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Capítulo 16

Mientras las nubes anaranjadas ocultaban una parte del sol que comenzaba a perderse en el horizonte, las olas, antes de retornar despacio al inmenso océano verdoso que se extendía hasta fundirse con el cielo rojizo, cubrían con agua salada el cuerpo del hombre del traje.

El enmascarado, respirando el intenso olor marino que impregnaba la arena amarilla, abrió los ojos, tosió y preguntó desorientado:

—¿Dónde estoy?

Después de que una ola lo volviera a sacudir, se levantó, observó el océano, giró la cabeza y fijó la mirada en unas grandes montañas que se elevaban a unos pocos metros de la playa.

—¿Dónde diablos estoy? —Se limpió la ropa, se quitó los granos de arena que se le habían adherido al traje y contempló el horizonte que parecía no tener fin—. ¿Qué es este lugar?

El sonido relajante de las olas en vez de tranquilizarlo lo ponía nervioso. Aunque tenía su propia memoria y era casi un ser independiente, mientras escuchaba cómo se mecía el agua sobre la arena no podía evitar ver imágenes del pasado de Woklan. Acosado por ese sonido, le era imposible no recrear visiones cargadas de sensiblería.

«Patético...» pensó, incapaz de alejarse del recuerdo del teniente y su familia disfrutando de un bonito día en la playa.

Cerró los párpados, apretó los dientes y masculló:

—¿Por qué no me puedo librar de ti? —Abrió los ojos—. ¿Por qué tengo que seguir compartiendo parte de tu memoria? —Se quitó la máscara y escupió sobre la arena—. ¿Voy a tener que soportarte durante toda la eternidad? —Observó cómo la saliva se diluía en el agua salada—. ¿Voy a tener que convivir contigo?

Cuando se apagó el sonido de las palabras y volvió a escuchar cómo se mecían las olas, apretó los dientes, alzó los brazos y chilló. En ese instante, rodeado por el manto rojizo del cielo, contemplando cómo algunas pequeñas estrellas azules empezaban a volverse visibles, poseído por un profundo desprecio, se juró que no solo acabaría con Dhagmarkal, sino que también se liberaría de su unión con Woklan.

—¡Tú ya tuviste tu momento, ya jugaste a ser Dios! —Bajó la cabeza, dirigió la mirada hacia las montañas, se colocó la máscara y habló con más calma—: Ahora yo seré el que juegue a ser Dios. —Empezó a caminar—. Seré yo el que moldee la realidad y obtenga una vida.

En silencio, alejándose del sonido de las olas, dejando atrás una playa que lo había conducido a querer jugar con los cimientos de la realidad, no fue capaz de escuchar las palabras que alguien pronunciaba satisfecho:

—Ya he movido a mi peón. Ahora te toca mover a ti, Dhagmarkal.

Ajeno a la risa de quien había hablado, incapaz de poder oírla, el enmascarado siguió acercándose a las montañas con la intención de escalar una de ellas y alcanzar la cima.

Al llegar al pie de la que tenía más cerca, se aferró a las rocas negras que daban forma a una pared escarpada y comenzó a ascender. El sudor no tardó en resbalarle por la piel y empaparle la ropa.

Tras casi media hora, notó que las rocas estaban más calientes que en la parte más baja de la montaña. Aunque se extrañó, se agarró con más fuerza a los pequeños salientes y siguió escalando. Poco a poco, con cada metro que ascendía, se dio cuenta de que el aire en vez de enfriarse se volvía más cálido cuanto más arriba estaba.

Cuando vio cómo le surgía humo de los guantes, susurró:

—¿Qué demonios?

Escuchó un ruido, giró la cabeza y observó cómo desde un extremo de la pared emergían rocas afiladas. Mientras la montaña se resquebrajaba, las grandes filas de esas inmensas piedras puntiagudas fueron acercándose.

Apenas le dio tiempo siquiera de parpadear antes de que las formas punzantes comenzaron a romper las rocas que se hallaban a un par de metros de él. Al sentir cómo un filo emergía a su lado y le rajaba el pantalón y la pierna, se soltó y cayó al vacío.

Mientras descendía, una bruma negra lo envolvió y decenas de manos comenzaron a apretarlo. Al mismo tiempo que las uñas traspasaban la ropa y se hundían en la piel, escuchó susurros oscuros que repetían que sería devorado por la oscuridad.

—No —masculló e intentó quitarse de encima las manos que no paraban de desgarrarle la carne.

Gritando, luchando por liberarse, sin alcanzar a ver nada más que la bruma oscura que lo envolvía, sintió que el descenso se eternizaba. Con la mente saturada, sobrepasado por la situación, de lo único que se dio cuenta es de que el tiempo se ralentizaba.

—Eres nuestro —oyó una voz penetrante—. Eres un manjar demasiado delicioso para ser desperdiciado siendo destruido por los peones de Dhagmarkal.

Unas cadenas rojas emergieron de la niebla y le envolvieron el cuerpo. Forcejeando, el enmascarado preguntó:

—¿Quién eres? ¿Quiénes sois?

La bruma se desvaneció y el hombre del traje chocó contra un suelo de losas de piedra. Aturdido, a la vez que los eslabones se descomponían, apretó los dientes para que no se le escapara un gemido.

—Os mataré... —soltó casi sin fuerzas.

La sala en la que había aparecido se hallaba casi totalmente en la penumbra. La oscuridad que parecía brotar de la construcción apenas dejaba sin cubrir con su manto una pequeña porción de la estancia. Ese intenso negro, que estaba empapado con el gélido dolor de las almas en pena, le helaba el cuerpo.

En la zona iluminada, un anciano ataviado con un traje de mayordomo, sosteniendo un candelabro, dijo:

—Sígame, los señores le esperan. —Se dio la vuelta, abrió una puerta y salió de la sala.

El enmascarado, que había empezado a tiritar, se levantó, expulsó el aire convertido en vaho y siguió al anciano mientras se frotaba los brazos. Cuando dejó atrás la habitación, mientras caminaba por un largo pasillo con armaduras medievales pegadas a las paredes, pisando una larga alfombra roja, contemplando las antorchas incrustadas en los muros, susurró:

—No sé quiénes sois, pero os arrepentiréis de haberme tratado como un juguete. —Apretó los puños.

Al llegar al final del corredor, el mayordomo se detuvo, se volteó y le dijo:

—Los señores le esperan en la sala de fiestas. —Golpeó la gran compuerta de hierro y se desvaneció convertido en niebla.

El enmascarado, mientras escuchaba el chirrido del metal rozando el suelo, al mismo tiempo que empezaba a ver lo que había al otro lado, soltó en voz baja:

—Trucos. —Le llegó el olor de una infinidad de platos; de carne, patatas, sopas, pasta, huevos y muchos más—. Trucos... —susurró y se adentró en la sala de fiestas—. La creación se sustenta en los trucos —murmuró, observando la inmensa mesa repleta de bebida y comida y a los comensales que mantenían en alto las copas llenas de vino.

El que presidía el festín se levantó y golpeó su copa con una cuchara.

—Amigos, por fin tenemos delante de nosotros a lo prohibido. —Todos asintieron—. Brindemos por aquello que nunca pensaríamos que llegaríamos a ver. Brindemos por un fragmento de alma humana que ha cobrado vida. —Alzaron aún más las copas, sonrieron y se bebieron el vino de un trago—. Exquisito —susurró, se relamió y miró al enmascarado.

El hombre del traje, sin decir nada, caminó hacia la mesa, se levantó un poco la máscara, metió el dedo índice en un pastel y lo lamió.

—No está mal —dijo—. Habéis sido capaces de recrear el sabor de la nata en este antro de ilusionismo barato. —Cogió un cuchillo y miró el resplandor de la hoja—. Habéis construido todo tal y como sería en el mundo material. —Dirigió la mirada hacia el anfitrión—. Aquí, en el limbo que sirve de frontera entre los confines de las mentes humanas y los reinos de aquello que está más allá de los prisioneros amarrados a cuerpos de carne, habéis conseguido crear un espejismo formado con lo que más os atrae del mundo humano. —Caminó hasta quedar detrás de la silla de un comensal, lo sujetó del pelo y le rajó la garganta—. Pero si no os importa, ya que me habéis traído hasta este tugurio, hacedme el favor de apagar la ilusión y mostrarme vuestra verdadera forma.

Levantó la mano y dejó caer el cuchillo. Cuando la hoja impactó contra el suelo, la mesa, la sala y los comensales se convirtieron en niebla. En los pocos segundos en los que la oscuridad remplazó al espejismo, el enmascarado se frotó las manos despacio, pensando una y otra vez en que estaba harto de ser tratado como un títere.

—Queríamos que tus últimos momentos los pasaras celebrando. —Una decena de esferas rojizas iluminaron a un ser repleto de pliegues de grasa, con decenas de cabezas hundidas en la carne y brazos gordos pegados a la barriga—. Queríamos comerte poco a poco, sin que sufrieras el dolor de nuestra gula. —La papada del rostro deforme que se hallaba en lo alto de la criatura parecía a punto de estallar.

—¿Comerme poco a poco? Un bonito detalle por vuestra parte. —Se cruzó de brazos—. ¿Y pensabais que me iba a dejar comer?

Se escuchó el sonido de unas cadenas, el enmascarado se giró y vio colgando en el vacío a una mujer de la que apenas quedaba solo pellejo.

—Ayúdame —imploró la moribunda—. Mátame.

El hombre del traje volvió a centrar la mirada en el ser repleto de pliegues de grasa y dijo:

—Así que aún sois capaces de succionar la energía de las personas y alimentaros con su agonía. —Hizo una breve pausa—. Eso quiere decir que no todo está perdido.

La criatura examinó al enmascarado y preguntó:

—¿Qué quieres decir?

El hombre del traje sonrió.

—Solo sois parásitos inútiles. —Al ver cómo la rabia se reflejaba en el rostro del ser, continuó—: El que todavía podáis alcanzar las mentes humanas significa que aún quedan partes de la realidad a las que no ha afectado el despertar de Dhagmarkal. —Se agachó, cogió el cuchillo y caminó hacia la mujer—. Los cimientos de lo que existe aún no han sido destruidos completamente. —La miró a los ojos, se puso el dedo índice a la altura de la boca, asintió y le atravesó el corazón.

Antes de que la cabeza cayera y que la vida escapara del cuerpo, la mujer pudo decir:

—Gracias.

Una sonrisa se marcó en el rostro del hombre del traje.

—De nada. —Sacó el cuchillo del cuerpo, levantó un poco la máscara y lamió el filo empapado en sangre—. Ha sido un placer. —Se dio la vuelta mientras el cuerpo sin vida se desvanecía convertido en niebla—. Ahora os toca a vosotros. —Señaló al ser con el filo.

La criatura soltó con cierta confusión:

—¿Nosotros? ¿De verdad nos amenazas? ¿De verdad crees que eres capaz de matarnos?

El enmascarado caminó hacia el ser y respondió:

—Ya estáis muertos.

La cólera se reflejó en el rostro de la criatura.

—Te íbamos a conceder una muerte dulce, pero ahora conocerás lo que es el verdadero sufrimien... —No pudo terminar la frase, el hombre del traje le lanzó el cuchillo y se lo clavó en la lengua.

—¡No entendéis nada! —bramó mientras corría—. ¡¿Qué es más poderoso que la escoria que vive en esta dimensión putrefacta?! —Saltando sobre las cabezas incrustadas en el cuerpo, se subió encima del ser—. ¡¿No lo sabéis?! —Cogió el cuchillo y lo clavó en un ojo—. ¡Un alma humana que se ha hecho a sí misma! —Extrajo el filo y le arrancó el globo ocular—. ¡Yo! —Gritó, apuñaló, chilló y golpeó—. ¡Yo me he hecho a mí mismo!

Al mismo tiempo que una inmensa masa grasienta emergía de las heridas, el enmascarado dejó fluir la rabia mientras lanzaba cabezazos contra el rostro deforme.

—¡Yo! —bramó a la vez que lo poco sólido de la criatura era triturado por los puñetazos.

Mientras gritos desgarradores emergían del ser, mientras el hombre del traje lo destrozaba, sin que fueran conscientes, sin siquiera darse cuenta, la oscuridad que los rodeaba desapareció y su lugar lo ocupó una sala de paredes de ladrillos mohosos con unas escaleras como único acceso.

—Para... —suplicó el ser, intentando levantar el brazo amorfo.

—¿Que pare? ¡¿Que pare?! —Agarró una de las cabezas del cuerpo, hizo presión con las suelas y la arrancó—. No, no voy a parar. No voy a parar hasta que no seas más que una masa grasienta y asquerosa sin vida.

El enmascarado siguió golpeando a la criatura y esta continuó soltando profundos alaridos que se propagaban por las escaleras. Cuando tan solo le faltaba lanzar otro puñetazo para acabar con la vida del ser, se detuvo, retrocedió un par de pasos, inspiró y, tras unos segundos, se sacudió el traje.

—No voy a darte el último golpe. Me quedaré aquí y contemplaré cómo te ahogas con tu sangre grasienta.

Inmóvil, con la mirada clavada en lo que quedaba del rostro del ser, se cruzó de brazos y observó con satisfacción cómo los espasmos poseían algunas partes de la masa amorfa.

Estaba tan concentrado en el espectáculo que había creado que no prestó atención a las pisadas que se acercaban a través de las escaleras. Tan solo se dio cuenta de que alguien había descendido los escalones cuando escuchó:

—¿Quién eres? ¿Y dónde estoy?

El enmascarado se dio la vuelta despacio. Al ver quien había hablado, sonrió y dijo:

—Interesante. —Descruzó los brazos—. Esto se ha puesto realmente interesante.

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