... —Incrementó la intensidad del ataque al ánima del crononauta—. Nada... —susurró, dándose por vencido, dejando de intentar poseerlo—. Pero tú... —Examinó la película energética apenas visible que cubría el cuerpo de Woklan—. Tú eres algo más que una anomalía.

—Soy padre, marido e hijo. —Apretó los puños—. Soy el teniente Woklan O. Whagan. Y soy parte de la energía que da forma a lo que existe. —La piel cambió un instante su tonalidad y brilló con un intenso azul—. Y he venido a poner fin a tu locura.

El enmascarado, recuperado de las heridas producidas por el fuego Gaónico, se levantó y, sin dejar de mirar a la criatura de piel plateada, se colocó cerca de Woklan.

—Y yo soy un enfermo sádico con complejo de deicida. —Se remangó, movió el cuello hacia los lados y se lo crujió—. Y tengo muchas ganas de matar a un dios. —Sonrió—. De arrancarte la lengua, abrirte el estómago y metértela dentro.

La representación de La Primera Consciencia elevó un poco la cabeza y fijó la mirada en los grandes ojos rojos que cubrían el firmamento. Sintiendo cómo su esencia se despertaba con fuerza, miró a Woklan y al enmascarado.

—Por más que juguéis con impregnaciones que están más allá de vuestro entendimiento, por más que consigáis utilizar lo que da sustento a mis realidades, tan solo seguís siendo una ínfima parte de mi proyección.

El enmascarado, mientras la sonrisa de su rostro se tornaba más profunda, corrió hacia el ser de piel plateada.

—Pues disfruta de la caricias de una ínfima parte de ti mismo. —Le sacudió en la cara—. Goza con el tacto. —Le lanzó la rodilla al estómago y consiguió que se encorvara—. Porque vas a morir como siempre has vivido, con hambre.

La representación de La Primera Consciencia lo cogió del cuello y lo arrojó hacia un lado.

—No entiendes...

Woklan llegó a su altura y lo calló con un golpe.

—El que no entiendes eres tú —replicó, dándole un puñetazo en la mandíbula—. Te crees superior porque has creado y matado miles de creaciones, pero hasta lo eterno puede morir.

—Nada puede matarme. —Los ojos rojos del cielo, la muestra de que La Primera Consciencia estaba alcanzado el cenit de su poder, intensificaron el brillo—. Yo soy la vida y la muerte. —Golpeó con la palma a Woklan en el pecho y lo hizo retroceder.

El crononauta, aguantando el dolor, pisando con fuerza el suelo, masculló:

—No eres más que un parásito. Un parásito que necesita alimentarse de sí mismo. —Inspiró con fuerza por la nariz—. Lo veo en tu mirada, te da miedo que lo que has creado acabe siendo capaz de alimentarse de ti. —Al ver el tenue brillo negro que recorrió los ojos del ser, añadió—: Ese temor te ha acompañado mientras dormías. Temías que Los Antiguos consiguieran desmembrarte para siempre, arrancándote fragmentos de tu consciencia.

—¡Cállate! —Alzó la mano y una fuerte ráfaga de aire tiró al suelo al teniente—. Soy hambre. Un hambre insaciable. Y lo único que me separa de seguir engullendo universos son unos míseros seres que no tienen conciencia de quién soy ni de lo que represento.

Woklan se puso de pie al mismo tiempo que lo hacía el enmascarado.

—Sí algo he aprendido durante el tiempo que he estado atrapado en el infierno, es que todos somos esclavos de nuestras pesadillas. —El crononauta cerró los ojos y susurró—: Dhagmarkal.

Por un instante, pareció que cierto nerviosismo se apoderaba de la representación de La Primera Consciencia.

—¿Por qué lo nombras? —preguntó el ser buscando con la mirada la posible aparición del dios oscuro.

El enmascarado sonrió y contestó:

—Lo nombra porque, si hablamos de deicidas, él es un profesional. —Se recolocó la máscara y sonrió—. Por tu cara, por el temor que refleja, creo que Dhagmarkal se va a convertir en mi ídolo.

Poco a poco, unos metros delante de la criatura de piel plateada, la deidad olvidada fue tomando forma, creándose a partir de una niebla oscura que se condesaba. Cuando terminó de manifestarse, la carne putrefacta se cayó a pedazos mientras el dios oscuro movía las manos y se miraba los brazos.

—Esto es lo más cercano a la vida que puedo estar.

La representación de La Primera Consciencia, que había superado la inquietud, clavó la mirada en la deidad olvidada.

—Pronto volverás a ser una parte de mí y ejercerás tu función. Jamás te liberarás.

Dhagmarkal, con las cuencas vacías de las que se desprendían decenas de gusanos amarillos llenos de pústulas, miró al ser de piel plateada.

No fui yo el que se desprendió, fuiste tú el que quiso acelerar la creación de realidades. Tu deseo insaciable superó la misión que se te encomendó. Mis hermanos no pudieron liberarse por sí mismos, tú los dejaste libres con la intención de que aceleraran el proceso de maduración de las creaciones.

El ser de piel plateada guardó silencio unos segundos.

—No eres quién para juzgarme, tan solo eres una pequeña porción de lo que soy.

Dhagmarkal movió despacio la cabeza y observó el paisaje vacío del planeta.

Cierto, solo soy un fragmento de tu consciencia. Pero soy un fragmento que no deseabas que despertara. Un fragmento que temes. Un fragmento que consiguió enfermar a mis hermanos y que logró encerrarte en este triste universo. Soy un fragmento que ha forzado la ruptura del ciclo.

Sin poder ocultar cierto temor, la representación de La Primera Consciencia preguntó:

—¿Y lo hiciste para suplantarme? ¿Para alzarte como un nuevo dios?

Dhagmarkal centro la mirada en el ser.

—No, lo hice porque estoy cansado de despertar. Porque las pesadillas han dejado de resultar placenteras y se han convertido en una desagradable obligación de tormento eterno. Ha llegado el momento de dejar de ser un esclavo de mi naturaleza. —Elevó la mano y una niebla de un metro de altura cubrió el planeta—. Mi tiempo pasó. Y el tuyo también.

Es inútil, no puedes vencer a la consciencia de la que formas parte.

Dhagmarkal bajó el brazo muy despacio.

Cierto, no puedo vencerme, pero sí puedo ayudar a que otro me venza.

La piel de Woklan volvió a brillar con un intenso azul durante un par de segundos.

—¿Hablas del humano? —soltó con desprecio.

Hablo de alguien que se ha unido a la esencia de la existencia y ha contemplado durante mucho tiempo lo peor de la realidad. El humano ha conseguido trascender y se ha convertido en el conductor de los cimientos de la realidad. Si lo desea, es capaz de romper el equilibrio como ni mis hermanos hubieran soñado.

Es imposible, ningún ser finito puede amenazarme.

La piel del enmascarado también brillo durante un instante con un azul intenso.

En tu prepotencia, sigues cegado y eres incapaz de ver lo que se haya delante de ti. Cuando comenzaste a creer que tu existencia era el comienzo de una era eterna no fuiste capaz de predecir que aquello que te dio forma lo hizo con un propósito. Al igual que un mortal es incapaz de comprender tu naturaleza, tú no eres capaz de entender por qué fuiste creado.

Dhagmarkal se miró la mano y vio cómo empezaba a descomponerse dando forma a una bruma oscura.

—Es tarde. El ciclo se sella y tú vuelves a mí. —Movió el brazo y una gran parte del cuerpo del dios oscuro se trasformó en niebla—. Cuando te absorba, conoceré los secretos que ocultas, las maquinaciones que has urdido en mi contra.

No te será tan fácil acabar conmigo. —Un brillo negro volvió a dar forma a las partes del cuerpo de Dhagmarkal que se habían desvanecido.

El dios oscuro y el ser de piel plateada se quedaron en silencio mirándose, intentando vencer en una guerra que no se combatía en el plano físico sino en uno más elevado.

El enmascarado, con la piel iluminándose cada pocos segundos, se acercó a Woklan, contempló a las dos figuras inmóviles y dijo:

—Podría ser nuestra oportunidad.

El crononauta tardó en contestar.

—Podría, pero creo que Dhagmarkal está ganando tiempo para que hagamos otra cosa.

—¿Otra cosa? —Bajó la cabeza y observó la niebla que cubría la superficie del planeta—. ¿El qué?

Antes de que ninguno de los dos pudiera decir nada, un fuerte estallido hizo vibrar el aire y los lanzó al suelo. Apenas impactaron contra él, ambos sintieron que una fuerza los arrastraba más allá de los límites del espacio-tiempo.


El enmascarado.

El hombre del traje abrió los párpados, se incorporó sobre las baldosas de porcelana, meneó la cabeza, contempló la lámpara dorada de la que colgaban centenares de pequeños cristales y se preguntó:

—¿Dónde demonios estoy?

Sintiendo que los músculos del cuerpo le ardían, se levantó y observó las paredes repletas de espejos de varias formas y tamaños.

—Esto es surrealista. —Se giró buscando una salida por la que escapar de aquella habitación bizarra—. ¿Dónde está Woklan?

Sintió el tacto de una mano fría en la nuca y escuchó:

—¿Y dónde estás tú?, ¿quién eres?, ¿qué quieres?, ¿qué representas?

El enmascarado se dio la vuelta buscando a quien había hablado.

—Soy el mal nacido que te va a estrangular con tus intestinos mientras te arranca la tráquea para que no me molestes con tus gritos.

Los espejos mostraron decenas de figuras nebulosas oscuras que posaban las palmas contra las paredes cristalinas.

—¿No te gusta ser tú mismo? —Por un segundo, las criaturas que se mostraban en los espejos adquirieron el rostro de Woklan—. ¿Te da miedo?

—¿Miedo? —Se remangó y se acercó a una de las paredes—. ¡¿Miedo?! —Lanzó el puño contra un cristal agrietándolo y produciendo que un ser brumoso desapareciese—. Pocas cosas me dan miedo...

De nuevo sintió el tacto gélido en la nuca.

—Temes ser Woklan. Temes acabar siendo devorado por su alma. —El enmascarado se giró y contempló cómo se evaporaba una nube negra delante de él—. Temes ser lo que eres.

—¡No soy Woklan! ¡¿Me oyes?! ¡No soy Woklan!

Del cristal agrietado emergió un brazo delgado y deforme que se extendió hasta que la mano huesuda que se hallaba cosida a él agarró la cabeza del enmascarado.

—Si no eres Woklan, ¿quién eres?

—Soy... —Unos destellos negros emergieron de los dedos que se le hundían el en cráneo y le provocaron visiones—. Soy... —Poseído por las imágenes de las posibles vidas que habría podido tener en diferentes líneas temporales, cerró lo ojos y apretó los dientes—. Soy... —El dolor que le producía ver lo que podría haber vivido de no ser por la muerte de la realidad lo empujó a dejar que se manifestaran sus sentimientos—. Soy un condenado... —dijo con las lágrimas escapando de los ojos.

La mano lo dejó y fue retorciéndose junto con el brazo hasta que quedó atrapada tras el cristal agrietado.

—Eres más que un condenado. Eres El Condenado. El único que puede acabar con la pesadilla. Tienes la fuerza que le falta a Woklan para poner fin a la existencia. —En los espejos aparecieron multitud de reflejos de rostros siniestros, llenos de cicatrices y heridas—. Eres la esperanza de los que quieren ser olvidados. —Las baldosas del suelo se fracturaron y la lámpara del techo, dejando que cayeran algunos cristales, comenzó a temblar—. Danos aquello que solo tú puedes darnos. Danos el olvido y cumple así tu destino. —De los espejos emergieron siluetas con rasgos famélicos—. Sé el que acabe con todo. El que rompa el ciclo.

Millones de gritos agónicos sonaron en la habitación y perforaron los tímpanos del enmascarado.

—¡Basta! —bramó, presionando las orejas con las manos.

«No, todavía no. Aún no te puedes ir».

Al mismo tiempo que la sangre brotaba de los oídos, la mente del hombre del traje se fue llenando con las visiones deformadas de lo que había vivido. En medio del intenso dolor que le desgarraba el alma, fue capaz de comprender que una gran parte de su pasado era una mezcla de recuerdos de líneas temporales que no habían llegado a existir más que unos segundos.

—¡Basta! —gritó, con las palmas manchadas de sangre.

«Aún no».

Invadido por rabia, frustración, sufrimiento y dolor, destrozó un espejo lanzando la suela contra él. Cuando los cristales cayeron, rebotaron un par de veces en las baldosas y se elevaron clavándosele en el cuerpo.

Con los dientes apretados, soportado el intenso calor que empezó a desprenderse de los restos del espejo, aguantando los millones de gritos que se propagaban por la habitación, sintió como si lo invadiera algo ajeno a él.

«Has vivido en una fantasía. ¿Sabes qué es real y qué no? ¿Qué viviste y qué es una invención que tu mente ha adoptado de realidades que ya no existen?».

Harto, el enmascarado movió los brazos, apuntó con las palmas hacia las paredes y bramó:

—¡Cállate, ya! —La piel de cuerpo brilló con un tenue azul—. ¡Se acabó!

Los espejos explotaron y los cristales que se hallaban clavados en su cuerpo cayeron al suelo. El hombre del traje, jadeando, recorrió la habitación con la mirada y vio cómo de los cristales fragmentados emergía una tenue niebla.

—Recuerda que tu pasado puede haber sido una ilusión, que tu presente está en peligro y que lo más probable es que no tengas futuro —las voces fueron perdiendo fuerza a medida que la bruma desaparecía.

El enmascarado, tras casi un minuto en el que se quedó inmóvil, agachó la cabeza, observó los restos de los espejos, se miró las manos, las vio brillar y pensó:

«Debo matar a ese dios engreído. Debo acabar con La Primera Consciencia».


Woklan.

Confundido, el teniente despertó en la cama de su antiguo hogar en la ciudadela del final del tiempo.

—¿Qué hago aquí? —Se levantó y caminó absorto por la recreación de una vida que añoraba—. Otra ilusión... —susurró mientras andaba sintiendo el tacto frío del suelo en las plantas—. Nunca acabarán... —Se detuvo cuando, sin querer, su pie chocó con un peluche deshilachado—. Pequeña... —Sin poder contener la emoción, con diminutas lágrimas escapándose de los ojos, se agachó y recogió el muñeco—. Ojalá que todo hubiera sido diferente.

Por el pasillo sonaron unas pisadas y se escuchó la voz de su hija:

—Papá, ¿a qué no eres capaz de atraparme?

Woklan elevó la mirada, la dirigió hacia la puerta y se vio corriendo detrás de la pequeña con una gran sonrisa dibujada en la cara.

—Recuerdos... —dijo el crononauta mientras se levantaba—. Fantasmas del pasado...

—Dejó el peluche en una mesita y fue hacia el corredor—. Soy un hombre atrapado por lo que viví y lo que no puedo volver a vivir. —Se apoyó en el marco—. Estoy vacío y a la vez estoy lleno de dolor y odio. —Giró la cabeza y vio cómo jugaban su representación y la de su hija—. La única paz que puedo alcanzar es la del olvido. —Escuchó el ruido de unas uñas afiladas arañar la pared y buscó el origen del sonido—. Solo me queda el olvido...

Pasando por al lado de unos seres encapuchados ataviados con prendas grises que le señalaban hacia donde debía dirigirse, el teniente caminó los metros que lo separaban de la salida de la casa.

Tu camino es tu final —dijeron las criaturas al unísono.

Cuando el crononauta alcanzó la puerta, la abrió y observó a Dhagmarkal y a La Primera Conciencia inmóviles, mirándose fijamente, en medio de un duelo que trascendía lo que se podía llegar a comprender.

Woklan bajó un poco la cabeza y vio cómo le brillaban las manos con un tono azul.

—Son dioses... —Apenas terminó de pronunciar la última palabra, sintió cómo alguien le ponía la mano en el hombro.

—Y nosotros somos más que humanos —aseguró el enmascarado—. Somos los encargados de destruir la naturaleza de la creación. —Woklan lo miró a los ojos—. Vamos a darle una patada en el culo a ese sucio engreído y lo mandáremos de vuelta al sueño eterno.

El crononauta sonrió.

—No sé qué haría sin ti. Tu monstruosa cara siempre logra darme ánimos.

El enmascarado soltó una risa ronca.

—Menos mal que tu gemelo maligno es un sociópata que se adora a sí mismo más que a nada en el mundo y que no desea morir sin dejar una gran huella en la historia. —Una profunda sonrisa se le dibujó en el rostro—. No quiero morir sin que en mi epitafio ponga que le aplasté el cráneo al dios primigenio.

Woklan asintió.

—Vamos a demostrarle lo mortal que puede llegar a ser.

Ambos se convirtieron en una bruma oscura que se movió con rapidez y se unió a sus cuerpos que se hallaban en el suelo cubiertos por la niebla que había producido Dhagmarkal: la niebla que era la esencia del alma del dios oscuro.

Woklan se levantó, meneó la cabeza e intentó no pensar en el dolor que sentía. El enmascarado, una vez se hallaba de pie, se sacudió el traje y dijo:

—¿No te parece como si una apisonadora te hubiera pasado por encima?

El crononauta, examinando las figuras inmóviles de Dhagmarkal y La Primera Consciencia, dio unos pasos y contestó:

—Siento como si me hubieran arrancado los músculos y los hubieran puesto en un sitio diferente del cuerpo. —Miró al hombre del traje—. Creo que estamos empezando a morir.

El enmascarado sacó una petaca de un bolsillo interior del traje, dio un sorbo y la tiró al suelo.

—Eso no me gusta. No me gusta nada. —Avanzó un poco—. Tenemos que matar a ese mal parido y acabar con esto. —Miró de reojo a Woklan—. ¿Alguna idea?

El crononauta se mantuvo en silencio unos instantes.

—Creo que sí. —Contempló cómo el cuerpo de Dhagmarkal comenzaba a descomponerse—. Pero necesito tiempo, y el dios oscuro no creo que pueda darme mucho.

—Tiempo, tiempo. —Se recolocó la máscara—. Te daré todo el que pueda, pero no tardes en hacer lo que sea que quieres hacer.

Mientras Woklan cerraba los ojos y la piel le brillaba con una tenue azul, el enmascarado caminó hasta quedarse al lado de figura de Dhagmarkal y dijo:

—Entre tú y el imbécil de piel plateada, te prefiero a ti. Das miedo, pero al menos estamos en el mismo bando. —Cuando vio cómo temblaban los músculos podridos del dios oscuro, añadió—: Vamos, aguanta un poco más.

—No puede aguantar más —aseguró la representación de La Primera Consciencia—. Su poder mengua y el mío aumenta.

Aún no has vencido.

—No, pero estoy a punto de hacerlo.

El ser de piel plateada comenzó a andar hacia Dhagmarkal y el enmascarado se interpuso en su camino y susurró:

—Jamás pensé que me iba a convertir en un escudo del deicida.

La representación de La Primera Consciencia movió la mano y generó una fuerte ráfaga de aire que, aunque no logró tirarlo al suelo, sacudió al hombre del traje y agrietó el suelo.

—Se acabó —aseguró el ser—. Ya no toleraré que se retrase más mi regreso. —Los ojos brillantes del cielo proyectaron relámpagos rojos que le impactaron en el cuerpo—. El cadáver del viejo multiverso alimentará mi renacimiento.

A medida que los rayos chocaban con la piel, el cuerpo de la representación se hacía más grande. Tras casi medio minuto, el ser se había convertido en un gigante de una decena de metros.

—Mierda —soltó el enmascarado.

Aún no has vencido. Tu poder todavía tiene fisuras.

La representación de La Primera Consciencia movió la mano y Dhagmarkal se descompuso y se convirtió en una niebla oscura que retornó al interior del dios primigenio.

—Mierda, mierda —repitió el hombre del traje, viendo cómo del suelo emergían representaciones de Los Antiguos que se trasformaban en un polvo que volaba en dirección al ser de piel plateada—. ¿Cómo voy a darle tiempo?

Cuando La Primera Conciencia absorbió las partes de su mente fragmentada, lo que en otro tiempo había sido Los Antiguos, miró al enmascarado y sentenció:

—Puedes morir sufriendo o caer sin dolor. ¿Qué prefieres?

—Maldita sea... —masculló—. Woklan, vamos, haz lo que sea ya.

Aunque el cuerpo del teniente se hallaba allí, a tan solo unos metros del enmascarado, su consciencia había surcado los restos de la realidad en busca del lugar donde comenzó la muerte de la creación.


La Ethopskos.

Las paredes de la nave se hallaban recubiertas por una telaraña azul de las que supuraba un líquido blanquecino que goteaba formando pequeños charcos. Woklan, que había proyectado parte de sí mismo, caminaba escuchando el intenso goteo y el leve zumbido que producían unas pequeñas partículas amarillas flotantes. Sin detenerse, elevó la mano e hizo el amago de tocar algunos de aquellos pequeños objetos.

—Restos del antiguo universo —dijo, viendo cómo las partículas se apartaban.

Centró la mirada en el final de pasillo y siguió andando en busca del centro de la ruptura de la realidad. Estar allí, caminando por el interior de la nave que creó la brecha que comenzó a devorar la existencia, en el lugar que había sellado su destino y lo había conducido a vivir un infierno, le hizo pensar en cuán diferente podría haber sido todo.

—Quizás en otra vida... —susurró sin permitir que los sentimientos no le dejaran llevar a cabo lo que tenía planeado.

Aceleró el paso y alcanzó la compuerta que sellaba la sala en la que se hallaba su cuerpo. Pasó la mano por un escáner y las piezas de metal macizo empezaron a moverse. Tras unos segundos, entró en la estancia y se contempló a sí mismo.

—Incluso estando muerto sigo alimentando la paradoja... —susurró, llegando a la altura de su cuerpo—. Tan decrépito, tan corroído, y aun así sigues manteniendo los restos de la realidad. —Tocó la piel morada que se hallaba pegada al hueso, sintió cómo los músculos se habían consumido, miró los ojos resecos y susurró—: Tú eres lo único que me permite existir. —Hizo una breve pausa—. Mi viejo yo, mi cadáver...

Detrás de él se escuchó una risa macabra, se dio la vuelta y se quedó en silencio observando a Ragbert.

—¿No me vas a dar la bienvenida? —El científico se pasó la punta ensangrentada de uno de los dedos de la mano robótica por la piel de la cara—. Volvemos a estar en nuestra querida nave. Por fin podremos acabar lo que empezamos.

El crononauta guardó silencio unos instantes.

—No sé cómo es que estás aquí, pero no voy a perder el tiempo contigo.

Woklan se dio la vuelta y comenzó a introducir coordenadas en un panel de control.

—¿No quieres perder el tiempo conmigo? —Dio un par de pasos—. ¿Es que ya no me odias? —El teniente apretó los dientes, pero se contuvo y prosiguió tecleando—. Entiendo, me has perdonado. Has perdonado que apagara las máquinas que privaron de oxígeno a tu hija y le encharcaron los pulmones. —Woklan bajó la cabeza y se mordió el labio—. También me has perdonado por utilizar la manipulación mental para ordenarle a tu mujer lo que tenía que hacer. —A la vez que el crononauta lo miraba con odio, Ragbert aplaudió y sonrió—. Bravo, eso es lo que quería de ti. Ver tus ansias de venganza: tu ira. —Rio, lo señaló y una densa niebla envolvió los brazos y las piernas del teniente—. Lástima que eso te será inútil contra mí.

Woklan intentó moverse, pero por más que se esforzó fue incapaz de hacerlo. La niebla que se le aferraba a las extremidades se hundía en su ser y le paralizaba el alma.

—No... —Observó al científico y vio más allá de su apariencia—. No eres Ragbert, lo suplantas para intentar torturarme.

—Otra vez te vuelves a equivocar. Sí que soy Ragbert. —Sonrió—. Soy Ragbert y una infinidad de otros seres. —La piel del científico se derritió y dejó al descubierto huesos y algunos pedazos de carne viva—. Soy él que te ha estado esperando. Él que va a retenerte.

—No sé qué o quién eres, pero estás muerto —masculló.

—No puedes matarme. Mi especie lleva extinta mucho tiempo.

Al ver el brillo en la mirada de Ragbert, Woklan dijo:

—Eres uno de los alienígenas. —Volvió a intentar moverse en vano—. Los que conspirasteis contra Los Antiguos para traer de vuelta La Perfección Ancestral.

El científico avanzó, llegó a la altura del crononauta y le posó la mano ensangrentada en la mejilla.

—Cada vez estás más unido a la energía Gaónica y accedes con mayor profundidad a sus conocimientos. —Le acarició el cuello con los dedos mecánicos—. Lástima que tanto tú como las ondas Gaónicas estéis a punto de colapsaros.

Woklan miró su cuerpo reseco, el que alimentaba la Ethopskos, y vio cómo la piel se agrietaba.

—¿Qué demonios? —De las grietas comenzó a brotar una intensa energía—. ¿Qué estás haciendo? —Dirigió la mirada hacia el científico.

—Nada. —La figura de Ragbert se fue difuminando y su lugar lo ocupó el espíritu de uno de los extraterrestres compuesto por un gas verdoso que en algunos puntos llegaba a ser casi sólido—. Esto lo estás provocando tú. —Woklan lo miró extrañado—. En el momento en que decidiste dejar atrás tu ciclo de dolor y devolver el tiempo a la realidad, iniciaste el proceso de descomposición de tu cuerpo. —El ser observó con deleite las grietas de la piel—. Tú eres el que ha alargado la agonía de la creación y también eres el responsable del instante de su muerte. —Sonrió—. Haz las paces con tus demonios. Ya que dentro de poco será tarde para hacerlo.

Woklan apretó los dientes y volvió a intentar moverse.

—¡Te voy a destrozar! —bramó.

El ser lo miró fijamente a los ojos.

—Lo sé. En cuanto tu cuerpo explote, me destrozarás a mí, a tu alma y a los fragmentos que aún están en pie de la creación.

Impotente, luchando contra las ataduras nebulosas, Woklan cedió ante la rabia y gritó.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

—¿Woklan...? —soltó perplejo el enmascarado al ver cómo el cuerpo del teniente se desvanecía—. ¿Qué mierdas haces?

La representación de La Primera Consciencia bajó con la rapidez la mano, cogió al hombre del traje y lo apretó.

—El humano ha conducido a uno de mis siervos al lugar donde comenzó la agonía de la existencia.

—¿La Ethopskos? —masculló, antes de gritar a causa de la presión.

—El lugar donde también se iniciara el comienzo del nuevo ciclo. —Elevó el brazo y acercó el enmascarado a su rostro—. No queda nada por lo que luchar. —Apretó un poco más y el hombre del traje soltó un alarido—. Lo único que te queda el es olvido. —El puño del ser de piel plateada se incendió con llamas Gaónicas.

—Maldito cabrón —soltó mientras el fuego cósmico le quemaba el alma.

Por encima de ellos, el firmamento negro se fracturó y de las grietas emanó una energía oscura que empezó a descomponer el vacío. La representación de La Primera Consciencia, con la mirada fija en el enmascarado, aceleró el proceso de renacimiento y algunos de los soles que aún brillaban en los restos de la creación explotaron arrasando muchos sistemas solares.

El parto de un único universo, uno oscuro y frío, había comenzado.


La Ethopskos.

—No luches, no resistas, deja que el final te abrace —dijo el espíritu del alienígena mientras pasaba la mano por la piel llena de grietas del cuerpo que alimentaba la Ethopskos—. La belleza del fin de una era siempre asusta a los seres imperfectos. —Se deleitó viendo cómo el flujo de energía aumentaba e iluminaba la sala con fuerza.

El crononauta, al sentir que desaparecía su conexión con el planeta del universo opuesto, forcejeó con la niebla que le aprisionaba y dijo:

—Me has traído al completo.

El ser lo miró.

—¿Tu presencia en el mundo hubiera servido de algo? ¿Habrías conseguido impedir que aquello que da forma a todo renaciera para devolver la creación a su estado natural?

Woklan, lleno de rabia, contestó:

—Habría matado a tu asqueroso dios.

La manifestación del espíritu del alienígena sonrió.

—Eso es imposible —aseguró, dándose la vuelta para contemplar el cuerpo cada vez más agrietado.

Aunque la ira lo poseía, el crononauta intentó calmarse y buscar un modo de quebrar las ataduras de niebla. Dirigió la mirada hacia el panel de control, vio que tan solo faltaba por introducir la orden de inicio de la maniobra y se convenció de que podría lograrlo.

Cerró los ojos, buscó dentro de su ser y volvió a sentir las caricias de su mujer, los besos de su hija y los abrazos de su padre. Inmerso en un estado de plenitud, inspiró la fragancia del aroma de Weina, escuchó las risas de su pequeña y los consejos de su padre. Por un instante, el amor que sus seres queridos sentían por él traspaso las barreras de la vida y la muerte, de la existencia y la nada, y llegó a él llenándolo de emociones.

En ese estado, cuando abrió los ojos, en vez de ver la sala de la Ethopskos donde se hallaba su cuerpo reseco, pudo contemplar un hermoso paisaje, una pradera en la que el viento mecía la hierba y las hojas de un gran árbol. Allí, en aquel lugar que para él era lo más parecido a un paraíso, vio correr a su hija cogida a un peluche.

—Pequeña...

Dirigió la mirada hacia el tronco del gran árbol y cerca de él pudo ver a su padre cogiendo por el hombro a Weina. Ambos sonreían, sumidos en un estado de felicidad.

—Os quiero...

Apenas se apagó el susurro, cerca de su padre y de su mujer fueron apareciendo otros seres queridos que abandonaron el mundo mucho antes de que se iniciara el suceso originario. Con la visión de su difunto hermano y su difunta madre mirándole con alegría, Woklan, poseído por una profunda paz, cerró los ojos y pensó:

«Dentro de poco volveremos a estar juntos».


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

Los chillidos del enmascarado se unían con el intenso ruido que producían las brechas por las que la existencia comenzaba a colapsarse. Las llamas Gaónicas que se alimentaban de la esencia del hombre del traje vibraban replicando el desgarrador dolor que padecía la creación.

Mientras las galaxias eran arrasadas y la esencia de las líneas temporales dejaba de existir, la representación de La Primera Consciencia terminaba de dar forma a su resurrección y se preparaba para dejar atrás el plano físico.

—Hambre —pronunció el ser de la piel plateada a la vez que los restos de la creación convertidos en pequeñas partículas de energía se unían a su cuerpo—. Tan solo existe el hambre.

Cuando el hombre del traje no era más que huesos envueltos por pequeños trozos de carne chamuscada, cuando había dejado de moverse y gritar, la representación de La Primera Consciencia lo soltó y elevó los brazos preparándose para dejar atrás el cuerpo.

Lo que quedaba del enmascarado, al mismo tiempo que el dios primordial culminaba su resurrección, cayó contra el suelo fracturado y no tardó en ser golpeado por los granos de arena que se movían por el fuerte viento producido por las fracturas dimensionales.

Inmóvil, convertido en un esqueleto humeante, daba la impresión de que el que una vez fue una parte del alma de Woklan había muerto. La máscara, que se había fusionado con el cráneo a causa del calor, empezó a derretirse y goteó resbalando por lo poco que quedaba del rostro.

Cuando la cara desfigurada sin apenas carne, carente de rasgos y de ojos que mostraran vida, quedó al descubierto, alguien se agachó y susurró cerca del oído:

—No puedes rendirte. Nosotros, los que luchamos hasta el final, no lo hacemos.

Tras unos segundos, se escuchó una débil tos que mostró que la vida no se había desvaneció por completo del cuerpo del enmascarado.

—¿Wharget...? —soltó casi sin fuerza.

—Solo un recuerdo —murmuró.

—Un recuerdo... —repitió mientras comenzaba a curarse.

Antes de que se le regeneraran los ojos y pudiera comprobar si su aliado había vuelto de entre los muertos, escuchó cómo se alejaron unas pisadas hasta que desaparecieron.

—Un jodido héroe... —Inspiró con fuerza, se incorporó y elevó la cabeza para contemplar al ser de piel plateada—. Fuiste un jodido héroe hasta el final y voy a intentar imitarte. —Se levantó al mismo tiempo que la ropa y la máscara se rehacían—. Moriré dándolo todo.

El enmascarado cerró los ojos y sintió el débil lazo que lo unía a la energía Gaónica. Una vez que notó cómo su cuerpo era una extensión del tejido que mantenía estable el espacio-tiempo, se concentró en lo que había ocurrido no hacía mucho, elevó la mano y moldeó la realidad para dar forma a la katana de Wharget.

Al escuchar el sonido de la espada materializándose, abrió los ojos, apretó la empuñadura y dijo:

—Voy a ser un jodido héroe. —Rio.


La Ethopskos.

Woklan abrió los ojos y miró al espíritu del alienígena que se maravillaba delante del cuerpo reseco. Sintiendo cómo el lazo con la energía Gaonica aumentaba, forzó los brazos y las piernas y logró que desapareciese la niebla que lo paralizaba.

—¿Cómo? —preguntó el ser.

—¡Cállate! —Le golpeó en el rostro—. ¡Y vete de aquí!

Aunque el espíritu del alienígena intentó atacar, cuando Woklan canalizó parte de la energía que emanaba del cuerpo y la lanzó contra él, no pudo hacer otra cosa más que echarse hacia atrás.

El crononauta avanzó un paso y sentenció:

—Vete y vive un poco más. O quédate y muere ahora.

El ser gruñó en un intento de hacerle frente, pero retrocedió cuando Woklan empezó a canalizar de nuevo la energía.

—Disfruta del poco tiempo que te queda —dijo mientras se desvanecía.

Sin perder tiempo, el teniente fue hacia el panel de control, terminó de introducir las coordenadas, hizo que la nave buscara la energía que proyectaba la representación de La Primera Consciencia y los motores Gaónicos de la Ethopskos se pusieron en marcha.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

—Eh, tú, saco de mierda —el enmascarado se dirigió a la representación de La Primera Consciencia—. Vamos, cabrón, intenta quemarme de nuevo.

El ser de piel plateada, que se había alineado con su esencia y estaba a punto de abandonar el cuerpo, ignoró al hombre del traje. Para el dios primigenio, el enmascarado había cumplido su papel y no había motivo para retrasar la unión con su consciencia por él.

—¿Te doy miedo? —Avanzó un par de pasos, apretó con más fuerza la empuñadura de la katana y apuntó con el filo al ser de piel plateada—.Tú, el que se jacta de haber creado todo, ¿eres un cobarde que teme lo que le puede hacer alguien con muy mala leche?

La representación de La Primera Consciencia bajó la mirada y la centró en el enmascarado.

—Di adiós a tu creación. —De la piel de la criatura surgió una intensa luz púrpura que se conectó con la esencia del dios primigenio—. Dite adiós a ti mismo.

El enmascarado sonrió.

—De eso nada —susurró, concentró la energía Gaónica en la hoja de la espada y generó una paradoja que proyectó un haz contra el ser.

Aunque el gigante se tambaleó con el impacto, el rayo no consiguió más que enfurecerlo. Al ver que el ser de piel plateada no caía ni que se rompía el lazo con su esencia, el enmascarado intensificó la canalización de energía y empezó a sacarla de su propio cuerpo.

—Es hora de morir como un jodido héroe —masculló.


La Ethopskos.

La Ethopskos, convertida en un inmenso proyectil, atravesó la barrera que separaba los restos de la creación del universo opuesto y resquebrajó el tejido espaciotemporal imbuida por la energía del cuerpo de Woklan.

En el interior, al ver que los sistemas le avisaban de que se acercaban al planeta, el crononauta inspiró con fuerza por la nariz, se acercó al cuerpo repleto de grietas y se dijo:

«Llegó la hora».

Posó la mano sobre la piel fracturada y un estallido de luz azul se propagó por la sala. Sintiendo como si le clavaran millones de agujas al rojo en las terminaciones nerviosas del brazo, Woklan gritó y empezó a fundirse con las ondas Gaónicas y con su antiguo cuerpo.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

Ante el aumento de la potencia del haz que proyectaba la katana, la representación de La Primera Consciencia tuvo que retroceder un paso para no caer.

—Anomalía... —pronunció con desprecio.

El enmascarado, al que le costaba mantenerse de pie, parpadeó y aguantó sin desvanecerse mientras sentía cómo la vida se escapaba de su cuerpo. Tras unos segundos que se le hicieron eternos, cuando creyó que ya no podría soportar más el alimentar el haz, cuando veía que el ser estaba a punto de contraatacar, sintió aproximarse la consciencia de Woklan y sonrió.

—Justo a tiempo.


La Ethopskos.

Una vez que Woklan y su cuerpo se fundieron con la energía Gaónica, uniéndose también con la nave, la Ethopskos aumentó la velocidad, trazó una trayectoria de impacto y se dirigió hacia la representación de La Primera Consciencia.

Cuando apenas faltaban unos pocos segundos para el impacto, el teniente, sintiendo cómo se diluía su mente en las ondas Gaónicas, tuvo un último pensamiento:

«El olvido... La paz...».


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

Casi a punto de desfallecer, el enmascarado gastó parte de sus últimas energías en mantener entretenida a la representación de La Primera Consciencia.

—Un poco más —dijo, al ver el destello que producía la Ethopskos al aproximarse.

El ser de piel plateada, que había sentido la presencia de la nave, movió la mano e hizo que el haz rebotara hacia la katana sobrecargándola. Mientras la espada explotaba y empujaba al hombre del traje, la representación de La Primera Consciencia se dio la vuelta, elevó un brazo y proyectó una ráfaga de energía que impactó con la Ethopskos destrozándola.

El enmascarado, que apenas se mantenía en pie, contempló incrédulo cómo los fragmentos de la nave caían sobre la superficie del planeta.

—No... —susurró.

El ser de piel plateada lo ignoró y volvió a conectarse con su esencia.


Más allá del tiempo y el espacio, de el todo y la nada, de la vida y la muerte.

Multitud de colores y sonidos se desplazaban en todas direcciones. Infinidad de formas definidas y figuras abstractas existían al mismo tiempo generando un espectáculo que ningún humano habría comprendido. El frío y el calor, el bien y el mal, el amor y el odio; en aquel lugar solo existía perfección, y la perfección era la plenitud y la ausencia.

El núcleo de la Ethopskos, junto con unas pocas secciones, se materializó en la misma esencia de lo que existía, de lo que podía existir, de lo que no existía y de lo que nunca existiría.

El armazón metálico, imbuido por la energía Gaónica proyectada por la consciencia de Woklan, se alimentó de la estructura de ese lugar indefinido y empezó a vibrar.

Aunque el dios primordial se dio cuenta de que la nave estaba absorbiendo parte de su esencia, no pudo hacer nada por evitarlo ya que los restos de la Ethopskos iniciaron un salto y regresaron al universo opuesto.


En la superficie del planeta en el universo opuesto.

Arrodillado, teniendo que forzar mucho el cuerpo para mantener la mirada en el ser de piel plateada, el enmascarado sentía que el tiempo se le agotaba y que no podía hacer nada más que morir contemplando cómo esa criatura ancestral devoraba la creación.

En el último momento, justo cuando estaba a punto de darse por vencido, vio un resplandor en el cielo y sonrió. No pudo evitar caer, no pudo resistirse a la gravedad, pero tumbado desde el suelo fue testigo de cómo la Ethopskos se reconstruía.

—Woklan... Maldito cabrón... —sonrió—. Lo has conseguido.

Con cierta inquietud, la representación de La Primera Consciencia miró la nave y proyectó una gran cantidad de energía contra ella. Sin embargo, los rayos que impactaban contra el casco solo conseguían aumentar la carga energética de la Ethopskos.

—Imposible —dijo el ser de piel plateada antes de que la nave encendiera los motores de energía Gaónica y se dirigiera a gran velocidad contra él.

El enmascarado, que observaba lo que estaba ocurriendo, sonrió y se preparó para el final. Aunque estaba a punto de morir, por primera vez en mucho tiempo sintió una gran paz.

«Morir como un jodido héroe».

La Ethopskos impactó contra el ser de piel plateada y se descompuso en millones de pequeños fragmentos que atravesaron a la criatura y se esparcieron por el universo opuesto. El cuerpo de La Primera Consciencia empezó a vibrar y el dios primigenio, por primera vez en su existencia, experimentó dolor.

—No... —fue la última palabra que pronunció antes de que la reacción en cadena se iniciara.

El enmascarado, con una sonrisa surcándole el rostro, contempló cómo algunas partes del ser de piel plateada explotaban. Sin fuerzas, con el cuerpo agotado, antes de que lo que existía se convirtiera en cenizas cósmicas, antes de que su cabeza cayera hacia un lado y su vida acabara, el hombre del traje tuvo un último pensamiento:

«Ha sido divertido... Muy divertido».

Apenas un par de segundos después de que el rostro del enmascarado tocara el suelo, los fragmentos de la Ethopskos explotaron y generaron una oleada de llamas Gaónicas que devoraron la creación, consumieron La Primera Consciencia y pusieron fin al ciclo de los multiversos. 

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