Capítulo 2
El árido viento arrastraba millones de granos de arena y los hacía impactar contra la estructura de la nave. En algunos puntos, a causa de la elevada temperatura, el metal a duras penas resistía sin deformarse.
Aunque la sucesión de dunas parecía no tener fin, en medio de ese inmenso páramo se hallaba una extraña construcción que turbaba la simetría de ese desierto casi infinito. Piedras de varios tamaños, con tallados de caras humanas y otras con rasgos diabólicos, daban forma a un templo olvidado.
En lo alto, coronándolo, había un árbol gigantesco. La madera, seca y agrietada, y las ramas carentes de hojas revelaban que hacía mucho que estaba muerto. Aun así, el tronco y las raíces cubrían gran parte de los muros exteriores.
Por la oscura entrada del templo surgía con fuerza el sonido de varias respiraciones agónicas. Estas, juntas, creaban una macabra melodía que desde las entrañas de la construcción buscaba propagarse por la corriente temporal.
***
Woklan abrió los párpados, pestañeó un par de veces y se pasó la mano por la cara. La piel estaba cubierta de sudor frío, el corazón latía con fuerza y una sensación de desasosiego lo dominaba. Intentó recordar la extraña pesadilla, pero el mal sueño se evaporaba con rapidez de la memoria. En vano, se concentró y se sumergió en las profundidades de la mente buscando respuestas.
—No entiendo nada... —susurró inquieto.
Durante unos instantes, lo único que se escuchó dentro de la cápsula fue una respiración rítmica. Después, la apertura automática se accionó y se oyó un fuerte ruido mecánico. Mientras la compuerta casi transparente se abría, un escalofrío recorrió el cuerpo de Woklan. Al centrar la visión en la sala de sanación, recordó al anciano con los labios amputados. Tragó saliva y, sin darse cuenta, olvidó las últimas imágenes borrosas de la pesadilla. El recuerdo de lo sucedido antes de caer en el sueño se adueñó de él.
Recorrió el compartimiento con la mirada y, aun estando solo en su mente, le pareció escuchar el castañeo de los dientes de la criatura. El miedo le congeló los músculos y lo mantuvo inmóvil un par de minutos.
«Quizá... Quizá los niveles de oxígeno eran bajos» se dijo en un intento de convencerse de que aquello formó parte de una alucinación.
Tuvo que pasar un poco más de tiempo hasta que al final, poco a poco, la parte racional se impuso y acabó creyendo con firmeza que fue víctima de un delirio.
Con cierto temor, se tocó la oreja por la que fluyó la sangre y miró el tenue reflejo que le mostraba el vidrio de la compuerta. Buscó restos secos y rojos en la piel, pero no encontró rastro alguno. Era la prueba que necesitaba, ya no tenía dudas, el anciano no fue real.
Movido por el recuerdo de Duklar arrancándose la cara, salió de la cápsula y fue a examinar el rostro de su compañero que se mantenía en estado de hibernación. Pasó la mano por el cristal y retiró el vaho de la compuerta.
—Sin duda fue una alucinación —dijo, al ver que la piel de la cara seguía pegada a la carne—. Comprobaré los daños y os despertaré.
Más tranquilo, puso rumbo al puente. Cuando pasó por la sala donde vio a la niña sin ojos tuvo que esforzase para creer que ella también formó parte de la alucinación. Mientras caminaba, aunque la pequeña no lo seguía, se giró varias veces para asegurarse.
Entró en la cabina aliviado por dejar atrás un compartimiento que lo ponía nervioso. Se acomodó en el asiento del piloto y encendió el enlace verbal con la inteligencia artificial.
—Comprobando el estado de los sistemas. Combustible al veinte por ciento. Alimentos y agua al cincuenta por ciento. Sistema de sustento vital, funcional. Propulsión dañada. Lugar... lugar... desconocido. Fecha... fecha... desconocida.
Woklan se extrañó, comprobó los aparatos y, al ver que no le indicaban lo quería saber, preguntó:
—¿Estamos a la deriva o sobre un cuerpo sólido?
—Sobre una superficie planetaria estándar.
—¿Atmósfera?
—Comprobando... Los análisis muestran similitud con la atmósfera terrestre de varios períodos temporales.
—¿Qué? —soltó confundido—. ¿Estamos en la tierra?
—Comprobando... No hay concordancia total, sin embargo, es probable.
Woklan presionó un botón táctil, el cristal de la cabina perdió su tinte y pudo ver el desierto donde se hallaba. La visión del inmenso páramo le impactó. Aunque aún lo hizo más la enorme construcción y el árbol que se apoyaba en ella.
—¿Qué es eso? —Guardó silencio unos instantes—. ¿Funcionan los escáneres de corto alcance?
—No, están en proceso de sincronización.
—¿Sincronización? ¿Tanto se han dañado? —preguntó, sin apartar la mirada del imponente templo.
—El escudo de protección se apagó una milésima de segundo.
—Entiendo... La corriente temporal quemó los escáneres. —La construcción lo cautivaba y no podía dejar de observarla—. ¿Cuánto hace que estamos aquí?
—No hay constancia.
—¿Cómo que no hay constancia?
—...
Entrelazó los dedos, apoyó la barbilla en ellos y llegó a la conclusión de que algunas partes de la memoria de la inteligencia artificial estaban dañadas. Aunque pensó que tenía que repararlas, el templo se volvió a apoderar de su mente y la idea se desvaneció con rapidez.
«En los archivos de la corporación nunca vi una construcción con un árbol gigantesco. Es raro, tienen cartografiado el mapa temporal de la tierra y tendría que haber datos de esto. Quizá este planeta no sea la tierra. Pero... ¿y la similitud de la atmósfera?» se preguntó contemplando las ramas, viendo que, por encima de ellas, se manifestaba un cielo azul casi despejado en el que el sol brillaba con fuerza.
—Está bien —dijo, bajando la mirada—. Muéstrame lo sucedido en los últimos veinte minutos antes de que entrara en la cápsula de sanación.
—Accediendo.
La grabación no desveló nada inusual, ni sangre ni espíritus ni demonios, ni siquiera se vio cómo la alarma le había reventado el tímpano. En la secuencia de imágenes, Woklan caminaba tranquilo por la nave.
«Sin duda tuve una alucinación».
Giró la cabeza y se quedó pensativo mirando un extremo del panel de control. En ese momento, su yo de la grabación se paró y clavó los ojos en la cámara. Sin que él lo viera, sonrió, se rajó el cuello con un chuchillo, metió la mano en la garganta, se arrancó la tráquea y la mordió. Cuando se cansó de masticarla la escupió. Con los dedos ensangrentados, abrió los párpados del ojo izquierdo y se hincó la punta de un vidrio sucio. Pinchó el globo ocular y lo extrajo. Lo puso en la mano, lo apretó y lo aplastó. Mientras un líquido viscoso se escapaba de la palma, aunque no sonó por los altavoces, el reflejo demoníaco emitió un sonido gutural y escupió coágulos de sangre por la boca. Con una macabra sonrisa, rompió el mono de trabajo, dejó al descubierto el pecho, se incrustó el cristal en la carne y escribió en ella: "Dhagmarkal".
Un segundo antes de que Woklan centrara la visión de nuevo en el monitor, la imagen parpadeó y volvió a mostrarlo caminando con paso tranquilo.
—¿Podemos despegar? —preguntó mientras apagaba la grabación.
—El sistema necesita medio ciclo de reestructuración.
—¿Medio ciclo? Eso es mucho tiempo. Voy a hacer un análisis manual de la estructura de diagnóstico y te pondré en modo de hibernación.
—Iniciaré los preparativos del modo de análisis manual.
Cuando la voz robótica dejó de sonar, los monitores empezaron a brillar con tonos rojos.
—¡¿Qué pasa?! —Woklan se levantó y fue hacia la compuerta.
—Se ha abierto la escotilla de desembarco.
—¡¿Qué?! —Pulsó la combinación de apertura en el teclado numérico, pero no sucedió nada—. ¿Por qué no se abre?
—El protocolo de seguridad se ha activado.
—¡Desconéctalo!
—El protocolo es un proceso autónomo y no puedo desactivarlo.
Woklan apretó los dientes, los puños y maldijo. Se volvió a sentar en el asiento del piloto y activó las cámaras exteriores.
«No puede ser» pensó al ver a sus compañeros caminando en dirección al templo. Encendió el sistema de comunicación externo y dijo:
—Zafaer, Duklar, volved a la nave. ¿En qué demonios estáis pensando?
Zafaer se giró y centró la visión en la cámara. Sin producir apenas sonido, respondió:
—Dhagmarkal.
Zafaer se quedó quieto cinco segundos; en ese breve lapso de tiempo, Woklan amplió la imagen y vio cómo algunos granos de arena, lanzados con mucha fuerza por el viento, creaban pequeñas fisuras en la piel y en las córneas de su compañero. Zafaer, que parecía no sentir dolor, se giró y siguió caminando hacia el templo.
«No entiendo... ¿Por qué salís al exterior y por qué lo hacéis sin trajes de protección?».
—Detecto un campo de temperatura alrededor de Zafaer y Duklar.
—¿Un campo de temperatura?
—Sí, la atmósfera que los rodea es veinte grados inferior a la del resto de la superficie.
—¿Cómo puede ser? —preguntó extrañado.
Observó cómo sus compañeros entraban en la construcción. Aunque quería salir de inmediato a buscarlos, tuvo que esperar a que se desactivara el protocolo de seguridad.
—Cuando deje la nave, asegúrala con el cierre magnético. Que no entre nada que no tenga nuestra huella biológica —le ordenó a la inteligencia artificial, antes de empezar a correr.
Al llegar a la sala de desembarco se puso un traje de protección.
«Estamos en un medio sin control. Ojalá que esto no sea el pasado. Si lo es, podríamos crear una paradoja».
Se colocó un casco, lo ajustó y tocó el cristal hasta que se oscureció. Salió de la nave y esprintó en dirección al templo. Mientras corría, los granos de arena se deshacían al chocar contra el traje. Cuando se estaba acercando a la construcción escuchó un ruido, se giró y vio cómo la nave iniciaba la maniobra de despegue.
—¡¿Qué demonios?! —Activó el enlace con el ordenador y bramó—: ¡¿Qué estás haciendo?! —Histérico, añadió—: ¡¿No dijiste que la nave no podía despegar?!
—La nave es funcional y estoy ejecutando órdenes.
—¡¿Qué órdenes?!
La inteligencia artificial envió a la pantalla del casco las imágenes de una grabación en la que se mostraba a Woklan dando instrucciones.
—Cuando abandone la nave para explorar las ruinas —dijo su doble—, quiero que enciendas los motores y te lleves a Zafaer y Duklar a la ciudadela del final del tiempo. Cuando entres en la corriente temporal, borra las coordenadas de este lugar y borra la información de que abandoné la nave para investigarlo. Al comandante Oklen dale esta información, dile que salí a arreglar el casco de la nave y que morí carbonizado por la corriente temporal. No quiero que quede registro de este sitio ni de que me quedo aquí por voluntad propia. —Acercó el ojo a un escáner—. Código de autorización D456FGh21344. —Una luz verde apuntó a la pupila—. Soy el teniente Woklan O. Whagan.
El verdadero Woklan se quedó aterrado, parecía imposible, pero había ocurrido. El código de autorización era correcto.
—¡No, no hagas caso de esa orden! ¡Repito, no hagas caso! ¡Ese no soy yo! —Recordó a sus compañeros y añadió—: ¡Además, Zafaer y Duklar están también aquí!
—No, están en las cápsulas.
La inteligencia artificial envió a la pantalla del casco las imágenes de las cámaras que vigilaban el sueño de los crononautas.
—Es imposible... —susurró casi derrotado mientras la nave empezaba a empequeñecerse en lo alto de la atmósfera—. ¡Vuelve aquí! —gritó con todas sus fuerzas.
—Suerte con el reconocimiento —fue lo último que escuchó antes de que se cortara la comunicación.
A una decena de metros de la entrada del templo, Woklan cayó de rodillas contra la arena.
«No... esto no puede estar pasando».
El viento paró de soplar y los granos descendieron de golpe. El sol cambió su color y pasó de un tono amarillento a uno rojo. El cielo dejó de ser azul y se tornó violeta.
«¿Qué demonios?» preguntó, alzando la mirada.
Mientras contemplaba cómo la cúpula celeste cambiaba la tonalidad, oyó algo que le congeló el alma. De las profundidades del templo emergieron un conjunto de respiraciones agónicas. Tragó saliva y giró la cabeza con miedo. Miró hacia la entrada y un escalofrío le recorrió el cuerpo. Después de unos segundos, se escuchó una palabra pronunciada con una voz carrasposa:
—Hambre.
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