Capítulo 27
Una parte del grueso metal que separaba el hangar de la ciudadela de la corriente temporal empezó a calentarse. Wharget, mientras se mantenía pegado a una de las paredes exteriores de la base usando un campo electromagnético, cortaba la aleación con la katana; la hoja perforaba el metal y proyectaba un haz que atravesaba el muro metálico.
Cuando faltaba poco para que se terminara de abrir un acceso al interior, al mismo tiempo que las chispas salían despedidas de las placas exteriores de la ciudadela, Wharget dirigió la mirada hacia el enmascarado.
—No me explico cómo es posible —las palabras fueron trasmitidas a través del sistema de comunicación.
El hombre del traje observaba las fluctuaciones de energía que creaban un espectáculo lumínico de tonos verdes alrededor de la ciudadela, las contemplaba apoyado en la pared exterior de la base.
—¿Te refieres a cómo puedo respirar? ¿A cómo puedo sobrevivir sin protección? ¿A cómo puedo hablar y que me escuches? —Lo miró a la vez que la katana terminaba de abrir el orificio—. Sinceramente, no sé con certeza por qué soy tan resistente. —Sonrió—. Lo que sí sé es que me gusta.
Wharget asintió, envainó la espada y observó cómo el sistema de mantenimiento de vida de la ciudadela extendía una capa de energía sobre el orificio para que la atmósfera no se dispersara por la corriente temporal.
—Que seas resistente es una buena noticia para nosotros. Cuánto más fuertes seamos más posibilidades tendremos de ganar la guerra —dijo, antes de saltar al interior.
El enmascarado vio cómo Wharget caía sobre el suelo del hangar, se preparó para seguirlo y pronunció sin perder la sonrisa de la cara:
—Ganaremos. Y si no lo logramos moriremos arrancándole el corazón al último de nuestros enemigos. —Se dejó caer.
Wharget lo miró de reojo, acarició el casco a la altura de la sien y se conectó con lo poco que quedaba activo del sistema informático de la ciudadela. Antes del colapso, antes de que la realidad empezara a descomponerse, la ciudadela fue administrada por la suma de varias inteligencias artificiales. Aunque para según qué tareas las mentes robóticas requerían cierta supervisión humana, en general eran autosuficientes y operaban de manera autónoma. El conjunto de inteligencias artificiales que durante mucho tiempo mantuvieron la estabilidad fueron conocidas como El Consejo Virtual.
Sin embargo, en el momento en que Wharget se conectó con el sistema informático, las consciencias artificiales habían muerto y tan solo quedaban activos restos de sus memoria.
—La ciudadela apenas es operativa —soltó el soldado mientras bajaba la mano y se daba la vuelta para inspeccionar el hangar—. Los sistemas vitales funcionan solo porque la rutina de mantenimiento apenas tiene daños, pero aparte de eso poco más se mantiene activo.
Wharget activó los escáneres en busca de formas de vida y caminó hacia un gran orificio en una de las paredes que parecía causado por una explosión. Cuando estaba lo suficientemente cerca, se agachó, cogió un pedazo de fragmento que había sido parte del muro, observó que estaba manchado con sangre seca y dijo:
—Volaron la pared. —Elevó la mirada y se fijó en que al otro lado, en el pasillo que circundaba el hangar, aparecieron pequeñas partículas que emitían un tenue fulgor—. ¿Qué...? —Antes de que pudiera completar la pregunta, una alarma sonó en el sistema de comunicación del traje.
El enmascarado dejó de acariciar una nave oxidada y se acercó a Wharget.
—¿Qué es eso? —Caminó hasta el orificio y extendió el brazo—. Parece... —Las partículas que le cayeron en la palma le produjeron un cosquilleo—. Parece alguna clase de energía conectada a la ciudadela.
Wharget, que examinaba los análisis que le mostraban los escáneres del traje, se levantó y dijo:
—Es algo antinatural. Algo que teóricamente parecía imposible. —El enmascarado se volteó y dio un par de pasos—. Es una fusión de energía Gaónica y energía Angeónica. —Observó cómo se apagaba el tenue brillo del brazo del hombre del traje—. Quienquiera que haya mantenido estable la unión de esas dos energías está tecnológicamente muy por encima de nosotros. —Desenvainó la katana, ajustó el análisis de búsqueda de vida en un espectro centrado en la energía Angeónica y pronunció mientras se ponía en guardia—: Prepárate.
Al enmascarado le parecía extraño, él no veía ni notaba la presencia de nadie.
—¿Que me prepare? —Se dio la vuelta y vio cómo poco a poco decenas de seres iban haciéndose visibles en el pasillo—. Vaya. —Se remangó—. Así que era eso. —Se crujió los nudillos y sonrió—. Ya empieza la acción.
Aunque parecía formado por vivos, el ejercito alienígena daba la impresión de estar compuesto por muertos. La piel azul oscuro con manchas grises que se dejaba ver en los brazos desnudos se hallaba un poco agrietada. Los grandes y alargados ojos azules claros estaban repletos de pequeñas motas rojizas. La ausencia de boca y de nariz, junto con la piel negra y resquebrajada del rostro, trasmitía con más fuerza la sensación de que aquellos seres no pertenecían al mundo de los vivos. Y el tono oscuro de las placas de metal que les cubrían partes del cuerpo acrecentaba esa sensación.
—La esencia —pronunció uno de los que estaban más adelantados, elevando el brazo y señalando al enmascarado.
—¿Yo? —El hombre del traje se señaló la máscara—. ¿Yo soy la esencia? —Rio, avanzó unos pasos y golpeó al ser en la cara—. Toma una muestra de "la esencia". —Lo tiró al suelo, le pisó el rostro y un líquido azulado emergió de las heridas—. Esencia... —repitió un par de veces antes de mirar al resto de alienígenas y preguntar—: ¿No vais a ayudarlo? —Alzó los brazos, frunció el ceño y bramó—: ¡¿No vais a hacer nada?!
Apenas se silenció el eco que recorrió el pasillo, el ser herido explotó e hizo volar al enmascarado por los aires.
—¡No! —el grito de Wharget quedó enmudecido por el ruido de la deflagración.
Mientras su compañero rodaba por el hangar, el hombre de la katana se cubrió el casco con el antebrazo y con las suelas magnéticas se aferró al metal que pisaba.
«¿Qué son estos seres...? ¿Cómo pueden estar compuestos de energía Gaónica y Angeónica?».
Después de que cesara la honda expansiva, el cuerpo del ser, que parecía que había sido arrasado por explosión y convertido en una humareda azul, empezó a ser visible. El alienígena seguía tumbado en el suelo, pero las heridas inflingidas por el enmascarado habían desaparecido.
Wharget bajó el antebrazo y dirigió la mirada hacia el ser. Observó los análisis que le mostraban los sistemas del traje y pensó:
«Es increíble cómo es moldeada la realidad de su entorno...».
Mientras el enmascarado se levantaba, se sacudía la ropa y caminaba con la ira poseyéndolo, Wharget se giró y le dijo:
—Espera, debemos pensar bien qué hacer. Me parece que sé para qué te necesitan. Esto va más allá de encontrar a Woklan, no creo que ese sea su objetivo, al menos no el principal.
Aunque le costó, el enmascarado se paró a su lado, contuvo la rabia y preguntó:
—¿Qué quieres decir? —Miró a los alienígenas que estaban inmóviles en el pasillo y apretó los puños—. ¿Qué quieren esas cosas de mí?
Antes de que Wharget pudiera contestar, escucharon una voz que provenía de una parte del hangar:
—Te necesitamos para poner fin al falso orden y devolver a la existencia a los hermanos que matasteis. —Una figura semejante a los seres del pasillo, solo diferenciada por no tener la piel agrietada y las piezas metálicas del cuerpo doradas, emergió de la sombra que cubría parte de dos naves—. En vuestra ansía de poder nos habéis dado la oportunidad de restaurar el equilibrio, de devolver a la vida a millones y de extinguir a los verdugos.
El enmascarado estaba a punto de reírse y contestar de forma burlona, cuando tres alienígenas, que parecieron salir de la nada, lo cogieron, lo inmovilizaron y se lo llevaron con rapidez hacia una densa nube negra que estaba creando un puente hacia otro plano de existencia.
Wharget se giró, corrió gritando para intentar alcanzar a su compañero, lanzó la katana y le amputó el brazo a uno de lo seres, pero aunque consiguió ralentizarles el paso no fue capaz de evitar que el enmascarado fuera tragado por el portal.
—No... —dijo, mientras se detenía y recuperaba el arma—. No, no —pronunció al mismo tiempo que se giraba y clavaba la mirada colérica en el alienígena de la armadura dorara—. ¡No! —bramó, corriendo hacia él, preparándose para poner fin a su vida, para matarlo de la manera más dolorosa.
Cuando estaba a punto de alcanzarlo, el ser elevó el brazo y una barrera azul se levantó delante de él. Mientras Wharget lanzaba la katana una y otra vez contra el muro energético, el alienígena explicó:
—Tu lucha es inútil. Formas parte de un universo imperfecto. De una creación sostenida solo por los recuerdos de consciencias en letargo que se esfuerzan en evitar que renazca quien les dio forma. —El soldado no se detenía, seguía intentando derribar la barrera—. Eres la sombra del deseo de falsos dioses. —El ser movió la mano y el muro se trasformó en una honda que derribó a Wharget—. Tu especie temió lo que vio en los míos. Temió nuestra naturaleza, nuestra hambre por los mundos y moldeó el tiempo para intentar erradicarnos. —El alienígena caminó hacia el hombre de la katana, que se levantaba dolorido—. Nunca entendisteis que la muerte de vuestro mundo formaba parte de un gran evento cósmico, que la destrucción de vuestro planeta nos conduciría a este momento, al punto donde renacería el verdadero universo.
Wharget elevó la hoja, apuntó con ella al ser y dijo:
—No eres más que otro falso profeta predicando en el desierto. —Inspiró y se preparó para atacar—. Si destruisteis la tierra de la línea primaria con la intención de ser erradicados, merecíais vuestro destino. No me da ninguna pena que tu especie fuera masacrada. —Corrió, dio una estocada, pero el cuerpo del ser se cubrió de una tenue barrera que frenó la hoja.
Antes de hablar, el alienígena se mantuvo en silencio sosteniendo el filo.
—Aunque la mayoría sois cobardes, algunos de vosotros tenéis la suficiente determinación para luchar aun habiendo perdido. —Lo golpeó en el casco y Wharget cayó al suelo—. Pero por más que eso os haga dignos de cierto aprecio, seguís perteneciendo a una especie que debe ser sacrificada. —Le pisó el antebrazo y lo obligó a soltar la katana—. No sois más que meros granos de polvo estelar esperando a ser atrapados por una estrella para brillar mientras sois consumidos. Vuestro reflejo ayudará a dar forma a la brecha que liberará de nuevo la perfección ancestral. —Giró la cabeza e hizo una señal a los seres del pasillo—. Tu especie muere contigo.
Al mismo tiempo que el ejército de alienígenas entraba en el hangar, al mismo tiempo que sentía cómo la presión en el brazo empezaba a fracturar la armadura, Wharget dijo:
—¿De verdad crees que me voy a dar por vencido sin usar todas mis armas? —El ser dirigió la mirada hacia él—. Desde que os habéis manifestado, los sistemas de mi nave han estado analizándoos. —Guardó silencio y envió una orden a su nave—. Todavía no habéis ganado.
El alienígena iba a contestar, pero un inmenso haz de energía destruyó la pared del hangar, impactó en parte del ejército y creó una honda expansiva que lo tambaleó.
«Bien hecho» pensó mientras aprovechaba para levantarse, coger la katana y retroceder unos pasos.
Cuando el sistema de soporte vital comenzó a cubrir el agujero, otro haz penetró por él, destruyó a más alienígenas y sepultó el orificio que conectaba el hangar con el pasillo.
Wharget miró al alienígena y le dijo:
—Sé que puedes traer más de los tuyos, que puedes materializarlos, pero por más que traigas, por más soldados que manifiestes, no tendrán oportunidad de sobrevivir al armamento de mi nave. —Un tenue láser verde marcó un pequeño punto en el pecho del ser—. Y si intentas moverte serás el próximo en desaparecer.
El alienígena bajó la mirada, vio que estaba marcado y soltó:
—Mi sacrificio está profetizado. Mi muerte señala el inicio del último paso para la resurrección de la perfección ancestral. —Miró a Wharget—. Yo acepto mi fin, ¿podrás aceptar tú el tuyo, el de la de la consciencia de tu buque de guerra y el de tu aliado? —Al ver que no contestaba, añadió—: Todos sois iguales. Sois reflejos imperfectos.
El hombre de la katana movió ligeramente la cabeza y uno de los cañones de su nave disparó un fino haz de energía Gaónica que descompuso al alienígena. Al mismo tiempo que veía cómo desaparecía el humo azulado producto de la explosión, se conectó con la inteligencia artificial y preguntó:
—¿Es cierto el mensaje que me has enviado? ¿Tienes las coordenadas del lugar a donde han llevado a nuestro aliado?
—Sí, he descifrado la curvatura del espacio alrededor del portal y he obtenido la ubicación.
Wharget inspeccionó el hangar en ruinas, observó cómo el sistema vital de la ciudadela comenzaba a fallar y cómo parecía que la estructura de la base no tardaría en sucumbir.
—Prepara el rumbo. Iremos a buscarlo.
—Empezaré con los cálculos, pero debes saber que después de este salto no seremos capaces de volver a saltar. La unión de las líneas temporales está llegando a un estado crítico y dentro de poco, hasta que terminen de fusionarse, será imposible moverse por ellas. —Hizo una pausa—. Nos será imposible seguir el rastro del Woklan originario.
Wharget se quedó pensativo, meditó qué hacer y pensó en las consecuencias de la decisión que tomara.
—Entiendo... —Envainó la katana—. Hay que elegir entre salvar a un aliado o buscar a quien puede revertir el cambio... —Dio unos pasos—. A lo mejor estoy equivocado, pero intuyo que el cambio no será reversible si estos seres consiguen llevar a cabo sus propósitos. —Observó la Ethopskos desde el orificio del hangar—. Parece que el futuro y el pasado están más unidos que nunca. Parece que no podremos volver a nuestro mundo si permitimos que el futuro tome forma. —Guardó silencio unos instantes—. Espero que el Woklan originario sea consciente de que el cambio está en sus manos, que quiera revertir el suceso originario y que sea capaz de retroceder antes de que este se inicie. Si mi intuición es correcta, detener a esos alienígenas es conseguir más tiempo para acabar con la paradoja.
Mientras seguía observando la Ethopskos, a la vez que el silencio se apoderaba de la transmisión, manifestó un miedo interiormente:
«Espero no estar equivocado...».
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