Capítulo 28
Tres años y diecinueve días antes del suceso originario.
A paso lento, esquivando las telarañas y los cuerpos consumidos, Woklan avanzó por la nave con la intención de alcanzar el puente. Cuanto más se adentraba en los pasillos pobremente iluminados con luces que no cesaban de parpadear, más crecía dentro de él un intenso odio y una gran impotencia.
Sentía odio hacia lo que fuera que había acabado con la tripulación de la Dhareix. Le repugnaba ver a sus compañeros agonizantes, muertos o convertidos en un líquido viscoso que con sumo dolor tenía que pisar para seguir adelante. Con cada paso que daba, sentía como si un hierro al rojo se le incrustara en el abdomen y lo atravesara hasta perforarle el alma.
Aunque quería pensar lo contrario, aunque quería creer que podría dar con la forma de revertir el proceso, de encontrar un modo de rescatar a sus compañeros, no podía evitar que desde lo más profundo de su ser emergiera la certeza de que no había nada que hacer. Quería negarlo, pero la impotencia que sentía lo golpeaba y le mostraba que era vano aferrarse a una esperanza que no se cumpliría.
Cuando llegó a una sección de la nave en la que la estructura había cedido, se detuvo
delante de la placas de metal que obstruían el paso, contempló las chispas que emergían por algunos rincones y se permitió tener unos instantes para asimilar lo que estaba sucediendo. Agachó la cabeza, dejó que el dolor lo poseyera y gritó.
Tras unos segundos, en los que la rabia y el odio lo corroyeron, susurró con la cara roja y las venas hinchadas:
—Lo siento...
Levantó la mirada, se serenó y permitió que el entrenamiento militar se apoderara de él. Sabía que debía centrarse, que debía llevar a cabo la misión. Quizá no podía salvar a sus compañeros, pero tenía que desviar la Dhareix de su rumbo.
Activó los sistemas del traje en busca de una ruta alternativa y empezó a andar. Mientras avanzaba por el camino marcado, desplazándose por algunos pasillos que discurrían por la cara interior del casco, notó como si le estuvieran siguiendo. Aunque se paró varias veces para comprobar si alguien iba detrás de él, lo único que halló al girarse fue la siniestra visión de la nave repleta de telas de araña.
Sin darle mayor importancia a la sensación, aceleró el paso y no tardó en llegar a la compuerta que mantenía sellado el puente del resto de compartimentos de la nave. Desplazó la pieza que ocultaba el panel de cierre e introdujo el código maestro. Al cabo de unos segundos, sonó un pitido y la luz que marcaba el acceso cambió de rojo a verde.
Se separó del panel, retrocedió un par de pasos y la compuerta empezó a abrirse. Mientras las gruesas piezas metálicas se replegaban, al mismo tiempo que emergían chorros blanquecinos de aire frío de los sistemas laterales del mecanismo de cierre, Woklan tuvo una visión. Durante un breve instante, un pinchazo le atravesó las sienes y recordó parte de la experiencia que vivió antes de llegar a la Dhareix: la imagen de la escotilla con el logotipo de La Corporación enterrada en el planeta se apoderó de su mente.
Apretando el casco, caminó con la cabeza agachada, se adentró en el puente y chilló. En el momento en el que el dolor se hizo insoportable y se extendió al cuello y la columna, Woklan se desplomó y las rodillas chocaron con el suelo.
—¡Basta! —bramó varias veces.
Llegó un punto en el que casi inició la secuencia de descompresión del traje. Eran tales las ganas de apretarse las sienes que se le nubló la mente y le dio igual que lo contaminaría el contacto con el aire de la nave.
Cuando estaba a punto de desactivar el traje, escuchó una voz:
—Nosotros fuimos creados con un fin claro, nacimos para recrear las condiciones del autentico origen. Somos los hijos de la perfección ancestral. —A medida que el dolor se disipaba, el crononauta se levantó y fijó la vista nublada en quien le estaba hablando—. Somos los que crean las pesadillas que engullen a las razas que no han sido elegidas. Somos los custodios de los destinos que han de conducir a la resurrección.
Woklan parpadeó, meneó la cabeza y preguntó confundido:
—¿La resurrección...?
—Así es. —La nave sufrió una sacudida y el crononauta chocó con el panel de comunicaciones—. La muerte es vida y la vida es muerte. —Quien hablaba se acercó a Woklan, lo cogió del casco y lo miró fijamente—. Ha llegado el momento de completar el destino de tu especie.
Con el cuerpo dolorido, con la vista todavía algo borrosa, algo asombrado del aspecto del alienígena, el teniente observó la piel negra del rostro, los ojos azules claros repletos de motas rojizas y la ausencia de boca y nariz.
—¿Qué eres? —Por más que le apartó la mano y lo empujó con fuerza, no fue capaz de moverlo.
—Soy parte del entramado que rige los designios de lo que existe. Somos los descendientes de la perfección ancestral. —El ser apretó con fuerza el casco y lo arrancó del traje.
Antes de derrumbarse por los fuertes pinchazos que el aire viciado de la nave le produjo en los pulmones, Woklan se fijó en las piezas de metal dorado que cubrían gran parte de cuerpo del alienígena.
Mientras caía y se revolcaba por el suelo, lo miró a los ojos y soltó:
—Te mataré...
El ser caminó hacia el panel que controlaba las armas, cargó los cañones principales y dijo:
—Dudo que puedas matar lo que ya está muerto. —Se giró, observó a Woklan y esperó unos instantes.
Al cabo de unos segundos, cesaron los pinchazos en los pulmones del teniente y los músculos dejaron de convulsionársele. Sin saber por qué había desaparecido el dolor, se levantó y se preparó para atacar al alienígena. Sin embargo, apenas había dado dos pasos, el ser activó una barrera que lo envolvió y le impidió seguir avanzando.
—¡Te mataré! —bramó Woklan, golpeando el muro invisible.
—Amenazas vanas —contestó el alienígena mientras se acercaba—. Dentro de poco ni siquiera serás capaz de recordarme. —Posó la mano en la barrera y se conectó telepáticamente con él—. Aunque en tu otra vida sí recordarás lo que estás a punto de hacer. —Se dio la vuelta y observó cómo se materializaba un doble de Woklan.
El crononauta, atónito, miró una y otra vez al recién aparecido y dijo:
—¿Cómo puede ser? —Dirigió la mirada hacia el alienígena y soltó encolerizado—: Intentas jugar con mi cordura creando un holograma.
El ser avanzó hasta llegar a la altura del otro Woklan, lo tocó y respondió:
—Es más complejo que eso. No es una representación artificial de ti mismo. Es una proyección de tu propio ser. —Mientras retrocedía un paso para poder manipular al doble, añadió—: Eres tú.
Woklan golpeó los muros de energía de la cárcel en la que se hallaba y bramó:
—Me has envenenado con la atmósfera de la nave y me provocas alucinaciones. —Apretó los dientes—. Saldré de aquí y te romperé el cuello.
El ser se quedó un segundo en silencio, activó al doble y dijo:
—Amenazas vanas.
El otro Woklan parpadeó, miró a su alrededor y vio el puente vacío; para él no había nadie más en la sala. Tras unos segundos, en los que comenzó a recordar por qué estaba ahí, susurró:
—Por fin he llegado al puente. —Acarició la parte lateral del casco, activó el sistema de comunicaciones y se dirigió al personal de la ciudadela—: Me ha costado llegar porque muchos accesos están llenos de escombros, pero ya he alcanzado el puente de la Dhareix. —Observó una parte del techo que se había desprendido—. La nave está peor de lo que nos imaginábamos, está en ruinas.
Durante unos instantes, por la comunicación solo se oyó ruido de fondo.
—Recibido, teniente. Tenemos poco tiempo. ¿Los controles están operativos?
—Lo parecen. Voy a... —Se calló al ver cómo se iluminaba el panel de control del armamento.
—¿Qué sucede?
—Las armas de la nave se están activando. —Se giró y vio cómo se iluminaban los conductos que alimentaban el sistema de armamento—. El núcleo está redirigiendo la energía. —Volvió a mirar el panel de control—. He de bloquear el sistema.
Cuando esperaba la respuesta del personal de la ciudadela, el ruido de fondo se hizo tan intenso que tuvo que bajar el volumen de la comunicación para no sufrir una lesión en los tímpanos.
—¿Me recibís? —preguntó, preparándose para inutilizar las armas de la nave.
Tras un segundo que se le hizo eterno, escuchó cómo se cortaba la comunicación:
—Repita... Repi... Perdemos la... se...
Sabiendo que estaba solo, que todo dependía de él, se apresuró a intentar anular los sistemas. Sin embargo, cuando llegó a los controles, sin saber por qué, guiado por un impulso irracional, introdujo las coordenadas de una zona de la ciudadela; una zona que le era demasiado familiar.
Al darse cuenta de lo que había hecho quiso bloquear la orden, pero ya era demasiado tarde. El alienígena lo paralizó y lo obligó a obedecerle.
Al mismo tiempo que el sudor frío le resbalaba por la cara, el doble de Woklan balbuceó:
—Debo... Debo... —La mano temblaba por encima del botón que activaba los cañones principales—. Debo... —Intentó resistirse, pero el ser aumentó la intensidad del control mental y lo forzó a activar el arma—. No... —masculló cuando vio cómo los haces de energía salían despedidos hacia la ciudadela.
Mientras Woklan seguía golpeando la pared invisible, su doble se desmoronó; el dolor por lo que acababa de hacer era tan fuerte que no pudo más que sollozar y derrumbarse.
—¿Qué he hecho? —murmuró.
El alienígena, que estaba preparado para acabar con el teniente y su doble, se acercó a Woklan y le dijo:
—He terminado de crear la cadena de acontecimientos que conducirán a la resurrección. Tu linaje debía pagar y tu alma debe morir. Lo que quedará de ti será un cuerpo marchito y vacío. Eso será lo único que encontrarán. —Posó la mano en la barrera y vació la prisión de oxígeno.
Con las manos aferradas al cuello, Woklan no tardó en caer de rodillas al suelo. Mientras los ojos y las venas se le hinchaban, mientras la cara se le tornaba roja, pensó en su mujer e hija y deseó que los haces disparados no destrozaran la ciudadela y que la Dhareix cambiara de rumbo.
Al mismo tiempo que empezaba a perder la consciencia, a la vez que la vida escapaba de su cuerpo, escuchó una voz que le habló dentro de su mente:
«¿Qué estarías dispuesto a hacer para poder vivir y vengarte? ¿Deseas acabar con tus enemigos, destruir a los seres que te han arrebatado tu bien más preciado, que te han conducido a las puertas de la muerte? ¿Deseas dar comienzo a la Entropía que te llevará a bañar tus manos con la sangre de los que te han empujado al borde de la destrucción de tu alma? —Escuchó varios alaridos y súplicas—. Tienes poco tiempo, si quieres ser el conducto de tu ira, tan solo di que sí, que aceptas».
El poco oxígeno que aún se hallaba en los pulmones de Woklan dio paso al dióxido de carbono que expulsó con una última espiración. Mientras exhalaba el gas, pensando en su familia, en su padre, en sus compañeros y en el destino de las personas que habitaban la ciudadela, inmerso en un profundo miedo a morir y un intenso deseo de sobrevivir, ansiando poder vengarse, pronunció con la voz ronca:
—Acepto...
El alienígena se giró y miró expectante a Woklan. Todavía no sabía qué pasaba, pero intuía que una fuerza había intervenido y estaba a punto de salvar al humano.
—No podéis evitar que la perfección ancestral sea reconstruida. Solo sois los hijos defectuosos de un padre que os odia. —La barrera que mantenía a Woklan separado de la atmósfera de la nave explotó y el alienígena tuvo que cubrirse la cara para que los fragmentos no la alcanzaran—. Habéis llegado tarde —dijo, bajando el brazo—. La cadena de acontecimientos está en marcha. —Movió la mano y explotó el panel de armamento envolviendo en llamas al doble de Woklan—. Habéis perdido.
Cuando el alienígena estaba a punto de usar su conexión mental con Woklan para producirle una muerte cerebral, un ser grotesco se manifestó delante del crononauta, abrió las fauces y gruñó.
—Es mío —resonó por el puente una siniestra voz—. Y el otro también.
El alienígena retrocedió, negó con la cabeza y dijo:
—Quédatelo. Veremos si te sirve cuando sepa que ha hecho —al terminar de hablar, envuelto en un intenso fulgor, empezó a descomponerse.
Después de que el ser desapareciera, mientras Woklan recobraba el aliento observando la criatura infernal que tenía delante, mientras su doble se apagaba quedándole el cuerpo quemado, por el sistema de comunicación interno del puente sonó:
—Iniciando secuencia de autodestrucción.
Intentado asimilar lo que acababa de pasar, dudando de su cordura, Woklan quiso levantarse, pero una humareda lo envolvió y le privó de la visión. Mientras sentía el tacto de decenas de manos que se le aferraban, mientras notaba el aliento de multitud de seres, mientras olía el hedor putrefacto que desprendían, mientras escuchaba cómo pronunciaban su nombre con cierta agonía, gritó y penetró en él un intenso miedo irracional.
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