Capítulo 33
Dos años y medio antes del suceso originario.
—No disponen de mucho tiempo, la tormenta de arena magnetizada alcanzará su posición en unos minutos —escuchó a través de los trasmisores el equipo enviado a investigar la señal.
—Entendido, nos daremos prisa y revisaremos el origen de la huella energética antes de que nos alcance la tormenta. —El capitán Therish sujetó el fusil de asalto con las dos manos y se dirigió a sus hombres—: Ya habéis oído. Hay que acelerar la marcha, no podemos regresar sin haber recuperar el cuerpo. —Se giró, centró la mirada en el punto luminoso que vibraba en la pantalla interior del casco, empezó a moverse con rapidez y ordenó—: Vamos.
La unidad del capitán Therish pertenecía a las fuerzas conocidas como Los Soldados de Impacto. Los hombres que servían en esa rama del ejército eran llevados al límite en entrenamientos que los agotaban física y mentalmente. No todos sobrevivían, muchos quedaban impedidos o perdían el juicio, pero los que completaban la instrucción llegaban a convertirse en la elite de las fuerzas de choque de La Corporación.
Aunque Los Soldados de Impacto nacieron para erradicar toda huella de vida extraterrestre, al haber exterminado miles de civilizaciones alterando el espacio-tiempo y haber convertido el multiverso en un lugar donde en apariencia los humanos eran los únicos seres inteligentes, en ese momento las tareas que llevaban a cabo tenían otra finalidad. El alto mando recurría a ellos cuando creía que ni siquiera las mejores unidades del ejército regular podrían llevar a cabo las misiones.
Los trajes acorazados que cubrían los cuerpos de Therish y sus hombres, aunque en apariencia parecían pesados, gracias a un bombardeo continuo de gravitones que provenía de la parte trasera de la armadura —de una pieza rectangular que se fundía con el grueso metal y hundía afiladas puntas en las columnas vertebrales de los soldados—, resultaban sumamente ligeros sin que la densidad de la aleación se viera reducida ni que la capacidad de blindaje quedara mermada.
Cuando Therish escuchó un tenue pitido en el sistema de comunicación de la armadura, activó la visión de ondas Gáonicas y pudo ver que se estaba adentrando en un terreno cubierto por esferas de energía atemporal. A pocos metros delante de él, empezaba una zona donde el tejido de la realidad padecía una fuerte ruptura que obligaba a las diminutas piezas que lo unían a retorcerse y expandirse.
El capitán se paró, elevó el puño y sus hombres se detuvieron detrás de él. Movió la cabeza y observó que, aunque la mayoría lo hacían a un ritmo lento, algunas esferas vibraban y se contraían con celeridad.
—Activad los escudos y evitadlas —dijo, a la vez que pulsaba un botón en la parte alta del antebrazo y una pieza metálica dejaba al descubierto un pequeño panel de control—. Tenemos menos de cinco minutos antes de que el tejido espacio-temporal empiece a colapsarse. —Tecleó una combinación, redirigió parte de la energía de la armadura al escudo y cerró el panel—. Así que movámonos rápido.
Therish corrió y sus hombres hicieron lo mismo. El grupo avanzaba evitando los rayos invisibles que emergían de las esferas, desplazándose a gran velocidad por el terreno horadado, serpenteando los estrechos pasillos libres de energía Gaónica que separaban las bolas energéticas.
Sin detenerse, Therish pudo observar cómo el cielo y la tierra cambiaban su tonalidad. La arena empezó a brillar con un rojo apagado y la capa de nubes resplandecía con un verde oscuro.
Al ver que faltaba poco para alcanzar su objetivo, el capitán incrementó la densidad del escudo y aumentó la velocidad. Al mismo tiempo que la respiración jadeante resonaba en el interior del casco, Therish contempló cómo, en medio de un claro libre de esferas Gaónicas, varios rayos rojos caían del cielo e impactaban contra una estructura que hasta ese momento se había mantenido invisible.
Lentamente, un cubo gris plateado comenzó a pasar por una amplia gama de colores y fue quedando a la vista. El objeto, que le recordó a Therish a varias reliquias de la conocida como la antigua era —una supuesta época remota en la que se edificaron grandes construcciones por el multiverso—, flotaba a un metro del suelo y rotaba provocando una tenue brisa que elevaba una diminuta capa de polvo.
Therish se detuvo y usó los escáneres del casco para analizar el cubo. Al cerciorarse de que la huella energética provenía del interior, giró la cabeza y le ordenó a uno de sus hombres:
—Monta el cañón y bombardea el cubo con una lluvia de partículas Gaónicas. —Mientras el soldado obedecía, el capitán centró de nuevo la mirada en el objeto—. No tenemos tiempo para desestabilizar la estructura de otro modo.
Un tenue pitido en el interior del caso le avisó de que el colapso de esa línea Axótica no tardaría en producirse. Sin mostrar inquietud, se acercó al soldado que estaba terminando de armar el cañón y le dijo:
—Empieza con un haz de una intensidad de diez Ghobs. —Su subordinado cargó el arma—. Cuando el cubo empiece a resquebrajarse, aumenta a treinta y mantelo estable. —El soldado asintió, él se dio la vuelta y se acercó al misterioso objeto flotante—. Llevaremos el cuerpo al General Supremo para que pueda honrar al caído.
El bombardeo comenzó y el suelo vibró levemente. En cuestión de segundos, la rotación del cubo se intensificó y de su interior emergió un brillo rojizo que durante unos instantes cegó a los soldados.
Después de que los visores de los miembros de la unidad se opacaron para contrarrestar el intenso fulgor, Therish pudo ver cómo las paredes del cubo se resquebrajaban. Tras unos segundos, en los que esperó a que las grietas se agrandaran, abrió el panel del antebrazo y aumentó la densidad del escudo de la armadura hasta crear una fina capa exterior compuesta por energía Gaónica.
Cerró el panel, acopló el fusil de asalto a la espalda, apretó el puño y golpeó el cubo. Cuando los nudillos atravesaron la pared y se adentraron en el interior, una niebla negra en la que brillaban unos pocos puntos dorados le envolvió el brazo y tiró de él. Antes de que le diera tiempo a reaccionar, la bruma terminó de rodearlo y lo llevó al espacio que existía dentro del cubo.
Therish cogió con rapidez el fusil de asalto, inspeccionó la gran sala de paredes metálicas cubiertas de una densa sustancia pegajosa y abrió una comunicación con los hombres de su unidad:
—Gatgher, ¿llega la señal?
—Sí, señor. El túnel dimensional se mantiene estable y la transmisión se recibe sin interferencias.
—Muy bien. —Modificó la sensibilidad del visor para poder ver con mayor claridad el entorno—. Informe al alto mando. Dígales que estoy dentro y que no tardaré en encontrar el cuerpo. —Cortó la comunicación y caminó a paso ligero pisando un suelo oxidado cubierto por restos de vísceras secas.
Después de avanzar unos cuantos metros, la sala modificó su forma, se agrandó y las paredes pasaron de estar compuestas por metal a estarlo por rocas macizas por las que goteaba un líquido verdoso.
Therish se detuvo, inició un análisis con los escáneres, observó el resultado en el visor y pensó:
«La densidad de la energía Gaónica es casi inexistente... Las lecturas son similares a las del planeta del universo aislado...».
Escuchó un ruido, se dio la vuelta y vio un capullo rojizo que colgaba de las ramas de unos árboles secos. Dio un par de pasos y una enredadera verde, que en vez de púas tenía bocas deformes, empezó a subirle por la pierna.
Desenvainó un cuchillo con la hoja cubierta por energía, rajó los tallos y le arrancó intensos alaridos a la grotesca planta. Antes de que las enredaderas que crecían a su alrededor pudieran alcanzarle, abrió fuego con el fusil de asaltó y las calcinó con los impactos de balas cubiertas por energía Gaónica.
Mientras los tallos y las hojas se convertían en ceniza, avanzó rápido, alcanzó el capullo, se puso debajo, disparó a los hilos que lo mantenían colgado de los árboles, soltó el arma y lo cogió cuando cayó. Con cuidado, lo puso en el suelo, desenvainó el cuchillo y lo rajó despacio.
Poco a poco, fue quedando a la vista la persona que se hallaba en su interior. Después de que Therish comprobara la identidad del sujeto y se preparara para informar a sus hombres de que lo había encontrado, una alarma sonó por el sistema de comunicación de la armadura.
Después de desactivarla, vio qué la había producido y se quedó perplejo. Aunque la persona que aún se encontraba en el capullo no tenía signos vitales, la energía Gaónica se había fusionado con las células y mantenía al organismo en un estado de hibernación. No había rastros de degeneración en el cuerpo y parecía que la mente tan solo se hallaba en un profundo letargo.
Ante el leve pitido que le indicaba que se estaba alcanzando el límite del tiempo de extracción, Therish recogió el fusil de asalto, lo acopló a la espalda y cargó a la persona en el hombro.
Activó los escáneres, buscó el punto invisible donde se hallaba la entrada al túnel que había creado el bombardeo de partículas Gaónicas y corrió hacia él. Cuando faltaba poco para alcanzarlo, escuchó la agonía de una voz espectral y la energía de su armadura se apagó. Intentó moverse, pero el pesado metal le impidió hacerlo.
Impotente, apretó los dientes y forzó los músculos en un vano intento de llegar al túnel. Sin embargo, tras mucho esfuerzo, tan solo consiguió dar un par de pasos. Aunque no se quería rendir, el verse atrapado en la armadura y sentirse inútil consiguió que pensara que no saldría de allí.
Quiso comunicarse con sus hombres y decirles que iniciaran el proceso de extracción sin él, pero no consiguió que funcionara la línea de seguridad diseñada para enviar mensajes codificados cuando la integridad computacional estaba amenazada. La barrera de energía atemporal que protegía la pequeña batería del sistema de emergencia había desaparecido y no quedaba carga que le permitiera informar de su situación.
—Maldición —masculló, pensando qué podía hacer, mientras las gotas de sudor le surcaban el rostro.
Therish desconocía que el precio por liberar a la persona del capullo era ocupar su lugar. La reglas de esa extraña dimensión reclamaban una vida por otra; un alma por otra. Al adentrarse en el cubo había llamado la atención de fuerzas que existían en la más profunda de las oscuridades.
Aterrorizado ante la grotesca aparición de un macabro ser que parecía un cadáver gigante descompuesto, sintiéndose indefenso, Therish trató de alcanzar el cuchillo, pero tan solo logro bajar un poco la mano antes de que la criatura llegara a su altura y posara la palma putrefacta sobre la armadura.
—En la muerte, el hambre devora las entrañas de la existencia y hay que saciarla continuamente.
Un brillo recubrió el metal y también a la persona que Therish había cargado en el hombro. En un instante, la armadura y el sujeto que estuvo aprisionado en el capullo desaparecieron y el capitán quedó tan solo cubierto por una prenda de fino tejido negro adherida a la piel.
Al ver que el fusil de asalto no se había desvanecido, lo cogió, retrocedió unos pasos, abrió fuego contra el ser putrefacto y bramó poseído por la adrenalina:
—¡Si he de morir aquí, te llevaré conmigo al infierno!
La grotesca criatura permaneció inmóvil, permitió que el capitán vaciara el cargador y que las balas lo atravesaran. Una vez el arma dejó de disparar, el ser caminó hacia Therish y dijo con una voz que parecía desgarrarle las cuerdas vocales:
—Mientras sufres, mientras sientes cómo te arranco el alma y devoro tu cuerpo, mientras escuchas el ruido de tus huesos siendo masticados y padeces por ver cómo mis dientes se acercan a tus ojos, piensa que has cumplido tu misión. Que has llevado a cabo lo que te encomendaron.
A la vez que el ser se le acercaba, Therish gritó al sentir cómo las enredaderas lo inmovilizaban y le arrancaban la carne de los huesos. Mientras los coágulos de sangre le encharcaban los pulmones y ahogan su grito, la criatura llegó a su altura, abrió la boca, desencajó la mandíbula, le cogió el cuello y le arrancó la cabeza con los dientes.
***
—¡Capitán, capitán! —gritó Gatgher, el segundo oficial al mando de la unidad de Soldados de Impacto, observando cómo la armadura salía disparada del cubo.
Cuando vio que el pesado armazón chocaba contra el suelo y no se movía, corrió para comprobar si Therish estaba bien. Mientras se acercaba, inició un análisis y se quedó atónito ante los resultados. Dentro de la armadura se hallaba otra persona; aunque lo más inquietante era que esa persona irradiaba una alta concentración de energía Gaónica.
—No puede ser... —susurró, viendo cómo el túnel dimensional se sellaba y el cubo desaparecía—. ¿Cómo es posible? —Dirigió la mirada de nuevo a la armadura—. ¿Cómo has podido ocupar su lugar? —Se agachó, modificó la sensibilidad del visor y fue capaz de ver más allá del cristal opaco que cubría el rostro de la persona que había estado aprisionada en el capullo—. Sigues vivo...
Los trasmisores se activaron y la unidad pudo escuchar la voz del enlace con la nave encargada de sacarlos de la línea temporal Axótica:
—Hemos de iniciar la evacuación, este universo comienza a colapsarse. ¿Han podido recuperar el cuerpo?
Gatgher se puso de pie, hizo una señal para que dos hombres levantaran la armadura y contestó:
—Afirmativo. Hemos recuperado el cuerpo. —Hizo una breve pausa—. Informe al General Supremo que su hijo sigue vivo. No sé cómo es posible, pero la energía Gaónica se ha fusionado con el teniente Woklan y lo mantiene en un estado de hibernación.
La respuesta tardó unos segundos en llegar:
—Recibido. Alcancen el punto de extracción y los teletrasportaremos a la nave.
Gatgher ordenó a la unidad que avanzara y empezaron a moverse con rapidez entre las esferas de energía. No había tiempo para pensar en lo que le había pasado a Therish ni en el porqué Woklan seguía vivo tras el accidente en la Dhareix. En ese momento, lo único que importaba era dejar atrás aquel planeta y aquel universo agonizante.
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